sábado, 15 de mayo de 2021

 

MORIR NO ES UN CRIMEN

Magno Garcimarrero

PRÓLOGO

Magno Garcimarrero desde su juventud ha escrito mucho y de todo; no aborrece género ni tema, los acomete con un español hermoso, coloquial y culto a un tiempo; que no rehúye y sobrepasa cualquier obstáculo para describir, interesar y conmover hasta la carcajada o a unas lágrimas a quien lo lee.

Afortunadamente también ha publicado mucho y de esta manera, sin mezquindades ha compartido su inteligencia, sensibilidad e ilustración.

Hemos leído de su mano y cerebro, crónica, poesía, cuento, noveleta, ciencia ficción, crítica social y de libros, divagación filosófica… también sólida propuesta jurídica, que en buena hora ha cuajado en la legislación vigente, sobre un tema de profunda trascendencia para nuestra sociedad… para la humanidad.

Sale ahora su gratísimo “Morir no es un crimen”, ágil relato en que corren una parejera con brincos de un carril a otro; por un lado el reportaje puntual que retrata con claridad y precisión el mundo turbio de la administración de justicia pervertida y en subasta; y por el otro, la noveleta negra ligerita con estampas fidelísimas de los dogmas y fanatismos principalmente religiosos que aherrojan, torturan a la gente hasta ahora… con un claro empuje hacia la liberación de las generaciones jóvenes.

Todo ello con una envolvente de humor fino y de crítica profunda, razonada y racional que son como la marca de la casa del autor.

En el desarrollo de su librito hay un sustrato que es la materia de una viva inquietud de Magno desde que era muchacho… la confrontación entre el poderoso instinto de conservación y el igualmente poderoso mandato de la razón en relación a la vida propia y a la libertad basal del ser humano de preservarla o interrumpirla en ciertas circunstancias.

Debate milenario que se aviva en períodos en que florece el pensamiento.

Cita Magno a Baudelaire, a André Bretón… yo añadiría a Cervantes que pone en boca de don Quijote hace más de 400 años “la libertad Sancho es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra; ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”.

Ahora bien, en los hechos, en la realidad histórica y actual, iglesias, dignatarios y voceros de ellas, curas, rabinos, creyentes fanáticos, principalmente de las tres grandes y feroces “ religiones del desierto”, judaísmo, cristianismo, islam, algunos jueces, el público del coliseo romano, algunos gobernantes de todo signo, los caudillos de justicia sumaria, la turba enardecida, los capos y sicarios del crimen organizado, los celosos agraviados… todos ellos se han arrogado el derecho de quitar la vida a otros; no así los dueños de sus propias vidas, lo que de entrada parece plantear una incongruencia monumental.

Igual considerar las acciones de líderes “nacionalistas” como los que en el siglo XX mataron solo en Europa a más de 70 millones de personas en dos guerras mundiales y sus espantosas secuelas… así las luchas “patrióticas” y teocráticas se llevan las medallas doradas matando gente… más aún que la peste, pandemias, calamidades y plagas de proporciones bíblicas.

Hay dos grandes marcos de referencia, dos circunstancias donde el derecho personal y social para interrumpir la vida propia requiere un análisis profundo y una solución consecuente, racional, humana:

Primero cuando un estado alterado de la mente anula el instinto y el razonamiento.

Otro, cuando el agobio del dolor físico o emocional, la mengua de la capacidad funcional, envilece y degrada la existencia y no hay medio alguno para remediarlo y sin embargo la mente lúcida lo comprende y padece.

El dilema no es nuevo, allá por los sesentas del siglo pasado leí la novela “ El país de sombras largas” de Hans Ruesch, que describía la forma natural, piadosa y “moral” en que los esquimales dejaban con su conocimiento y aceptación a los viejos una noche en el exterior al frío glacial que les acordaba, sedación, sueño… muerte tranquila.

También leí hace poco una referencia documentada que narra Yuval Noah Harari en su extraordinario libro “Sapiens, de animales a dioses”, que debiera ser, dicho de paso, texto de lectura obligatoria en todas las escuelas de enseñanza media en el mundo… se refiere a los aché – cazadores, recolectores, que vivieron hasta 1960 en la jungla de Paraguay-, algunos hombres jóvenes eran escogidos para matar “piadosamente”, de un solo hachazo en la cabeza por la nuca, a las mujeres viejas (que ya no podían hacer nada y comían la escasa comida). Uno de ellos relató a los asombrados antropólogos que investigaban, que también así había matado a sus tías… “las mujeres le tenían miedo, era fuerte y valiente… pero desde que habían llegado “los blancos”, lo habían “hecho débil”.

Magno ha sido entre nosotros y en el seno de la comunidad mundial un precursor e impulsor del tratamiento legal de este grandísimo y real problema, impulsando legislación que constituye un inmenso avance de la sociedad humana contemporánea; lo que ha sido llamado eutanasia, muerte digna, es ahora ley cuya observancia allana inmenso dolor, quebrantos físicos, emocionales, económicos, ayuda y consuela… es la salida humana hija de la razón y el amor.

Ha sido una batalla dura contra dogmas, fanatismo, ignorancia, impiedad, que han castigado por milenios a los seres humanos , tanto a los que sufren la enfermedad incurable, la incapacidad, como a los que sufren la tortura de ver a sus seres queridos en el tormento de la lucha inútil.

Los españoles llamaron “encarnizamiento terapéutico”, no dejar morir tranquilos, sin dolor y en paz a los que hasta ahora, ya no pueden ser retenidos.

Aquí en Veracruz, en la Ciudad de México, en algunos otros estados y en diferentes países europeos, sudamericanos y de otros continentes del mundo ya es ley la “muerte digna”.

Dicen en mi pueblo “nadie sabe lo que hay dentro del morral más que el que lo trae (guindado)”, refiriéndose al dolor físico o emocional de cada quién… que difícil contradecir el dicho cuando lleva a la decisión extrema.

Nadie, creo, menos yo, exaltará el suicidio en abstracto.

Igual nadie podrá decir si es un acto de valentía o de cobardía.

Sin duda hay el caso en el que es un acto de congruencia.

 

 Raymundo Flores Bernal

Zoncuantla, septiembre de 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PREFACIO

                        Lector amigo, te enfrentas ahora a la narración de un suceso real, tan real como que Dios existe. Los personajes vivieron estos episodios y murieron en la forma que aquí se cuenta, los lugares donde transcurrieron los hechos siguen latiendo bajo el tráfago citadino que empolva el pasado, un poco menos polvoriento que el presente. El narrador de esta historia fue testigo presencial por lo que debe creérsele tal como creemos el padrenuestro cuando rogamos que sean perdonadas nuestras deudas “así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Los nombres de los personajes son ficticios a fin de proteger su identidad.

Memorial de un ayer,

recordación remota,

cuando Xalapa se escribía con jota.

M. G.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La autodestrucción como acto de fe,

como bandera,

como norte total e inexcusable,

como justa rebelión,

como protesta,

como arma letal contra uno mismo,

 como risa final,

como método justo de vaciarse,

como máscara o pose –que es lo mismo-,

como efecto aceptado,

irreversible,

como par de la vida,

como guerra interior no declarada,

como peligro urgente y necesario…

 

Jacques Rigaut.

 

 

 

 

I

  V

olaron las palomas asustadas tras la detonación que hizo eco, repetido por la bóveda del templo de San Fernando. El aleteo hueco de la parvada en estampida, opacó el golpe del arma al caer sobre el mármol del suelo. Un rosetón de sangre a la altura del pecho, manchó de rojo púrpura el vestido de novia. Graciela Santés cayó de espaldas arrastrando consigo el reclinatorio donde estaba hincada. Herida de gravedad, no de muerte, fue auxiliada y llevada a la sala de urgencias del hospital más próximo, en donde los médicos hicieron lo necesario para que siguiera viviendo. No obstante, la Iglesia Católica, días después, llevó a cabo una ceremonia especial para lavar la profanación cometida dentro de la casa de Dios.

Pero esa misma tarde, llamó telefónicamente desde Jalapa el Arzobispo Manuel Pío López Estrada al párroco del templo, para enterarse detalladamente del suceso. Corría el año 1962, Adolfo López Mateos era Presidente, y Dios nuestro Señor omnipotente.

Hubiera parecido una parodia malograda del suicidio exitoso de la famosa Antonieta Rivas Mercado quien, en febrero de 1931 se mató en condiciones parecidas y por causas semejantes dentro de la catedral de Notre Dame en Paris, a no ser porque en este intento de Graciela Santés, al caer la pistola automática volvió a accionarse y hubo un segundo disparo que, con azaroso tino, fue a partir en dos la espada que con la mano derecha, sostenía la imagen de San Fernando III, exterminador de la morería, héroe de la batalla de Jerez y patrono de ese santuario, cuya imagen preside el retablo barroco sobre el altar mayor. ¡Tremendo sacrilegio!

Justo un año antes, el mismo día, a la misma hora, Graciela Santés había estado en esa misma iglesia del barrio de Puente de Alvarado de la ciudad de México, ataviada con el mismo vestido de novia, rodeada de familiares e invitados a su boda, esperando al novio que nunca llegaría.

