martes, 26 de julio de 2011

OPACIDAD

El pueblo veracruzano es, sin temor a equivocarme, chismoso por naturaleza, no se explica de otro modo la proliferación de periódicos, de papel, virtuales, decanos, frescos, de larga vida y de sólo un número. Los “medios de comunicación” crecen aquí como hongos en la humedad y del mismo modo se extinguen; muchos reciben el abono vivificante del Estado, otros no lo logran y mueren por inanición. A la mayoría los sostiene la nota roja y la nota política, lo demás es noticia de segundo renglón, en éste están los “sociales” y las ofertas que cumplen una función azas de mayor importancia que las demás secciones. Hay sin embargo una sección de noticias que resultan ser las más lucrativas: las que no aparecen, o mejor dicho, las que los medios pasan por alto por una de dos razones: porque han cobrado bien su ocultamiento, o porque el mismo medio periodístico ha sido amenazado si apareciera alguna nota referida a tal o cual suceso. El vacío de información se nota porque los chismosos profesionales tenemos ahora las “redes sociales” que nos mantienen al día, de los sucesos que van ocurriendo y la prensa calla. Quizá la credibilidad de esas noticias sea dudosa, pues quien las genera no es especialista del periodismo, no obstante son dignas de tomarse en cuenta las que provienen de testigos presenciales, quienes sufrieron en carne propia el acordonamiento de una zona, o el ataque de la delincuencia en pleno centro de la ciudad o en algún cementerio de administración privada, aunque la psicología nos enseña que la mayoría de las personas que se encuentran en una situación inusitada son propensos a exagerar para concederle mayor importancia al hecho o a su presencia en él. Cuando alguna de esas noticias se difunde de manera incontrolada en el momento en que ocurren y de modo parcial, el impulso de todo buen chismoso es buscar el complemento de la información y, cuando no se encuentra en ningún medio, salta la sospecha de que está siendo apagada por alguna inconfesable razón; es el caso de el desaguisado que el domingo anterior ocurrió en la plaza de las Américas en Xalapa y del que, de no ser por vía de teléfonos celulares entre amigos, por donde corrió la advertencia de no acercarse a esa zona, ningún chismoso profesional se hubiera enterado, porque después de lo sucedido, ha habido un extraño ocultamiento de los pormenores del asunto. El fenómeno no es único, así como ese ha ocurrido otros hechos que de no ser por los “lavaderos” del ciberespacio, pasarían en medio de la neblina que, con dinero o amenazas, se apaga y se oculta. No sería tema de reflexión esto tan frecuente y viejo, si no fuera porque ahora existe una ley que concede a los ciudadanos el derecho de estar informados y de reclamar su cumplimiento, el chisme como garantía social, ni más ni menos, porque el hecho de que estemos enterados o no, no genera ninguna consecuencia, salvo la de permitir que los ciudadanos estemos advertidos de por donde sí y por donde no podemos andar con seguridad. Pero bueno, ya que el Estado se ha echado a cuestas la tarea de garantizar el cumplimiento de los derechos ciudadanos, poniendo el chisme al alcance de todo aquel que sepa leer y escribir, muy correcto es pedir de la manera más respetuosa, porque oficialmente no hay vía, que nos digan ¿qué madres está pasando aquí? ¿A dónde podemos ir sin riesgos? Y bueno, todo este reclamo, basado en la concesión a la autoridad de que nos va a decir la verdad de lo que está ocurriendo, porque finalmente, tendremos que darle un voto de confianza a reserva de que se lo merezcan o no, porque de todas maneras la duda es la que inquieta, que las verdades aunque sea crueles se asumen.
Al inicio de las vacaciones de verano, unos amigos me invitaron a Cuernavaca; decliné la invitación por considerar que la inseguridad que vive esa ciudad, no me garantizaba regresar a mi querido Estado sano y salvo; a las dos semanas, mirando lo que está sucediendo acá, me asaltó la duda… y menos mal que fue solo la duda la que me asaltó: ¿No estaría yo acaso más seguro en Cuernavaca?

