miércoles, 29 de diciembre de 2010

SOBERBIA INCURABLE

Como un simple espectador a distancia a través de los medios de información televisivos, puedo, como muchos, hacerme una idea de las que pasó Diego Fernández de Cevallos durante el tiempo en que desapareció de su ambiente doméstico y, la primera impresión que me asalta es de que no aprendió la lección y que si le quitaron mucho, no fue tanto porque mucho le quedó. ¡Miren ustedes que regresar de un secuestro tan entero, tan campante! manejando su propio “Mercedes” sin que se le atoraran las barbas en el volante, tan echador y perdona vidas, tanto o más que antes de que lo levantaran… Qué digo levantaran, más ya no es posible, diré que lo atraparan para llevarlo a quién sabe dónde por poco más de medio año… A mí algo me dice que esto tiene más cara de farsa que de realidad, que el “secuestro” así entre comillas, ha sido orquestado con propósitos políticos para ganarse los votos de lástima del pueblo que se conmueve con las angustias ajenas, en las próximas elecciones y que si no votara por él votará para donde señale su dedo.
Me remite este “secuestro” a otro que tuvimos hace poco más de tres años aquí en Veracruz con un candidato huasteco que “ganó” una diputación estando cautivo y apareció el mero día de la toma de protesta del cargo, total para qué, si ni legislar supo. Me huele a algo podrido muy parecido al intento de secuestro del gobernador de Oaxaca José Murat Casab. Y cito estos dos clarísimos casos de farsantes irredentos y premiados por el sistema, para apoyar la idea de que los ciudadanos comunes y corrientes somos simples espectadores de una tramoya, de un escenario, de un suceso teatral que no es aislado e increíble, sino muy socorrido a ciertos niveles y esperanzas de poder o de notoriedad, o de autoafirmación o vaya usted a saber que complejos mueven a un aspirante a más, a entrar en un escenario teatral para fijar en sí la vista del respetable.
Diego Fernández de Cevallos debe tener unos testículos tan grandes y barbados como sus cachetes, para afrontar con tanta valentía y soberbia ese pasaje de su vida… de ser cierto; otro cualquiera hubiera regresado humildito, calladito, agachadito. Este se las trae, regresó bendiciendo a dios y a la virgen y no al revés, porque él es mucho más chingón que dios y que la virgen; regresó con la grandeza espiritual de haber perdonado a sus “captores” ¡Que huevos dios mío! Regresó diciendo que continuará haciendo su vida igualito que como la venía haciendo. ¡Si este hombre extraordinario no es un héroe, yo no sé quién puede serlo en este país de secuestradores y secuestrables! Tal vez sepa yo quiénes no son héroes: no son héroes los que todos los días se levantan a enfrentarse con la vida para ganarse el pan honradamente, no son héroes los que reciben la noticia rascándose la cabeza, de que el salario mínimo para 2011 aumentará el 4.1 %, o sea dos pesos con veinte centavos más que el año pasado. No somos héroes los que nos ponemos a temblar con el simple telefonazo de algún maloso diciéndonos falsamente que tienen secuestrada a nuestra hija. Pero… este hombre blanco y barbado al que se le ve la armadura por fuera y por dentro, éste que sus fechorías pasan como golpes de fortuna, éste que soltó más de veinte millones de dólares, más o menos doscientos cincuenta millones de pesos mexicanos con la mano en la cintura, éste que tiene a dios asido por sus benditas barbas, éste es el verdadero héroe a la altura del arte… escénico.
Que me perdonen mis conciudadanos, que me critiquen todo lo que quieran, pero yo no le doy crédito a lo visto y oído en los medios de comunicación, no me lo trago, no puedo, no me baja ni con jugo de naranja como las purgas que me daba mi abuela. Quisiera suponer que lo que nos dieron como primicia noticiosa fue una segunda parte, que la primera no se vio ni se verá y que era de un Diego lloroso y escarmentado, convencido de la urgencia de pedir perdón de todos sus atropellos y trapacerías documentadas a través de los años en los mismos medios que ahora lo escenifican como el protagonista bíblico de la vuelta del hijo pródigo. Tal vez esa escena si me la creyera, pero… ya los captores relatarán la verdad cuando los agarren, si es que los agarran, si es que hubo captores de verdad; que este mundo es una farsa y los farsantes reclaman el aplauso.

viernes, 24 de diciembre de 2010

INOCENTES

Cada día me convenzo con más firmeza que a los seres humanos nos gusta vivir a base de mentiras, diciéndolas y escuchándolas. Cuando las decimos por primera vez, tenemos plena conciencia de que estamos faltando a la verdad, pero si tenemos la oportunidad de repetirlas, nosotros mismos dudamos si son verdad o mentira, y si la suerte nos pone en la posibilidad de decir la misma falsedad por tercera vez, ya no dudamos, lo hacemos convencidos de que es una verdad auténtica; de ahí en adelante la afirmamos con tal contundencia, que incluso nos ofende quien duda de la veracidad de lo que decimos y la defendemos a capa y espada. No sé si algún estudioso de la sicología humana haya investigado ya este fenómeno, no lo recuerdo en Freud, mi sicólogo de cabecera, no lo he leído en otros, pero es un asunto de suma importancia por su práctica cotidiana; ya debiera tener un nombre, por ejemplo “el complejo de Constantino”, porque fue este emperador romano el que hizo del mito de Jesús, uno de los cárteles mejor organizados, universalmente aceptado y más lucrativos que recuerde la historia. Y si bien los sicólogos no se han ocupado mucho del asunto, los políticos sí. La política universalmente y, en particular nuestra muy mexicana política se funda en una observación acertadísima que se enuncia así: “Una mentira repetida muchas veces se vuelve verdad”.
Por otra parte nos gusta creer muchas mentiras, algunas tan grandes que se les compara a ruedas de molino. Nuestra afición aprendida desde la infancia, etapa de la vida en que no tenemos más remedio que creernos todo lo que se nos dice, parece que se prolonga hasta muy avanzada edad, de modo que aceptamos sin discusión afirmaciones dogmáticas que con un brevísimo análisis, si nos lo propusiéramos, caerían por su propio peso. Nos gusta sin embargo oír mentiras, cuentos, narraciones increíbles; en ese rango están las leyendas de Harry Potter, los cuentos de Green, las películas Disney, el Quijote de la Mancha y la Biblia, por mencionar algunas; pero estamos dispuestos a aceptarlas como verdades con tanto gusto y a veces con tanta seriedad, que cometemos la paradójica burla de jurar decir la verdad poniendo la mano sobre la Biblia, uno de los libros que contiene más cuentos y falsedades que cualquier novela de ficción.
Creer mentiras es lo que explica la temporada de pre posadas, posadas, nacimientos, santacloses, santos inocentes, prepuciadas, santos reyes y otras zarandajas y paparruchas que recibimos con beneplácito, poniendo cara de inocentes y jugando a ser buenas personas, rascándonos el bolsillo para regalar cosas inútiles a quienes nada les hace falta ¡Falso, todo falso!
Cuando la Ilustración empujó al Oscurantismo al rincón de los desechos y la ciencia buscadora de la verdad se enseñoreó sobre la tierra, no faltaron los pseudocientíficos que por una paga trataron de darle credibilidad a las grandes mentiras en que la religión había sostenido por siglos su hegemonía; así nacieron explicaciones “científicas” de la separación de las aguas del mar rojo; de la detención del sol en el cielo para darle la victoria a los elegidos de dios; de la “autenticidad” de la sábana santa, de la durabilidad del ayate de Juan Diego; en fin, hubo científico (Leo Alletius) que comprometió su honorabilidad redactando un iluminado ensayo (De Preaputio Domini Nostri Jesu Cristi Diatriba) sosteniendo que el anillo de Saturno era ni más ni menos que el prepucio de Cristo elevado a las alturas al mismo tiempo que la asunción general.
Para mi sigue siendo una crueldad mental engañar a los niños con Papá Noel o Santa Claus o como se quiera llamar a ese viejo que le gusta el hollín; me parece repugnante mentir con la mayor desvergüenza respecto a la supuesta venida de los santos reyes a traerle regalos a los niños que se portan bien. Los padres no tienen idea del daño que causan a los niños enseñándolos a creer mentiras tan grandes; de hecho los preparan para ser dóciles receptores de los gobiernos mentirosos y las religiones dogmáticas y absurdas.En los niños crédulos es entre los que Marcial Maciel y otros como él, encontraron las víctimas propicias para sus fechorías. Amén.

sábado, 18 de diciembre de 2010

EL ÚLTIMO ARBOL

A la orilla del río un pino taciturno medita su suicidio sobre el agua sin reflejos, sucia, espesa y agria; árbol enfermo, viejo y desnutrido por el lugar infecto donde se halla; cerca de él dos guardias armados con sendos rifles sónicos otean el horizonte desde un promontorio de escombros; visten uniforme térmico auto-regulable, confeccionado con espuma comprimida de neopreno flexible, de color mimético, blindado, entallado completamente al cuerpo, lo último en sistema tegumentario sintético. Son guardias forestales que tienen la consigna de cuidar, con su propia vida, la seguridad del último abeto del continente americano que, gracias a los cuidados de que es objeto, ha podido conservarse precariamente por encima de la exterminadora contaminación, sumada a las adversas condiciones climáticas provocadas por el incontrolable calentamiento global que arreció a fines del siglo XXI.
El pequeño árbol ha sido descubierto recientemente por el eminente fitógrafo canadiense William Mc’ Arce, quien en una de sus exploraciones científicas llegó a las estribaciones de una elevación orográfica conocida con el nombre de “Big Peter’s Coffer” (Cofre de Perote en el antiguo idioma hispano). El hallazgo lo hizo guiado por viejas consejas orales trasmitidas a través de tres generaciones de sobrevivientes de la hecatombe producida por el huracán “Noé” de finales del siglo anterior. Inmediatamente después de su descubrimiento se tomaron las medidas necesarias para proteger el valioso tesoro botánico, de su principal depredador, que sin lugar a dudas es el mismo ser humano, en particular de esas peligrosas hordas delincuenciales que con el pretexto de reivindicar costumbres ancestrales, pretenden apoderarse del último árbol que queda sobre la faz de este continente que se hunde cada vez más en las turbulentas aguas de los océanos que lo circundan.
Entre los viejos hábitos que estos salvajes pretenden resucitar, está ese extraño ritual cuyo origen se pierde en la oscuridad del tiempo, consistente en cortar determinados árboles para llevarlos al domicilio, adornarlos con esferas de vidrio y luces de colores, en la época en que se señalaba el último mes del año calendárico; me refiero al antiquísimo almanaque gregoriano que rigió hasta finales del siglo XXII en que se adoptó el calendario infinito de los antiguos mayas.
Esa costumbre de derribar árboles se generalizó a tal grado en el mundo incauto de entonces, que no había familia (antiguo régimen de agrupación simbiótica) que no introdujera en su domicilio aquellas especies arbóreas conocidas como “arbolitos de navidad” para conmemorar un hecho incierto como era el supuesto natalicio de una dios humanizado al que sacrificaban en su honor esa especie vegetal. Con el tiempo la tala de temporada acabó con los abetos que eran los adecuados para esa ceremonia supersticiosa y, habiéndolo agotado se buscaron otras especies parecidas y aún distintas, al grado de que poco antes de su eliminación total, se comenzaron a usar sucedáneos y remedos de árbol. ¡A ese grado estaba arraigada la costumbre!
Cuando Mc’ Arce descubrió el último abeto y la noticia se difundió universalmente a través del ciberespacio, aparecieron por todas partes las “Hordas Pírricas” tratando de apoderarse del último árbol para llevarlo a su refugio provisional, que más bien era definitivo, porque hacía ya muchos lustros de que las dependencias de protección ciudadana habían improvisado refugios de damnificados por el huracán Noé, que a la sazón estaban convertidos en domicilios permanentes. Se les llamó hordas pírricas, porque eran grupos que no teniendo absolutamente nada que perder, cualquier cosa que lograran era ganancia, de modo que empeñaban todo su arrojo y coraje para obtener cosa nimias e insignificantes.
Es deprimente observar como los guardias forestales cuidadores del último árbol, luchan y exterminan a los osados que se aproximan al taciturno abeto que, sobre el agua sin reflejos medita desdeñosamente su suicidio.

martes, 14 de diciembre de 2010

COSTUMBRES ANTIECOLÓGICAS

¿Habrá una costumbre más anti-ecológica que cortar un árbol, arrastrarlo hasta la casa, ponerle luces de encendido intermitente, esferas, y a los veinte días tirarlo a la basura? Pues tal vez esta sea la peor, pero hay muchas otras que no le van muy a la zaga, y que se exacerban en esta temporada navideña: quitarle el musgo a las piedras, el paxtle a los árboles para recrear el pesebre natal, son hábitos depredadores que dañan a la naturaleza. La gente abusa porque nadie se ha puesto a pensar hasta ahora, en el daño que causamos al entorno natural al que cada vez le cuesta más trabajo y más tiempo reponerse. Los mercachifles a los que les importa un pito de sereno el mundo mientras se ganen unos pesos, ponen al alcance de la gente incauta a precios exagerados, puras cosas inútiles: jacales de palitos, niños dioses de todos tamaños y texturas, ropita para vestirlos, sombreritos y zapatitos tejidos en miniatura, parejas de san José y la virgen, de barro, de porcelana, de hoja de lata, de madera, tríos de santos reyes, incienso, copal, incensarios. Encima los bancos lo inducen a uno a gastar con tarjeta, a mostrar los buenos deseos con buenos regalos; las tiendas te suenan el monedero. En la fiesta de navidad con cena y recalentado, no puede faltar un ave, un pez y un mamífero: pavo, guajolote o totole, o pollo cuando menos, bacalao noruego, tiburón del pacífico que sabe igual o de perdido charales con romeritos. Jamón de cerdo o embutido de sobras de ese que sabe a papel higiénico reciclado. Todo esto se lo aprieta uno en la boca y en la panza a deshoras y en gran cantidad, arrempujado con aguardientes de dudosa calidad, de modo que al día siguiente si no es que al ratito, entra uno en franca agonía para hacer la digestión, con la entendible dificultad del corazón que si en ese rato alguien te truena un totopo en la oreja, seguro pasas a mejores.
¿Habrá una temporada más absurda que esta? Yo creo que no. Es la época en que lo obligan a uno a hacer lo que no ha querido hacer todo el resto del año, so pretexto de que la navidad es época de reconciliaciones, perdones, buenos propósitos y otras paparruchas odiosas. Tiene uno que reunirse con parientes vomitivos y repugnantes, primas gordas como ballenas o arrugadas como trompas de elefante; tiene uno que reírse de los chistes mal contados, viejos y resobados del pariente que trata de hacerse el gracioso haciendo un esfuerzo descomunal; hay que entrar a juegos dignos de retrasados mentales como las arrebatingas de regalos sin ningún valor para nadie. Y tiene uno que entrarle porque no es posible aislarse en medio de la batahola; si te aíslas los chiquillos creerán que te escondiste y te irán a buscar, o si te sientas en el rincón más apartado a descabezar un sueñito indispensable, te pasarán por encima la docena de engendros de toda la parentela y no te dejarán en paz. Tampoco puedes mandar a todos a la tiznada e irte a dormir a tu casa tranquilamente, porque al otro día la familia te recriminará y te pasarás el recalentado viendo caras tamaño oficio. Se necesita ser estoico para soportar una fiesta navideña de esta laya, pero no hay de otras… Puede que haya peores, como por ejemplo que te toque sentarte junto a algún pariente que tenga H1-N1 que te tosa o estornude en la oreja, o que te sientes enfrente de alguno que escupa al hablar y que se le haga espuma en las comisuras de los labios, eso si ya sería el colmo. Puede parecerles una exageración esto que digo, pero les juro que a mí me ha ocurrido con harta frecuencia y no digo nombres sólo para evitar un disgusto que dure de diciembre a diciembre.
Son tan anti-ecológicas estas fiestas de temporada, que la Comisión Federal de Electricidad se erige en censora de la diversión y en el siguiente bimestre le embute a todo usuario cautivo, (que no hay de otros) un cuentón sin mirar el medidor, nomás porque la tradición es que en esas fechas la mayoría le pone luces a los árboles.Sueño con una navidad que pase con la tranquilidad de un mes de agosto, con una nochecita navideña en que me pueda sentar sólo, o con un amigo viejo o una amiga no tan vieja, frente a una chimenea, a tomar una copa de vino y a platicar sobre el último libro leído… Quizá quemar leños sea anti-ecológico, pero a mi edad es ya la única manera de echar un palito al fuego.

