lunes, 28 de junio de 2010

GANAR PERDIENDO

No es nuevo ni velado que hay partidos políticos que juegan a ganar perdiendo, son por orden alfabético: Convergencia, de la Revolución Democrática, del Trabajo, Panal… y no me atrevo a darle categoría de partido al Verde Ecologista porque opino que no es más que una botica familiar de similares, que se adosa cual lapa al casco de la embarcación partidista que le permite apoderarse de algún desperdicio que va cayendo por la borda, para alimentar a su único delfín con olvido de los principios ecologistas que alguna vez trataron de enarbolar como bandera. A los mandamases de estos partidos, como digo, no les interesa ganar, o quizá no lo he dicho bien, les interesa perder mientras simulan que se proponen ganar, porque en la medida en que fingen bien su esfuerzo obtienen dinero de este bondadoso régimen que reparte a manos llenas lo que no es suyo, y se ponen en la posibilidad de negociar posiciones políticas con una filosofía de bolsa de trabajo y nada más. No obstante logran posiciones envidiables gracias a las monstruosidades del código electoral que ha instituido la vía plurinominal como el culmen del fracaso ganancioso; las senadurías y diputaciones “pluris” que originalmente fueron bien pensadas para eliminar la vergüenza antidemocrática del “carro completo” que, durante quince lustros detentó el PRI aplanadora, se han convertido ahora en apartamientos de los hijos consentidos de cada instituto político, porque ya no se entra a la contienda general, sino únicamente a una contienda interna en la que pujan y negocian en una intimidad como de familia… o de cártel… o de mafia doméstica y finalmente se decide por simpatías y antipatías o peor, por el que da más.
Esto ocurre en todos los niveles del poder o de poderes, me refiero a los del ejecutivo y legislativo que son los que requieren del voto popular; al judicial no lo incluyo porque su sistema es todavía por designación y no elección; esa designación por lo regular la hace el ejecutivo, llámese presidente o gobernador. Hasta hace relativamente poco tiempo la designación la hacía dios por conducto del papa, o del prelado local más conspicuo. La contienda por puestecitos de poca monta es aguerrida, más a niveles municipales, a esa altura de zoclo hay personas capaces de mandar a matar al contrincante. Las sindicaturas y las regidurías están pensadas en la ley como premios de consolación.
La ganancia perdidosa no es gratuita sin embargo, quien obtiene un lugar queda justamente comprometido a servir y apoyar a su partido, primero con las cuotas y luego a compartir y repartir prebendas, canonjías y pequeñas dádivas con quienes le expresaron su simpatía. A largo plazo hay una esperanza, que el que ganó perdiendo sea un decidido impulsor de otros ganancioso-perdidosos y de ese modo se va estableciendo una cadena de entendimientos que finalmente trasciende las fronteras partidarias y a base de concertaciones y conveniencias permite vivir del presupuesto.

