viernes, 30 de marzo de 2012

JUS SOLI

El derecho de suelo es un viejo principio romano que se atribuía al origen de las personas; se contraponía al jus sanguinis o derecho de sangre: esto es, una persona podía ser romano por haber nacido en el suelo de Roma, o porque sus padres fueran romanos, sin importar sin nacía en Hispania, Egipto o Bizancio.
Pero esto nada tiene que ver con el derecho al suelo que vamos a tratar ahora; éste lo derivo del principio hipotético que enuncia: “No todo lo que está en el suelo está tirado”; esto se debe a que, como todo padre de familia, he sido engañado durante largos años, porque hay veces que dejo acomodados en el piso mis zapatos (dos o tres pares), y algunas otras cosas que, desconsideradamente mi señora llama con el despectivo e inapropiado nombre de “tiradero”. Por eso he consultado al eminente ingeniero en suelos don Reptinio Ofiucus Coatl, quien es el autor del aforismo que mencioné al principio y cuya convincente teoría, va más o menos así: El piso o suelo es hechura divina, aunque la Biblia no le diga claramente; fue de las primeras cosas que hizo Dios; véase el párrafo con que principia El Génesis: “En principio creó Dios los cielos y la tierra”. En el primer libro de Moisés se menciona como tierra, ni más ni menos lo que nosotros entendemos como suelo. Por si algún incrédulo tiene en poco lo que tanto gusta a los fotógrafos de la prensa internacional, que imprimen cientos de placas donde quiera que el Pontífice se prosterna y besa el suelo. Si esta acción la viéramos con los mismos ojos del ama de casa que ve el suelo como algo indigno, tendríamos que hacer al Papa blanco de nuestras críticas. Hay en efecto un odio universal subconsciente respecto al suelo: “Parir en el suelo” es una expresión ofensiva para denotar la baja extracción de una persona sea la que para o el parido. Por el mismo mecanismo inconsciente, lo que está al ras del suelo se tiene como bajo, rastrero, reptílico, mientras que a lo excelso se le atribuye elevación, lejanía del suelo, ascensión, alas, cima: “La cimera elegancia del alta sociedad”.
Estos criterios, por demás absurdos; pero que tienen un hondo sentido místico, constituyen un inmenso complejo que ha conducido al desprecio actual del piso, a grado tal, que pueden lograr que una ama de casa o esposa, consiga hacerle la vida pesada al marido, o a toda la familia: “Si, aquí está tu basurera…Claro…La que va atrás de ti levantando todo lo que tiras…¿Cómo estaría la casa si no recogiera yo?”... Difícilmente se detienen a reflexionar: “No todo lo que está en el suelo, está tirado”.
Sin embargo, por honestidad científica, no podemos negar la existencia de teorías que tratan de justificar ese rechazo ciego e inconsciente al piso. Veamos: La reconocida científica Altagracia Celeste Luna, sostiene que el suelo es tan despreciable, que tanto las cosas, como los seres vivos, no llegan a él de manera franca, sino que tienen unas partes u órganos especializados para tocar el piso: estos apéndices se llaman patas o pies. Nadie que se precie de nobleza llega al piso sin poner de por medio los pies. Quien lo haga estará precisamente abandonando su nobleza y denotando sacrificio o humillación; así lo hace el que retira los pies del suelo e hinca la rodilla o besa la tierra. Así también el que da con las nalgas en el piso o cae de panzazo al pisar una cascara de plátano: está abandonado la dignidad. Una vaca de pié, da leche, una vaca echada, da lástima.
Sin embargo, aunque las teorías de Celeste Luna parecen convincentes a primera visita; la corriente ecléctica, representada por el no menos sabio don Niarri-ba Niaba-jo, opina que: Ni el cielo ni el suelo tienen la menor importancia, sino que el énfasis debe ponerse en la parte media que, como su nombre lo indica, porta medias y el elocuente nombre de Piernas. Las clasifica como sigue: Atendiendo a su aspecto, hay piernas de piano, de mesa de billar, de chorro de atole y de pleito de perros. Atendiendo a su vellosidad, las hay de “¿Si así está el camino…?” y lampiñas. Atendiendo al aroma del pie que las acompaña. Las hay patagrás, rugidoras e Inodoras.
Mister Niarri abunda en clasificaciones que, las dimensiones de este documento no permiten enumerar al punto; no obstante, a pesar de su reticencia para entrar al asunto del suelo, sí llega a hacer la siguiente observación: “Ciertas cosas tienen una naturaleza tal, que son únicamente admisibles en el suelo; más arriba de él desvirtúan su naturaleza, ofenden la moralidad o incurren en rebeldía. Los zapatos por ejemplo pasan naturalmente al contacto del piso, pero basta subirlos a un aparador iluminado para darles naturaleza de joyas: igualmente recordemos el caso del zapato de Nikita Krushev, inofensivo en el piso, rebelde sobre la mesa de discusiones de la ONU, y el zapato de Muntazer al-Zaidi volando hacia la cabeza de Bush, para dar pábulo al ejercicio de la justicia.
Un petate cumple cabalmente sobe el piso; en la pared se convierte en un “méxican de lux curios”. Unas buenas piernas producen efectos diferentes cuando están sobre la pista de tartán, que cuando están al aire”.
Agudo observador Niarri-ba Niaba-jo, es quizá el que ha encontrado la doctrina que mas cuadra al modo de pensar del mexicano; no obstante debemos notar que no se aleja mucho del primer enunciado de que: No todo lo que está en el suelo está tirado; pues de otro modo, tendríamos que aceptar que nuestras pantuflas puestas sobre la alfombra misma, están tiradas y, dentro de ellas, nosotros.