LUZ Y SONIDO

Unos amigos entrañables me invitaron a la primera comunión de su adorado engendro, a pesar de conocer mi galopante ateísmo y fui a la ceremonia, después a espléndida comida en restaurante de moda y, al despedirme fui obsequiado con una bolsa de “recuerdos” de la ocasión dentro de la cual, entre pequeñas tarjetas y cerámicas fechadas, venía un paquete de ostias pintadas de colores y recortes de grandes ostias al natural.
Para el desayuno del día siguiente abrí el celofán de las ostias pequeñas y las saboreé bajándomelas con café con leche para evitar que, como antaño, se me pegaran en el paladar. El sabor de la harina de que están hechas, me remontó a mis recuerdos de la infancia en Jalacingo en donde hice mi primera comunión con tanto gusto y algunas otras a regañadientes… Pero, ese saborcito… Ahora le faltaba algo, por mucho que lo aderezara con cafecito caliente, por más que en vez de sólo una me apretara en la boca media docena de ostias no me supieron igual a aquellas que según mi madrina de comunión, doña Mariquita Serrano Cuevas que Dios ha de tener en buen pesebre, estaban consagradas y contenían el cuerpo de nuestro señor. ¿Acaso a estas les faltare eso?
Desenvolví un paquete grande de celofán que contenía ostias grandes, como las que los curas tienen que partir en dos o cuatro pedazos para metérselas a la boca, suponiendo que el sabor sería distinto, pero era el mismo que el de las pequeñas, insípido, medicinal, de harina cruda.
¿La vejez me ha arrancado la eficacia de las papilas gustativas? Me pregunté, y me contesté metiéndome otra solitaria ostia en la boca tragándomelas sin masticación, para comprobar si en eso estaba la diferencia. ¡Pues no! No está en eso. En ese momento mi mujer se sentó a la mesa con su taza de café en la mano, tomó la bolsa de ostias y diciendo: “A ver” las probó sólo para decir: “¡Guácala!” Y eso que ella conserva sus creencias católicas y de vez en cuando asiste a las misas de cuerpo presente de nuestros amigos que ya se están desmadejando de viejos, y comulga a la salud de tal o cual difunto cada que se da el caso, que es cada vez más seguido.
Casi sin quererlo mis recuerdos me llevaron a escenificar la ceremonia de comunión en las que las ostias me sabían a gloria: La iglesia del padre Jesús era iluminada con grandes cirios que olían a cera, todas las luces del templo se encendían y reflejaban en los remates de oro del retablo principal, el organista hacía sonar el instrumento, primero suavemente, pedaleándolo con delicadeza; el sacerdote oficiante iba haciendo una serie de movimientos cifrados, aunque siempre los mismos, que reclamaban atención absoluta, no permitía la menor distracción, los feligreses sentados alrededor de uno tampoco permitían digresión ninguna, callando a quien chistara e incluso coscorroneando impunemente a los menores que se removieran en la incómoda banca de madera pelona. En un momento dado el oficiante tomaba la ostia descomunal con cuatro dedos, dos de cada mano y la elevaba hacia la bóveda del tempo que dejaba caer una luz cenital, en ese instante se desgranaba un tañer de campanas que los monaguillos en torno al sacerdote hacían repicar intensamente, otro columpiaba un incensario que invadía del sabroso aroma del incienso todo el lugar y el organista aporreaba el órgano a todo volumen pedaleando como para subir la cuesta más empinada. En medio de ese espectáculo de luz y sonido el sacerdote comulgaba con ostias y vino, guardaba todo en un relicario con puerta de oro y con un además de: “Ora si, les toca a ustedes”, nos invitaba a tomar la comunión.
Cuando volví de mi recuerdo me encontré en la mesa de mi casa con mi taza de café enfrente y mi mujer al lado haciéndole fuchi a los recortes de ostias y reflexioné: La Iglesia es la inventora del asalto subliminal, penetra tu conciencia por medio de todos los sentidos, vista, oído, olfato y gusto. Con esa intromisión de estímulos uno puede encontrarle buen sabor hasta a la hiel… Y concluí: A estas ostias que me estoy desayunando les falta todo eso: luz, ruido, olor y consecuentemente sabor.

martes, 30 de noviembre de 2010

HISTORIA DE UN ENGAÑO

Gil Cordero es uno de los personajes históricos de Cáceres, España, más conocidos. Vivió (¿?) durante el Siglo XIV cuidando ganado y fue a quien supuestamente se le apareció la Virgen de Guadalupe en la Sierra de las Villuercas. También conocido como Gil Santamaría de Albornoz, sobre su casa se levantó lo que hoy es la ermita de Guadalupe. En uno de los extremos de la calle Caleros en la capital cacereña. Actualmente una de las calles más céntricas y concurridas de Cáceres lleva su nombre, reconociendo la importancia de su figura. En Guadalupe se conserva la que según la tradición popular fue su vivienda hasta su muerte tras el descubrimiento de la Virgen. Yace enterrado en la basílica del Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe. Debo dejar sentado que, no obstante ser el primer elegido de la Guadalupana para aparecérsele, el Vaticano nunca se ha preocupado por canonizarlo como lo hizo con nuestro Juan Diego Cuauhtlatoatzin, de aquí de Cuauhtitlán.
La historia es muy parecida a la que nos hicieron tragar doscientos años después acá en América los frailes franciscanos que llegaron con la conquista. Cuenta la leyenda que Gil Cordero, como su nombre lo indica y traiciona, era pastor de ovejas. En el siglo XIV la carne de carnero era más apreciada que la de vacuno, lo dejó dicho y entredicho don Miguel de Cervantes Saavedra en su obra cumbre. Pues bien, entre cordero y cordero, Cordero tenía una que otra vaca para surtir de leche a su numerosa familia, que no por ser un poco gil, no se afanaba en los quehaceres de la vida conyugal. Un buen día andando de pastoreo se descuidó y una vaca queriendo tomar agua se cayó al río (el Guadiana) y se ahogó. Gil como pudo la sacó del agua y se dispuso a aliñarla para aprovechar la carne y la piel. La costumbre de los pastores y de los matanceros de entonces, era hacerles una marca en cruz antes de destazar al animal; era este acto supersticioso como un conjuro del pecado de matar. Pues aconteció que al hacer la marca de la cruz en la piel del animal, la vaca resucitó, y se incorporó muy campante al resto del hato del Gil Cordero, pero en ese mismo instante la Virgen María se le hizo presente al pastor y lo mandó con un recado a la iglesia del lugar, con instrucciones para el párroco de que se le construyera un adoratorio ahí mismo donde había obrado el milagro de resucitar a la vaca. Pero como ya desde entonces la burocracia brillaba por su presencia, el cura de la iglesia no le hizo el mínimo caso, así que tuvo que insistir Gil en varias ocasiones. Días después el hijo mayor de Gil Cordero, del que se desconoce su nombre, pero que posiblemente se llamaría Gilito, falleció; la conseja no dice de qué, pero en esos tiempos la gente se moría de cualquier cosa, peste bubónica, viruela… Digamos que fue viruela para que el asunto siga relacionado con las vacunas. Bueno, pues la familia llamó al mismo cura desatento y burocrático de antes, y cuando éste estaba dando el viático al Gilito, volvió a aparecerse la Virgen, ahora sí con más luces y sonidos, y resucitó al junior de los Cordero en las meras narizotas del cura, y para más señas, la aparición les dijo que fueran a escavar en un lugar determinado, cerca de ahí, y que encontrarían una efigie de la mismísima madre de Dios, que era el lugar donde debería erigirse su adoratorio. Así lo hicieron y en efecto encontraron la imagen tallada en madera, pequeñita, con un niño en los brazos, y con una corona sobre la testa como símbolo de su imperio sobre el mundo. Así que el fraile tuvo que no, se convenció y propaló el milagro por todos los rincones de la villa de Guadalupe y de ahí traspasó las fronteras del pueblo y corrió por todo Cáceres y más allá por toda la Extremadura. El lugar cobró tanta fama y fe como parador religioso, que se convirtió en monasterio, convento, seminario, tumba de Enrique IV rey de Castilla, El Impotente, hermanastro de Isabel la Católica y finalmente basílica. El nombre de Gil Cordero, es un mensaje burlesco: gil hace referencia idiomática a una persona simple e incauta, y cordero conlleva también un concepto de sumisión e indefensión. Este tipo de divisas subliminales, son muy frecuentemente usados por quienes no se conforman con victimar, sino que se solazan en trasmitir un mensaje cifrado que hace más cruel la burla y el engaño. Gil Cordero, como Juan Diego, sólo son aire que respiran obnubilados los incautos.

ORATE PRO EO

Se llamó Giovanni María Giambattista Pietro Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti Sollazzi, pero cuando tuvo uso de razón, si es que alguna vez la tuvo, éste beato señor se cambió el larguísimo nombre por el brevísimo apodo de Pío IX (Pío Nono), una vez que fue Papa. Corría el turbulento año de 1846 cuando la “fumata bianca” anunció su arribo al trono de San Pedro, al que se aferró por espacio de 32 años… más o menos como aquí don Porfirio y el PRI… hasta que la muerte lo arrancó de la silla pontificia. El hombre vivió 86 años, contradiciendo a los médicos que afirman que los epilépticos mueren a edad temprana, y contradiciendo también a miles de fieles que cuando el cortejo de su segundo entierro (porque tuvo des), cursaba por el puente de Sant’ Angelo, una turbamulta trató de arrojar el féretro al río Tíber, para ejemplo y escarmiento de futuros Papas locos o enloquecidos por el poder. Este beato es eso solamente, beato; los Papas subsecuentes se han cuidado mucho de declararlo santo, por la mala fama que corre secreta en los anales vaticanos. A él se debe, entre otras cosas, el haber conciliado la bizantina discusión de siglos respecto a concepción inmaculada de María, la madre de Jesús, con la proclamación de un dogma que, si se hubiera dictado hoy chocaría contra la libertad de expresión, la ley de transparencia y contra el respeto a los derechos humanos. La bula dictada el 8 de diciembre de 1854 Ineffabilis Deus en su parte medular dice así: “declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho” .
El mito del pecado original venía desde siglos atrás, la había heredado la Iglesia católica de otras religiones anteriores como el judaísmo y el brahmanismo en los que se tenía como cierto el cuento de la primera pareja echada al mundo por dios, después de haberlo desobedecido; o sea que el pecado original no era uno, sino dos o varios, eran: la desobediencia y luego el haber hecho oídos eficientes a las insidias del demonio dentro de un bonito pellejo de serpiente, y finalmente la seducción, la invitación carnal, dicho sea sin pelos en la lengua. Pero el catolicismo convirtió este mito en dogma y se los vendió en paquete con el bautismo purificador a los creyentes. Con el tiempo, lo que originalmente era un manzano se convirtió en un berenjenal y la Iglesia no hallaba como resolver la condición pecaminosa original de ciertos personajes muy importantes como María y Jesús; en un tiempo también se involucró a los supuestos padres de María: Joaquín y Ana y al primo Juan el Bautista, pero finalmente los hicieron a un lado para no meterse en peores berenjenales y en la bula se tocaron sólo de soslayo, poniendo énfasis en los dos personajes principales con calidad de dioses y no sólo de santos, a los que por decreto se les declaró inmaculados, inefables y otros calificativos divinos.
Inmaculada es una palabra latina que significa sin mancha así que la bula se sorraja todo un tratado filosófico explicando lo inexplicable y remata prohibiendo cualquier comentario futuro sobre el asunto, dogma perfecto. Lo que no previó Pío Nono fue que a todas las nacidas el ocho de diciembre les llamaran Conchas de puro cariño, y con ello el asunto pasó al mundo de las paparruchas.
De las “entre otras cosas” que se le deben a este Papa de infausta memoria, está nada menos que la excomunión del Benemérito de las Américas don Benito Juárez, y su truculento movimiento de influencias para inducir la intervención francesa en México, el convencimiento del sifilítico Maximiliano de Habsburgo para que viniera a ocupar el trono del segundo imperio mexicano, y finalmente el desaire a la bella Mamá Carlota que se hacía la loca reclamándole su intervención para que el rey de Francia: “Pepe Botella” no abandonara a su suerte al archiduque. Un verdadero pájaro de cuenta este Papa que llevó a la práctica el famoso Sylabus errorum (lista de errores condenables por la Iglesia, mediante el cual sancionó la educación laica, el liberalismo, el sistema republicano, la ciencia atea, la disidencia, y el uso de la razón, entre otras muchas cosas más, so pena de excomunión.
Pero bueno, todo esto viene a cuento porque el día 8 de los muy corrientes es el día de las Conchas, y me permite felicitarlas y congratularme de que no vivimos en Argentina.

LOS BARCOS DE CEMENTO

Corre una vieja conseja entre los veracruzanos, a veces contada con tono humorístico, a veces como tema de investigación seria, pero siempre digna de atención; se refiere a que un ilustre personaje de entre tantos paisanos ilustres que hemos tenido, concibió la brillante idea de hacer barcos de cemento en el puerto de Veracruz, y se le hundieron, por supuesto, sin ser submarinos. He aquí la verdadera historia.
Uno de los veracruzanos más celebrados, don Heriberto Jara Corona, nació en Orizaba el 10 de julio de 1880, “La Pluviosilla” donde, burlonamente dicen los jarochos, “comienza el Estado de Puebla”. Ahí también estudió en un centro educativo con nombre de cervecería, la escuela “Modelo”, digna precursora de la Escuela Normal Veracruzana.
Laboralmente no había para donde hacerse porque la región era un centro obrero donde los cerveceros y los textileros habían sentado sus reales, así que el joven Heriberto comenzó a trabajar en la fábrica de hilados y tejidos de Río Blanco. Inteligente e inquieto, se adhirió al Partido Liberal que entonces encabezaban los hermanos Flores Magón, quienes representaban la oposición al régimen dictatorial de don Porfirio Díaz. Jara no intervino, como fuera de esperarse, en la huelga de obreros de diciembre de 1906 porque tiempo antes los franceses, dueños de la fábrica, denunciaron como clandestino el intento de organización laboral, y el joven obrero Heriberto Jara evadió la persecución marchándose, ahora sí, a Puebla.
Al iniciarse la Revolución participó en ella al lado de Camerino Z. Mendoza y al triunfar el movimiento maderista fue electo diputado federal en la cámara que después disolvió el usurpador Victoriano Huerta. ¡Como que lo perseguía la mala racha! ¿Acaso para poner a prueba su carácter y destino?
Don Heriberto se incorporó a las fuerzas castrenses, llegó a general y con ese grado regresó a Veracruz después de andar por Coahuila dentro del movimiento constitucionalista; regresó para encargarse de la comandancia del Puerto en noviembre de 1914, así que le tocó participar en la desocupación de la “Tres Veces Heroica” al lado del también general Cándido Aguilar.
El general Jara formó parte del Congreso Constituyente de 1917 y luego fue designado gobernador del Distrito Federal, ahí tuvo como subordinados a los hermanos Mancisidor y a don Adolfo Ruiz Cortines y, después de ese encargo se fue a La Habana como embajador de México en Cuba, donde encontró al poeta Salvador Díaz Mirón, que fue corrido del país por don Venustiano Carranza por los ataques periodísticos que don Chava le propinó en “El Imparcial”.
En Cuba don Heriberto tuvo la oportunidad de conocer los astilleros donde se fabricaban cascos de buque a base de cemento armado, ahí se le prendió la idea y concibió el plan de traer esa tecnología para el puerto de Veracruz que siempre alentó su vocación marinera, no obstante, tuvo que esperar un tiempo para poner en práctica su propósito, porque en 1920 se distrajo al haber sido electo Senador de la República. Su nombre aparece en la lista de los grandes mexicanos que han merecido la medalla “Belisario Domínguez” que otorga en Senado a destacados civiles.
En 1925 ya era gobernador del Estado de Veracruz y en ese año inauguró el estadio xalapeño, obra monumental que lleva su nombre y de la cual, en tono festivo el poeta Carlos Juan Islas cuenta en sus crónicas que fue el resultado del intento de hacer un barco de cemento que le resultó un estadio de tamaño natural.
En tiempos del presidente Manuel Ávila Camacho (1941-1946) don Heriberto fue Secretario de Marina y fue entonces cuando intentó la construcción de una dársena de cemento. El propio General, en entrevista que concedió a Carlos Zapata Vela, le contó a este lo que a continuación transcribo y que Zapata publicó en un libro de la editorial Costa-Amic Editores en 1992:
“Las críticas que recibí fueron injustificadas y tendenciosas. Durante la guerra mi actitud y conducta antifascista fueron cabales y cumplidas, y esto significó enemistades de carácter fundamentalmente político. Fue natural que durante la guerra todos los elementos de que México podía disponer se pusieran al servicio de la democracia y los aliados, defendiendo siempre nuestra integridad y soberanía; se hizo así por lealtad a nuestros aliados, por lo que, para atender a necesidades interiores, tuvimos que recurrir a otros medios y procedimientos adecuados a las circunstancias. Entonces los técnicos de fabricación naval, aconsejaron la construcción de barcos de cemento para el servicio de cabotaje; en realidad nunca llegó a construirse un barco, solamente se hizo una dársena de cemento que al ser llevad al dique seco de San Juan de Ulúa se hundió por el defectuoso manejo de su construcción. Pero esto no significa que haya sido errónea la idea de construir embarcaciones de cemento; el cemento armado no tiene mayor peso que las placas de acero con las que se construyen los trasatlánticos, éstos no se hunden por razón de su peso estructural. El cemento recubierto con impermeabilizantes eficaces es útil para las construcciones navales. Cuba cubre la mayor parte de sus servicios náuticos de cabotaje con embarcaciones construidas con ese material. En cuanto a que se construyeron talleres marítimos en la ciudad de México, tal medida me pareció y me parece estratégicamente valiosa para evitar la necesaria construcción de talleres en el Golfo y en el Pacífico. La ciudad de México se encuentra a distancias equidistantes entre Acapulco y Tampico, por ejemplo; las partes de los barcos que se construyeran en el altiplano, caudernas, quillas, propelas, pueden ser fácilmente llevadas a uno u otro litoral con relativa facilidad; tome en cuenta que no hemos podido construir ferrocarriles transcontinentales, para contar con ese medio de comunicación entre los dos litorales. Se construyó el ferrocarril Tampico-México y el proyecto era continuarlo hasta Acapulco, pero se detuvo y quedó suspendido en Iguala, y en el Istmo de Tehuantepec, de hecho fue anulado el ferrocarril transístmico. Hace mucho tiempo que se ha pensado y proyectado establecer una vía de comunicación entre Coatzacoalcos y Salina Cruz y, como solución a esta necesidad, logré, desde el punto de vista técnico, que la Secretaría elaborara un proyecto de canal que utilizando el río Coatzacoalcos lo uniera mediante un tajo aéreo a cielo abierto con el río de San Juan, que desemboca en la Laguna Mayor en la costa del Pacífico, puede ser que algún día México logre esto sin sufrir la suerte de Panamá, que debe sus desgracias al canal construido en su territorio por fuerzas, intereses y medios no panameños. En tales condiciones, me pareció lógico e inteligente utilizar a la ciudad de México para el establecimiento de talleres que atendieran las necesidades de ambos litorales. Una confirmación de su estratégica situación es que aún sigue trabajando en la ciudad, ampliados y mejorados, los talleres de la Secretaría de Marina, los hospitales navales y las instalaciones que prestan servicios tecnológicos a los puertos de nuestros litorales. Recuerdo que dentro de la idea de realizar esas instalaciones en la ciudad de México, estaba el propósito de construir un gran puerto militar y mercante en Manzanillo, con todo lo necesario para proyectar nuestra actividad naval y naviera hacia el océano Pacífico; aumentando nuestra presencia comercial en las costas asiáticas del gran océano. En el pasado las comunicaciones marítimas entre Filipinas y Acapulco fueron constructivas, permanentes y útiles desde cualquier punto de vista, especialmente el económico-cultural. El océano Pacífico es el inmenso tesoro que no hemos querido, sabido o podido aprovechar; salvo la raquítica y no muy nuestra industria turística, pues en ella nosotros prácticamente sólo ponemos el paisaje; la infraestructura e instalaciones turísticas son extranjeras y sólo a extranjeros aprovechan”.
Sorprende aún en este tiempo, el conocimiento de los problemas nacionales, la visionaria posición política y la liberalidad del pensamiento de don Heriberto Jara Corona.
Las cenizas de este extraordinario personaje, tal como lo dispuso antes de morir, fueron arrojadas al mar desde un avión. Sus obras están cerca de nosotros sirviéndonos.