Javier Villa, el novio ausente; horas antes en esa mañana, se había suicidado colgándose del travesaño de un clóset, dentro del cuarto del hotel rentado cerca del domicilio de Graciela, dejando para ella una carta póstuma donde le confesaba que era impotente, que había intentado curar su mal de muchas maneras (ella era una de esas maneras), sin ningún éxito y que, había tomado la decisión de terminar con su vida, para no echar a perder la de ella. Todo esto se supo poco después, en las investigaciones ministeriales a que dieron lugar los dos sucesos. El muerto al panteón y la plantada en el templo a un inútil tratamiento siquiátrico de olvido, que de pronto le sirvió para evitarle el engorro de comparecer dentro de la investigación que obligadamente tenía que llevar la Procuraduría de Justicia; aunque desembocó justamente al cabo del año, en el frustrado intento de suicidio frente al retablo barroco dorado del templo de San Fernando III.

Suele decir la gente que “este mundo es un pañuelo”, cuando por coincidencia se encuentran personas conocidas, o paisanas, o viejos amigos que habían dejado de verse por muchos años y de pronto algo los lleva a un reencuentro. Fue el caso del Lic. Arnaldo Quirarte, encargado de la mesa de investigación, jalapeño de origen, a quien se le asignó el caso del suicidio de Javier Villa y el frustrado de Graciela. Para más coincidencia el Lic. Arnaldo había vivido en el mismo barrio de Los Berros, en el callejón de Moctezuma, a dos cuadras de la casa de los Santés, los conocía de referencias y en persona a todos los hermanos. A pesar de ser muy joven, Arnaldo era brillante como abogado, simpático y dicharachero entre amigos, en su papel de ministerio público era serio y ampuloso sin perder la sonrisa. Sabía guardar el secreto profesional, pero solía contar como anécdotas anónimas los sucesos simpáticos o crueles que conocía en el ejercicio de su ministerio.

Graciela, como su nombre lo predecía, era graciosa, de sonrisa fácil, de rostro hermoso, piel tersa y cuerpo bien delineado. Nadie al verla hubiera supuesto que dentro de su cabeza bullía una férrea decisión de disponer de su vida a voluntad, sin tomar en cuenta las creencias católicas que su madre doña Eduviges Hernández, le había imbuido a ella y a todos sus hermanos y hermanas, respecto a que la vida es un don que Dios ha dado a los seres vivos y que, sólo él puede disponer cómo y cuándo nos la quita, sin que por ello nadie se atreva a calificarlo como el homicida universal con derecho para matar. El que da y quita impunemente.

Doña Eduviges, poco después de haber enviudado, había emigrado con la mayor parte de su familia, desde Jalapa a la ciudad de México, en busca de sustento, dependiendo de las labores ocasionales de los hijos e hijas que la acompañaron en una aventura de sobrevivencia e improvisación cotidiana; tal como vive la mayoría de los habitantes de esa gran ciudad. Graciela había cambiado de trabajo en varias ocasiones, acosada todas las veces por jefes abusivos. Eran épocas en que el acoso laboral no era delito sino al contrario, formaba parte del ofrecimiento de oportunidades de ascenso y obtención de estatus social, como era el caso de la joven secretaria de las oficinas de Petróleos Mexicanos: Helvia Martínez  quien por su figura monumental, fue invitada a posar para el escultor Juan Olaguíbel que esculpiría la estatua de la Diana Cazadora, y para cuando llegó a la dirección de PEMEX el Ingeniero Jorge Díaz Serrano,  se prendó de ella hasta el final feliz de cuento infantil: casamiento y viudez de la monumental modelo. Ya se fraguaba entonces el criterio ahora de moda de que “Toda esposa tiene derecho, por lo menos, a diez años de feliz viudez”.

Comentario al canto: quizá valga la pena recordar, en aras de la amenidad de esta dramática historia, que el Ingeniero Jorge Díaz Serrano dio pie a algunas agudezas afortunadas que deben formar parte de la historia del humor mexicano ante las crueldades de la vida: se decía que por sus apellidos, no podía negar ser hijo de Gustavo Díaz Ordaz y La Tigresa Irma Serrano. También dentro de las oficinas de PEMEX, don Jorge gozaba de fama de acosador, así que cuando llamaba a su privado a alguna de sus guapas oficinistas, la convocada decía en voz alta: “En este preciso momento”. Las demás empleadas estaban en el entendido previo que esa frase disfrazaba esta otra: “En este precioso me monto”.

En el expediente de investigación ministerial por la muerte de Javier Villa, quedó asentado que se trataba de un occiso de 29 años de edad, originario de La Habana, Cuba, avecindado temporalmente en la ciudad de México. En su ficha antropométrica se asentó que era de 1.74 de estatura, moreno claro, pelo color negro y complexión robusta ligeramente adiposa. Por deducción médica, con padecimiento posible de “infantilismo”. Causa de muerte: asfixia por ahorcamiento. Otros datos aclaraban que su estancia en el país era irregular, había llegado dos años antes de su deceso, con un grupo musical con el que ya no volvió a Cuba. Posiblemente su intento de casamiento, obedecía a la intención de facilitar la legalización de su estancia en México. Así que puede entenderse que el amor de la pareja era solamente de ella a él. Amor al 50%.

Por el pequeño calibre 22 de la pistola automática, marca Trejo, de fabricación nacional, “made in Zacatlán de las Manzanas”, usada por la suicida frustrada, se entendió que la herida no hubiera sido mortal, a más de que quedó en claro que antes de entonces nunca había manipulado un arma, pues al comprarla en la armería Azteca de la calle de Donceles, había pedido a quien la atendió, instrucciones sobre su manejo. Es muy posible que el instructor se hubiera percatado de la falta de destreza de la compradora, porque no le explicó que la pistola tenía un dispositivo “ráfaga”: un pequeño seguro que accionándose con el dedo pulgar de la mano derecha, hacía que tras el primer disparo el carro pasara sucesivamente todas las balas del cargador, produciendo en menos de un segundo una ráfaga de balas necesariamente mortal… siempre que dieran en el blanco.

La ceremonia para conjurar el sacrilegio cometido dentro de la iglesia de San Fernando, no pudo hacerse de inmediato, como hubiera querido el padre Gonzalo Martínez, oficiante de esa casa de oración, pues la autoridad ministerial acordonó el lugar del suceso para proceder a la investigación sin  interferencias. Fue hasta una semana después que obtuvo la autorización para proceder al exorcismo que requirió la asistencia del Vicario general en representación del obispo, y que consistió en lo siguiente: primero retiraron las cintas que acordonaban el área, luego dos fregonas devotas, previo rezo de padrenuestros y avemarías fregaron el piso con agua, jabón y tequesquite; después todo el lugar fue rociado con agua gregoriana bendita, o sea: revuelta con vino, sal y ceniza, incluyendo el reclinatorio salpicado de gotas de sangre pero que, al estar forrado con terciopelo color púrpura disimulaba muy bien las salpicaduras; se repitió tres veces la ceremonia entre volutas de incienso, haciendo invocaciones a la santísima virgen, cantando las letanías lauretanas, y el salmo 44 que contiene la invocación de la ayuda de Dios para vencer al enemigo, ungiendo a la vez todo con el santo crisma; finalmente el cura Gonzalo encendió cinco cirios, cuatro en los ángulos de un rectángulo imaginario y uno en el centro y el Vicario general repitió en latín el largo conjuro en voz tan estentórea, que con el aliento hacía temblar las llamas de los cirios. Es posible que dentro de las paredes de tezontle y piedra chiluca de ese templo fundado por franciscanos, fuera la primera vez que habría necesidad de semejante ceremonia, después de la obligada consagración original del altar que se hizo en el año de 1735.

 La convalecencia de Graciela no fue nada fácil, por recomendación del psiquiatra Dr. Luis Gabarrón, no debía dejársele sola en ningún momento, de modo que doña Eduviges que ejercía un dominio matriarcal sobre sus hijos, dispuso turnos para que siempre estuviera acompañada de alguno de sus hermanos. La que más tiempo pasaba con ella era su hermana Luisa quien, por trabajar atendiendo una modesta fonda situada en el antiguo barrio de Indianilla a unos pasos de la Procu., y el Tribunal Superior, la llevó como ayudante de servicio y, ahí llegó por azares del destino un paisano de Jalapa, Carlos Carmona, “Carlitos” para los cuates, quien también en busca de destino había emigrado recientemente a la capital del país; éste con recomendación familiar, puesto que su madre tenía una buena colocación como juez en Veracruz, lo que le permitió ubicarse en una actividad policial dentro de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, donde muchos paisanos jarochos laboraban bajo la batuta del Procurador Fernando Román Lugo, que le hacía lugar a la paisanada. 

El agente Carmona, incitado por el anuncio de “antojitos veracruzanos” a la puerta de la fonda, entró al lugar y se prendó instantáneamente de las garnachas tipo “Rinconada”, de las jarochas gordas de frijol y de las lindas pantorrillas de Graciela. Carlitos comenzó a concurrir con harta frecuencia a “La Palma Borracha”, que así era el nombre de la fonda de los Santés, y Graciela a darle atención preferente al joven con quien día a día iba cobrando confianza. Y como dice el dicho culinario: “Lo que se ha de pelar que se vaya remojando”, Carlitos le declaró su amor a Graciela y ésta le correspondió previo visto bueno de los hermanos y de doña Eduviges quien supervisaba todos los movimientos de sus hijos. Eran tiempos en que aún persistía la antigua costumbre de que los hijos y sobre todo las hijas de familia, para entablar relaciones tenían que recurrir a la vieja figura del “noviazgo” para dar por entendido de que se trataba de una relación “formal” y que conduciría necesariamente al matrimonio. Los padres de las parejas así formadas, eran exigentes en el cumplimiento de esos viejos rituales sociales ahora en desuso en razón del respeto que ha ganado la voluntad personal y autónoma de los hijos.