sábado, 10 de marzo de 2012

TEOCUITLATL

La traducción literal al castellano de la palabra náhuatl TEOCUITLATL, es exactamente ‘mierda de dios’. Era el nombre con que nuestros antepasados prehispánicos llamaban al oro. La asociación semántica entre el metal amarillo y las excretas humanas, es ancestral, pero aún nosotros lo seguimos aplicando sin darnos cuenta, llamamos orín, diminutivo de oro, a nuestros meados. Menos prosaicos fueron los latinos que lo llamaron “aurum”, ‘amanecer brillante’, asociándolo al color de las auroras mediterráneas. Habrá que tener en cuenta, para redondear la idea, de que el concepto de dios ha estado asociado al sol en todas las religiones del mundo, así que, en las dos referencias vemos que el metal precioso contiene una advocación divina. Sus cualidades: que sea amarillo y brillante como el sol, puro y caprichosamente maleable, lo hicieron útil como un rezo; el oro, por muchos conceptos, ha hecho las veces de plegaria, de ruego al ser que nos da la vida de acuerdo a las creencias más antiguas, que persisten hasta nuestros días.
Las primeras noticias del uso del oro trabajado por orfebres, (del francés orfèvre= artesano del oro) nos vienen de un encuentro arqueológico realizado a partir de 1972 en Varna, Bulgaria; el depósito data de hace casi siete mil años, en la que se encontraron entierros funerarios donde los restos áridos estaban adornados con collares, petos, brazaletes, pulseras y en un solo caso un condón de oro. Los estudiosos coinciden en que las ofrendas de oro en las tumbas, confirman la invocación a dios, son la rogativa del buen fin, el viático para el camino al encuentro del sol; la creencia de otra vida en compañía de la deslumbrante divinidad.
También se ha inferido, a partir de los descubrimientos arqueológicos, que la presencia del oro en los depósitos funerarios señala la importancia de los personajes yacentes: a mayor rango social, mayor cantidad de objetos dorados, la ausencia de oro en las tumbas, relacionada con la posición de los esqueletos y el número de ellos en un solo depósito, hace suponer que los enterrados eran gente del pueblo, sin categoría social. Ergo, el oro ha estado siempre asociado, después de a la divinidad, a quienes se han atribuido la cercanía con dios, como los sacerdotes, las sacerdotisas, los reyes, las reinas y los Papas. No es pues, una casualidad que las coronas y los cetros sean de oro y, que los altares y retablos de los templos, que representan la puerta de entrada al cielo, hayan sido recubiertos con oro laminado, así como las custodias fueran confeccionadas de ese metal. No hay duda de la invocación divina y solar, en el ritual religioso ningún objeto es más parecido al dios sol, que una custodia donde se simulan la redondez y los rayos dorados del astro rey, o para mayor apego a la idea, del astro dios.
Muchos siglos pasaron para que al oro se le hubiere dado carácter utilitario convirtiéndolo en moneda, de la primera que se tiene noticia proviene de Lidia, hoy Turquía, en Asia Menor, y data de 680 años a.C., tiene grabada la cabeza de un león de fauces abiertas y el infaltable sol. Siempre el sol, águila o sol, como las que se acuñaron en el México de toda nuestra vida. Hay nuevos descubrimientos, que aseguran que hace casi cinco mil años ya se acuñaban monedas en Mohenjo-Daro, hoy Paquistán, pero el dato es irrelevante para este trabajo.
El oro en la actualidad, tiene más importantes aplicaciones en la industria que en la economía y orfebrería, las reservas metálicas del mundo salieron de la entraña de la tierra para volver a ella en los subterráneos de Fort Knox o en las cajas de caudales de los bancos del mundo. Su valor es, como la invocación de dios, estimativo, ficticio e inconsecuente. El ser humano, como entidad biológica, puede pasar la vida perfectamente bien, sin necesitar nunca del oro.
La obtención del metal ha generado siempre, más víctimas que beneficiarios. Se dice que la mayor parte del oro que se atesora en el mundo, salió de las minas de Potosí en Bolivia, uno de los países más pobres del mundo. La codicia del metal precioso, ha estado siempre por encima de lo razonable, pero en la actualidad cae en la estupidez más profunda porque, como invocación a dios es un anacronismo que sólo despierta el ansia de los cleptómanos “sacrílegos”, como moneda ya no se usa, vale más un plástico, con monedero promocional en las tiendas de autoservicio; en los dientes es una divisa de que se es payo rematado y, ante todos estos fracasos vale preguntarle a los industriales de “Caballo Blanco” ¿Para qué tanto rascar por oro? ¿Qué van a ganar, que valga más de lo que están gastando? Que no será para atesorarlo y guardarlo, que para eso, más vale donde lo puso Dios sin tanta maquinaria.