CUETLAXOCHITL

En las regiones húmedas de México, desde que los chichimecas andaban buscando doncellas que sacrificar, brotaba silvestre una planta de varas lechosas cuyas hojas aterciopeladas se tornaban rojas sangre al extremo del tallo; esto ocurría y sigue ocurriendo mas o menos dos lunaciones antes del solsticio de invierno. Era la flor del desollado, la del Texcatlipoca rojo hermano gemelo de Quetzalcoatl, la flor que tiene el color del sol naciente, de ahí su nombre “cuetlaxochitl” que evoca la piel sangrante del dios dadivoso que según la leyenda se la arranca todos los días para alimentar a su pueblo. Esa flor encarnada permanece pulcra y rozagante durante la estación invernal y se marchita en el equinoccio de primavera. Ahora que por azares del destino la flor fue y vino de tierras extrañas, se le conoce con nombres y apodos que no le quedan: poinsettia, flor de pascua, estrella de navidad, nochebuena, euphorbia pulquérrima.
De las tres flores ceremoniales de los aztecas, la zepoalxochitl o flor de muerto, la mecatlxochitl o mano de león, y la cuetlaxochitl o nochebuena, ésta ha sido la que emigró y ha enviado a su tierra natal las remesas más sustanciosas; las otras dos, menos ostentosas aunque no menos bellas, no han salido del rancho, no han cobrado renombre universal, pero mueren dignamente en la ofrenda a nuestros antepasados.
Cuenta la historia que el presidente norteamericano James Madison envió a México a un ministro plenipotenciario llamado Joel Roberts Poinsett, originario de Chárleston, Carolina del Sur. Este político, era además aficionado a la física y a la botánica y según Horacio Sobarzo, citado por Francisco Martín Moreno en su libro “México ante Dios”, también era gay, según lo deduce de unas amorosas cartas cruzadas nada menos que con don Vicente Guerrero, de quien la historia patria ocultaba sus aficiones íntimas, hasta que llegaron estos autores a ponerlas al descubierto. Pues bien, este tal Poinsett anduvo por aquí desde 1825 hasta 1830, así que le tocaron los acomodos post-independentistas.
Estando en Taxco de Alarcón, ciudad platera ahora perteneciente al estado de Guerrero precisamente, conoció la cuetlaxochitl. Los chismes dicen que el propio guerrillero mulato y segundo presidente de México le mandó de regalo la flor. Ni tardo ni perezoso Poinsett se atribuyó su descubrimiento, la clasificó y la dio a conocer al mundo con su nombre: poinsetta.
Nos pasó lo mismo con otro presidente: Antonio López de Santana estando exiliado en Statem Island, ahí conoció a un fotógrafo llamado Thomás Adams y le platicó de la goma del chicozapote que se extraía en el sur de México, los mayas la llamaban “sicte”, en nahuatl “tzictle”, (pegajosa); la palabra acabó castellanizándose como “chicle” y Mr. Adams después de muchos ensayos buscando ver para que servía industrialmente, de chiripa le encontró la freudiana propiedad de calmar los nervios masticándola. Si el personaje hubiera sabido algo de historia de México, no hubiera tenido que ensayar tanto, pues habría tenido la información de que las sexo servidoras mexicas, masticaban chicle desde cientos de años atrás, para anunciar por las calles de Tenochtitlan su lucrativa profesión.
Cosas parecidas siguen pasando: el antiquísimo juego de pelota maya y mexica, se jugaba con pelotas hechas de hule, caucho, ahora ese material tenemos que importarlo. El chapopote también se masticaba para limpiar los dientes y ejercitar las mandíbulas, se calentaba para que goteara sobre hojas de amatl rogativas y se dejaba en forma de ofrenda ante los dioses ancestrales. Algunos otros presidentes mexicanos han sostenido la mal atajada práctica de entregar el petróleo mexicano, a quienes si saben aprovechar lo que nosotros dejamos que nos quiten. ¿Hasta cuando?

martes, 26 de octubre de 2010

¿MIEDO?

El miedo es un sentimiento de inquietud, experimentado en presencia de un peligro real, o ante la idea de un peligro vital. Los sicoanalistas distinguen claramente el miedo de la angustia. El primero es la reacción normal ante un peligro cierto; la segunda se refiere a un miedo sin objeto, es la vaga impresión de correr un riesgo indefinido, ante sus propias pulsiones. Dicho de otro modo, la angustia es un miedo irracional, una inquietud extrema, incontrolable, ante la cual el individuo se siente impotente, inerme.
La primera reacción ante ese peligro supuesto es muy típica: palpitaciones cardiacas, sudor, temblores, erizamiento del vello de cabeza y brazos, visión confusa o generación de visiones o audiciones indefinibles o imprecisas. Otras reacciones más graves pueden ser la compulsión de huida, o lo contrario el desvanecimiento, y otras más el descontrol de los esfínteres o la detención del ritmo cardiaco. Todas estas reacciones son conocidas y, tanto que las usamos frecuentemente para definir las dimensiones de un terror: “temblar de miedo”, “parársele los pelos” “orinarse de miedo”, “cagarse de miedo”, “morirse de miedo”. En todas estas expresiones populares, se está dando indistintamente el nombre de miedo a lo que puede ser una angustia, de acuerdo a la distinción que arriba se ha hecho.
Y bien, el miedo a la muerte es normal; el miedo a los muertos además de ser una angustia, es una soberana tontería. Para que ese sentimiento angustioso se presente en una persona, tuvo que haberle sido sembrado en la educación formativa, esto es, debieron haber sido los padres o quienes informaron al educando los que le enseñaron como verdad mitos y terrores falsos. Esto regularmente se hace para controlar la conducta de los niños. El miedo a la oscuridad, la presencia de seres fantasmales durante la noche o en lugares determinados, ha sido durante milenios el recurso de los más listos para controlar a los más crédulos.
Una de las semillas de la angustia está en la creencia del alma, equivalente a la sobrevivencia de los muertos que van a un lugar de donde pueden volver a su antojo, o con el permiso de otro ser fantasmal que es El Dios Supremo; quien acepta esto sin pasarlo por el análisis inteligente, es un típico paciente de la angustia, y será el que no se aventurará a la obscuridad de la noche, ni a la soledad de un cementerio, y el simple aislamiento, aún diurno, le causará desazón que lo pueden llevar a sudar, temblar, erizarse, oír ruidos extraños e incluso a tener visiones fantasmales.
El primer fantasma que inventó la humanidad es Dios, siempre invisible pero siempre presente, omnipotente, omnisapiente, omnividente, y todos los omnis que se quieran agregar.
Dicen que ese no da miedo, pero ya quisiera yo ver los calzones de aquellos que han dicho que se les ha aparecido.
Mientras dios era irrepresentable, seguramente no hubo terrores ni angustias, pero los humanos crearon pequeños habitantes fantasmales de los bosques y de las aguas y de todos aquellos lugares a donde los mayores no querían que se aventuraran los menores ni las mujeres; así nacieron las ninfas, las sirenas, los gnomos y los faunos. Pan era el habitante de los bosques que violaba doncellas, mitad humano y mitad cabrón, dio nombre a un tipo de miedo profundo: el pánico. La angustia de las vírgenes.
Para nuestro consumo, tenemos que saber que, cuando la Iglesia instituyó el cielo y el infierno como terminales del carrito de la vida, cosa que empató muy bien con el Mictlan mexicano, instituyeron con ello la angustia por la presencia de los viajeros que van y vienen a este minúsculo planeta perdido entre galaxias, como una estación de paso entre la vida, la muerte y otras regiones que sólo siendo ectoplasma se pueden visitar.
Como buena administradora de los mitos la religión se apoderó durante cientos de años de los camposantos que son la sala de espera del aeropuerto que conduce al cielo y puntos intermedios, al infierno no, porque los que morían sin boleto o sea en pecado, no podían pasar a la sala de espera, no eran enterrados en sagrado, sino en cualquier baldío donde los podía trillar el ganado, como dice la canción. Esta institución milenaria, fue pues, la que en plan lucrativo, se encargó de difundir la angustia de la muerte.
La literatura se encargó de arrojar otros palos a la hoguera: los fantasmas forman parte de los personajes teatrales de Zorrilla en el Juan Tenorio, de Shakespeare en Macbeth; La Divina Comedia de Dante Alighieri es todo un periplo de su alma guiada por Virgilio por todos los recovecos del infierno. En la actualidad la cuasi literatura difundida masivamente por televisión, cine y mercadeo de temporada, sigue haciendo el lucrativo negocio de ganar dinero metiéndole miedo a los niños que por suerte cada vez son más listos y se espantan menos con lo que antes nos espantaban las abuelas. Las posesiones satánicas, los vampiros, los descabezados ambulantes y ecuestres (porque hay de otros de verdad), los muñecos asesinos, las momias deshilachadas dejando las vendas a su paso, los santos milagrosos e intercesores, la magia protectora de la cruz contra los vampiros y otras paparruchas, siguen alimentando el miedo irreflexivo de los crédulos. La angustia del prójimo siempre ha sido un negocio explotable que permite grandes utilidades.

jueves, 21 de octubre de 2010

GAMBORIMBOLOGÍA

Gamborimbo es un neologismo, la palabra no existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, apenas hoy, al iniciar este escrito, la he agregado a mi diccionario particular del ordenador que manejo, a fin de que no se me manche la foja de subrayados rojos. Sin embargo no es desconocida la palabra ni su significado: la han usado mucho los dibujantes o moneros Jis y Trino, quienes han creado un personaje conocido como “Gamborimbo Ponx” entre otros surgidos de su mentalidad escatológica que ineludiblemente mueve a risa.
Referido a lo mismo he oído usar la palabra semejante: Gamborino, pero investigando el término he encontrado que es un apellido muy bien y orgullosamente llevado por un abogado español especialista en transporte, y en el siglo XIX existió un grabador madrileño llamado Miguel Gamborino, que dejó a la posteridad un trabajo digno de considerarse patrimonio universal, y al que seguramente hemos tenido acceso, sin reparar siquiera en la autoría de ese extraordinario artista. Por estas razones nos quedaremos con la palabra Gamborimbo para nuestro ensayo.
El Gamborimbo o los gamborimbos en plural, son esos pequeños grumos de vellos enrollados en el papel higiénico que se quedan imperceptiblemente adheridos a la comba de los glúteos, después de la acostumbrada limpieza anal. No quiero explicarlo de otra manera para no resbalar en la escatología o en la vulgaridad.
Y bien, ahora que he hablado de la comba de los glúteos es oportuno aclarar que las palabras comba, gamba, y corva, derivan de la misma raíz semántica que alude a la curva o curvatura de un objeto. Gamba es España se usa para referirse al camarón por su forma curvada, también en el arte de la carpintería la gamba de una pieza de madera es la curvatura que se le hace artificialmente, así que es posible que el término Gamborimbo haga alusión a la gamba del glúteo donde suele quedarse aglutinado.
No está por demás hacer notar que para que se produzcan los gamborimbos, es necesario tener velluda esa zona corporal, cosa frecuente en las personas de sexo masculino de cierta edad y raza; en cambio es infrecuente en niños, niñas, mujeres y ciertos grupos humanos lampiños, por lo que debemos entender que ellas y ellos no padecen esta inconveniencia, salvo las excepciones que cada uno puede proponer después de repasar su lista de amistades.
La limpieza anal con papel higiénico que es el que genera el problema por su textura, resistencia y consistencia, no es muy antigua, en México cuando mucho data de la década de los treinta, un poco antes del inicio de la segunda guerra mundial, tiempo en que se comenzó a usar entre familias que podían adquirirlo en el extranjero, su uso se generalizó hasta después de terminada la segunda gran guerra. Antes se usaba papel de periódico, hojas de algunas plantas. Se sabe que desde el siglo VI antes de la era, se usaron hojas de lechuga para el aseo anal. Se sabe que a Moctezuma lo limpiaban con esponjas humedecidas en agua perfumada. El agua ha sido siempre el solvente universal de la mugre y de las excresencias humanas; no es difícil imaginar que durante miles de años los arroyuelos cubrían la función del actual bidet y, es posible que la arena seca y menuda de las playas pudiera haber cumplido esa función higiénica meticulosamente.
Los chinos desde muy antiguo usaron el “papel de china” obviamente, y hasta podríamos aventurar la hipótesis de que ese tipo de papel se inventó ex profeso para la limpieza anal de los mandarines de las más antiguas dinastías, amén de que las razas orientales no son velludas en sus zonas glúteas, por lo tanto podemos afirmar con bastante certeza que el síndrome gamborímbico es meramente occidental. Queda claro entonces que la historia de los gamborimbos viene aparejada con el uso generalizado del “papel de baño”, su origen por tanto se remonta a la primera mitad del siglo XX.
A pesar de la repugnancia que pudiera causar a ciertas personas, la afección no ha sido combatida por las instituciones de salud pública, así que ha quedado reducida a un asunto doméstico, de higiene íntima y personal, el Estado no tiene entre sus programas el combate a esa epidemia tan sufrida por ciertos sectores de la población, por lo tanto no hay soluciones universales. Las recomendaciones para evitarlo podrían ser muchas: abandonar el uso del papel higiénico, volver al periodismo, volver a la lechuga o cambiarse a vivir a la orilla de algún arroyuelo, instalar un bidet con sacrificio de algún otro mueble del baño; pero la sugerencia más prudente y barata ante esta andancia, es no salir del baño sin antes restregarse la comba aglutinada con estropajo y jabón todos los días.

martes, 5 de octubre de 2010

METEORO Y METE ORO

Como un regalo a la generación actual, quiero recordar una vieja conseja que forma parte de la historia no escrita de Veracruz y que, ahora en medio de las desgracias que nos acarreó el meteoro, vale la pena traer a colación porque hay también fortunas que llegan por el aire inopinadamente.
Fue en el período del presidente Miguel Alemán Valdez, que tomó posesión el 1º de diciembre de 1946 y lo terminó el día último de noviembre de 1952. Posiblemente en el penúltimo o último año de su mandato (si hay quien tenga la información más fresca me gustaría que no se la guardara), fue cuando una avioneta repleta de dinero cayó en algunos de los montes (o cañadas) que rodean a Alto Lucero o Actopan. La localización del aparato siniestrado, duró el tiempo suficiente para que los rescatistas encontraran al piloto entre los escombros del aeroplano, pero de los billetes ni su luz, la gente de la zona recogió el dinero caído del cielo y se lo guardó para su beneficio. Era tanto que alcanzó para los que se aprestaron a recogerlo y para quienes amenazaron con denunciar el rescate si no se compartía. Se dijo que la avioneta era oficial, exactamente de la presidencia de la república, que iba para Sayula, ahora Sayula de Alemán, que el dinero era del presidente que lo mandaba a guardar a su casa; que había sido extraído de las arcas nacionales indebidamente y que, si el presidente se lo estaba carranceando, pues mejor destino había encontrado entre los altolucereños, actopeños e incluso jalapeños que darían mejor fin a lo avanzado. El asunto es que, durante mucho tiempo, se dijo que las dilatadas fortunas de conocidos ciudadanos de estos rumbos se debieron a aquel rescate del dinero que don Miguel hacía volar con rumbo incierto.
De voz de mi tío Celso Ochoa, que si viviera tendría más de ciento diez años, tuve conocimiento del suceso en aquel entonces, el presumía de haber rescatado una buena cantidad de dinero que le alcanzó para poner un taller de fundición. Así mismo Víctor Caramón me cuenta que su padre le platicó siendo niño, que “la gente llenó costales de dinero, algunas familias hoy reconocidas de Xalapa fueron partícipes del hecho, por consiguiente del enriquecimiento”.
No conozco ninguna versión escrita de lo que ahora narro, aunque confieso que me cuesta trabajo ir a hacer bucitos en las hemerotecas del Diario de Xalapa o del Dictamen con la gruesa referencia de los seis años de gobierno de don Miguel. La Wikipedia aquí si se quedó pen…sando y no me arrojó ningún resultado en dos días de búsqueda; o sea que, como ha quedado dicho al principio, estamos ante una conseja oral de la más pura esencia jarocha. Tengo algunos nombres de personas cuyos descendientes hoy en día son en efecto damas y caballeros muy connotados y ricos, pero no me atrevo a mencionarlos sin un apoyo histórico más preciso, por temor a cometer una indiscreción que, finalmente a estas alturas no tendría más importancia que la de formar parte de un mundo anecdótico. Pero el asunto tiene miga hasta para una novela de corte sergiogalindano como “La Comparsa” o “El Bordo” o la mismísima “Otilia Rauda” que ha merecido llegar al celuloide, que así se dice aunque ya las películas vengan en DVD metálico.
Creo que todavía es tiempo de recoger las verdades de la conseja; los que la oímos de segunda mano cuando ocurrió debemos tener ahora alrededor de sesenta y cinco años; quizá haya viejos de ochenta que hayan sido testigos del suceso y porqué no, que se hayan acarreado para su casa un costal de billetes en busca de los cien años de perdón. ¿Quién sabe algo más de lo que aquí he contado?

sábado, 18 de septiembre de 2010

¿Y LOS TEMPLOS QUÉ?

El huracán Karl trajo más aspaviento que viento y más despechados que destechados, yo soy uno de ellos. Me reí cuando mi mujer me pidió ayuda para pegar tiras cruzadas de papel adhesivo en las ventanas atendiendo las recomendaciones de las autoridades de protección civil, y más me reí cuando pasada la falsa alarma, tuvo que quitarlas sin mi ayuda y con cara de preocupación porque el pegamento tenía que limpiarse con alcohol para que después no se le pegue al vidrio la pelusa que vuela. El centro nacional de huracanes, de Miami porque aquí no tenemos, no apuntó bien, equivocó el sitio de entrada a tierra y la trayectoria de Karl, así que de todos modos cogió desprevenidos a los costeños de Úrsulo Galván, La Antigua y Zempoala, que estaban muy quitados de la pena viendo para Laguna Verde donde habían apagado los reactores y luego, como si el meteoro fuera un emisario del pasado cogió la ruta de Cortés para llegar al altiplano; a los jalapeños nos hizo lo mismo que a Juárez.
Se improvisaron albergues para la gente que vive en lugares riesgosos. Los lugares llamados así son los que la gente rica le ha dejado a la gente pobre: los campesinos sin campo que se arriman a los centros urbanos y forman eso que alguna vez le llamaron cinturones de miseria, nombre que resultó ser tan ofensivo para los fregados como para los ricos y, sobre todo para los especuladores de la tierra que no pueden ver un cacho de mapa sano que no se apoderen de él, para sí o para el negocio. El peyorativo nombre cayó en desuso, aunque no esas goteras de toda ciudad moderna. Los lugares riesgosos son invariablemente causes secos de ríos desecados que, cuando el agua recobra su memoria los inunda. Son también barrancones que se deslavan con el peso del agua obedeciendo la ley de la gravedad y ese extraño impulso del planeta de hacerse más redondo y más liso, rellenando huecos y aplanando cimas. Claro que los que han sido orillados por la gente decente a vivir en esos lugares, tienen que sufrir las consecuencias.
Los albergues, como su nombre lo indica, son lugares para guarecer a las personas a las que la sociedad a marginado desde antes, o sea, mandado a la vergüenza de la pobreza o menos que eso, a la sobrevivencia en lugares en donde no estarían si tuvieran la posibilidad de vivir en un buen fraccionamiento, o ya no la pidamos con trenzas, aunque sea pelona: en un complejo habitacional de interés social. Con algunas excepciones honrosas como la Xalapa 2000 donde los deslaves y los barrancones coexisten con los asustados vecinos.
¡Pero qué digo! Ahora la temporada de huracanes nos ha traído la modalidad de los “albergues patito” que consisten en que algunos vivales, aprovechándose de la necesidad ajena y de la bondad pública, abre un centro de acopio y ayuda para los supuestos damnificados, y se hace de todas las aportaciones para negociar con ellas y ganar dinero. Así que fíjense ustedes que el gobierno, la Cruz Roja, las almas caritativas y hasta la delincuencia organizada ofrece ayuda a los damnificados. Bueno, hasta el centro de convenciones internacionales de Boca del Río esta vez fue convertido en albergue.
¿Y los Templos? Esos templos que son catedrales, parroquias, iglesias, capillas, ermitas, administradas por el altruista y bondadoso clero católico, u otras religiones. Esos no dicen esta boca es mía, así se esté cayendo el cielo sobre sus feligreses. Los templos son propiedad de la nación, de acuerdo a su filosofía debieran ser los primeros en abrir sus puertas y convertirse en albergues para quien los necesite. El Estado debería invitarlos a que participen de ese modo, no que se van nada más a todo pa’cá y nada pa’llá. Serían albergues de lujo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