Los hermanos cuidadores sintieron un desahogo de la permanente atención encimosa prescrita por los médicos, y paulatinamente fueron dejando a Graciela al cuidado y compañía de su novio quien, por su placa de autoridad les concedía razonable confianza.

A partir del inicio del noviazgo, Graciela pareció recuperada totalmente, recobró la alegría de vivir, en su hermoso rostro lucía una permanente sonrisa y sus movimientos corporales dejaron de ser lerdos para ser seguros, deportivamente precisos y joviales. Una tarde de cercanía sin chaperones y, quizás para detener el asedio erótico del novio, le confió a Carlitos que era virgen, que su madre le había enseñado que debía llegar al matrimonio tan pura como la Virgen María, que ella había atendido y obedecido esa enseñanza, que su ofrenda matrimonial más preciada era esa, pero cuidó de no contarle sus antecedentes suicidas, ni el motivo, ni el tratamiento siquiátrico al que había estado sometida hasta antes de conocerse. Carlitos asumió que el exceso de cuidados familiares, que bien había notado, era por ese celo virginal y que, recibir el obsequio de su pureza al casarse… o antes si era posible, representaba una ofrenda moral digna de ser exaltada, aceptada y reverenciada.

La relación entre Graciela y Carlos no se formalizó de manera natural, como dice la canción: “Sin firmar un documento, ni mediar un previo aviso, sin cruzar un juramento, fue naciendo un compromiso”, sino que cumplió con todas las formalidades entre la pareja y las madres viudas sobrevivientes con autoridad de Páter Familia.

En todo tiempo libre él acudía a buscarla, fuera en la fonda ya de atardecida, o por las noches a su casa donde doña Eduviges lo recibía siempre con muy buen ánimo y lo invitaba a cenar, a lo que siempre accedía con gusto a pesar de que la señora tenía impuesta la incómoda costumbre de hacer oración antes de probar los alimentos, y les pedía a todos los comensales que persignaran sus platos antes de meter la cuchara. “Es para que no les hagan daño los alimentos” insistía cuantas veces miraba algún gesto de duda o de desagrado por la repetición tan rutinaria de la ceremonia.

Cuando ya sus hijas dormían, doña Eduviges llevaba a cabo otras oraciones secretas, entraba a la recámara de las muchachas, ponía su mano a la altura del pecho de Graciela, sin tocarla, solamente hasta sentir en su mano trémula la tibieza de la piel y el suave ritmo de la respiración, rogaba entonces por el perdón y la salud física y mental de su hija; era la única manera de que ella pudiera cobrar la tranquilidad de su propio sueño; de no hacerlo la abrumaban las pesadillas. Una noche soñó que el rey Fernando III de Castilla le reclamaba la rotura de la espada que en efigie, portaba enhiesta frente al retablo del templo dedicado a él y le pedía que le fuera repuesto. Doña Edu., le contó el sueño a su hijo mayor y le pidió que la llevara al mercado de artesanías casualmente instalado en la histórica ciudadela y, en los puestos de artesanos herreros de Oaxaca, encontró una estilo toledana, que le pareció reunía las características deseadas, la compró y se la llevó al padre Gonzalo Martínez, éste la recibió entre azorado y agradecido prometiéndole que después de ser bendecida por el obispo, la pondría en la mano de la imagen de San Fernando III. 

 

  

II

La licenciada Inocencia Casados, madre de Carlos Carmona, había logrado el cargo de juez por recomendación del gobernador Fernando López Arias, con quien había compartido aulas en la facultad de derecho. Eran tiempos en que la autonomía de poderes era letra muerta y sin resurrección en la Constitución. Los gobernadores disponían la ocupación de cargos y encargos como árbitros absolutos de los tres poderes de un modo tan avasallador, que ni Miguel de Cervantes pudo imaginar para su Sancho Panza frente al gobierno de la Ínsula Barataria. Por otra parte a la licenciada Inocencia, le ayudaba el nombre para conceder confianza a quienes eran procesados. De aspecto estudiadamente austero, la jueza vestía habitualmente de traje sastre color café oscuro o gris y se enlazaba al cuello una pañoleta que podía dar la impresión de ser corbata, aunque era la única prenda de tonos alegres que se permitía. En efecto era experta en derecho con conocimientos especializados en el área penal.  

Doña Inocencia y doña Eduviges se conocían de tiempo atrás, pero cuando sus hijos formalizaron el compromiso, estrecharon su trato y simpatías mutuas, a pesar de que, la licenciada había tenido noticias de que los hermanos Santés gozaban de fama de rijosos y montoneros, sin distinción de género, y que la muchachada del barrio jalapeño de “Los Berros”, les guardaba respetable distancia cuando salían en pandilla a buscar camorra.

Carlos le pidió permiso a doña Eduviges para llevar a Graciela a Jalapa a  presentarla con doña Inocencia y,  doña Edu., aceptó con muchas condiciones: que viajaran en línea de autobuses ADO, de día, y en camiones diferentes, no en la misma unidad; que Graciela fuera acompañada de su hermana Luisa y, que cumplido el propósito de manera perentoria, retornaran el mismo día del viaje. Ah, y que en caso de no encontrar corrida del ADO ese mismo día, pernoctara ella en casa de uno de sus hermanos y él en casa de su madre; y que a primera hora del día siguiente tornaran a la ciudad de México.  Los novios dijeron a todo que sí, que estaba muy bien, que era justo como habían pensado hacerlo, pero en la víspera del viaje Carlos alegó que los jefes lo habían comisionado en un asunto imprevisto pero impostergable, y que pospondrían la salida a Jalapa para la semana siguiente; ocasión que brincó esa semana y otras más y jamás llegó a cumplirse. Antes de eso se dio la ocasión de que doña Inocencia tuvo que viajar a la ciudad capital a atender algún asunto de su incumbencia, y Carlos aprovechó para llevar a su madre a saludar a su futura suegra… o, cabría muy bien decir aquí: a su suegra en grado de tentativa. 

Ya no estaba lejos el año del parteaguas: 1968, que traería consigo la consciencia revisionista de los hábitos, prejuicios y modos de pensar de la revolución violenta iniciada en 1910, pero a la sazón privaba aún en toda la nación el criterio de que la forma más eficaz para resolver problemas era a trompadas y balazos. Esa idiosincrasia se reflejaba en el cine nacional que hacía películas de charros empistolados, que dominaban a las mujeres a base de serenatas y tirones de greñas, que fumaban y se empinaban las botellas de tequila por alegría o por tristeza; a esta enseñanza popular se le sumaba la basura cinematográfica llegada de Estados  Unidos, donde el héroe de la película era el que desenfundaba más rápido la pistola y el que con prodigiosa puntería derribaba parvadas de indios y mexicanos corriendo a caballo; en fin, matar se entendía como un deporte que bajo ciertas condiciones, contaba con el beneplácito público y la impunidad oficial.

Para la mentalidad popular, la justicia estaba sólo en manos de individuos portentosos como Superman o el Zorro de Jalisco quienes ocultando su identidad de paisanos comunes y corrientes, se embozaban para hacer justicia por propia mano, porque las autoridades eran ineficaces o estaban coludidas con la delincuencia organizada. Y esto era a pesar de que las leyes prohibían expresamente esta manera de actuar. Al pueblo se le mostraba subliminalmente en los medios de información electrónicos, que no había linderos entre la legítima defensa y la legítima venganza.

 

III

La Licenciada Inocencia Casados tuvo una buena idea, se le ocurrió que podría comprarle la casa de Jalapa a doña Eduviges, dado que por el momento estaba deshabitada. Doña Edu., lo pensó un poco y aceptó la posibilidad, así que se pusieron de acuerdo para ver a detalle la vivienda y ponerle un precio razonable, considerando que quizá dentro de poquito serían de la familia. Antes de salir de casa, todavía a la oscurana de la madrugada, Eduviges reunió a sus hijos y los persignó a uno por uno… a Graciela dos veces, les hizo cientos de recomendaciones y, el mayor de los muchachos la llevó a la estación de autobuses en Buena Vista. A las 11 del día ya la esperaba Inocencia, en la terminal del ADO de la avenida Ávila Camacho en Jalapa, para recogerla, ir a ver la casa y, de haber acuerdo visitar al notario Gaudencio Limón para darle formalidad al asunto.

 Mientras tanto Graciela sintiendo un soplo de libertad, llamó a Carlos y le dijo que esa tarde podrían verse en su casa, que no estaría su madre, que tenía unos discos nuevos, que hasta podrían bailar en la sala, y que ya se había puesto de acuerdo con su hermana Luisa para que no estuviera de chaperona. Carlos no lo pensó dos veces, se hizo un espacio de tiempo en su trabajo y arreglado como para fiesta, rasurado y perfumado llegó a casa de Graciela en punto de las cinco de la tarde; justo a la hora que doña Edu., abordaba el autobús de regreso a México.

Luisa abrió la puerta e invitó a pasar a Carlitos, mientras le explicaba que Graciela estaba frente al tocador terminando de arreglarse y que en unos minutos bajaría a la sala, así que éste le dio una botella de vino blanco espumoso que llevaba y le pidió que la metiera al refrigerador un rato para que se enfriara, y así lo hizo Luisita. No dilató mucho Graciela, bajó exultante y alegre, vestida con una falda ligeramente ajustada como era la moda y una blusa blanca con adornos bordados desde de los hombros.  Luisa permaneció unos momentos más y se retiró discretamente con cualquier pretexto. Graciela le mostró a su novio dos discos, afirmando que eran las últimas novedades de ese año: “Speak to Me of Love” de Ray Conniff, y “Emoción Porteña” 12 tangos eternos, tocados por la orquesta de Rolando Navarro, afirmando que la música de ambos era bailable y que podrían tener así un acercamiento romántico… sin pasarse de la raya… advirtió.

