jueves, 19 de abril de 2012

GILIPOLLAS

Le hubiera pasado desapercibida al mundo entero, la doble moral, la desfachatez, la falta de ética de rey Juan Carlos de Borbón, a no ser por un desgraciado… para él, afortunado para los elefantes… accidente en el que se descaderó andando en una cacería en Botsuana África, cuando es presidente honorario de una sociedad defensora de la vida del planeta. Valdría decirle, parafraseándolo: “Por qué no te mueres”. Porque miren ustedes que a su edad y condición, salir a matar elefantes, es una verdadera imprudencia que denuncia su pésimo estado mental. Y hablo de matar elefantes, aunque nadie lo ha confirmado, porque ni modo que haya ido hasta África a charpear huilotas.
La WWF, Word Wide Fund for Nature, de España, de la que el mentado rey es presidente honorario, está pidiendo, con justificada razón, le sea retirado el emblemático cargo, por ir en contra de los principios de esa fundación. Que entre otras cosas dice: “WWW España se compromete a trabajar por un planeta vivo y su misión es detener la degradación ambiental de la tierra y construir un futuro en el que el ser humano viva en armonía con la naturaleza, Conservando la biodiversidad biológica mundial”. Dice más cosas, pero para el caso esto es lo necesario. Lo menos que demuestra el monarca con una acción tan execrable, es que ya está chocho, que merece que se le haya quebrado un hueso, y que tampoco merece ser rey. Peor aún, nos hace pensar en que las monarquías son anacrónicas, obsoletas, costosas e incompatibles con las democracias y hasta con los circos que respetan la vida de los elefantes, aunque los encaramen sobre botellas, lo que es menos cruel que matarlos a balazos.
Entre 46 y 60 mil dólares se estima que le costó al rey ir hasta Botsuana a quebrarse la cadera, lo que no representaría mucho dinero, si España no estuviera viviendo la crisis en la que está sumida, y si al mismo tiempo no hubieran propuesto un recorte presupuestal a Educación y Sanidad de diez mil millones de euros anunciado por Mariano Rajoy, posible cómplice del despilfarro real; ora sí que la situación económica del país está de la madre patria, lo que agrava la actitud inconsciente de este señor que al pedir perdón dijo que se incorporaría a su trabajo… ¿¡Cual trabajo!? Si es un zángano del panal peninsular. Y todavía el PP, el partido derechista en el poder expresa, como era de esperarse, una justificación a la desvergüenza real, con lo que confirma también que esos partidos que vienen desde el oscurantismo de las ideas que aún pervive en el siglo de las luces, son los emisarios del pasado que patalean, son peligrosos, atrevidos, criminales, y solapan cualquier obscenidad como la que ha representado este réprobo reyezuelo.
El Magnate sirio llamado Mohamed Eyad Kayali, residente en España, dijo haber sido quien pagó la aventura paquidérmica de Carlos de Borbón, no le vale de todos modos, porque no solo es el paseo sino el propósito real de ir a matar elefantes que, en el siglo XXI es un crimen de lesa naturaleza. También habrá que considerar el interés del magnate para costearle al rey una diversión de esa naturaleza, ¿Qué le mueve a ser tan esplendido con ese decrépito señor?
El rey Juan Carlos no tiene antecedentes limpios. Habrá que recordar que a los 18 años, antes de matar elefantes, mató accidentalmente de un tiro de revolver a su hermano Alfonso de Borbón. Juan Carlos es el sucesor de Francisco Franco de penosísima memoria y juró respetar los principios del “Movimiento Nacional” o sea el ideario franquista. La sucesión dinástica correspondía a su padre Juan de Borbón y Battenberg, pero Franco se lo brincó olímpicamente, porque el padre no le era sumiso como el hijo, el conflicto interno en la casa real, que produjo este brinco, aún es recordado en España, y ahora más. Al anunciarse la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, Juan Carlos juró acatar los Principios del Movimiento Nacional arriba mencionados, que no eran otra cosa que la perpetuación del franquismo.
¡Ahora cree que con una anémica disculpa se va a reivindicar! (¿?) Tendría que comenzar por disculparse con los elefantes del mundo entero, después con las asociaciones de defensa de los animales, después con sus súbditos españoles, luego con su vieja la reina que según ha trascendido está enojadísima confirmando que se casó con un gilipollas. Y al final con Hugo Chávez y con nosotros, a sabiendas de que no lo vamos a perdonar. ¡Faltaba más!

miércoles, 4 de abril de 2012

LA TORTURA

La privación de la libertad no es otra cosa
que un modo “civilizado” de torturar.