CUARTO PODER

Me da grima ver en los noticieros televisados el manejo insolente que se hace de las capturas de personas presuntamente delincuentes. Remarco la presunción delictiva porque legalmente es sólo la sentencia irrecurrible de un juez la que da certeza a la calidad de delincuente de una persona. La exhibición espectacular de un individuo maniatado, esposado, engrillado, interrogado para que “cante”, “suelte la sopa”, auto-incriminándose o incriminando a sus compinches, sólo obedece a la morbosidad impune con que los reporteros manejan las noticias de nota roja, y constituye un hecho ilegal, prohibido por la Constitución que, dentro de las garantías, concede a los detenidos el derecho de no ser maltratados, no ser obligados a declarar, mucho menos a ser infamantemente exhibidos.
Las televisoras están incurriendo flagrantemente en la violación de las garantías constitucionales de los detenidos, al transmitir públicamente un interrogatorio que debiera ocurrir en privado por seguridad de los propios involucrados y por respeto al público televidente sensible. La forma en que se ha estado dando la noticia de la captura de Edgar Valdez Villarreal, de quien nos restriegan con toda mala leche el alias de “La Barbie”, nos permite darnos cuenta del poder que tienen las empresas televisoras sobre las autoridades encargadas de la seguridad pública, nos ofrece una muy segura inferencia de que entre esos medios de comunicación y las policías hay un maridaje tan reprobable como el que existe entre estas y la delincuencia organizada y, nos da a entender que hay que cuidarse de esos medios de comunicación tanto o más que de los que son presuntamente delincuentes. También nos explicamos, viendo las barrabasadas que nos ofrecen como noticias, el porqué los mismos estudios de televisión son atacados con bombas y granadas, mientras que a los ejecutivos, haciéndose las víctimas, nos les pasa por la cabeza que se han ganado a pulso los atentados de que son objeto.
Ofrezco comparativamente el ejemplo de los juicios que se hacen en los países donde sí se respetan los derechos humanos, o se presume que se respetan. Ahí no se permiten reporteros gráficos, por lo que han resuelto el impedimento introduciendo dibujantes en las salas de audiencia; de ese modo han encontrado un subterfugio para evadir la prohibición. Los lectores o espectadores de noticias en periódicos y tele, nos conformamos con ver los bosquejos de los habilidosos retratistas. No se trata de un anacronismo, se trata de no vulnerar los derechos protegidos de quien, aún no ha sido declarado culpable y por ende no puede exhibírsele como carne de patíbulo.
Estamos en México en etapa salvaje todavía, en tratándose de respeto a los derechos humanos, lo triste es que estos fueron reconocidos a finales del siglo XVIII como consecuencia de la revolución francesa, y aquí en el arranque del siglo XXI aún no acabamos de entender con qué se comen.
Si los delincuentes son eso, delincuentes, por su supina ignorancia de lo que son los derechos del hombre y del ciudadano, actuemos en consecuencia y hagámosle ver a los medios de comunicación, que ellos y sus reporteros lo serán también si no enmiendan su actitud de perdonavidas poderosos e impunes violadores de la ley.

viernes, 27 de agosto de 2010

BIOGRAFÍA DEL HÉROE VICENTE NARIO

Nació Vicente Nario en la hacienda “El Capadero” cercana media legua de Tepexco de Abajo, perteneciente a la diócesis de Valladolid hoy Morelia, el martes 14 de julio de 1789, justo a la hora en que, en París las huestes revolucionarias tomaban La Bastilla. Quizá ese hecho marcó la vocación independentista de Vicente Nario. Hijo de don Felipe Nario gaditano de origen, párroco de la iglesia de Tepexco y de su hermana, sor Josefa Nario, más conocida como La Pepa, apodo que coincidentalmente se le dio a la Constitución de Cádiz promulgada en marzo de 1812, sin que aún haya quedado claro si la fama de Pepa Nario tuvo algo que ver con aquel cuerpo de leyes, o si se le apodó La Pepa por haber sido promulgada el 19 de marzo día de san José esposo de la virgen María y padre putativo (P.P.) de Jesús de Nazaret según los evangelios, muy influyentes en esa época. Hijo de un incesto por doble partida, pues el padre de Vicente era padre y su madre Pepa era madre, y entre ellos hermanos, la pareja, la familia, la sociedad y la Iglesia ocultaron los lazos consanguíneos tanto lineales como colaterales, y nuestro héroe apareció siempre como huérfano o cuando mucho con muy poca madre y muy poco padre.
Desde el primer día de su nacimiento, el pequeño Vicente tuvo que sortear su mala suerte: oculto entre trapos y en una canastilla tipo “moisés” fue dejado por la madre su madre en el quicio de la puerta del convento con una carta que, la historiadora Eulalia Guzmán encontró enterrados en el Bolsón de Mapimí, y sin explicación alguna de el porqué hasta allá, afirmó que eran los pañales y la cuna de nuestro biografiado. La misiva se puede ver en una vitrina del museo de sitio de Tepexco de Abajo, Michoacán, está escrito en caligrafía preciosista y dice: “Al padre o madre que encuentre al hijo de mis entrañas. Le pido cuidar a esta criatura que está llamada a ser… si no padre, cuando menos tío de la patria. No se arrepentirán, lleva sangre libertaria. Su madre” ¡Del padre ni su luz!
Chente Nario creció como mandadero y correvedile del convento, agradeciendo al cielo cada día no haber sido víctima de infanticidio tan en boga en los conventos en esos tiempos. Su primera infancia se ocupó en aprender las operaciones matemáticas elementales, a leer y escribir transcribiendo versículos y pasajes de la Biblia, único libro permitido dentro del claustro. Pepa lo atendía disimulando su amor maternal hasta que a los doce años tuvo que huir del convento asediado por un cura pederasta que no han faltado nunca, ni antaño ni ogaño, empleándose tan pronto probó la libertad, como ayudante de arriero con uno que hacía viajes de Carácuaro a Tzin Tzun Tzan y viceversa.
Se estrenaba el siglo XIX, y en la Nueva España, el que no era cura, militar, peninsular, letrado y hombre, no tenía futuro. Los maceguales, las mujeres, los mestizos y los criollos tenían normada hasta la manera de vestir. ¡Qué capaz que un indio usara la indumentaria de un criollo, mucho menos ropa militar o talar! Era llevado a la Santa Inquisición, torturado, y si la libraba, era solamente mutilado de alguna de sus partes nobles, todo en nombre de Dios y de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
El joven Nario se convirtió en un autodidacta clandestino, no había de otros entonces, logrando obtener la cultura e información suficiente como para ser un bachiller en cánones, de haber habido alguna institución educativa que reconociera sus estudios adquiridos entre mula y mula de las que arriaba de subida y perseguía de bajada sin apartar los ojos de la lectura. La Real y Pontificia Universidad, medieval-escolástica, era a la sazón la única institución educativa; no había universidades patito como ahora hay en cada esquina. Tendría 18 0 19 años, los biógrafos no se ponen de acuerdo en esto, cuando Chente supo que el Generalísimo insurgente don José María Morelos y Pavón era el mismísimo arriero Chema que años atrás le había enseñado los secretos de la arriería y los sentimientos de la nación. A partir de entonces Chema y Chente sólo fueron apartados por la muerte del primero en los cepos inquisitoriales.
Transido por el dolor que le causara la proditoria muerte de su mentor, Vicente Nario abrazó tardíamente la carrera de las armas mediante un curso por correspondencia que impartía desde Estados Unidos la Remington recién fundada. Su sentimiento era de legítima venganza, adobada con las salpicaduras de las salsas libertadoras que cayeron de Francia, Cádiz, Estados Unidos, Haití y Venezuela. Inspirado también en la bien intencionada frase de James Monroe “América para los americanos” nuestro héroe sin ser esclavo, decidió emular los movimientos esclavistas que ya triunfaban en Norteamérica, y en la isla La Española, convencido de que para matar al enemigo bastaba un machete bien afilado.
No fue Simón Bolívar el primer americanista que cruzó fronteras para correr a los intrusos, antes que él, nuestro héroe Vicente Nario se lanzó a ojos cerrados para luchar codo a codo con todos los libertadores que después se honraron con nombres de calles y estatuas: Toussaint Louverture de Haití, José de San Martín de Argentina, Bernardo O’Higgins en Chile, el antedicho Bolívar en Venezuela, Artigas en Uruguay, Francisco de Paula Santander en Colombia; todos ellos supieron que Vicente Nario les sobreviviría doscientos años, como su nombre lo sugería.
Al iniciarse la década de los veintes del siglo XIX la mayoría de los alzamientos libertarios habían triunfado y, nuestro biografiado se hizo notable en la vida institucional, tras de años de andar a salto de mata y escondido en cuevas y destierros, pero, contrariado por la dirección que habían tomado los intereses públicos, se levantó contra el primer emperador Agustín de Iturbide; eso le valió ser capturado cuando intentaba entrar por Tampico. Amarrado y sobre una mula, fue llevado hasta la ciudad de México en un sufridísimo periplo que los historiadores se avergüenzan de describir, sólo se atreven a contar la anécdota de que, habiéndose caído de la mula, se quebró dos costillas, una pierna y la clavícula, y al no haber sido atendido a tiempo por manos expertas, le soldaron checos los huesos, quedando deforme y baldado para el resto de sus días.
Pero la república le hizo justicia y en el gobierno de su tocayo Vicente Guerrero fue electo diputado, cargo que cumplió a pesar de sus deformidades que lo hacían blanco de las burlas de sus intolerantes compañeros parlamentarios.
Entre sus aportaciones legislativas más importantes y que se siguen aplicando hasta nuestros días, podemos señalar la ley Herodes, la ley del más vivillo, la ley de fueros de fuera y otras que ni para cuando, ni con otros dos Vicente Narios se acabará.
Quede dicho en abono de la ingratitud de la república, que el nombre de nuestro héroe no ha sido puesto todavía en letras de oro en el recinto legislativo de San Lázaro.

jueves, 19 de agosto de 2010

¿QUIÉN ES JUAN SANDOVAL IÑIGUEZ


Sandoval Íñiguez Juan, es el arzobispo de la archidiócesis de Guadalajara, ese que hace unos meses negoció con el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, de evidente cerebro reblandecido por el alcohol y la catequesis, una archí limosna de noventa millones de pesos del erario público estatal, para edificar un templo dedicado a los “mártires” de la cristiada. Proyecto frustrado porque provocó tal escándalo público, que tuvo que devolver el dinero, aunque sólo una tercera parte, del resto no se sabe todavía nada, y parece que el proyecto sigue clandestinamente.
Juan Sandoval es Cardenal desde 1994, lo ungió Juan Pablo II. Tiene ahora setenta y siete años de edad, cincuenta y tres años de ordenado y de desordenado bastantes más. Su desorden es mental a juzgar por las expresiones que han quedado consignadas para los anales de la intolerancia, la misoginia, la homofobia, el fascismo, el anacronismo y la acrimonia.
Ha dicho por ejemplo:
-“Se necesita no tener madre para ser protestante”
-“Las mujeres no deben andar provocando, por eso hay muchas violadas”
-“Marcelo Ebrad junto con los organismos internacionales maició a los “magistrados” de la Suprema Corte que recibieron dádivas, por ello no dudo que el asunto de las adopciones vaya por el mismo camino”.
-“¿A ustedes les gustaría que los adopten una pareja de maricones o lesbianas?” Preguntó a los reporteros que lo entrevistaron esta semana.
Estas últimas frases transcritas las dijo recientemente, como reacción ante la resolución de los ministros de la Corte (que no magistrados) respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo.
Ahora bien: maiciar es un verbo que tiene implicaciones ofensivas, significa ni más ni menos arrojar maíz a los cerdos; es un verbo de uso ranchero para referirse a la engorda de animales de corral, puede aludir a gallinas u otras aves, pero en plan ofensivo hacia las personas establece una comparación entre estas y las bestias que medran gracias a quien les llena el buche. Para los ministros de la Corte, es inadmisible esta injuria que merece un castigo ejemplar por tratarse de quien viene. Las injurias son un delito y Juan Sandoval lo ha cometido. En honor a la justicia este señor debe ser denunciado, indiciado, procesado y tenido como reo.
Por otra parte, el llamar maricones a las personas que tienen preferencia sexual distinta a la que él tiene (¿?) o no tiene porque no debe tener, también contiene un ánimo ofensivo de triple sentido a saber: primero intenta ofender a los hombres comparándolos con las mujeres; esto encierra una misoginia recalcitrante, agresiva y de uso muy corriente en siglos pasados de los que él no ha salido; en la actualidad la comparación con las mujeres enaltece, aunque él lo use para lo contrario. En segundo lugar ofende a lo femenino al tenerlo como inferior e indigno de ser imitado. Se le olvida evidentemente a este individuo que son precisamente los curas como él los que usan sotana que es ropa de corte femenino. Y en tercer lugar viene lo peor: la palabra maricónes que usa este don Juan, que así se llama, proviene del nombre, el dulcísimo nombre de María que, por antonomasia, es ni más ni menos la madre de su redentor al que él y tantos como él reverencian desde los altares todos los días. Maricón ni más ni menos es el que actúa como las Marías, el que llora como ellas, María madre, María Magdalena y María Salomé las tres plañideras al pié de la cruz. El uso de esas ideas para ofender, implica que Juan Sandoval Iñiguez es un prevaricador y delincuente que merece la cárcel… y para que se redima debería ir
precisamente a las islas Marías.

domingo, 15 de agosto de 2010

CANTAR DE BURROS

“Tu rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna, y sobre un pollino, hijo de animal de yugo” (Mateo 21, 5)
El borrico es el verdadero espíritu santo y no la paloma, sobre un burro cabalgó María en su gravidez ingrávida; a lomo de burro huyó José y su familia hacia Egipto, sobre un pollino cero kilómetros montó Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén, para dar cabal cumplimiento a las palabras del profeta Zacarías; antes, la quijada de ese cuadrúpedo por antonomasia, sirvió para la comisión del primer filicidio que consigna la historia, sin que dé cuenta si Caín, antes de victimar a su hermano asesinó también al susodicho burro. Los anales consignan asimismo la quijada fresca de asno como arma contundente usada por Sansón para exterminar a mil filisteos (Jueces, 15, 15), guerra que aún no termina aunque ahora con tanques de guerra.
El jumento es el verdadero paráclito, la invocación del pneuma divino.
Lo dicho se confirma cuando no se sabe por mano de escriba ni boca de juglar que el animal del que hablamos y que diera tanto servicio en general a la raza judía y en particular a la sagrada familia y de ahí a todo el mundo cristianizado o no, tuviera una identidad, un nombre propio, una individualización. No, el Equus Africanus Asimus de que habla la ciencia, es un alma universal, mencionando a uno se invoca a todos los burros del mundo y de todas las épocas, la noble bestia no ha cuajado en un “yo burro” como ha ocurrido excepcionalmente con otras especies no humanas, me refiero a Chita la chimpancé madre putativa de Tarzán, o Copito de Nieve el gorila blanco del Zoo de Barcelona, o Flipper la delfín hembra que llenó el hueco en el celuloide que dejaran los perros Lassie y Rintintín de tan grata memoria y espíritu combativo. No, El borriquillo de Sancho tiene una eterna existencia literaria, el Platero de Juan Ramón Jiménez es poético, aparte de pequeño, peludo y suave; lo mismo puede decirse del burro flautista de Iriarte, del asno de oro de Lucio Apuleyo, del burro que pone Shakespeare en el Sueño de una noche de verano y del burro Benjamín de La rebelión en la granja de G. Orwell. El burro dipsómano de Acapulco pone el ejemplo: no ha sido un solo burro, es muchos burros emborrachados y muertos de cirrosis hepática durante varias generaciones de turistas divertidos e inescrupulosos desde que el primero tuvo la mala suerte de ser sorprendido bebiéndose las sobras de cerveza en la playa de La Roqueta; ese burro espectacular, sin nombre, es también todos los burros abstemios del mundo, es el burro emblemático de los demócratas norteamericanos y el burro blanco de las porras del Politécnico Nacional. El burro con anís no es burro es una infusión.
Originario de África, el multicitado animal fue domesticado hace más de cinco mil años, el homo sapiens y el burro llegamos de allá, del prodigioso continente negro, para poblar todos los rincones del planeta, pero mientras los asnos mantienen un número razonable de población, a pesar de sus obvias capacidades de reproducción, los seres humanos, con alma, individualizados con un nombre personal y propio, hemos abusado del apareamiento hasta lo insoportable. Por eso afirmo contundentemente que los burros son mejores que los seres humanos, son pocos, útiles, obedientes, trabajan sin chistar, le ponen los lunes y, no presumen de nada… o de una sola cosa si acaso, admiten comparaciones odiosas con escolares cabeza dura como Pinocho y con millonarios que trabajan los domingos como el pollino del domingo de ramos.
A este planeta tal vez le valiera que hubiera más burros que humanos a pesar de lo que dice el refrán: “cría burros y te sacarán los ojos”.

lunes, 28 de junio de 2010

GANAR PERDIENDO

No es nuevo ni velado que hay partidos políticos que juegan a ganar perdiendo, son por orden alfabético: Convergencia, de la Revolución Democrática, del Trabajo, Panal… y no me atrevo a darle categoría de partido al Verde Ecologista porque opino que no es más que una botica familiar de similares, que se adosa cual lapa al casco de la embarcación partidista que le permite apoderarse de algún desperdicio que va cayendo por la borda, para alimentar a su único delfín con olvido de los principios ecologistas que alguna vez trataron de enarbolar como bandera. A los mandamases de estos partidos, como digo, no les interesa ganar, o quizá no lo he dicho bien, les interesa perder mientras simulan que se proponen ganar, porque en la medida en que fingen bien su esfuerzo obtienen dinero de este bondadoso régimen que reparte a manos llenas lo que no es suyo, y se ponen en la posibilidad de negociar posiciones políticas con una filosofía de bolsa de trabajo y nada más. No obstante logran posiciones envidiables gracias a las monstruosidades del código electoral que ha instituido la vía plurinominal como el culmen del fracaso ganancioso; las senadurías y diputaciones “pluris” que originalmente fueron bien pensadas para eliminar la vergüenza antidemocrática del “carro completo” que, durante quince lustros detentó el PRI aplanadora, se han convertido ahora en apartamientos de los hijos consentidos de cada instituto político, porque ya no se entra a la contienda general, sino únicamente a una contienda interna en la que pujan y negocian en una intimidad como de familia… o de cártel… o de mafia doméstica y finalmente se decide por simpatías y antipatías o peor, por el que da más.
Esto ocurre en todos los niveles del poder o de poderes, me refiero a los del ejecutivo y legislativo que son los que requieren del voto popular; al judicial no lo incluyo porque su sistema es todavía por designación y no elección; esa designación por lo regular la hace el ejecutivo, llámese presidente o gobernador. Hasta hace relativamente poco tiempo la designación la hacía dios por conducto del papa, o del prelado local más conspicuo. La contienda por puestecitos de poca monta es aguerrida, más a niveles municipales, a esa altura de zoclo hay personas capaces de mandar a matar al contrincante. Las sindicaturas y las regidurías están pensadas en la ley como premios de consolación.
La ganancia perdidosa no es gratuita sin embargo, quien obtiene un lugar queda justamente comprometido a servir y apoyar a su partido, primero con las cuotas y luego a compartir y repartir prebendas, canonjías y pequeñas dádivas con quienes le expresaron su simpatía. A largo plazo hay una esperanza, que el que ganó perdiendo sea un decidido impulsor de otros ganancioso-perdidosos y de ese modo se va estableciendo una cadena de entendimientos que finalmente trasciende las fronteras partidarias y a base de concertaciones y conveniencias permite vivir del presupuesto.