No alcanzaron a bailar todas las piezas del disco “háblame de amor”, al terminar la primera carátula Graciela sintió la necesidad de tomar algo fresco, y Carlos recordó que en la nevera estaba enfriándose el vino, así que fue por él y dos copas y se sirvieron los primeros tragos. Para la segunda cara del disco la cercanía de los cuerpos estaba ya “pasándose de la raya” tal como ella lo había intentado impedir, y él disimuladamente había ido quebrantando. El disco de Ray Conniff concluyó, y Graciela se acercó al tornamesa a poner el de tangos; en los pocos segundos que tardó en esa maniobra, Carlos pretextó sentir mucho calor y se sacó las faldas de la camisa, seguramente en ello había doble intención. Graciela se volvió al momento en que Carlos se alzaba la camisa y dejaba ver que llevaba en la cintura, una pequeña fornitura  con un revolver corto. Mientras sonaba el primer tango, Graciela se acercó a él con aplomo, lo abrazó… al momento se escuchó un fuerte disparo, uno sólo, uno. El impacto de la bala calibre 38 especial hizo caer a Graciela a más de un metro de distancia de donde estaba de pie. Por pulcritud de esta narración, no cabe aquí explicar los estragos que hizo la bala en la cabeza de ella. Carlos cayó de rodillas y Luisa apareció aturdida preguntando a gritos ¿qué pasaba? para caer presa de nausea. Por algunos minutos la confusión les impidió moverse mientras a Graciela se le iba el alma en la última convulsión. En el tornamesa el tango “Uno” grabado en la primera pista se quedaba en un silencio rasposo para dar paso a “La Cumparsita” con una cadencia alegre de violines, piano y bandoneón arrabalero que nadie escuchó.

 La autoridad ministerial, encabezada otra vez por Arnaldo Quirarte… “Este mundo es un pañuelo”… llegó al lugar de los hechos antes que doña Eduviges; hicieron las primeras diligencias del caso, apresaron a Carlos Carmona, requisaron el arma,  la botella de vino, el disco de tangos que giraba chirriante sobre el tornamesa, levantaron el cuerpo de Graciela Santés para efectos de la necropsia, dictaron un acta minuciosa con detalles de posición del cuerpo muerto en decúbito lateral, tomaron fotografías del desbarajuste, de todos los rincones de la casa y acordonaron el área donde habían ocurrido los hechos, a Luisa Santés le hicieron saber que estaba bajo arresto domiciliario provisional como testigo único de los hechos, que no podría abandonar el domicilio durante el período de averiguación previa o hasta que el ministerio público determinara otra cosa.

Cuando doña Eduviges llegó a su casa apenas si pudo entrar. Había ido por ella a la terminal de autobuses su hijo, el mismo que la había ido a dejar por la mañana de ese día, pero éste se cuidó durante el trayecto de decirle algo sobre lo sucedido,  fue ya estando frente a la puerta de la casa cuando le dijo torpemente lo que iba a encontrar por todo lo que había pasado. Doña Eduviges se desmayó en el umbral de la casa.

 

IV

Carlos Carmona conocía muy bien, por fuera, las rejas de los separos subterráneos de la Procuraduría, pero por dentro apenas si los había visto de reojo. Cuando sintió el cerrojazo a sus espaldas tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas enfrente de otros detenidos que ya estaban ahí y lo miraban con curiosidad y sonrisa sardónica. Uno de ellos se atrevió a  decirle sarcásticamente: “No es tan malo, aquí te vas a poner güerito”.

Estaba dentro de un espacio de no más de cinco metros cuadrados en donde se hacinaban, once individuos sentados en un poyo largo pegado a la pared del fondo, a un costado observó cuatro enrejados más: crujías oscuras de puertas de lámina pegadas a las rejas de piso a techo, impidiendo el paso de la luz. Casi en la esquina opuesta un retrete percudido, rebosante de excrementos, rodeado de pedazos de papel periódico sucios. El olor nauseabundo que emanaba de ahí invadía todo. Sobre una repisa colocada precisamente arriba del retrete, la fotografía enmarcada de la Virgen de Guadalupe, rodeada de veladoras escurridas y flores de plástico.

Apenas buscaba espacio donde acomodarse en medio de tantos rostros hostiles y burlones, cuando fue llamado desde la reja por su apellido: “Carmona”, se sobresaltó pero se acercó a la reja; el policía que lo había llamado se retiró al instante y en su lugar se paró frente a él, reja de por medio, un individuo que le tomó una fotografía con flash deslumbrándolo, luego le dijo ser reportero de la revista “Alarma” y que, esa foto aparecería en la edición del día siguiente… salvo que… salvo que pagara o, si no tenía ahí dinero, le dijera a quien recurrir por el pago. Carlos no le dio respuesta alguna, dio dos o tres pasos hacia atrás, asustado al entender la corrupta confabulación y complicidad de policías y reporteros de la peor ralea de la que, de algún modo él formaba parte sin darse cuenta. En ese momento se prometió a sí mismo, al salir, dejar el trabajo de policía ministerial y buscar otra manera más honorable de ganarse la vida.

 

V

 

INVEST. MINIST. NUM. 837/IV/D.F.64 

CONSIGNACIÓN NUM. 9

PRESUNTO HOMICIDIO 

En la ciudad de México D.F., siendo las once horas del día veinticuatro de agosto del año de 1964. Ante el suscrito licenciado ARNALDO QUIRARTE, Agente del Ministerio Público Investigador, asistido de su oficial secretario con quien actúa y da fe, comparece la persona que, bajo protesta de decir verdad y, advertido de las penas a que se hace acreedor quien incurre en declaraciones falsas, dice llamarse CARLOS CARMONA CASADOS, sin apodo, católico, de 29 años de edad, originario de Jalapa, Ver., avecindado temporalmente en esta ciudad capital, sin domicilio fijo; empleado de esta Procuraduría con carácter de investigador policiaco.---------------------------------

En este acto se hace de su conocimiento: ----------------------------------------------

a).- Que está acusado del delito de HOMICIDIO en agravio de quien en vida llevara el nombre de GRACIELA SANTÉS HERNÁNDEZ.--------------------------------

b).- Que la persona que lo imputa es la C. EDUVIGES HERNÁNDEZ VIUDA DE SANTÉS.------------------------------------------------------------------------------------------

c).- El derecho que tiene de comunicarse con quien desee hacerlo, para lo cual en este acto se pone a su disposición la línea telefónica oficial de esta Representación Social.

d).- Que por tratarse del delito de homicidio intencional no tiene derecho a libertad provisional bajo caución, por lo que permanecerá recluido en prisión durante esta investigación ministerial y el proceso judicial.-------------------------

En uso de la voz el indiciado dijo que: Respecto al delito que se le imputa se dice inocente desde luego, que considera injusta su detención y que accede a hacer todas las declaraciones que sean necesarias como testigo de los hechos, confiando en la justicia y en la eficaz defensa de su abogada. Que tiene la seguridad de poder probar que se trata de un suicidio y de ninguna manera homicidio, que está seguro que en el transcurso del juicio la verdad saldrá a la luz y cobrará su plena libertad, manifestando además el indiciado que desea llamar y nombrar como su abogada para esta investigación así como para todas las instancias subsecuentes que tuvieren lugar, a la Licenciada Inocencia Casados, pidiendo se le notifique la designación, de momento en los estrados de este juzgado,  para efecto de protesta y cumplimiento del cargo. Eso dijo.----------------------------------------------------------

  

VI

La licenciada Inocencia Casados en audiencia con el Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado, le contó lo sucedido y le pidió licencia sin goce de sueldo por un año; el Presidente entendió perfectamente la prioridad de los valores en juego y le concedió la licencia con goce de sueldo  confiando en que en ese lapso se llegaría a la sentencia esperada.

 Quirarte sabía muy bien la relación familiar que había entre el acusado y su defensora, así que en la audiencia en que ella rindió protesta, Arnaldo se comportó amable y cordial con ella, de modo que no pareció nunca que representaran intereses encontrados.

En otro momento cuando doña Eduviges pidió al Ministerio Público que velara por sus intereses, comedidamente Quirarte le hizo saber que los deudos no formaban parte del juicio, que técnicamente la representación era social para preservar el interés público y no los intereses de las víctimas, pero que ya dentro del proceso judicial podría solicitar la coadyuvancia con el M. P., para efectos de la reparación moral en el caso de que el juez dictara sentencia condenatoria. Doña Edu., puso cara de: ¡¿Mandeee?! pero no pidió más explicación, no quiso dar a notar que no había entendido, pero después preguntó a su hijo que ¿qué quería decir eso que había dicho Quirarte?

El término legal de tres días para consignar o negar el ejercicio de la acción penal fue insuficiente, apenas para acreditar el cuerpo del delito y la presunta responsabilidad, se desahogaron cuatro pruebas: los resultados de la autopsia, el estudio balístico, la prueba de la parafina y la confesional  del acusado.