Los legisladores no se ponen de acuerdo, y no se pondrán; porque se les olvida que el suplicio forma parte de la esencia humana, estamos inmersos en él; ni Adán ni Eva se salvaron de la tortura, el mismo Dios los condenó, a una a parir con dolor, y al otro a ganar el pan con el sudor de la frente; desde entonces vivir es un agobio. Solo los que no naces no sufren. Solo los que no trabajan no se angustian.
Hágase la tortura…y la tortura fue hecha. Nace el hombre en medio de la sangre y grita su primera protesta al llegar a este mundo torturado, y aunque la civilización y la cultura han menguando el suplicio de vivir, no lo han erradicado. Los padres somos los primeros torturadores; luego los maestros; más adelante la prójima o el prójimo.
Nos tortura la adolescencia con su irremediable carga libidinal; la madurez con su lastre de responsabilidades y la decrepitud con su fatal declive hacia la muerte; que paradójicamente es la única que no tortura.
La tortura santifica, concede heroicidad, exalta. ¿Cuántos santos y héroes lo son precisamente porque fueron martirizados? ¿Cuántos, en cambio, hombres dichosos han pasado a la gloria y a la excelsitud? -Ninguno: la risa no redime, redime el martirio.
Antes que el “Joven abuelo” Cuauhtémoc, el primer héroe de la Resistencia mexicana: Cuauhpopoca, señor de Nautla, fue martirizado para escarmiento de rebeldes. Quemado vivo por orden de Cortés en presencia del propio Moctezuma. Cuenta la historia que en medio de la plaza mayor, se erigió una pira a la usanza medieval, en una estaca en el centro fue atado Cuauhpopoca. El valiente soportó el suplicio sin proferir palabra. Solo cuando el fuego intenso lo cubrió, un terrible alarido rasgó el silencio vibrátil y el tronido explosivo de su cabeza hizo eco en las escalinatas del templo.
Cuauhtémoc, “único héroe a la altura del arte”, y segundo héroe de la Resistencia. ¿Qué otra acción más destacada le conocemos que la de haber soportado los impulsos callicidas he Hernán Cortés? ¿Cuánto desprecio nos enseñaron nuestros profesores, hacia Tetlepanquetzal señor de Tacuba?, su compañero callitostado que “cobardemente” se desmayó de dolor mientras el Águila Descendente acuñaba su célebre frase: “Acaso estoy en un lecho rosas” (que dicho al canto, es una falsa y zafia atribución).
Nuestros héroes son mártires: Chucho el Roto es un personaje histórico nacional porque soportó una gota de agua cayendo sobre su cabeza en las mazmorras de San Juan de Ulúa. El segurito es un olvidado héroe de la ciudad, porque lo mató la policía a golpes y “buceadas” en el pocito.
Creo en la tortura y en el potro de los suplicios. Los miopes niegan que haya torturas en nuestro país; gustan de verla a la distancia; la aceptan en Irak, en Livia, en las antípodas, pero no en México. Yo creo en la tortura nacional como una institución. Creo en los toques eléctricos en los testículos, en el inmaculado golpe con toalla mojada y en el jaibólico tehuacanazo por la nariz que hace decir que sí aunque sea no; por más que las almas caritativas de los detractores de tormento, recomienden, que el Tehuacán sea de sabores para, cuando menos, darle a elegir al reo de qué se la quiere echar. Creo incluso en el suplicio gratuito de la autoinmolación: en el escapulario de nopales en la manda de rodillas hasta la Basílica o hasta el Cristo del Cubilete; en la peregrinación con frijoles dentro de los zapatos y en el golpe de disciplina espinosa. Creo en los héroes como en los mártires nacionales de la “cristiada”. Creo e los instrumentos de tormento. Creo en Jesús y en Cuauhtémoc y por eso de mi cuello en gruesa cadena de oro, pende una cruz y un anafre.