jueves, 17 de junio de 2010

MIOPÍA IMPÍA

Miopía aguda padecen las autoridades hacendarias de nuestro México lindo y querido, que han tenido la ocurrencia de limitar el manejo de dólares en bancos. ¿O son o se hacen? me pregunto; porque no se necesita ser doctor en finanzas para darse cuenta que nuestro país, desde que Pemex se convirtió en negocio de unos cuantos, los demás vivimos de la salpicada untuosa de los dólares generados por el narcotráfico; éste es el gran proveedor de dinero que ha venido sosteniendo la economía nacional. Si no fuera por el lavado de dinero, hace ya muchos años que la nación se hubiera ido a la banca rota. De no ser por la fuerza y resistencia de la economía subterránea, la indómita corrupción de funcionarios sin llenadera ya hubiera socavado la blanduzca economía mexicana. El saqueo perpetrado por personajes de infausta memoria como Salinas y su parentela, Posadas Ocampo alias El Cardenal y sus herederos aún encumbrados en las partes más altas de los altares como Norberto Rivera, alias el chato Nor, Sandoval Iñiguez, el difunto Guillermo Schulemberg que han aportado clandestinamente dinero, tanto dinero al Vaticano, que pudieron comprar la conciencia del Papa para considerar pecado venial las atrocidades del mexicano, orgullosamente mexicano Marcial Maciel. Gobernadores como Arturo Montiel, Hank, Mario Villanueva; todos ellos son y han sido sinvergüenzas que a pesar de ese calificativo han construido un grueso pilar a la economía de México. Los grandes consorcios turísticos de Acapulco, Can Cun, Mazatlán, Boca del Río, no se han hecho con los ahorros en pesitos mexicanos de Perico de los Palotes, acaso el tal Perico ha servido de testaferro para ocultar la procedencia del dinero, pero toda esa fuerza económica fluye gracias al remojo y lavado de dinero mal habido procedente en muchos caso del tráfico de drogas, pero también del tráfico de influencia y del tráfico de fueros que los plebeyos vemos con envidia y resignación.
La medida de limitar a unos cuantos el depósito de dólares en bancos, trae ya como consecuencia inevitable el desvío de esa divisa al mercado negro e insisto, o son o se hacen, porque da la impresión que la medida trae dedicatoria: La limitación es sólo para bancos, las casas de cambio monetario disfrazadas de banco como Banco Azteca de los señores Salinas, es la que está haciendo su agosto comprando dólares baratos. ¿A dónde se van esos dólares en chorro que reciben las casa de cambio? No se van al colchón de los cambistas, se van a un planeta de especulación que si se deja seguir, nos va a llevar a la ruina. México tiene una economía basada en dólares ¿qué ya se les olvidó eso? El mayor manejo de dólares del país es mal habido. Hasta las campañas políticas se nutren clandestinamente de dólares que se riegan sin lástima con tal de conquistar el poder político que con él viene el económico.
Creo que poco va a durar esa medida porque no es inteligente ni congruente con la realidad que vivimos.

domingo, 13 de junio de 2010

GUANAJUATIZACIÓN

“La vida no vale nada” dice José Alfredo Jiménez en una de sus gustadas canciones, refiriéndose a su tierra Guanajuato, pero sin contar con que el ejemplo cunde y que ha llegado a Veracruz y, dentro de este Estado a su capital Xalapa que en algún tiempo fuera la “ciudad de las flores” y la “Atenas” veracruzana donde se respiraba tranquilidad de ánimo y la gente podía caminar sobre sus angostas aceras guarecida por los aleros de las casas, muy quitada de la pena y sin mojarse a pesar del eterno chipi chipi que abonaba los sabañones como única agresión del entorno. Los ayer jalapeños ahora debiéramos llamarnos guanajualapeños, así como hay también juarochos referido a los que se fueron de aquí, no se hallaron allá y se regresaron pa’cá incitados por la fidelidad que le deben a su Estado, a pesar de que la fidelidad esté en estado terminal.
Los guanajualapeños tenemos que acostumbrarnos a pensar que la vida, nuestra vida, es un bien devaluado, que ahora vale más un litro de gasolina que nuestro anhelo respiratorio; tenemos que seguir la inercia de darle más valor a las cosas y a las propiedades que a lo que somos: una bala de rifle AK-47 debe andar por dos dólares, así que saque usted cuenta de cuánto gasta un señor que rocía a su prójimo con setenta u ochenta balas; échele números a lo que puede costar un chaleco antibalas para aquellos que todavía creen que la vida tiene un mínimo valor digno de ser protegido. Saque cuentas de la incomodidad que representaría viajar en el interior de un carromato blindado como esos en los que transportan los valiosos billetes de banco, moneda de papel que no papel moneda; vehículos por demás espantosos, antiestéticos, estorbosos, repugnantes en una palabra. Suponga usted que, decepcionado de la vida, de los candidatos, de los disfuncionarios públicos que ya se están enfriando para salir a la intemperie, decide usted suicidarse quemándose como un resignado bonzo guanajualapeño; necesitará de dos a tres litros de gasolina que hoy está casi a nueve pesos pero mañana ¿quién sabe? Así que su vida debe tasarse más o menos en $27.00 sin calcular el precio de los cerillos que debe utilizar, que aunque sea uno hay que comprar la cajita completa, que nadie vende un fósforo solitario sin caja donde rasparle la cabeza.
Lo mejor es quitarle importancia y valor a la vida, y no porque comience siempre llorando y así llorando se acabe, sino porque sicológicamente y filosóficamente y socialmente, alivia pensar como si estuviéramos en un eterno velorio: “no somos nada” “hoy estamos aquí y mañana quién sabe” “que pena lo de tu pariente, pero todos vamos para allá tarde o temprano” “nada más se nos adelantó”. En fin, que tenemos que adecuarnos a las circunstancias, poner nuestras barbas a remojar ora que rasuran de gorra y como decía mi tío Roberto: “Comer bien, dormir mucho, coger fuerte y enseñarle los huevos a la muerte”.

sábado, 5 de junio de 2010

ÉTICA CORRIENTE

He tenido que vivir setenta años para descubrir que hay una ética corriente para consumo popular, dirigida al pueblo, al populacho; esa moral nos enseña a creer, a tener fe, a obedecer, a ser fieles a otros, a ser cooperativos, dadivosos, altruistas, compartidos, ahorrativos, sacrificados y pobres; hay otra moral para consumo de unos cuantos elegidos y privilegiados en la que se exalta la audacia, la seguridad, el don de mando, el liderazgo, el poder, la ausencia de escrúpulos, la especulación, el dispendio y la riqueza. Para distinguir quién profesa una y otra moral, basta con saber si la persona gana el salario mínimo o gana mil veces el salario mínimo o más. Considerando que en este año la ganancia diaria de una modesta empleada doméstica es de $60.00 y la de un ministro es de $20,500.00 podemos con estos datos saber con certeza quién acata la moral populachera y quién la ética elitista. En medio de esos dos polos hay quienes ganan de dos a tres salarios mínimos al día, esos son clase media baja, tienen todo lo que deben y deben todo lo que tienen, se divierten viendo el fútbol por televisión; observan la moral común y corriente y critican al gobierno. Otro sector intermedio: la clase media alta, observa una moral revuelta, gana por arriba de diez salarios mínimos diarios, tiene a sus hijos en escuelas confesionales, viaja al extranjero y vive en colonias como guetos de élite; en este sector se pueden encontrar funcionarios públicos, empleados bancarios, diputados locales, curas de parroquia y otros especimenes que ya no critican al gobierno, van a misa los domingos, usan desodorante y huelen a perfume de marca.
La distribución de la riqueza o más bien de la pobreza se descubrirá en este censo que se ha iniciado en el presente mes de junio, pero que no nos dará ninguna sorpresa; en términos generales el 90% de la población vive con el 10% de la riqueza, y el 10% de la población que son los ricotes, detentan el 90% del dinero. Estos porcentajes son indicadores respecto a lo que la guerra de independencia que ahora cumple doscientos años, y la revolución que cumple cien, han logrado de bienestar, economía y ética de vida y debida para la nación mexicana.
Quien esté leyendo esta columna será alguien que pertenece a alguna de las dos clases medias ya mencionadas. Los fregados no tienen para comprar este diario, o tal vez lean algún párrafo dentro de un mes en el envoltorio de un cucurucho de cacahuates. Los de la clase rica tampoco lo leerán porque no les importa y porque tienen quién lo lea, les digiera lo importante y se los regurgite en las primeras horas nalga-poltrona de cada día.
Un nefasto concepto moral que nos han enseñado las clases privilegiadas a las desheredadas, es el empleo: Nos afirman dogmáticamente que el empleo es algo digno, que el que no tiene empleo no vale nada, no puede aspirar ni a casarse porque no podría mantener una familia; que ser empleado es tener resuelta la vida y que si el patrón es el gobierno, ya chingamos, porque vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Pero la verdad es otra: el empleo es una condición vergonzante, para conseguirlo, si se es hombre lo obligan a uno a firmar una renuncia en blanco, si se es mujer, el patrón reclama el acostón, y si el jefe es líder sindical peor, y si es funcionario público lo mismo. Y como los reclamos de fidelidad y obediencia siempre viajan de arriba para abajo, pues un empleado, un empleadito o un feligrés, no pueden reclamar fidelidad y obediencia, ella baja del patrón, del director y del cura. Ahora que si el mandamás es un banco y sus banqueros, estos ya no se conforman con la obediencia y la fidelidad, además reclaman confianza. Frente a este mundo de inconsistencias, a veces duda uno de que tan malo es lo que están haciendo los malos.

viernes, 7 de mayo de 2010

LOS PLACERES OCULTOS DE LA MATERNIDAD

Las madres de nuestra cultura tradicionalmente puritana, han ocultado, cuando no negado, el placer erótico que conlleva la maternidad. Nos ofende a todos, padres e hijos, pensar que la concepción se da a partir de un momento de lujuria, de arrebato sexual. No nos imaginamos a nuestra madre gimiendo de placer con nuestro padre jadeante entre sus piernas, amén de otras posibles posiciones que festinamos cuando son referidas a otros que no son nuestros progenitores. La moral monacal que nos han enseñado, nos ha hecho pudibundos e hipócritas. Hemos rodeado la maternidad de un halo blanco de bondades, sacrificios, resignaciones, lágrimas y sufrimientos, cuando seguramente sería más apegado a la realidad identificarla con el placer, la cachondez, la seducción, el erotismo, el goce genital. La palabra madre deriva del griego mater que se refiere a la materia de la que está uno hecho; de ahí mismo deviene la palabra madera que aún se usa para distinguir a quien vive saludable y largamente diciendo que está hecho de buena madera. En la época clásica se usó para referirse al tronco de los árboles y a la cepa de viña que producía muchos vástagos. Por alguna razón en algún momento de nuestra mala educación hispanoamericana, la palabra madre nos sonó fuerte, y la cambiamos por madrecita y luego por mamá; madrecita es posible que sea un tratamiento afectuoso tomado de la costumbre mexica de utilizar el diminutivo reverencial: Tonantzin significa literalmente madrecita. En la cultura náhuatl el no usar la reverencia implicaba una falta de respeto. La expresión mamá no es más que la acentuación aguda de la palabra mama que alude a la teta, al seno humano, a la ubre vacuna. El pecho femenino a dado pié al derramamiento de miles de millones de litros de tinta, sangre y celuloide amén de la leche de la que es productor, pero por la misma gazmoñería de la que hablamos al principio, se le ha negado o cuando menos ocultado el placer de amamantar. Miríadas de libros se han escrito sobre los pezones como puntos o zonas erógenas altamente excitables con el mínimo roce o tocamiento; todos lo hemos comprobado, pero cuando lo asociamos al amamantamiento de los hijos, lo desproveemos timoratamente del placer y de la cachondez que debe tener seguramente la succión de una pequeña boca infantil. Preferimos imaginar un rostro de resignación en una madre al momento de dar de mamar, que de franco placer erótico que de seguro es más realista entender. Aunque se oculte, el gusto por la opulencia de los senos femeninos, está íntimamente asociado al placer de haber sido amamantado. Del pecho femenino se puede bromear, mientras no sea el de nuestra madre: “Seno que no llena la mano, no es seno, es grano. Seno que la mano no cubre, no es seno, es ubre”. Creo que es oportuno dar su verdadera dimensión humana y placentera a la maternidad.

miércoles, 31 de marzo de 2010

REVELACIONES DE JUDAS TOMÁS

MAGNO GARCIMARRERO
Registro INDAUTOR: 03-2007-071214513800-01
ISBN: 978-968-9299-03-5


Me ha sido dada esta revelación como una concesión oficial con la
que el Todopoderoso, por el muy amable conducto del Apóstol Judas
Tomás, se ha dignado señalarme para que a mi vez la comparta con
ustedes.
Confío en que, quien lea este testimonio sepa distinguir entre lo cierto y lo
falso, porque no es dado a cualquier mortal hallar la diferencia.
Estamos tan habituados a vivir engañados, que lo real se nos pierde como
una aguja en el pajar de la incertidumbre y acaso, muchas veces por
tranquilidad de ánimo, por comodidad, por economía o por conveniencia
nos empeñamos tozudamente en creer y defender las mentiras en tanto
tememos y dudamos de las verdades.
Dios me ha distinguido con la verdad, allá ustedes si no me creen.



M. G.






“Dijo Jesús a sus discípulos:
Haced una comparación y decidme a quien me parezco”.
Adagio 13 del Evangelio gnóstico de Tomás.








M
aría y José estaban consternados ¡Cómo podrían haber imaginado que en el primer parto Dios los habría de bendecir con dos robustos y sonrosados niños! De lo dicho por el arcángel al momento de la anunciación, no se desprendía ninguna sugerencia, ningún aviso cifrado o tácito, por lo contrario, Gabriel había hablado en un clarísimo singular: “concebirás en tu seno y parirás un hijo a quien darás por nombre Jesús”. Aunque si bien, el anuncio era tautológicamente enunciativo, podría tenerse como no limitativo; un segundo hijo podía considerarse un repuesto, una prevención inteligente del Señor por si los Herodes, una dádiva adicional que ponía de manifiesto la magnanimidad del Altísimo ante la humilde y sumisa respuesta de María: “hágase en mi según tu palabra”.
Un par de gemelos en un pesebre era una monstruosidad que chocaba con todo orden natural, solemne, histórico, profético, ecuménico, estético. Antinatural porque siempre se ha entendido o sospechado cuando menos, que los partos múltiples son para las especies inferiores, mas no para la humana reina de la creación, que es por lo general unípara. Antisolemne, porque los mellizos, gemelos, cuates o como se les llame en cualquier idioma, siempre mueven a risa, rompen con el orden establecido o caen en un mundo mágico de juego de espejos, en donde se duplican los bienes y los males. Antihistórico porque dividir el tiempo del mundo en dos eras A. C. y D. C. antes de los cuates y después de los cuates, en vez de como se hace ahora desde los tiempos del Papa Gregorio XIII, correría el riesgo de dejar de ser una referencia cronológica, para pasar a ser una referencia humorística. Antiprofético porque los viejos predicadores no habían imaginado ni dejado consigna oral y menos escrita de que se pudiera dar semejante tropiezo en las sagradas escrituras, ni en los más atrevidos y apocalípticos vaticinios. Antiecuménico porque con dos Mesías no podía pensarse en la universalidad de sus ideas, de pronto todo se dividiría por la mitad para que una parte terminara donde comenzara la otra y, antiestético porque no se vería bien un pesebre del Greco con mellizos, una última cena de Leonardo con un par de cuates al centro, ni un Calvario de Tiziano con cuatro cruces en donde las dos del centro fueran como una repetición, una penosa duplicación para creyentes bizcos, minusválidos o de capacidades diferentes.
María y José habían pasado en unos cuantos minutos del alborozo a la sorpresa y de ésta a la estupefacción; tenían encima el apremio de la estrella de David, arcaico símbolo del mesianismo, que ya se posaba echando rayos sobre el pesebre convertido en una improvisada sala de partos y tras ella a los Reyes Magos que se anunciaban con los barritos del elefante, los relinchos del caballo y los estornudos espumosos del camello. El estupor del momento magnificaba los pequeños detalles como el hecho de que habían previsto sólo una exigua muda para cubrir al niño, y el segundo gemelo desnudo, comenzaba a cambiar del color sonrosado al morado. En medio de una zona desértica como aquella, a las doce de la noche de invierno más larga y fría del año, la imprevisión era más que negligente, peligrosa para la salud del recién nacido; encima los Santos Reyes llevaban oro, incienso, mirra, pero ninguno tuvo la ocurrencia de llevar un buen cobertor, una sábana, un trapito, nada, como que iban a otra cosa; para más los paupérrimos pastores que habiendo oído un mensaje divino y visto aquello que parecía un cometa con terminal en Belem, se alejaron de sus apriscos habituales y se acercaron con todo y ovejas al pesebre iluminado por la estrella binaria convertida en supernova. Fue entonces cuando José acercó una borreguita que con su tibia lana cobijó al pequeño que aún no tenía nombre. A partir de entonces se consagró a ese bucólico semoviente, sin importar el género de la bestezuela, como el “agnus dei quitoli pecata mundi” frase que es perfectamente bien traducible por: cordero de dios que cubre del frío a los desarrapados de este lacrimógeno planeta.
La confusión invadió también a los Reyes Magos, pues en un momento dado no sabían a quien adorar, porque eso dijeron: que iban a adorar al futuro rey de los judíos, aunque luego se sabría a qué y porqué estaban ahí tras tantas vicisitudes. Por su parte María y José ya no ataban ni desataban, exhaustos, una por el parto primerizo, gemelar y prematuro, porque como se sabe, todo embarazo múltiple no llega a término de nueve meses. José por los necesarios auxilios que debió prestarle a su mujer en situación tan difícil. Por todo esto habían dejado en un segundo término algo que debían haber dilucidado de manera prioritaria: ¿Quién de los dos era el primogénito? ¿Podría considerarse la posibilidad de tener dos primogénitos? Es bien sabido que la primogenitura entre los judíos era un asunto de estatus tribal, de preferencia hereditaria, de liderazgo indiscutible; no de balde se había dado ya la vieja lucha por la primogenitura entre los hijos del ciego Isaac, Esaú y Jacob alias Israel, también gemelos casi idénticos, a no ser porque uno era peludo y el otro lampiño; asunto que terminó con el despilfarro de rematar la primogenitura a cambio de un plato de lentejas que, nadie se ha puesto a analizar, tal vez era un justo precio; en fin, definir en ese momento la titularidad de la primogenitura era asunto asaz importante. Repuestos de la sorpresa optaron por considerar primogénito provisionalmente y mientras no hubiera una sabia opinión de los doctores del templo al que ya estaba en pañales, arropado y con el nombre que desde la anunciación le había mandado poner el Supremo en voz de su mensajero Gabriel, Jesús y/o Emmanuel. Eran esos los apelativos y con esos, más algunos apodos gentilicios como Nazareno y reverenciales como el latinajo Cristus, sería conocido en lo sucesivo. El niño desnudo cobijado bajo la corderita recibió por el momento el apodo de Taoma que en el idioma hablado por José y María quería decir ni más ni menos: mellizo, sobrenombre que con el tiempo derivó en Tomás. Aunque el padre, a quien conforme a la ley correspondía poner el nombre a sus hijos, no pensó demasiado tiempo para encontrarle el vulgarísimo nombre de Joda o Judas. A pesar de eso se le conocería más con otros apodos similares al primero, siempre señalando la condición de ser gemelo, como Dídimo del griego. Con este mote encontraron sus vestigios los escribas del siglo IV y le atribuyeron la compilación de adagios que calificaron de gnósticos, alusivos a su querido hermano primogénito Jesús el Cristo. Tiempo después otros nombres más le darían carta de naturalización en un continente entonces desconocido. Kukul-Can del maya y Quetzalcoatl del náhuatl, que bien traducidos significan Divino Gemelo y no serpiente emplumada, que ésta es sólo la representación ideográfica y escultórica de la dualidad celeste del lucero más brillante del cielo. Así que por nombres, este cuate tuvo para dar y prestar en el viejo y en el nuevo mundo.