La autopsia dejó en claro que: el motivo de la muerte había sido en efecto la mortal lesión en el cerebro, producida por  impacto de bala calibre 38 especial, disparada por revolver Smith & Wesson. El análisis de las marcas dejadas en la ojiva constató que correspondían exactamente con el rayado del cañón corto del arma examinada. El análisis de otras partes del cuerpo de la víctima acusó que era virgen, que no mostraba indicio alguno de contacto venéreo previo al trágico suceso y que no había indicios de que hubiera bebido alcohol. Que tenía una cicatriz a la altura del pecho izquierdo, de una vieja herida causada por penetración de bala de bajo calibre, de una antigüedad posible de más de dos años. La prueba parafinoscópica mostró que había tatuaje de pólvora en la piel de la mano derecha de Graciela, en su mejilla derecha, pero también en las manos derecha e izquierda del acusado. La confesión del indiciado fue de principio a fin en su descargo, no obstante el fiscal consideró suficientes los datos obtenidos para probar la presunta responsabilidad y consignar los autos al juez de turno.

 

VII

 El Lic. Aarón Sánchez S. juez titular del juzgado tercero de lo penal, sito en el viejo palacio negro de Lecumberri, dictó el auto de sujeción a proceso y puso el expediente a la vista del defensor y del ministerio público adscrito para lo que a derecho correspondiere. Fue la defensa la primera en comparecer ofreciendo como pruebas: una reconstrucción de hechos y el testimonio de la única testigo de lo sucedido: Luisa Santés; reservándose el derecho de ofrecer otras pruebas de descargo. El Lic. Felipe Casto L., ministerio público adscrito al juzgado se allanó a la petición y por escrito hizo suyas las pruebas ofrecidas por la defensa.

En la diligencia de reconstrucción de hechos, intentaron estar presentes doña Eduviges y su hijo, pero la autoridad en funciones les negó esa posibilidad. La discusión fue álgida al grado de que ambos habitantes de la casa pretendieron sacar a empellones a los oficiales en funciones y a la defensora. El ministerio público tuvo que pedir el auxilio de la fuerza pública, cuatro policías uniformados, para tranquilizar los ánimos y poder llevar a cabo la diligencia. De tanto en tanto Eduviges le gritaba a Carlos: “ASESINO, MALDITO, TE HAS DE CONDENAR, CUANDO TE MUERAS TE IRÁS A LOS APRETADOS INFIERNOS”.

El Lic. Casto así como impidió la intromisión de la familia de la víctima, también limitó la injerencia de la defensora Lic. Casados, la razón era que no se contaminara con ninguna intrusión ajena y distinta a lo sucedido el día de la muerte de Graciela.  Carlos explicó detalladamente lo que ya constaba en autos desde el levantamiento inicial, pero en más de dos ocasiones le ganó el llanto, palideció, se le agitó la respiración, y doña Inocencia tuvo que abandonar su papel de defensora y asumir el de madre redentora para paliar el sufrimiento de su hijo y enjugar sus lágrimas. -“MALDITOS, MALDITOS TODOS”- susurraba doña Eduviges bañada en llanto, a otro lado de la barrera policiaca.  La prueba poca e inútil cosa añadió a lo que ya constaba en actas del expediente ministerial, salvo que el disco de tangos no apareció por ninguna parte.

Muy en su papel, el ministerio público viendo los escasos resultados de esa prueba, pidió al juez que se desestimara, mientras que la defensa argumentó que esa prueba era suficiente para probar que había habido suicidio y no homicidio.

Por su parte la defensa, en otra promoción escrita alegó que la prueba parafinoscópica debía desecharse porque era engañosa en este caso, pues siendo policía ministerial su defendido, frecuentemente hacía prácticas de tiro en el lugar que la procuraduría tenía para ese efecto y en apoyo a lo dicho, ofreció el testimonio de un tal Hugo Quinart, miembro de la guardia personal del procurador de justicia. Por demás está decir que al ser examinado el teniente Quinart, testificó que era cierto que hacían prácticas de tiro frecuentes y que, le constaba que Carlos Carmona había estado en el campo de tiro practicando dos días antes del suceso. A mayor abundamiento dijo que, las prácticas de tiro se hacían cogiendo la pistola con las dos manos para mayor apoyo y certeza en el blanco, lo que daba por resultado que ambas manos se impregnaran de salpicaduras de plomo y otras sustancias químicas. El testimonio de Quinart puso en duda la eficacia de la prueba de la parafina, tocante a los tatuajes de pólvora en las manos del indiciado.

Luisa Santés compareció al juzgado vestida de luto riguroso y advertida de las sanciones a que se hacen acreedores quienes declaran con falsedad, contestó con una sola frase a las 32 preguntas que contenía el pliego interrogatorio: “No me consta nada porque no estuve presente en el momento del suceso”.

  

VIII

Un domingo de visitas a los presidiarios del palacio de Lecumberri, el celador gritó: “Carlos Carmona, a la reja, tiene visita”. El guardia le hizo saber que en el área de visitas lo esperaba Luisa Santés. Carlos se sorprendió, no creyó lo que escuchó, -¿Quién?- preguntó dubitativo- Luisa Santés- repitió escuetamente el uniformado y le flanqueó el acceso al pasillo que conducía al refectorio de visitas. Sin salir de su asombro se sentó frente a ella, mesa de por medio y la oyó decir con voz casi inaudible: “Escúchame, sólo escúchame, no hables; tengo muchas cosas que decirte en el poco tiempo que dure este encuentro, así que óyeme. Primero júrame que todo lo que yo te diga ahora se quedará dentro de ti y no se lo dirás a nadie; que no lo utilizarás para tu defensa, porque si no es así me levanto y me voy ahora mismo”. Luisa calló por unos segundos esperando una respuesta de Carlos y éste a sotto voce juró callar como ella lo pedía. “Antes que todo, tienes que saber que yo te amo, que me enamoré de ti desde el día que entraste por primera vez a “La Palma Borracha”, pero también tú desde el primer día sólo tuviste ojos para Graciela; yo por eso guardé el secreto para mí, hasta ahora que vengo a decírtelo porque me duele en carne propia tu encierro injusto”. Carlos abrió la boca pasmado. “Quiero que sepas que vi y me consta todo lo que sucedió ese día pero igual que mi amor por ti, he tenido que callarlo. Cuando me alejé de la sala donde estaban ustedes no me retiré, me oculté pero estuve pendiente porque mi madre y mi hermano me tenían advertido que no debía descuidar a mi hermana, porque has de saber que ella ya había tenido un intento frustrado de suicidio hace dos años y estaba en tratamiento siquiátrico; el caso de ese suicidio fallido lo conoció, por cierto, un agente investigador paisano nuestro llamado Arnaldo Quirarte a quien seguro conoces”. -Carlos abría cada vez más la boca y los ojos. –“Después de que pasó todo, mi hermano vino a la casa y me molió a golpes, desquitó su enojo conmigo y me exigió que le informara detalladamente cómo habían pasado las cosas, yo sólo acaté a defenderme diciendo que no había visto nada, que había ido a la cocina a traer agua del refrigerador cuando sucedieron los hechos; peor me fue cuando entendió que le había quitado la vista de encima por unos minutos a Graciela, me dio otra tunda de golpes. Por la noche de ese día también mi madre se desquitó conmigo y me tundió hasta que se cansó”. “Mi madre y mi hermano han querido obligarme a que declare ante el juzgado que vi cómo le disparaste a mi hermana, y eso es porque mi mamá cree que si tú la mataste entrará al cielo, pero que si ella se suicidó se irá al infierno”.

“Por todo lo que ya te he dicho, estoy sufriendo en libertad, tanto como tú estás sufriendo preso, y eso me duele mucho más. Pero al decírtelo siento que si este pesar lo cargamos entre los dos, lo sentiremos menos agobiante que si cada uno por su lado lleva esta carga. Júrame otra vez que esto queda entre tú y yo… júralo”. – “Lo juro” –dijo Carlos en el momento en que el vigilante gritaba: “Se acabó el tiempo, señores”.

 

IX

 

 Carlos no conseguía dormir esa noche, le daba vueltas en la cabeza cada palabra que había oído de Luisa. Entendió con precisión las razones por las cuales la madre de Graciela porfiaba en que se trataba de un suicidio, agobiada por la idea absurda de la condenación inapelable de los suicidas, imbuida dogmáticamente por la Iglesia Católica a sus fieles, durante tantos siglos de fanatismo religioso.  A él mismo siendo católico le generaba dudas, y le venía a ráfagas la imagen del “Ánima Sola” con el rostro de Graciela, encadenada en medio de llamas, con un gesto de sufrimiento terrorífico y eterno, dentro de un purgatorio rodeado de rejas, como él estaba. En su mente se reproducía la imagen que de niño había visto en el templo de San José, en el barrio del mismo nombre en Jalapa, donde oficiaba un cura que lo acariciaba y, señalándole el dibujo repugnante del ánima sola, le advertía de los sufrimientos eternos de las almas desobedientes.

Las preguntas sin respuesta se le agolpaban en la mente: ¿En qué depravada cabeza cupo alguna vez la idea de que morir por voluntad propia es un crimen que merece castigo de fuego eterno? ¿Y si los equivocados son quienes pretenden “curar” algo que no es enfermedad, sino un valiente acto volitivo de íntima decisión?

Volvía a repasar palabra por palabra el monólogo de Luisa y, de pronto reflexionó en que, la referencia a Arnaldo Quirarte, el investigador que había tenido a su cargo la averiguación del suicidio frustrado, llevaba una segunda intención, distinta a la promesa de guardar el secreto herméticamente; entendió que Luisa le había dejado un portillo abierto en medio del valladar de silencio jurado y, viendo un rayo de luz se sacudió el insomnio y se durmió respirando reposadamente. Soñó con su abogada que era a la vez su madre, y por asociación onírica trajo a su ensueño el monumento a la madre más buena de todas las madres, elevando un crío con gesto triunfal: la estatua que había plantado pocos años antes el arquitecto Sergio Besnier, sobre una fuente y un prado siempre verde, en una céntrica calle Jalapeña.