lunes, 11 de julio de 2011

PALIACATE

Los jarochos hemos vivido orgullosamente engañados, con el paliacate al cuello y creyendo dogmáticamente que se trata de un invento veracruzano, que sólo nosotros lo usamos para todo. En efecto, el paliacate es aquí toda una institución que ha servido tanto, para sonarse los mocos, como para detener el sudor que fluye de la cabeza, cuando nos lo atamos en el cuello, como aquel famoso candidato a gobernador, don Fernando Gutiérrez Barrios, que lo convirtió en una divisa de campaña, aunque, una vez habiendo ganado, jamás lo volvió a usar. Pero aunque me apene arrojar una pequeña mancha en la inmaculada ignorancia de algunos de mis lectores, les comunicaré algo que yo tampoco sabía hasta ayer que, buscando otra cosa, me topé de chiripa con el origen de tan útil trapito.
Hay tres versiones en un documento cibernético denominado Etimologías de Chile, todas complementarias, no contradictorias, aunque lo parezcan a primera vista, la primera dice: que los portugueses fundaron un puesto comercial al sur de la India en el año de 1502, en un lugar denominado Palicat. Hoy en día se llama Pulicat en el Estado de Tamil Nadu, antes llamado Madrás. Una de las actividades económicas del lugar era la producción de pañuelos muy coloridos, a los que se les llamó precisamente “pañuelos de Pulicat” que con el uso se fue deformando hasta quedar en Paliacat y finalmente Paliacate. Los franceses los llamaron mouchoirs de Paliacate y, handkerchiefs from Paliacate los ingleses. Hay varias referencias de este producto en documentos del siglo XVIII en los idiomas mencionados; el informante de Wikipedia que ofrece su versión, hace notar que los diseños estampados en esos pañuelos, son evidentemente indios, pero de la India, de ninguna manera mexicanos. Cuenta que en el siglo XVII había en el puerto de Paliacat un millar de telares produciendo esos pañuelos entre otros productos, los que fueron distribuidos por todo el mundo por los comerciantes de la época.
La segunda versión, es del Diccionario de la Real Academia española de la Lengua y dice que: se trata de un hibridismo de castellano y náhuatl: Pa, apócope de para y yacatl que se traduce por nariz, o sea: para la nariz, y la tercera versión del mismo origen dice que se trata de dos palabras nahuas: Pal que equivale a color y yacatl, nariz. De todas maneras, estas versiones idiomáticas poco afortunadas, no contradicen el origen hindú del tan sonado pañuelo.
Y si bien el origen del paliacate no es jarocho ni mexicano como creíamos, no todo está perdido, seguramente el uso que se le ha dado en estas tierras de la luna de plata, si es exclusivo: Mire usted que usarlo como ya comentamos que hizo el caballeroso Gutiérrez Barrios, para lograr la identificación de rumbero y jarocho, trovador de veras, que logró sólo porque aquí y entonces nadie sospechaba que el adminículo venía de Cachemira y no de Chacaltianguis como lo creíamos todos equivocadamente. Un segundo uso particular es el de atarlo al cuello a efecto de que la churria y los metlapiles de mugre de la nuca y el pescuezo, no manchen la blanca tela de la guayabera, de ese modo la prenda alforzada aguanta dos puestas o más, y otro uso que definitivamente no he visto hacer en otras latitudes, es el tirarlo al suelo y anudarlo con los pies mientras se baila La Bamba, El Colas, u otro son jarocho que exige de los caballeros ser muy competente con el botín, y de las damas con el chapín. Quiero finalmente, en honor al paliacate, sea de donde sea, decir que es una gloriosa institución, que un jarocho sin paliacate es como un Supermán sin capa, como un El Santo sin máscara, o sea que no vale para maldita la cosa y que, un buen jarocho debe traer dos o tres paliacates cuando menos, uno anudado al cuello, otro para limpiarse el sudor de la frente y cabeza, quitándose el sombrero de cuatro pedradas por supuesto, y otro para limpiarse los mocos; este último no debe usarse para darse un limpión, porque como dice Margarito Ledesma, el poeta de Chamacuero de Comonfort: “las materias y sustancias escurridizas y los humores narizales se resecan en el pañuelo después de que uno se suena, y se ponen tan duros y resistentes como pedazos de vidrio, y de allí vienen los rayones y las tasajeadas y las sacadas de sangre”.