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a ley mosaica ordenaba presentar ante el templo al niño dentro de los ocho días siguientes al alumbramiento, en este caso al par de niños, para que en ceremonia ineludible les fueran cortados sus respectivos diminutos prepucios y los padres hicieran profesión de fe y gratitud a Dios, mediante el sacrificio de palomos, corderos o chivos expiatorios según el caso, cuidando siempre que tanto humanos como animales fueran de sexo masculino que, el templo era lugar reservado para los varones. A últimas fechas por la nefasta influencia romana y la mano de obra de Herodes que no todo lo que hizo fue malvado, se había construido a regañadientes un vestíbulo lateral donde podían estar las mujeres sin tener que acceder al interior de la sinagoga. José se vio forzado a apresurar los acontecimientos e impidió que la parturienta reposara los cuarenta días de impureza puerperal. Se fueron en busca del templo donde el nuevo padre plantearía otro dilema legal: si cuando el parto era de un varón, la mácula se lavaba en cuarenta días y si la cría era mujercita el tiempo de espera para lavar la impureza era de ochenta días ¿Cómo debía manejarse el caso como este en que eran dos varones? ¿Se duplicaba el tiempo impuro? O por el contrario ¿Se contaría por mitad? O ¿Se mantendría en cuarenta días como si fuera sólo uno para no meterse en sacrosantos berenjenales? El problema no era asunto menor, tendrían que intervenir los escribas del templo para despejar la duda. Como se sabe, María y José no pasaron una segunda noche en el pesebre; tal si hubiera sido un caso de atención médica ambulatoria, al alba del día siguiente partieron, ella sobre el lomo del asno con ambos niños en sendos brazos y él tira que tira del ronzal del jumento hasta llegar a Jerusalen, que ya no estaba lejos, donde además de ser circuncidados los gemelos sietemesinos en el octavo día de su nacimiento de acuerdo a las leyes de Moisés, sería decidido por los sacerdotes el tiempo para que operara la purificación de la recién parida, la primogenitura de alguna de las dos criaturas que conforme pasaban las horas se iban pareciendo más y, finalmente, a lo que iban, la inclusión de la familia en el censo romano.
Los tiempos eran otros, en aquellos, primero era la devoción y después la obligación, así que llegaron sin atajos ni titubeos al templo; alrededor de él, como ha sido el uso y costumbre en todas partes, mercaderes de animales de sacrificio ofrecían a gritos su mercancía. Algunos sedicentes profetas y adivinadores recitaban a voz en cuello el futuro de quien pasaba frente a ellos mientras un ayudante seguía al señalado para reclamarle un pago por haber escuchado su destino al pasar, cambistas precursores de la moderna banca y casa de bolsa ofrecían sus servicios y reclamaban confianza. El color negro prevalecía en la indumentaria de las personas, sobretodo en las mujeres; algunos hombres vestidos de blanco se distinguían en medio de la multitud que iba y venía por las callejas en torno al templo, María resaltaba entre todos por su manto albo y celeste completamente fuera de contexto. Un molesto olor a chamusquina atacaba el sentido del olfato y el humo de los braseros hacía llorar los ojos. Alrededor de los ofertorios algunos mendigos peleaban por despojos quemados de animalejos sacrificados. José compró los dos mejores corderos que pudo encontrar estirando su raquítica economía, pues un carpintero antaño como ahora, no se podía dar lujos por mucho que celebrara la fuerza de su virilidad al dos por uno. Dentro del templo era imposible andar sin llenarse las sandalias con la sangre de tantos animales degollados porque los escurrideros estaban rebosados, más que sinagoga parecía muladar, ahí pues comenzaba la penitencia. Después de cumplir con el degüello ritual, que por escatológico es necesario omitir, José solicitó audiencia con alguno de los doctores del templo, y sin hacerlo esperar demasiado le mandaron subir a un podio donde tres de ellos sentados aceptaron escucharlo, mientras él postrado expresaba sus dudas en medio de alabanzas a Dios. Enterados de la demanda, primero discutieron entre ellos sobre la primogenitura de las criaturas, y pidieron que José las presentara desnudas ante los sabios. Después de examinarlas de cabo a rabo, pasárselas de mano en mano y voltearlas al revés y al derecho, decidieron que no sabían cuál era cuál, o sea, cuál había nacido primero y cuál después; a esas alturas, José tampoco sabía ya cuál era Jesús y cuál Joda. Finalmente optaron por marcar al Taoma haciéndole un tatuaje apenas perceptible en la yema del dedo índice de la mano derecha, mediante el simple procedimiento de practicarle una pequeña herida y untarla con tizne, subproducto de las hogueras sacrificiales; esa insignificante mácula sería la que muchas centurias después consignaría por inspiración Leonardo da Vinci en la pintura de la Última Cena, donde Tomás, el primer rostro a la izquierda del ungido, se mira eternamente la huella dactilar del índice derecho. A Jesús o Jesua que también así lo nombraron los sabios, prefirieron dejarlo sin mácula y lo declararon hijo primogénito de José, descendiente de la casa de David y concebido sin mancha en el vientre de María la menor de las hijas de Joaquín.



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on la misma daga afilada con que se había marcado al Taoma, el sacerdote más conspicuo procedió a hacer la circuncisión de los mellizos, uno primero otro inmediatamente después; sin anestesia ni sustancia alguna que pudiera aminorar el dolor, fue así nada más, con una destreza de cirujano de larga experiencia, un corte rápido y diestro; después fuera de la costumbre que era echar al brasero de la ofrenda el pequeño anillo de piel que resultaba de la operación, el sacerdote se calzó uno en el dedo meñique de la mano izquierda y el otro en el dedo meñique de la mano derecha, los alzó y en tono solemne dijo: “Alabado sea Dios que en este momento ha obrado el milagro de la duplicación de los prepucios” dicho lo cual, entregó ambos a José quien confundido por la alteración del rito tradicional, no supo que hizo con ellos, quizá se los guardó en la faltriquera, tal vez se los llevó a María que desde el vestíbulo femenil le había hecho una seña ininteligible, pudiera acaso habérselos robado algún fanático después de escuchar que se trataba de un milagro de multiplicación. El asunto es que corridos los siglos y movidos los linderos del mundo muchas veces, un santo prepucio apareció en una iglesia de Calcata cerca de Viterbo en Italia, otro en la abadía de Charroux en Francia, llevado ahí por Carlo Magno quien contó el cuento de que estando de visita en los lugares santos, hincado ante el sepulcro del Señor con los brazos y las manos extendidas, un ángel descendió del cielo y puso en su mano derecha el prepucio de Cristo. Los fieles le creyeron entonces. Un tercer prepucio se venera en la abadía de Coulombs en Chantres, un cuarto apareció en el dedo de la emperatriz Irene de Bizancio como anillo de boda cuando casó con Leo IV. La reliquia se fue multiplicando milagrosamente, Santa Catalina de Siena soñaba con el prepucio como anillo nupcial al contraer matrimonio con el mismísimo Nazareno. ¡Qué hubiera dicho Freud! Y Leo Allatius, un sabio del siglo XVII creyó ver los dos prepucios gemelares en los anillos del planeta Saturno.
Respecto al tiempo de la purificación de María los sacerdotes discutieron durante varias horas sin llegar a un acuerdo digno de comunicar al impaciente José, probaron dejar el arameo y discutir en el culto idioma griego pensando que el problema podría ser sólo de palabras, segundo fracaso, probaron en latín idioma de los dominadores y, al caer en cuenta que los tres idiomas les servían sólo para repetir las mismas equivocaciones, decidieron apelar a una segunda aunque lejana instancia recomendando a José esperar hasta el siglo XIX para que el Papa Pío IX por medio de la bula Ineffábile Deus, decretara el 8 de diciembre de 1854 la inmaculada concepción de María. ¡Y nosotros nos quejamos porque la justicia no es pronta ni expedita!
Satisfechas aunque a medias la manda y la demanda, faltaba solamente cumplir con lo mandado por Augusto, llegar hasta la improvisada oficina del censo para inscribir a toda la familia. Ahí dejaron nota de lo que ya sabemos, que José era hijo de Helí según unos, Jacob según otros, hijo de Mathán, hijo de Eleazar, hijo de Eliud y así hacia atrás de las generaciones hasta llegar al Rey David, aquel que indistintamente le cantaba las mañanitas a las muchachas más bonitas y le declaraba su dulce amor, “más que el de las mujeres”, al cadáver de su amante Jonathán muerto en combate, según nos dejó contado Samuel. El gran rey David era tronco y raíz del árbol genealógico de cuya última rama pendían dos frondosos albaricoques: los mellizos Jesús y Judas. Por la parte de María se anotó la retrospectiva genealógica inmediata de Joaquín y Ana sin ir más lejos por dos razones: primero porque era tiempo y lugar en que la mujer valía sólo como vientre sin significación para la estirpe, y segundo porque ambos padres hacía tiempo que habían muerto de viejos. De todas suertes todos esos registros serían arrasados por la guerra que ya se barruntaba, sin que quedara vestigio alguno. Así se entiende porqué el historiador estrella que poco después se ocuparía de hurgar en los anales para narrar los sucesos, el judío Flavio Josefo no encontrara nada que consignar sobre la trascendental vida y familia de los mellizos que reformarían el pensamiento universal.
De la hacienda con que contaba la familia, el censor no registró nada porque José sólo declaró el pollino sobre el que habían viajado, sus herramientas necesarias en el oficio de carpintero, y la modestísima vivienda a la cual, en casa del herrero azadón de palo, se le colaba el viento en tiempos de aire y la luz por las rendijas de las paredes mal traslapadas en los serenos amaneceres nazarenos. No era la excepción, en el barrio
la mayoría de las casas estaban en condiciones parecidas. Del oro que uno de los Reyes Magos había llevado de obsequio, José se guardó muy bien de no decir nada, quizá porque era materia muy gravable, o tal vez porque el taimado Mago igual que como lo trajo se lo llevó. En cuanto a educación declaró José que María no sabía leer ni escribir y ni falta que le hacía porque era mujer de pocas palabras y de muchas lágrimas, que él conocía de memoria los pasajes de las sagradas escrituras y leyes mosaicas repetidas cotidianamente en las ceremonias de la sinagoga pero ahí mismo hizo la promesa de educar a sus hijos para que llegaran a ser preparados y sabios, Jesús rabino por predestinación, Judas el de la mácula en el dedo, quizás arquitecto o cuando menos decorador de interiores. No recordó en ese momento, o no quiso recordar que el Talmud los obligaba a ser carpinteros como su padre.




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os gemelos se pusieron a crecer inmediatamente como única tarea obligatoria. María como toda buena mujer con sus dos pechos bien dispuestos y un gozo jamás descrito por los superficiales evangelistas se dedicó a amamantar ora simultánea ora sucesivamente a sus vástagos. En la intimidad de la lactancia logró distinguir el carácter que a ella y sólo a ella permitiría identificarlos para toda la vida sin necesidad de revisar el tatuaje del Taoma. Jesús era más activo, se mantenía más tiempo despierto y en consecuencia reclamaba la teta más veces durante el día. Judas era dormilón por lo que buscaba con menos frecuencia el regazo de la madre. María se preocupaba por la salud de los dos y forzaba el amamantamiento de Judas metiéndole el pezón en la boca aún dormido, el pequeño echaba a andar su reflejo mamario y comía y dormía a la vez. Los chicos fueron creciendo parejos e idénticos, José los confundía todo el tiempo aunque quizá porque no les prestaba demasiada atención, la madre vivía sólo para ellos cuando no se distraía con los quehaceres domésticos que finalmente tenían los mismos destinatarios. En un momento dado se planteó una diferencia de opiniones: María fue de la idea, que se quedó en idea, de conservar esa igualdad, intentó hacerles ropa idéntica y tratarlos de manera igualitaria, pero José propuso e impuso un trato diferenciado, separándolos el mayor tiempo posible, intuyendo quizá que de ese modo serían personalidades diferentes e independientes y no dependientes y subsidiarias como es posible que un trato indiscriminado pudiera propiciar. La diferencia en las ideas de los padres, a los gemelos los tuvo sin el menor cuidado, por lo tanto jugaron e hicieron de la vida diaria la diversión más preciada de que se tiene noticia… o mejor dicho de la que ningún evangelista, ni veraz ni apócrifo, dio noticia.
La buena nueva del nacimiento de los mellizos, entonces más que ahora, estaba llena de fastos augurios, la gente solía verlos con aureolas celestiales, y corrió como reguero de pólvora la idea supersticiosa de que hacían milagros, de que sus orines eran curativos, de que su saliva aliviaba incordios, postemillas, perrillas, mal de ojo; enfermedades que por lo demás padecía un alto porcentaje de la población, como lo
aclaró un poeta de la posteridad: “pueblo infecto que de todo tenía, salomonico, sarna, lepra y sarampionico”, aunque no eran atribuidas a la mugre y falta de higiene en que se vivía, sino a influencias del Demonio que, en esos tiempos, igual que Dios, hacían vida pública con los creyentes del pueblo elegido. Los cuates no tenían que hacer nada más que tocar o dejarse tocar y la gente enferma con sólo acercarse a ellos afirmaba con los mayores aspavientos haber sanado al ver salir corriendo a los demonios para refugiarse en cerdos u otros animales despreciables e incomibles. Otro milagro que desde pequeños sabían hacer era encontrar cosas perdidas o animales extraviados por sus dueños, los cuates buscando uno por un lado y otro por otro lado invariablemente encontraban lo que se proponían. La gente comenzó a regalar monedas a María, a llevarle gallinas, borregos y hasta sabandijas del desierto en muestra de agradecimiento por el alivio o el hallazgo, la fama de los gemelos milagrosos cruzó las fronteras de Belem, de Nazaret, de Jerusalén y se propaló por las aldeas más distantes; esto sumado a que por descendencia los mellizos pertenecían a la casta del rey David, aquel que Miguel Ángel puso en mármol de cuerpo entero para admiración de medio mundo y licuefacción de boca de muchas y decentes damas modernas que forman el otro medio mundo, dio por consecuencia que cuando menos a uno de ellos se le tuviera por Ungido, llamado a ser libertador y rey de los judíos, como lo fuera su tatarachozno el pastorzuelo que blandiendo una honda, diera en tierra con los tres metros de estatura de Goliat el filisteo, azote terrible de sus antepasados, y todo esto, para que se cumplieran las sagradas escrituras.
Lo supo Herodes, quien ya había visto frustrados sus deseos de aplastar la creencia fanática de un nuevo Mesías porque los Reyes Magos, como finalmente se supo, los muy taimados habían sido sus espías, pero arrepintiéndose luego de conocer a los graciosos gemelitos, ya no habían regresado a darle noticia sobre el profetizado nacimiento, así que al puro tanteo mandó degollar a todos los niños de Belem hasta de dos años de edad, o de tres por lo que encogiera, sin imaginar que José, avisado en sueños por un ángel, cargó con la familia, el burro, trastos y herramientas y en un santiamén se puso en Egipto, esta vez el miedo si anduvo en burro, según nos cuenta Mateo el evangelista; ahí se la pasaron hasta la muerte de Herodes ocurrida antes del año contado a partir del degüello de inocentes; de esta manera la familia… y el burro, estaban de regreso en Galilea cuando sobre esa tierra ya mandaba Herodes Antipater de
quien se sabe no era tan antipático como su padre. Menciono de manera especial al burro, dada la importancia que tuvo este animalito en la vida del Mesías, aunque no importe mucho a la vida de Tomás a quien por las preferencias, le tocó hacer siempre el camino en calidad de peatón al lado de su gemelo jinete de pollino, una vez que ambos pudieron y tuvieron que caminar. Y es que dicho sea de soslayo por no ser demasiado importante para el meollo de este asunto, el burro era entonces lo que un auto compacto es ahora, adminículo aunque de pobres, indispensable para hacer turismo, fuese de placer, fuese obligado, o para el puro efecto de que se cumpliesen las sagradas predicciones de Zacarías, como fue el caso de la toma de Jerusalén, a donde entró Jesús con sus rebeldes blandiendo duras pencas de palma como armas contundentes, sobre un borrico que nunca había sido cabalgado. No se sabe por boca de ningún juglar ni mano de ningún escriba, si el burro familiar tuvo nombre, pasó lo mismo que con el asno de Sancho mil seiscientos años después, todos se han referido a él, a través de los años, con los genéricos “burro” “asno” “jumento” “pollino” y nada más, pero como tampoco tienen alma personal esos animales, sino que comparten un alma colectiva y universal que no cuaja en un “yo burro” quede pues entendido que todos los burros que ayudaron a Jesús y su familia eran el mismo burro de todos los tiempos, excepción hecha de “Platero” quien, teniendo este nombre, también tuvo en Juan Ramón Jiménez un yo particular. Me asalta con más fuerza esta revelación, para dictarme la duda respecto a ese espíritu universal que en esta historia parece estar más identificado con el asno que con la paloma.