 Por lo general el uso carcelario es que los reos sólo puedan tener visitas de familiares los domingos de cada semana, pero los defensores, pueden ver en todo tiempo a sus defendidos cuando se requiera, así que, en la primera oportunidad que tuvo Carlos de entrevistarse con su abogada madre… o madre abogada, le dijo que localizara al ministerio público investigador de la procuraduría Arnaldo Quirarte, y le pidiera información sobre el suicidio frustrado de Graciela Santés.

Arnaldo recibió la visita de la Lic. Inocencia Casados y escuchó con detenimiento su presentación como colega, como paisana y como abogada de Carlos Carmona, así también le dio a saber que ofrecería como prueba documental el expediente de averiguación que se había hecho con motivo del suicidio frustrado de Graciela Santés, por lo que necesitaba los datos necesarios para su identificación en el archivo ministerial. Quirarte le dio pormenores del asunto porque lo recordaba muy claramente, y le proporcionó el número de averiguación y de mesa donde se había integrado. La Lic. Casados agradeció la buena disposición del Lic. Quirarte y no sólo pidió al juez Aarón Sánchez que requiriera el expediente a la procuraduría del D. F., sino que ofreció además  otras dos pruebas: el testimonio de doña Eduviges Hernández Vda., de Santés para acreditar hechos previos al deceso, y el testimonio de Gonzalo Martínez, párroco del templo de San Fernando III, pidiendo que fuera citado con apercibimiento de que, de no concurrir voluntariamente, sería presentado obligadamente mediante el uso de la fuerza pública. Estas probanzas iban encaminadas a demostrar la compulsión suicida de Graciela Santés.

El cura Gonzalo Martínez se puso muy nervioso cuando recibió la cita del juzgado y a lo único que acató fue ir en busca de su Vicario general para informarle y pedirle autorización para cumplir con el llamado judicial. El Eclesiástico consultó con el abogado Antonio María de Ibarrola y Santos, asesor del clero a la sazón, y éste le recomendó que no concurriera a la primera cita, que lo usual era esperar a la segunda, pero que primero se entrevistara con él para prepararlo, eso hizo el sacerdote pero al narrarle al abogado lo que le constaba, el experto en derecho se percató de que la comparecencia era inocua para los intereses religiosos y no le cambió nada, sólo lo escuchó, le describió como sería la diligencia judicial, le recomendó que no tuviera ningún temor, y por ese consejo infló un poquito más el recibo de ese mes de la iguala que el vicariato le tenía asignada.

No hubo que cumplir con el apercibimiento, el Padre Martínez acudió a la segunda cita acompañado de un pasante del despacho de Ibarrola, para darle tranquilidad, y con más aplomo de lo que él mismo hubiera supuesto, a pesar de lo imponte de la monstruosa fachada del palacio negro de Lecumberri. En la audiencia dio razón de lo que le constaba, y dejó en claro algo que a la defensa le servía: identificó perfectamente la fotografía de Graciela y dijo que era la misma persona que dos años atrás había perpetrado un intento de suicidio en el templo donde él estaba asignado.

Creyó el cura Martínez que su comparecencia había sido un suceso sin mayor importancia, hasta que, avanzada la tarde, recibió por segunda ocasión la llamada telefónica desde Jalapa, del Arzobispo Manuel Pío López Estrada pidiéndole que le contara al detalle todos los pormenores del caso, y que volviera a entrevistarse con el Lic. Ibarrola y Santos para pedirle que estuviera pendiente del asunto a efecto de que le avisara cuando el trámite estuviera listo para sentencia.

Por su parte el Lic. Felipe Casto, agente del ministerio público adscrito al juzgado tercero penal recibió la visita de uno de los hermanos de la difunta Graciela quien le rogó que pusiera todo su empeño en conseguir la sentencia condenatoria, para tranquilidad de su madre… de su madre de Graciela, no de su madre del agente.  Casto con expresiones multívocas, le dio a entender que eso podría costar una buena cantidad de dinero… no para él, por supuesto, sino para embarrar algunas manos ajenas.  Santés ni siquiera preguntó cuánto ni a quién, le dijo que trataría de reunir diez mil pesos, a lo que el M. P. lo tranquilizó diciéndole que si lograba la sentencia condenatoria, el juez forzosamente tendría que decretar un monto económico por reparación moral, así que de ahí se vería cuánto podría recibir él… y reponer lo que se repartiera.

Al M.P., se le soltó un pensamiento en voz alta, que flotó como voluta de humo sobre su cabeza: “La justicia en México es gratuita… pero la injusticia tiene costo”. Nada nuevo, ya a Séneca le atribuyeron la frase, que le refirieron y refrieron a don Benito Juárez: “Para el enemigo justicia, para el amigo justicia y gracia”.  

Doña Eduviges tampoco se quedó con las manos cruzadas, en la primera oportunidad viajó a Jalapa a entrevistarse con el Arzobispo y pedirle su intercesión en dos direcciones: arriba y adelante: arriba para lograr las indulgencias necesarias que facilitara el viaje del alma de su hija a la celestial mansión, sin trasbordo en el purgatorio, y adelante: para que de ser posible, influyera en el ánimo del juez Sánchez, de quien se había enterado que antes de ser abogado había cursado por el seminario. Para comprometer a Pío López, le hizo referencia, sin el menor cuidado, de los servicios de apoyo al seminario mayor que ella había prestado tantas, cuantas veces se los había requerido el rector y, como no queriendo la cosa, pero como un remate sugerente, Edu., le obsequió al Arzobispo la copia de una fotografía tomada algunos años antes en la hacienda de Almolonga, donde se veía al ensotanado sentado y flanqueado por Manuel Parra Mata, el líder de la temible “Mano Negra” y la esposa de éste, y guarnecidos a sus espaldas por tres corpulentos seminaristas de negra sotana y cara de guaruras. Como estampita milagrosa, la fotografía produjo el milagro deseado: el religioso le ofreció intervenir oportunamente en el plano terrenal, y en el plano celestial, desde luego mandaría a oficiar las treinta misas gregorianas, una diaria desde  mañana, con lo que el alma de Graciela seguramente saldría del purgatorio, dado el caso de que estuviera en alguna sala de espera de ese lugar de sufrimiento.

 

                                                         X

El expediente del juicio se engrosó con el de la averiguación del suicidio frustrado. La defensa pidió al juez que tomara muy en cuenta esa prueba al momento de resolver, y que en particular analizara con detenimiento el estudio psiquiátrico de la paciente Graciela Santés, realizado por el psicoterapeuta Luis Gabarrón, en donde se destacaba la recomendación de cuidado y atención cercana a la paciente, en virtud de padecer una compulsión neurótica hacia el suicidio que, bajo ciertas condiciones podía aflorar. Subrayó en especial un comentario muy claro del siquiatra: “Estoy convencido que la compulsión al suicidio no es curable, apenas controlable temporalmente, y queda latente para volver a intentarlo al conjuntarse determinadas condicionantes; multidimensionales; las cuales vuelven incontrolable la pulsión suicida autodestructiva, siempre latente; siempre a la espera; al acecho. Y bien lo dijo el Profesor Freud como psicoanalista: el instinto autodestructivo (tánatos), es propio de la especie humana, cuando en conflicto con el instinto de vida (Eros) se resuelve a favor de un acto impulsivo (acting out): matar al otro pero en sí mismo.” 

Llamó la atención también, un breve análisis hecho por el siquiatra, sobre los criterios respecto al suicidio a través de los siglos, naciones y creencias, en ese estudio Gabarrón trajo a colación el suicidio heroico de Sansón, como también del suicidio por arrepentimiento y desesperación de Judas Iscariote, tocó el suicidio por cansancio de Aníbal, el suicidio por amor de Marco Antonio, el de dimisión de Cleopatra, sin dejar de mencionar los suicidios heroicos de los Kamikazes japoneses y la de los Niños Héroes de Chapultepec. Respecto al tratamiento social de la autoinmolación, recordó que en la Roma antigua se consideraba deserción cuando era perpetrado por soldados, que era un delito contra la economía  doméstica el suicidio de un esclavo, y en consecuencia se le imponía un pago al anterior dueño o a quien había vendido al esclavo; el suicidio de un deudor insolvente se consideraba fraude de acreedores y, en el siglo XVII Luis XIV de Francia decretó el castigo de todo suicida con arrastramiento del cuerpo por las calles de la ciudad, siendo colgado como se cree que fue Judas, y la confiscación de todos sus bienes, sin importar si la familia del difunto quedaba sin cosa alguna. Finalmente el médico hizo la observación de que históricamente se ha tenido el suicidio como un evento patológico, pero que recientemente ha nacido una corriente de pensamiento que reivindica la voluntad personal de darse muerte, como un acto respetable.  Todo este análisis hizo el siquiatra para clasificar y justificar el intento de suicidio de Graciela, y sugerir el posible tratamiento médico que merecía el caso.

Gabarrón fue llamado a reconocer su firma, y a ratificar lo expresado en el dictamen que se le puso a la vista, cosa que hizo sin ninguna duda. Pero el Ministerio Público Felipe Casto solicitó repreguntar al siquiatra, con claras intenciones de hacerlo caer en contradicción, para desvirtuar la prueba ofrecida por la defensa:

P.- ¿Sabe usted doctor Gabarrón, si la compulsión neurótica al suicidio es curable?