jueves, 1 de marzo de 2012

DE SANTOS Y BRUJOS

Tanto la religión como la hechicería, se han valido siempre de las mismas acciones, de los mismos artilugios, para hacer creer a los incautos e inocentes, que sus ministros, o magos, tienen un poder sobrenatural que está vedado al común de las personas, y que con ello pueden hacer lo que nadie más que ellos pueden. La diferencia que los mismos han establecido a través de la historia, es que a unos les llega el poder de dios y a los otros les llega de la competencia, o sea del diablo; eso hace que, aunque sean los mismos trucos, se les cambia el nombre para distinguirlos. Lo que en un lado son milagros, en el otro son embrujos, lo que de lado de los “malos” es adivinación, en el otro lado es profecía; lo que del lado de la religión es exorcismo, del otro es “limpia”; lo que en una es rezo en la otra es conjuro, la reliquia religiosa equivale al talismán en la hechicería; las misas y rosarios llevan los mismos propósitos que las misas negras y los aquelarres: la invocación a los espíritus protectores, sean santos o demoniacos; las estampitas que venden los templos, tienen la misma función que los talismanes que venden los brujos de Catemaco.
Pero la distinción que ahora parece tan clara, no siempre fue así: hubo un tiempo en que la religión se irrogó la exclusiva de las invocaciones al más allá, al más atrás y al más adelante, para resolver los problemas del muy acá. La competencia era eliminada simplemente por medio de la hoguera, de lo que la historia da cuenta de manera abundante y escandalosa. De hecho, en nuestra cultura occidental, la brujería es hija primogénita de la religión Católica. Esta tomó prestada a religiones más antiguas, la idea de un mundo sobrenatural, de una vida más allá de la tumba, ultratumba, y le grabó el concepto maniqueísta de bueno y malo. La teúrgia, heredó el lado “oscuro”. Pero en tiempos del monopolio religioso de estas prácticas esotéricas, surgieron Papas como León III que vivió y reinó en la Iglesia desde finales del año 795, hasta el 815. A él se le atribuye el famoso “Enchiridion Leonis Papae” que como su nombre lo indica, es un manual de prácticas, de rezos y hechicerías indistinguibles unas de otras. El primer convencido de su efectividad fue el mismo Papa, y por eso se lo envió de regalo al emperador Carlo Magno con una carta que, ya traducida a la letra dice: “Sire: Si creéis firmemente en la eficacia de las oraciones que os remito, y las recitáis con devoción, vuestra influencia alcanzará las más altas cumbres de la espiritualidad y vuestro poder sobre la tierra será ilimitado. Os recomiendo eficazmente la primera de las oraciones. Si la recitáis con gran fervor y al propio tiempo la lleváis escrita en un pedazo de pergamino virgen, puedo garantizaros que, sea en las batallas, sea en los mares, o en donde quiera que os hallareis, ninguno de vuestros enemigos podrá venceros. No sólo seréis invencible, sino que os veréis siempre libre de toda suerte de adversidades, de lazos y de asechanzas. En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.”
No transcribo la oración por falta de espacio, pues es larguísima, repetitiva y aburrida, pero contiene advocaciones, conjuros a los seres del averno y otras larvas malditas y símbolos religiosos, unos todavía inteligibles como la cruz, y algunos signos del zodiaco, y otros actualmente incomprensibles.
Otro Papa brujo fue Honorio III El Grande, que reinó desde 1216 hasta 1227. Organizador de la fracasada quinta cruzada, y del manual de brujería Grimorium Honorii Magni, que contiene también conjuros, oraciones para toda clase de asuntos tales como, para ahuyentar demonios, para no ser calumniado, voces cabalísticas para cazar serpientes sin ser atacado por ellas, talismanes para hacer inefectivos los venenos, y desde luego los filtros para hacerse amar de una persona renuente.
Y había entonces, como hay ahora, personas que creían en todas esas mentiras y siguiendo las indicaciones del Enchiridion y del Grimorium, rezaban estando presos, “para alcanzar una pronta libertad, siempre que no fuera asesinato”. Para “que una esposa sea fiel a su marido o un esposo sea fiel a su mujer”. Para “conjurar las armas y no ser herido por ellas”, cosa que ahora nos vendría como anillo al dedo. Una multiusos: “oración para conjurar toda clase de peligros, tempestades, rayos, pestes, hambres, perros rabiosos, bestias dañinas, y asimismo para preservarse de los incendios, terremotos, inundaciones, y de una muerte repentina.” Desde luego que la gran omisión de esos manuales esotéricos, siempre fue el conjuro para evitar Papas, curas, brujos, banqueros, abogados y políticos.