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pesar de que José y María continuaron teniendo hijos cada dos o tres años, los mellizos gozaron siempre de la preferencia familiar, en un momento dado su creciente mundo doméstico giraba en torno a ellos; los hermanos que fueron llegando después: Jacobo o Jácubus o Tiago o Santiago como se le conoció siglos después con el apócope de santo añadido al nombre; José anodino tocayo de su papá, Simón a quien el mismo Jesús le apodó Pedro por sus modales y carácter duros como piedra, y las muchachas: María tocaya de su madre y Elisabet o Elizabeth con ortografía inglesa o Isabel, único nombre que decidió María en honor a su prima la madre de Juan el Bautista quien, por cierto era de la misma edad de los gemelos y se parecía tanto a ellos que podían haber pasado por trillizos, a no ser porque Juan era greñudo, desarrapado y con un carácter más agrio que un limón persa. En suma siete hijos, seis partos que en esas épocas era lo más común y corriente, y todo en un lapso de no más de dieciocho años, o sea que a los treinta y cuatro años de edad María era una joven madre con altas probabilidades de sufrir por siete lados diferentes. En ese entorno hogareño fueron creciendo los gemelos rodeados de los modestos privilegios que podían ofrecérseles. A Judas sus compañeros y sus propios hermanos lo motejaron con el sobrenombre de Tomás para no confundirlo con otros tres Judas que hacían fama en la misma época: su sobrino hijo de Simón Pedro, al que por haber heredado el carácter duro de su padre, mejorado con impulsos rebeldes e irrespetuosos hasta el grado de andar armado con una daga o sicae, lo llamaban Judas el sicario o Judas Iscariote; también con Judas Tadeo que ni fu ni fa pero contribuía a la confusión y, Judas Gaulanita famoso rebelde hijo de Ezequías que se parapetaba en las montañas de Gamala de Galilea donde las cohortes romanas lo asediaban por haberse levantado en contra del segundo censo que mandó a hacer Antipater el segundo Herodes para saber cuanto le había dejado el Grande.
A Jesús la misma familia le fue haciendo un lugar especial, distinguido en todo momento aún por encima del propio padre José quien, ante la abrumadora personalidad de su hijo se fue disminuyendo, mimetizando casi hasta desaparecer; hubo ocasiones en
que después de dos o tres días de no saber de su existencia, alguien lo echaba de menos
y como ya se había hecho costumbre, mandaban a los cuates a buscarlo y estos, lo encontraban también por costumbre en el rincón más apartado del patio regando su báculo que había clavado en la tierra como si fuera una vara más del lindero; tantas veces y tanta agua le había echado, que lo que alguna vez fuera un estéril cayado floreció aromando el ambiente y convocando abejas y colibríes a libar la miel de los nardos.
Por este tiempo fue que un sacerdote del templo, llamado Jonatán, enterado de la conseja que corría respecto a uno de los hijos de la familia, de quien se decía era el hijo único de Dios encarnado, le acomodó a José el remoquete de P. P. abreviatura de pater putatibus, padre putativo o suplente, cosa que a José no le produjo la menor molestia, pero a Tomás le ofendió tanto, que le pagó a su sobrino Judas el sicario para que fuera a hacer alguna maldad a casa del rabino. Tomás se imaginó que el desquite sería obrarse en la puerta de su domicilio, orinarse en la tinaja de agua que dejaban serenar en el cobertizo de la entrada, alguna otra maldad de poca monta. Cual sería la sorpresa de Tomás cuando se enteró por boca de terceros que habían matado al sumo sacerdote llamado Jonatán. Por supuesto que nadie supo, salvo Tomás, quién había cometido el crimen. La historia da cuenta de las tremendas consecuencias, mas no de las nimias causas. A nosotros sólo nos ha llegado la costumbre, con olvido de sus orígenes, de llamar Pepes a los Joses y Pepas a las Josefas.
No era una familia común y corriente la de Jesús y Judas, porque además de pertenecer al pueblo elegido de Dios, provenían de la dinastía del rey David. Los profetas de antaño le habían prometido a éste un trono estable eternamente y, la única manera entendible de cumplir esa promesa era mediante la sucesión hereditaria; así que los descendientes engendrados por David en cada una de sus múltiples esposas, habían desarrollado un prejuicio de casta divina que los llevaba a disponer que todo primogénito debía ser preparado para asumir a su tiempo el papel de rey, o cuando menos Mesías. Esa suerte corrió un tal Emmanuel a quien se le confunde con Jesús; Juan el Bautista hijo de Zacarías aquel que predicaba en el vado de Betabara, en el río Jordán, y finalmente o mejor estaría decir, a continuación le tocó a Jesús intentar que se cumplieran en él los augurios de los profetas. Digo que a continuación, porque ni fue el primero ni fue el último; antes que él muchos iluminados quisieron ser cristos y muchos después pretendieron ser los enviados de Dios mandados a redimir a esta humanidad de pecadores. Había sido este proceder muy tranquilo en tiempos de paz, muy escasos por cierto en la historia de ese pueblo, pero bajo el dominio de una potencia que sojuzgaba a base de espada y cruz, la expectativa de un rey de los judíos, era por sí sola una provocación para el imperio romano.




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o faltaban juegos entre hermanos que terminaban en guerra de pedradas, puñetazos y revolcones, pero estas contiendas filiales siempre encontraban unidos presentando un frente común a Tomas y Jesús; por su parte entre ellos jamás hubo discusión o desacuerdo, ni siquiera se hablaban, se entendían con una simple mirada y ejecutaban o dejaban de hacer algo al unísono, cualquier tarea que entre otros hermanos requería de conveniencias o rechazos ellos la manejaban a cuatro manos. Era cosa digna de admiración. En sus juegos solían armar verdaderas comedias de equivocaciones y se burlaban de los demás haciendo suponer que uno desaparecía de un lugar apareciendo casi simultáneamente en otro distante al tiempo que alguno de ellos les decía a quienes observaban: “Ahora me veis, dentro de un poquito no me veréis, pero después me volveréis a ver” y al momento llevaban a cabo el acto que parecía de prestidigitación. El don de la ubicuidad que se ha tenido siempre como un sortilegio de fábula, en los gemelos era natural y cotidiano. Hubo entonces quien creyó en su magia y en la posesión de poderes divinos y milagrosos.
Aproximadamente a los catorce años, sus aficiones empezaron a cobrar diferencias, Tomás adquirió una destreza extraordinaria en el oficio de carpintero superando con mucho las manufacturas de su padre, mientras que Jesús, como es sabido por todos, se preocupaba por memorizar la Torá y concurrir a la sinagoga a medirse con los escribas, como ocurrió, según lo cuenta Lucas el Evangelista la vez que regresando de Jerusalén a donde había ido la familia a pasar las fiestas de la Pascua, se dieron cuenta después de un día de camino de que Jesús no iba con ellos, lo habían confundido con Judas Tomás que si los acompañaba; percatados del error y de la ausencia del primogénito tuvieron que regresar en su búsqueda hallándolo, gracias a las dotes de sabueso del Taoma, enfrascado con los admirados sacerdotes del templo discutiendo con sorprendente autoridad asuntos religiosos que sólo los escribas creían dominar. El pasaje del “niño perdido” dio a través de los siglos motivo de celebración y recordatorio del suceso en el calendario, en festividades pueblerinas y en el nombres de calles interminables en ciudades fanatizadas, siendo que bien a bien, la proeza del evento no había sido del gemelo perdido, sino del que lo encontró.
Su éxito en las discusiones lo llevó a asumir una actitud soberbia y a desarrollar cierta aversión hacia su madre, al contrario de Judas Tomás que mostraba un gran apego hacia ella; cuando el aprendiz de Rabino convencido de ser el Ungido le expresó su desprecio a María diciéndole en la boda de Caná al acercarse ella a informarle que no había más vino: “¿Qué tengo yo contigo mujer? Aún no ha llegado mi hora”, ella se retiró apenada mientras Tomás se acercó a su hermano y con tono filial pero enérgico le dijo: “No está bien que le hables de ese modo a nuestra madre. De ella no puedes tener duda alguna, de José y del Espíritu Santo te es dado caer en dudas, pero de ella, sólo el pecado de soberbia te puede cegar para no aceptar su maternidad. Arrepiéntete y discúlpate.” Jesús no atendió lo que le dijo el hermano o simuló que no le daba importancia, se distrajo ocupándose en echarle abundantes pétalos de rosa de Abisinia o flores de jamaica, o hibiscus sabdariffa, que con estos nombres se le conoce en el mundo entero, a unas tinajuelas de agua que estaban allí, por lo que al final de la fiesta, ya todos bastante pasados de fermentos, puesto que se habían acabado las reservas, creyeron estar tomando el mejor vino que habían probado en su vida. ¡Hasta la fecha el agua de jamaica es el vino de los pobres!
Tomás adquirió reconocimiento por sus trabajos de ebanistería que le valieron el título de arquitecto, huelga añadir, no se lo expidió ninguna universidad, razón por la que conservó siempre su disposición humilde y servicial. Por eso cuando Jesús tomó las armas contra los dominadores romanos, el primero que lo siguió sumisamente, como era de esperarse fue Judas Tomás, no tuvo que ser requerido por su hermano, solo le dijo: “si vas a cometer la imprudencia de regresar a Judea, donde te están esperando para matarte a pedradas, yo voy contigo para que nos maten a los dos”. Casi cien años después Juan el evangelista registró el hecho, deformado por el tiempo y la mala memoria, pero de cualquier modo dejó consignado el gran amor, la solidaridad inquebrantable y conmovedora que hubo siempre entre los dos hermanos quienes habían habitado la misma matriz y mamado de la misma leche. A Jesús le sirvió de apoyo y confianza, juntos se fueron a Bethania a la casa de las también gemelas Martha y María Magdalena, con lo que desde entonces quedó confirmado que jalan más dos tetas que cien carretas… y doble en este caso que eran cuatro.
Varios días pasaron los mellizos con las mellizas hermanas de Lázaro quien se puso enfermo por ver las liviandades que se tomaban las dos parejas en su casa, al grado de que se le hinchó el hígado de los corajes que hizo y como resultas pasó a mejores… o cuando menos se hizo el occiso. No era para menos, porque no obstante que María gozaba de fama de prostituta, su profesión, por cierto muy lucrativa, la ejercía en Magdala, pero estando en Bethania, en la casa familiar, lo menos que esperaba Lázaro era que se comportara con el mismo recato con que lo hacía Martha, pero llegados los gemelos sucedió al revés, la que soltó sus atados morales fue Martha que en un principio se impresionó por la figura altiva de Jesús y pretendió competir con su hermana quien dominando como dominaba las artes de la seducción, no le dio la menor oportunidad de acercarse a ungir al Nazareno, por lo que Tomás le sirvió de premio de consolación. Éste siempre conforme y dado que Martha estaba tan hermosa como María y además conservaba los recatos domésticos, no tuvo el menor empacho en hacer el cuarto como en un buen partido de dominó entre cuates y cuatas y ponerla al corriente de lo que debía saber sobre el amor. Aquí el dedo tatuado jugó un papel muy importante al principio, pues era la única manera de distinguir que cuate le tocaba a cada cuata, aunque a los pocos días la distinción ya no importó más porque las equivocaciones iban de las unas a los otros y de los otros a las unas haciendo el juego más sugestivo y excitante; muchas veces la duda fue preferible a la certeza. De la muerte de Lázaro y su resurrección no hablaremos más porque los reportajes de los evangelistas son conocidos por todos.



J
esús arrastraba a Tomás a todos los caminos y a todos los caprichos que su soberbia le dictaba y éste, dócilmente acataba lo que el hermano proponía. Cuando Jesús iluminado decidió hacer vida mística apartado de la gente, vagabundeando por las orillas del mar de Galilea, escalando montes inhóspitos o cazando chapulines para comer en el desierto, el gemelo sin protestar lo seguía y ayudaba. Cuando el Mesías, como exigía Jesús que le llamara, seguido de una muchedumbre fanática anunciaba que pasaría cuarenta días y cuarenta noches en el desierto en ayuno total, los testigos que a veces se distraían o dormitaban, no se daban cuenta que cada dos días se turnaba un cuate por el otro; confundidos con ver al Nazareno serenándose arriba de una peña sin moverse toda la cuarentena, lo daban por milagro.
Cuando Jesús, como Mambrú, se fue a la guerra, se fue para cobrar cumplida venganza porque a su padre José lo habían matado en Séforis por la imprudencia de ir a buscar a su vecino, según lo consigna José Saramago en su “Evangelio” que no voy a repetir aquí, pero que es más creíble que los de los cuatro evangelistas canónicos, y como siempre, no necesitó de acuerdos ni discusiones; bastó una mirada para que Tomás le dijera lo que le repetiría tantas veces por amor filial: “Nos vamos juntos, juntos nos mandó Díos, juntos tendrá que llevarnos, quien te mate a ti tendrá que matarme a mi también”. Jesús cambió de pronto su actitud de Mesías por la de rebelde, encampanó a un grupo de fanáticos seguidores que creían en él, los convenció de que Dios su padre no lo había mandado a meter paz sino espada, los conminó a que el que no tuviera espada vendiera su capa y comprara una, y con unos cuantos a quienes llamó discípulos más su inseparable y bien amado hermano Tomás, se lanzó a las montañas de Gamala con la idea de sumarse a las huestes de Judas el Gaulitano. Antes de ello, con el propósito de allegarse fondos económicos para su nueva causa, asaltó las arcas del templo de Jerusalén, les arrebató sus ganancias a los cambistas y mercaderes, se llevó el contenido de los cepos y con todo ello partieron al nido de águila donde se parapetaba Judas Gaulanita.
Tomás también solía agenciárselas para reunir fondos para la rebelión: Salomé era una galilea, que no debemos confundir con aquella princesa idumea que instigó la muerte del Bautista, convencida ésta de la causa que defendía Jesús, estaba enamorada, aunque ni ella misma sabía de cual de los gemelos; siendo una mujer económicamente acomodada, los financiaba espléndidamente y solía pasar algunas noches con Tomás apodado Dídimo. En una ocasión, después de estar un día completo con quien creía era el hombre de sus requiebros, cayó en la duda, algo le dijo que con quien había yantado y yogado no era exactamente Dídimo su habitual machucante. Las mujeres entonces como hoy son intuitivas, aunque discretas y condescendientes, no pueden ser engañadas por ningún hombre, y mucho menos por dos rústicos aldeanos, por mucho que sean idénticos y se tengan por descendientes de la casta divina. Salomé decidió expresar su duda, solamente para que no se le tuviera por desavisada, así que le preguntó a Jesús a bocajarro: “¿Y tu quién eres hombre, que has comido en mi mesa y te has acostado en mi cama?” A lo que Jesús contestó, sintiéndose cogido con las manos en la masa: “Yo soy aquel que es igual a su igual”. Salomé no tuvo más que replicar: “Seré tu discípula”. Y lo fue hasta el pié de la cruz el día aciago en que el hijo putativo del carpintero entregó, para remisión de los pecados de la humanidad, su alma al creador, aunque sólo fuera por tres días, tras de los cuales la recuperó por medio de la resurrección para luego subir al cielo en cuerpo y alma.



C
uando los conjurados se reunieron, por primera vez después de la muerte de Jesús, lo hicieron en Galilea, porque en Judea no se habían aplacado las ansias persecutorias a pesar del martirio y, en secreto por temor a ser aprehendidos y correr la misma suerte que el crucificado; Tomás llegó el último y como todos entró con suma cautela al lugar de la cita, aunque éste lo hizo por el tragaluz del cuarto donde estaban los demás. Al verlo descender de golpe, cuando lo esperaban por la puerta o cuando mucho por la ventana, sus pensamientos mágicos se echaron a andar y, dado el parecido con Jesús, quisieron creer que se trataba del mismísimo Nazareno y no de Dídimo. Qué difícil resulta convencer a un fanático cuando se parapeta atrás de su dogma y no entiende razones. Peor en este caso que no era uno sino diez los necios creyendo ver a su Mesías redivivo. Después de un rato de porfiar, ellos de que si y que si era el Ungido y, él de que no y que no, sino que era Judas, Tomás, Dídimo, el cuate, gemelo, mellizo de aquel, tuvo que desnudarse y mostrar que no tenía heridas, lesiones, estigmas, cicatrices, costras ni cosa parecida que pudiera indicarles que había sido flagelado, coronado con espinas, clavado de manos, muñecas ni calcañales, ni lanceado y aún así le costó trabajo convencerlos de que era quien era y no al que se le parecía. No hubiera sido Salomé- se dijo para sus adentros Tomás.
Después de mucho discutir, estuvieron finalmente de acuerdo los diez unánimemente, en que lo que habían aprendido del Rabí Jesús de Nazaret, no debía quedarse dentro de los linderos de Israel, por mucho que hubiera sido la tierra prometida, sino que debían viajar por el mundo, que entonces creían que terminaba en las columnas de Hércules y enseñar por las buenas o por las malas la fe cristiana, esto a costa de sus propias vidas, según el ejemplo del maestro; ni siquiera sospecharon que estaban inventando la globalización y que, más adelante sucumbirían uno a uno en manos de globalifóbicos recalcitrantes. Así fue como Simón Pedro decidió ir a Roma donde lo crucificaron, Santiago se propuso seguir el camino que las estrellas le señalaban, cosa que logró antes de morir decapitado por órdenes de Herodes Agripa, sus restos se dice que descansan en Compostela. Bartolomé cuyo verdadero nombre era Natanaél corrió para Armenia, Mesopotamia y La India donde lo desollaron vivo y luego le cortaron la cabeza. El otro Santiago, vegetariano, imbañable, se dejó crecer las greñas hasta que lo desbarrancaron del altar del templo para matarlo. Felipe se quedó en Judea con su mujer y sus dos hijas, tan longevas que todavía vivían a fines del siglo II. A San Andrés apodado Proclete en alusión a que fue el primero en ser reclutado por el Mesías, lo martirizaron en Grecia por andar predicando ideas subversivas contra los dioses del Olimpo, y lo crucificaron en Kiev donde los tatarabuelos de los rusos ya se pintaban para eso. Mateo cuyo verdadero nombre era Levi, el que brincó de publicano recaudador de impuestos de la Roma imperial a apóstol, se fue a oriente y escribió de memoria lo que recordaba de la dolorosa vida del Cristo; nadie recuerda como murió, pero le han de haber dado de manazos hasta acabar con él por mentiroso. Judas Tadeo o Lebeo como también se llamaba, escribió un epistolario y murió en su cama de un ataque al miocardio diagnosticado entonces como “mal de pecho” y, Tomás como Colón después, creyó tomar el camino de levante y vino a dar a un extraño mundo llamado Anáhuac en donde le apodaron “el divino gemelo” en las lenguas que se hablaban en esa región hasta entonces y por fortuna olvidada de las mientes de Dios.