R.- Con un tratamiento siquiátrico bien llevado, todos los padecimientos neuróticos pueden controlarse.

P.- ¿Considera usted entonces que, en este caso, el tratamiento a que fue sometida la  occisa fue inútil?

R.- Creo que fue útil, surtió los efectos deseados, pero si me permiten abundar en esta respuesta, haré notar que no tiene porqué asociarse el suicidio con la neurosis de manera indefectible. Se sabe ahora que las ideas suicidas son normales y se dan en la mayoría de las personas en algún momento de su vida, sobre todo en la adolescencia y en las etapas seniles; la frase “ME QUIERO MORIR” que utilizamos y oímos en muchos momentos, tiene un trasfondo suicida y no por eso podemos asegurar que estamos ante un neurótico o neurótica, o que nosotros lo somos. Hay en la historia razonamientos en favor del suicidio como el de Plinio el Viejo que dijo que: “De los bienes que la naturaleza concedió al hombre ninguno hay mejor que una muerte a tiempo, y lo óptimo es que cada cual pueda dársela a sí mismo”.    

P.-Entonces usted señor doctor, ¿nos está diciendo que no debemos esperar la voluntad de Dios, sino que lo mejor es suicidarnos?

R.- No señor, estoy diciendo que el suicidio puede ser un respetable acto de voluntad personalísima, íntima, y que no tiene por qué tenerse como una enfermedad o un crimen evitable a toda costa y tan trascendental que merezca castigo eterno en el más allá, ni en el más acá.

-No más preguntas. Dijo el Lic. Felipe Casto. 

La ambivalencia de las respuestas del Dr. Gabarrón hizo pensar a la fiscalía tanto como a la defensoría, que a ambas les favorecía la prueba desahogada y, las dos partes salieron del juzgado de buen humor.  

La defensa llamó a Eduviges Santés viuda de Hernández, madre de la difunta, para absolver un interrogatorio preparado con intención de aportar datos sobre el pasado,  e inclinaciones de Graciela, a fin de darle razones al juez para que entendiera que se trataba de un suicidio y no de un homicidio.

El día de la comparecencia doña Edu., se presentó al juzgado rodeada de toda su familia. El secretario de la mesa de audiencias tuvo que aclarar que podían estar ahí en virtud de que las audiencias son públicas, pero que no se les permitiría ninguna interferencia o que, dado el caso, quien lo hiciera sería retirado con la fuerza pública.  Después de la parafernalia de rigor, comenzó el interrogatorio de la defensa a la testigo quien, antes de todo se persignó, rezó algo entre dientes y se sentó resignada.

P.- Sra. Eduviges Hernández, ¿conoce usted los hechos sobre los que versará este interrogatorio?

R.- No sé, algunos tal vez, no todos.

P.- ¿Sabe usted que su hija Graciela Santés falleció y que a eso se debe este proceso?

R.- Claro que lo sé: la mató ese degenerado hombre (señalándolo) que nos mira desde atrás de la reja.

P.- ¿Usted vio cómo la mató?

R.- No, no lo vi, pero lo sé, pero no pudo ser de otro modo.

P.- ¿Pudo ser suicidio?

R.- De ninguna manera, porque ella recibió mi educación, sobre todo en la fe cristiana que yo le enseñé con todo rigor y la religión dice que el suicidio es un pecado mortal que merece castigo eterno. Ella lo sabía muy bien.

P.- ¿Y entonces cómo explica usted que antes ya había intentado suicidarse?

Doña Eduviges calló, y cayó en un sollozo profundo,  no pudo responder nada más. El licenciado Felipe Casto pidió al juez que se diera por terminada la audiencia, y así se hizo.

 

XI

La defensora Inocencia Casados solicitó al juez que diera por concluido el período de instrucción dando paso a la formulación de conclusiones, a lo que el juez accedió con un brevísimo acuerdo. La defensa inteligentemente, esperó a conocer el pliego de conclusiones del ministerio público, para poder combatir los argumentos ahí expresados.

El agente del ministerio público adscrito a este juzgado tercero de lo penal, en esencia expreso lo siguiente:

1.- El cuerpo del delito: “privación de la vida de otra persona”, ha quedado probado fehacientemente.

2.- La presunta responsabilidad también ha sido probada, tanto directa como circunstancialmente y presuntivamente, pues no es lógico que, quien va a hacer una visita amorosa vaya armado, a no ser que hubiera pretendido forzar a la pareja a una acción indeseada por ella, la prueba de reconstrucción de hechos, conduce a entender que hubo violencia antes del homicidio, dado el desorden en el mobiliario del lugar donde ocurrió el delito. Las copas con residuos de vino, induce a pensar que cuando menos él había bebido, ya que en la autopsia no se encontraron vestigios de que la occisa hubiera ingerido alcohol, y si bien al reo no se le hizo prueba alguna al respecto, los mismos residuos de vino inducen a pensar que él estaba ebrio, lo que lo llevó a perder el control de los acontecimientos, pasando del devaneo erótico a la violencia incontrolable, con los lamentables resultados que conocemos.    

Por todas estas razones, esta fiscalía considera que ha sido probada la culpabilidad del reo, por lo que pido sea sentenciado a prisión y reparación moral a los deudos.  México. D.F. a tantos de tantos. El M. P. Lic. Felipe Casto.

La defensa por su parte en lo esencial expresó:

a).- Es obvio que estamos en presencia del suicidio de Graciela Santés. La prueba parafinoscópica así lo esclarece, dado que se encontraron tatuajes de pólvora en la mano derecha, en el área de la sien y mejilla derecha de la occisa; lo que demuestra indudablemente que ella disparó el arma.

b).- La reconstrucción de hechos demostró que el desorden en el lugar, fue causado por el mismo cuerpo de la occisa al ser lanzada por el impacto de la bala a más de un metro de distancia de donde se encontraba. Es de explorado conocimiento forense de balística, que un impacto de calibre 38 descarga una fuerza de 380 kilos por centímetro cuadrado sobre el lugar donde impacta, por eso se les conoce como calibres de “retención” a esa medida, y a las de más grueso calibre. El impacto lanzó a la suicida sobre los muebles que estaban a su lado izquierdo. A eso se debió el desorden en el lugar de los hechos, y no a que hubiera habido lucha o forcejeos de los protagonistas.

c).- La prueba documental consistente en el expediente de averiguación levantado con motivo del intento fallido de suicidio de la ahora occisa, en la iglesia de San Fernando, y su posterior tratamiento siquiátrico, deja en claro que había en ella un ánimo, una compulsión al suicidio que si bien, en el primer intento falló por su falta de destreza en el manejo del arma, en el segundo intento logró, dado que la manipulación de un revolver es mucho más elemental y sencillo que el de una pistola automática que exige mayor destreza en su manejo.

A mayor abundamiento, la prueba sobrevenida como interrogatorio del M. P. al sicólogo Luis Gabarrón y sus respuestas, no son creíbles en tanto es de entender que no podía negar la eficacia del tratamiento por él aplicado, por eso sostuvo que, en general, era “controlable” la patológica compulsión al suicidio, pero respecto al de la hoy occisa, es obvio que tal control se perdió en un momento dado en este caso.

d).- Respecto a la testimonial de la señora Eduviges Hernández, quedó muy en claro que su fanatismo religioso la ha obligado a negar el suicidio por suponer que es una ofensa a Dios que implica un castigo cruel y eterno. Para ella el homicidio salvaría a su hija de la condenación eterna; por eso porfía en que se trata de homicidio y no suicidio, sin importarle la suerte de Carlos Carmona quien, en todo caso recibiría una soportable, pero muy injusta, condena de prisión temporal, comparablemente benigna frente al sufrimiento terrible del infierno; pero es claro que mi defendido está libre de culpa y merece una justa sentencia absolutoria.

Por todas estas razones, esta defensa pide se determine la libertad inmediata  del procesado.  México D. F. a tantos y tantos.  Lic. Inocencia Casados.

El Juez Aarón Sánchez S. dijo en acuerdo que era el momento de valorar las pruebas y dictar sentencia.

 

XII

Antes de las veinticuatro horas, el pasante del despacho de Antonio de Ibarrola y Santos le avisó al padre Martínez y este a su vez a Pío López de que el asunto estaba para sentencia y el purpurado le pidió al párroco que con papel y lápiz a la mano, tomara el dictado de una carta al juez.

“Muy apreciado Lic. Aarón Sánchez S.

Oro por tu salud y bienestar. Yo recordando con gusto tu paso por el Seminario que, porque Dios así lo dispuso, dejaste para emprender tu tan brillante destino, pero que sé muy bien que no te ha apartado de la fe verdadera.

Sin más preámbulos paso a tratarte un asunto de nuestro interés, el caso del homicidio de Graciela Santés, hija de nuestra entrañable feligrés doña Eduviges Hernández viuda de Santés,  quien ha prestado valiosos servicios a nuestra comunidad religiosa.

Desde luego que esta carta no lleva de ninguna manera la intención de desviar la vara de la justicia… de la justicia humana, que la justicia divina ya está dictada y es inapelable. Mi deseo es únicamente pedirte que, precisamente la justicia que está en tus manos imponer, no sea contraria a la que Dios ya ha decidido respecto a los protagonistas de este tan doloroso caso.  Sé que nuestro Padre te iluminará, que la sentencia terrena, que te toca dictar, será congruente con la justicia perfecta que nos viene de arriba.

Dios te guarde”.

Ciudad y fecha, antefirma del Arzobispo,  firma del párroco Gonzalo Martínez a ruego y encargo de Manuel Pío López y sellos y logos de la iglesia de San Fernando III.

El párroco Martínez releyó la carta una vez mecanografiada, y no pudo evitar un comentario: “Esta es como el parto de los montes, muchos pujos para parir un ratón”.

Ciertamente, la carta no comprometía a nada, bien a bien no obligaba nada, a no ser la lubricada alusión de que se trataba de homicidio.

El juez Sánchez leyó la carta, y por un momento pensó en agregarla al expediente, pero se arrepintió, la dobló y se la echó al bolsillo interior del saco… Que no en saco roto; pero en ningún momento tuvo la ocurrencia de darle respuesta al Purpurado. Pensó en destruirla más adelante, digamos: una vez que la sentencia hubiera causado estado… la sentencia terrenal, que la divina ya estaba echada.

La defensora madre, no hizo más cosa judicial, se desproveyó de la toga y se fue a visitar a su hijo el domingo como visita familiar. Sus conocimientos jurídicos le decían que el asunto estaría resuelto a su favor. No intentó recomendaciones ni tráfico de influencias.

 

  

XIII

Las pruebas que le dieron certidumbre al juez Aarón Sánchez, para dictar sentencia, fueron principalmente la constancia de que, antes de los hechos a juzgar, había habido un intento frustrado de suicidio, que quedó plenamente confirmado con el análisis forense donde la autopsia señaló que la occisa tenía cicatrices viejas, causadas en ese intento fallido; a más de que el psiquiatra que la trató había indicado la compulsión de Graciela hacia su decisión de quitarse la vida.

El criterio de homicidio que podía desprenderse de la prueba parafinoscópica, perdió valor con las declaraciones del teniente Kinart al atestiguar que la presencia de marcas de pólvora en las manos de Carlos Carmona, eran producto de la práctica de tiro frecuente en su actividad laboral. Por otra parte, las quemaduras en la piel de la sien de la occisa, ofrecieron la certidumbre de que el disparo fue hecho con la boca del cañón pegada a la cabeza, como habitualmente lo hacen los suicidas.

La reconstrucción de hechos, finalmente muy contaminada por la intervención de los familiares, no aportó mayores certidumbres, lo mismo pasó con la testimonial de Luisa.

Las declaraciones de la madre de la occisa, incluyendo su llanto al recordar el primer intento suicida, produjeron la certidumbre en el Juez, respecto a que se trataba ciertamente de un suicidio y no de un homicidio.

Con todo esto, mayor peso cobró la confesional del propio inculpado al declararse lisa y llanamente inocente.

La prueba presuncional  favoreció el criterio del suicidio.

 

 

 

XIV

Ahora el juez comenzó a preocuparse por elaborar una sentencia que, haciendo honor a la justicia a pesar de ser absolutoria, sembrara en el ánimo de los deudos y su padrino clerical la paz interior que les permitiera aceptarla razonablemente.

Después de la aburridísima y resobada jerigonza jurídica habitual, el juez, discurrió, citando a Beaudelaire: “El estoicismo es la religión que sólo tiene un sacramento: ¡el suicidio!”. Quien toma la decisión de suicidarse, llega a la cita con la muerte de una manera infinitamente más digna y estoica, que quien perece en manos de otro y por voluntad ajena. La voluntad de morir nos conduce a la inteligencia de que vivir es un derecho íntimo y no una obligación impuesta por los demás, como se ha venido entendiendo a través de siglos, en virtud de que, quienes han ejercido dominio sobre los demás, les importa decidir sobre la vida y la muerte ajenas; así fue desde tiempos inmemoriales, desde las satrapías sumerias, los imperios faraónicos, las leyes griegas y romanas que han trascendido hasta nosotros. Por esas creencias absurdas nos hemos negado a nosotros mismos un acto supremo de voluntad: decidir nuestro propio fin, cuando debiera ser el culmen del honor, de la autodeterminación de la intimidad y de la dignidad de los seres humanos. Servirá aquí parafrasear a André Breton quien dice: “El más bello presente de la vida es la libertad que le permite a uno salir de ella oportunamente, libertad al menos teórica, pero que vale la pena conquistar a través de una lucha encarnizada contra la cobardía y todas las trampas de las necesidades humanas, en relación demasiado incongruente con la naturaleza”.

En este orden de ideas, proponer que la muerte de Graciela Santés ha sido por homicidio, es negarle su derecho a morir dignamente, a cambio de un  dudoso destino sobrenatural. Proponer que se ha tratado de un suicidio enaltece la figura de Graciela, a la vez que reivindica la inocencia y la vida útil y digna de Carlos Carmona.

 

Por todo lo anterior, se absuelve al procesado Carlos Carmona Casados del delito que se le imputa, y se ordena su absoluta e inmediata libertad. Yo el Juez Aarón Sánchez S.

 

10/08/2020

 





PERSONAJES

Carlos Carmona Casados…………………………. Novio

Graciela Santés Hernández…………………….. Suicida

Eduviges Hernández………………….. Madre de la Graciela

Inocencia Casados……………………… Madre de Carlos Carmona

Javier Villa………………………………… Novio suicida

Luisa………………………………………….Hermana de la suicida

Gonzalo Martínez……………………..Presbítero del templo.

Arnaldo Quirarte ……………………. Ministerio Público.

Lic. Aarón Sánchez S. …………………… Juez 3° Penal

Lic. Felipe Casto…………………………. M.P. adscrito al Juzgado 3° penal.

Dr. Luis Gabarrón……………………… Psicoanalista.

Teniente Quinart………………………. Guardia personal del procurador.

Lic. Antonio de Ibarrola y Santos…. Abogado de la Iglesia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRIMERA SOLAPA

El título de esta novela corta… o cuento largo, qué se yo que soy un escritor aficionado: “MORIR NO ES UN CRIMEN” es la frase emblemática de Jack Kevorkian (1928-2011). Médico norteamericano precursor, en el siglo XX, de la muerte asistida, también llamada “muerte digna”, “muerte piadosa”, “muerte misericordiosa” “suicidio asistido”. También justificó su actividad con esta otra frase: “Si podemos ayudar a las personas a venir al mundo, ¿Por qué no podemos ayudarlas a dejarlo?

Kevorkian inventó un aparato para auto administrarse substancias letales que llamó “Thanatrón”, con ese y otro más le facilitó el viático a 110 personas, antes de ser enjuiciado y condenado a prisión por 25 años, de los que sólo cumplió 8, quedando libre “por buena conducta”.

Ahora, cuando la decisión personal de decidir la propia muerte, forma parte de los derechos humanos, y se practica en los países más civilizados del planeta, empieza apenas a entenderse la aportación libertaria de Kevorkian.

 

 

 

 

 

 

 

SEGUNDA SOLAPA

 

LIBROS DEL MISMO AUTOR

“La Identificación criminal en México”. (Ensayo) Ed. UNAM. 1966.

“Jalacingo Paisaje”. (Poemario). Ed. Particular. 1993.

“Anecdotario de Jalacingo”. Ed. 1° edición: Suma Veracruzana. 1976. 2° adición: U.V. 1994.

“Cuando la cochambre nos alcance” (Cuentos) Ed. Cultura de Veracruz. 1996.

“Las hechuras de una vieja”. (Novela). Ed. Cultura de Veracruz. 1998.

“Amar, temer y partir”. (Poemario). Ed. Particular. 1999.

“La Risa del Barro”. (Ensayo). Ed. Ayuntamiento de Xalapa. 2002.

“Veinte poemas de humor y una circular administrativa”. (Poemario) Ed. Ayuntamiento de Xalapa. 2004

“Revelaciones de Judas Tomás” (Novela ficción). Ed. Códice de Xalapa. 2007.

“Miccionario Ilustrado”. (Rimas). Ed. Newsver. 2010

“Historia de un billete”. (Novela) Ed. Punto y Aparte. 2011.

“Racimos de café”. (Novela) Ed. Punto y Aparte. 2012.

“Inmoralejas y Parabolitas”. (Décimas). Ed. Newsver-Veranews. 2013.

“Anécdotas recogidas de los Cuates…” Ed. Newsver-Veranews. 2018.

“El libro de los alburemas”. (Rimas) Ed. Códice. 2019.

“Paisajes Íntimos” (Poemario). CÓDICE. Taller editorial. 2019.

 

 

 

 

 

 

 

 CONTRAPORTADA

OPINIONES:

Para la contraportada.

Dr. Luis Rodríguez Gabarrón:

“TU HISTORIA ES UNA CHINGONERÍA. 

Creo que es de lo mejor que has escrito y con ese tu sentido novelado y satírico, además de muy documentado, como acostumbras, pero ahora demuestras erudición en el terreno judicial, en el religioso, y en el literario y en el psicológico por no decir xalapeño”.

 

Lic. en Filosofía Sandra Martínez Villa:

“Está muy "atrapadora" de principio a fin, a leguas se echa de ver que la escribió un abogado, pero esa sentencia absolutoria está de primera, ¡es huérfana! ¡Es una carta de libertad para todos los que viven encadenados a una idea impuesta por vil conveniencia económica!” 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Texto para la hoja legar:

Este libro terminó de escribirse paradójicamente, el 10 de septiembre de 2020, en el que se celebra el día mundial de la prevención del suicidio.

Lo escribí exactamente en un mes, pero lo pensé 56 años.