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n Finisaterre Tomás oyó hablar a algunos viajeros respecto a que, al sur de la Hispania Ulterior, justo en la puerta del Mediterráneo, estaba el puerto de Gádis, Cádiz, histórico enclave fenicio en donde aún en la época en que alentaba el Taoma, había astilleros en los que se fabricaban excelentes barcos, conocidos desde tiempos de las guerras púnicas con el burlón remoquete griego de gaulós, bañeras, por la forma que tenían, término que con el tiempo degeneró en galeón y galera. Estos barcos se fabricaban con madera de cedro de Líbano. El carpintero Judas Tomás decidió hacer camino hacia allá pensando que tendría trabajo seguro, aprendería a construir embarcaciones y, tal vez le sería posible hacer uno para él y regresar navegando a su tierra prometida sobre las aguas uterinas del Mare Nostrum para después tomar rumbo a cumplir con la enseñanza del mensaje de su mellizo Jesús. En aquel entonces la correspondencia entre las brillantes estrellas del cielo, los polvorientos caminos de la tierra y los movedizos surcos del mar, era asunto conocido y sencillo para caminantes y aventureros; ante la falta de carteles de señalamiento que indicaran desvíos, rutas accesibles o alternas, curvas peligrosas o paraderos turísticos, el viajero debía detener el paso, levantar los ojos al cielo y mirar a Sirio o a Polaris, también conocida como estrella fenicia, así se sabía hacia donde caminar o poner vela. El sol siempre ha salido por el orto, se ha ocultado por el ocaso, nos ha bañado con su luz sin sombra cuando está en el cenit y nos ha envuelto en la penumbra cuando viaja al nadir; eso lo sabían Pero Grullo y Judas Tomás y ese conocimiento guiaba sus pasos alejándose de la osa menor en busca de la vertical con la constelación de Hércules bajo cuya luz e influencia se hallaría Gádis. Atenido a esos escasos conocimientos, y al preguntado se llega a Roma, descendió el mapa de la costa occidental de la Hispanía, cruzó el Duero, llegó al Tajo, se mojó los pies en el Guadiana, siempre rumbeando hacia el sur, pasó por Emérita Augusta, Mérida, mas o menos siete años después de que Augusto la declarara capital de Lusitania, se extravió en las marismas del Guadalquivir y, por fin después de un año de haber emprendido el viaje, llegó al destino que se había propuesto, el gran puerto de Gádes, como lo llamaban entonces los romanos. No tuvo ninguna dificultad para encontrar trabajo en los astilleros; ahí habría de permanecer un poco más de tres años, tiempo suficiente para aprender el arte de armar barcos, confeccionar el propio, reunir fondos, reclutar adeptos a su causa y convencer a un fanático rico de auspiciar un viaje evangelizador hacia Bharát, la India, para ganarse así la gloria eterna. Se embarcaron veinte, el barco no tenía espacio para más y tampoco hacían falta, no sólo eso, sino que Tomás pensaba a veces que eran demasiados, que le sobraban ocho, que su hermano gemelo había hecho una revolución con sólo once y un traidor y que una vez que dejaran de fungir como tripulación, vería la forma de quedarse sólo con doce. Ahí Tomás inventó y puso en práctica la teoría de la “Imitación de Cristo”. No hay nada más práctico que una buena teoría, se dijo para sus adentros y sonrió complacido.
Con veinte hombres se embarcó el apóstol, entre los cuales iba un berebere canario que ya sobre la marcha logró convencer a Tomás de sus conocimientos marítimos, de la necesidad de ser el capitán de la nave, y de tomar un atajo que casualmente pasaba por las Islas Afortunadas, Fortunatae Insulae, como las llamó Plinio el Viejo cuando dio cuenta de unas vacaciones que pasó ahí el rey Juba II de Mauritania., las Canarias ni más ni menos. Para convencerlo Hirguan, que así se llamaba el canario, le contó que en esas islas se hacía la Ambrosía, el néctar de los dioses, el agua más cristalina y ardiente, agua ardiente… aguardiente, que sólo un privilegiado garguero humano podía disfrutar y que era la savia dulce de la caña de azúcar, saccharum officinarum, el ron, espíritu de la caña. Como cualquier mortal, Tomás se convenció, aceptó con la misma incauta inocencia con la que oyó Odiseo atado al mástil el canto de las sirenas. Esa fue su perdición del rumbo, hicieron proa hacia occidente bogando sobre el Mare Procelosum, confiados solamente en el amor a Dios que ya para entonces en las mientes de Judas Tomás, se confundía con su divino gemelo. Sin necesidad de remeros, a toda vela, hinchada por vientos propicios llegaron en menos de tres días a la isla más oriental, tierra de los guanches; ahí Hirguan el berebere canario cuyo nombre recordaba al dios maligno y peludo del panteón de La Gomera , cumplió lo prometido, llenó de ron a toda la tripulación y después de tres semanas de trasiego desertó de la expedición con otros cuatro briagos que decidieron quedarse con el canario. Para Tomás la deserción, lejos de desalentarlo lo acercaba a la imitación de Cristo, todavía le sobraban tres. Con quince tripulantes y él como improvisado capitán se lanzó a la aventura. Comiendo atún y pájaros marinos, rezando mañana, tarde y noche, llegó empujado más por las corrientes que por el viento, al mar que más tarde se llamaría de las Antillas, topó con otra isla poblada de seres humanos desnudos que después de muchas zalamerías, se comieron a otros tres miembros de la tripulación y dejaron justamente el número que para Tomás era cabalístico. La fe quizá no mueva montañas como lo afirman los filósofos de la estulticia, pero si mueve embarcaciones que están hechas para bogar, así que por la pura fe llegaron sin protesta a topar con una tierra nunca prometida, que no les permitió ir más allá por vía marítima. Había arribado Tomás y sus doce galeotes al pueblo por donde Dios había pasado en tiempos de la creación, pero no había vuelto, ofendido porque le mataron el burro que montaba y, tuvo que seguir a pié el gran recorrido de inspección de la maqueta del universo.




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omás llegó al Anáhuac cuando Roma contaba el año 792 a partir de su fundación, ab urbe cóndita, como decían los romanos, que corresponderá al 38 de la era que se contaría desde el nacimiento de Cristo, con más o menos seis años de atraso por un mal cálculo del matemático Dionisio el Exiguo, lo que inspiró a un bromista de nuestro tiempo a decir que Cristo nació en el año seis antes de Cristo. Corresponde este tiempo al ome tochtli, dos conejo, de la cuenta larga teotihuacana que, con increíble exactitud se venía registrando a partir del tránsito de Venus frente al disco solar, ocurrido cuando en el viejo mundo se hubiera contado como el 11 de agosto del año 3114 a. de C. Tomás había acompañado a su hermano Jacobo por el periplo evangelizador que le dictó la inspiración mágica de las estrellas. Desde muchos siglos atrás la gente crédula hacía peregrinaciones siguiendo sobre la tierra el camino que desde el cielo les marcaba la luz de la vía láctea, hoy camino de Santiago, para muchos era un acto penitencial rogativo de fecundidad, pues se suponía que estaba formada por el semen de Dios; viajar bajo su luz desde levante hasta el fin de la tierra prometía fertilidad. Las peregrinaciones terminaban en el Cabo Finisterre, la proa del mundo, los peregrinos se quedaban ahí, no había más allá, pequeños e insignificantes, mirando como en el firmamento la vía láctea se partía en dos brillantes caminos, lagartija de dos colas, sobre la infinitud del mar Atlántico que más adelante se precipitaba hacia los avernos. Esta ruta tomaron Tomás y Jacobo, con los resultados ya parcialmente conocidos: Jacobo se quedó en Compostela tratando de evangelizar a los celtas tatarabuelos de los actuales gallegos, lo que no le costó mucho trabajo, lo hizo rápido y regresó a Jerusalén donde tuvo la muerte que ya quedó narrada, y de donde fue secuestrado su cadáver para llevarlo nuevamente a Compostela. Tomás decidió y creyó regresar a Israel, pero la traición de Hirguan, un mal viento y la corriente norecuatorial de Lusitania lo trajo a la deriva con los resignados compañeros de viaje, hasta un mar azul de arenas blancas, donde vivía el pueblo que había inventado el cero, cien veces más culto y civilizado aunque igualmente fanático al que él conocía y en donde, por designios ineluctables fue el único respetado, mientras sus últimos acompañantes eran sabrosamente aderezados para ser servidos como última cena, la de ellos por supuesto, de un gobernante itzae.
Tomás era blanco, barbado, de estatura superior a la de los pobladores que lo acogieron con gran júbilo y lo llevaron a la presencia del cacique de Dzibilchantún, quien lo colmó de obsequios entre los cuales contó una casa ovalada, hecha de otates, enjarrada con lodo, paja y excremento, pintada de blanco con cal apagada, con dos puertas, una al oriente y otra al poniente, piso de tierra, tapezco, techo de palma, que en tiempo de calor era fresca y tibia en época de frío. También recibió dos mujeres para su servicio, tres hamacas para dormir, abanicos para espantarse los insectos nocturnos y unas hachuelas de cobre que aceptó con gran gusto creyendo que eran de oro y el natural desencanto cuando se oxidaron. Las mujeres lo enseñaron a hablar el idioma del lugar y el trató de explicarles que era hermano mellizo del elegido de Dios; ellas mismas comenzaron a llamarlo por eso y porque había llegado con el lucero del amanecer Kukulcán que, como ya ha quedado dicho, equivale a gemelo divino.
Por mucho tiempo su única ocupación fue aprender la lengua y conocer las costumbres, no necesitaba trabajar, la gente como antaño cuando él y su hermano curaban apestados y poseídos, le llevaban animalejos del monte para comer y lo trataban como un enviado de Dios. Un día una mujer le llevó una manta tejida con una fibra muy fina y resistente obtenida de una planta llamada Itzotl, tan suave al tacto y tan inmaculadamente blanca, que Tomás quiso dibujar sobre ella y, recordando sus facultades de arquitecto para trazar líneas, pidió a una de las mujeres de su servicio le llevara pinturas y pinceles; el mismo día los tenía a su disposición y lo primero que se le ocurrió dibujar fue a su madre, el recuerdo de María lo había asaltado muchas veces en la azarosa travesía del insondable Atlántico. “Sobre un fondo de cielo trazó la imagen de una mujer vestida de sol, y la luna menguante debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando preñada como si clamara con dolores de parto”. Cuando hubo terminado su obra supo que las pinturas con que la había elaborado no se borrarían jamás, aunque la luna, bajo los pies de la imagen, pasó de blanca a prieta por el yoduro de plata que contenía el pigmento; lo que no supo fue que cien años después, Juan el Teólogo plasmaría por revelación esa misma imagen en el capítulo 12 del Apocalipsis, y que en el siglo XV después de la expulsión de los musulmanes de Europa, se tomaría como símbolo del triunfo de occidente sobre oriente. ¡Tiempos en que dios no dejaba de la mano a sus vasallos!






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res años después de su llegada, Kukulcán había aprendido el maya, entendido también que las enseñanzas de Jesús no cabían por las buenas, en este nuevo mundo, había cambiado su domicilio a una casa sacerdotal y olvidado que alguna vez se llamó Judas, apodado el Taoma, Tomás y Dídimo y, con su nuevo nombre decidió emigrar hacia el norte de la tierra nueva donde, estaba enterado, existía la ciudad antesala del cielo, en la que esperaban los hombres para convertirse en dioses, su nombre lo decía todo: Teotihuacan. “Apoteosis” tradujo al latín casi sin pensarlo y en ese momento se dio cuenta que en todas partes, en todos los idiomas y en todos los tiempos, hay palabras para describir los anhelos de glorificación de los humanos inconformes con su condición de simples mortales.
Era otro mundo, jamás había visto una ciudad tan grande y cosmopolita, ni Roma podría compararse a Teotihuacan; era una ciudad donde se escuchaban muchos idiomas diferentes, a ella convergía gente de todos los confines del Anáhuac y, habrá que decirlo, se conseguía el pasaporte de la deificación mediante el ya conocido procedimiento de la extracción del corazón palpitante y la comunión mediante el consumo de la carne de los inmolados; igual que en el templo de Jerusalén. Aquí sin embargo se consumaba sin interrupciones el holocausto que Dios le frustró a Abraham sobre su primogénito Isaac; muy parecido a lo que Herodes el Grande mandó perpetrar sobre los veinticinco santos inocentes para que se cumplieran las sanguinarias antiguas profecías. Estoy, se dijo, es la nueva tierra prometida.
Mientras caminaba por primera vez sobre una calzada consagrada al dios Quetzalpapalotl, Mariposa Divina, la luna, admirado por la magnificencia de los edificios, la gente a su alrededor se admiraba a su vez al ver su manto dibujado con el retrato de María y le pedían explicaciones que no podía dar; los dos sacerdotes mayas que lo acompañaban eran quienes se encargaban de explicar al paso y conducirlo a la casa sacerdotal que estaba a un lado del templo, parecía una fortaleza inexpugnable a la que sólo se podía acceder por una escalera de peraltes muy cortos y empinados. Sobre el terraplén en el que culminaba la escalinata, incontables guerreros armados daban o negaban el acceso a quien pretendiera llegar hasta ahí. Al acceder ante Cozcatl, Gota de Agua, bello nombre, el gobernante y sumo sacerdote, los acompañantes le hablaron en la lengua del lugar, él lo miró, admiró su capa y lo llamó por primera vez Quetzalcoatl. No sabía y, tal vez no supo nunca Tomás, que antes que él ya había pasado por ahí otro Quetzalcoaltl que viajando hacia el sur había llegado a gobernar un pueblo con el nombre de Kukumatz, y que mil años después llegaría otro Quetzalcoatl, Ce Acatl Topiltzin, quien inventaría el maíz transgénico, reinaría en Tula la capital tolteca y se incineraría en Coatzacoalcos, después de emborracharse con pulque y cometer incesto con la más buena de sus hermanas.
No le faltó quehacer, enterado Cozcatl, de que el recién llegado era arquitecto, le fue encargado el diseño de los templos que para entonces estaban en proyecto; Tomás Quetzalcoatl propuso construir al estilo que él conocía: moles cuadradas por los cuatro costados como la ya famosa desde entonces Kaaba de La Meca que, según sabía fue hecha sobre una maqueta elaborada por el mismísimo padre Adán, aunque destruida tiempo después por el diluvio, siendo rehecha por el patriarca Abraham con ayuda de su hijo Ismael con el que siempre tuvo buenas migas y jamás amenazó con degollar como lo había hecho con Isaac. La reconstrucción de la Kaaba, estuvo supervisada por el arcángel Gabriel que en este caso es muy propio decir que metió su cuchara y además regaló la piedra para la edificación, que en principio era blanca como la leche, pero que se fue poniendo negra por los pecados de los hombres. Al gobernante de Teotihuacan le pareció bien el proyecto y poniendo manos a la obra, aportó lo necesario para la mano de obra pero, conforme se iba avanzando en la construcción de lo que pretendía ser un gran cubo, se iba agotando el presupuesto y con ello reduciendo las proporciones y materiales. A eso se debe que las pirámides tengan esa forma. Finalmente no quedaron tan mal, pero de todos modos el fracaso del proyecto original le valió el disgusto del tlatoani y como consecuencia se le decomisó lo único de valor que tenía: la capa con la imagen de su mamá; después se le aplicó el procedimiento de la apoteosis que, tenemos por sabido, consistía en desnudarlo, orlarlo con un rico tocado o penacho de plumas de quetzal, recostarlo sobre la piedra sagrada y abrirle el pecho con filosísimo cuchillo de obsidiana, para ofrecer el corazón palpitante a Tezcatlipoca, Espejo Bruñido. El ritual terminó, como era costumbre, con la comunión pública, que por ser sagrada no se tenía por antropofagia sino como identificación con el Señor del cielo y la tierra que, por cierto, la mitología afirmaba era el gemelo malo de la dualidad Quetzalcoatl- Tezcatlipoca. Ese día los teotihuacanos comulgaron con la blanca carne del mártir. Corría el año matlactlionce acatl, diez más uno caña, de la cuenta larga teotihuacana o 47 de la cristiana. El mellizo de Jesús moría a la provecta edad de 53 años, creyendo haber encontrado “el camino, la verdad y la vida”. 1474 años después llegarían muchos hombres con la facha del santo, que enseñarían a los nativos del Anáhuac a comulgar con pan y vino, transubstanciadas carne y sangre del gemelo de Tomás. Amén.





EPÍLOGO.

En memoria del apóstol Judas, alias Dídimo, alias Taoma, alias Tomás, alias Kukulcán, alias Quetzalcoatl, la Iglesia de Cristo consagró el 3 de julio como el día de su celebración partiendo el año sidéreo justo en el medio, dando con esto un mensaje cifrado de la dualidad, la primera mitad contada a partir de la fecha del nacimiento de los gemelos Jesús y Judas, la segunda a partir de la muerte de Tomás.
Respecto a la capa con la efigie de la madre de los mellizos, corrió insospechadas aventuras: se perdió durante 1484 años para aparecer en 1531 en manos de un indio macegual originario y vecino de Cuauhtitlan, cerca de la ciudad que había sido la gran Tenochtitlan, el hombrecillo se llamaba Cuauhtlatoatzin, pero rebautizado con el nombre de Juan Diego quien desde el año 2005 es tan santo como el propio hermano de Jesús. En 1794 Fray Servando Teresa de Mier invocó la memoria del divino cuate y recordó que no se trataba de la tilma de Juan Diego, sino de la capa de Santo Tomás, por eso lo persiguieron, lo encarcelaron y lo desterraron. En 1810 una copia fiel de la apocalíptica imagen fue usada por un cura réprobo llamado Miguel Hidalgo, para levantarse en armas a favor de la independencia de lo que había sido el Anáhuac y al momento era el Virreinato de Nueva España y finalmente en el año 2002 el chino Wu You Lin obtuvo del último derechohabiente de la imagen, arzobispo Norberto Rivera Carrera los derechos de patente número 752595 con base en la Ley de Protección Intelectual, para explotación y uso universal de la imagen pintada en el manto del apóstol.


CONTRAPORTADA
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l dominico regiomontano Fray Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra (1765-1827) pronunció un sermón en la Colegiata de Guadalupe en México, el 12 de diciembre de 1794, donde sostuvo la tesis de que el apóstol Tomás apodado Dídimo, había evangelizado el nuevo mundo en el siglo I de nuestra era, cumpliendo con el mandato de Jesús el Nazareno. La idea propuesta no era de él sino de Fray Diego Durán (1537- 1588) pero habiendo viajado en el tiempo, a través de la investigación de los eruditos, había llegado hasta don José Ignacio Borunda (1740-1800) Bachiller en Cánones quien elaboró y difundió discretamente esa aventurada conjetura apoyado también en otras opiniones tan respetables como la del investigador italiano Lorenzo Boturini (1702-1756) quien a su vez reunió información al respecto de Carlos Sigüenza y Góngora (1645-1700). La entonces poderosa Iglesia Católica mexicana, se encargó de hacer perdidiza toda esa información, ridiculizar y darles su merecido a todos y cada uno de los mencionados. El padre Teresa de Mier fue quien llevó la peor parte, desterrado, perseguido, encarcelado, muerto y momificado, se desconoce el paradero de sus quebrantados huesos. Sólo el triunfo de las ideas liberales plasmadas en las leyes de Reforma y en la Revolución, permitieron que, hasta hace muy poco su nombre se anotara en letras de oro en el recinto legislativo de la cámara de diputados de la que, finalmente formó parte. Esto le da brillo y lustre a quienes ya, sin grilletes mentales, reconocieron la aportación de este héroe del pensamiento libertario.
M. G.