jueves, 17 de junio de 2010

MIOPÍA IMPÍA

Miopía aguda padecen las autoridades hacendarias de nuestro México lindo y querido, que han tenido la ocurrencia de limitar el manejo de dólares en bancos. ¿O son o se hacen? me pregunto; porque no se necesita ser doctor en finanzas para darse cuenta que nuestro país, desde que Pemex se convirtió en negocio de unos cuantos, los demás vivimos de la salpicada untuosa de los dólares generados por el narcotráfico; éste es el gran proveedor de dinero que ha venido sosteniendo la economía nacional. Si no fuera por el lavado de dinero, hace ya muchos años que la nación se hubiera ido a la banca rota. De no ser por la fuerza y resistencia de la economía subterránea, la indómita corrupción de funcionarios sin llenadera ya hubiera socavado la blanduzca economía mexicana. El saqueo perpetrado por personajes de infausta memoria como Salinas y su parentela, Posadas Ocampo alias El Cardenal y sus herederos aún encumbrados en las partes más altas de los altares como Norberto Rivera, alias el chato Nor, Sandoval Iñiguez, el difunto Guillermo Schulemberg que han aportado clandestinamente dinero, tanto dinero al Vaticano, que pudieron comprar la conciencia del Papa para considerar pecado venial las atrocidades del mexicano, orgullosamente mexicano Marcial Maciel. Gobernadores como Arturo Montiel, Hank, Mario Villanueva; todos ellos son y han sido sinvergüenzas que a pesar de ese calificativo han construido un grueso pilar a la economía de México. Los grandes consorcios turísticos de Acapulco, Can Cun, Mazatlán, Boca del Río, no se han hecho con los ahorros en pesitos mexicanos de Perico de los Palotes, acaso el tal Perico ha servido de testaferro para ocultar la procedencia del dinero, pero toda esa fuerza económica fluye gracias al remojo y lavado de dinero mal habido procedente en muchos caso del tráfico de drogas, pero también del tráfico de influencia y del tráfico de fueros que los plebeyos vemos con envidia y resignación.
La medida de limitar a unos cuantos el depósito de dólares en bancos, trae ya como consecuencia inevitable el desvío de esa divisa al mercado negro e insisto, o son o se hacen, porque da la impresión que la medida trae dedicatoria: La limitación es sólo para bancos, las casas de cambio monetario disfrazadas de banco como Banco Azteca de los señores Salinas, es la que está haciendo su agosto comprando dólares baratos. ¿A dónde se van esos dólares en chorro que reciben las casa de cambio? No se van al colchón de los cambistas, se van a un planeta de especulación que si se deja seguir, nos va a llevar a la ruina. México tiene una economía basada en dólares ¿qué ya se les olvidó eso? El mayor manejo de dólares del país es mal habido. Hasta las campañas políticas se nutren clandestinamente de dólares que se riegan sin lástima con tal de conquistar el poder político que con él viene el económico.
Creo que poco va a durar esa medida porque no es inteligente ni congruente con la realidad que vivimos.

domingo, 13 de junio de 2010

GUANAJUATIZACIÓN

“La vida no vale nada” dice José Alfredo Jiménez en una de sus gustadas canciones, refiriéndose a su tierra Guanajuato, pero sin contar con que el ejemplo cunde y que ha llegado a Veracruz y, dentro de este Estado a su capital Xalapa que en algún tiempo fuera la “ciudad de las flores” y la “Atenas” veracruzana donde se respiraba tranquilidad de ánimo y la gente podía caminar sobre sus angostas aceras guarecida por los aleros de las casas, muy quitada de la pena y sin mojarse a pesar del eterno chipi chipi que abonaba los sabañones como única agresión del entorno. Los ayer jalapeños ahora debiéramos llamarnos guanajualapeños, así como hay también juarochos referido a los que se fueron de aquí, no se hallaron allá y se regresaron pa’cá incitados por la fidelidad que le deben a su Estado, a pesar de que la fidelidad esté en estado terminal.
Los guanajualapeños tenemos que acostumbrarnos a pensar que la vida, nuestra vida, es un bien devaluado, que ahora vale más un litro de gasolina que nuestro anhelo respiratorio; tenemos que seguir la inercia de darle más valor a las cosas y a las propiedades que a lo que somos: una bala de rifle AK-47 debe andar por dos dólares, así que saque usted cuenta de cuánto gasta un señor que rocía a su prójimo con setenta u ochenta balas; échele números a lo que puede costar un chaleco antibalas para aquellos que todavía creen que la vida tiene un mínimo valor digno de ser protegido. Saque cuentas de la incomodidad que representaría viajar en el interior de un carromato blindado como esos en los que transportan los valiosos billetes de banco, moneda de papel que no papel moneda; vehículos por demás espantosos, antiestéticos, estorbosos, repugnantes en una palabra. Suponga usted que, decepcionado de la vida, de los candidatos, de los disfuncionarios públicos que ya se están enfriando para salir a la intemperie, decide usted suicidarse quemándose como un resignado bonzo guanajualapeño; necesitará de dos a tres litros de gasolina que hoy está casi a nueve pesos pero mañana ¿quién sabe? Así que su vida debe tasarse más o menos en $27.00 sin calcular el precio de los cerillos que debe utilizar, que aunque sea uno hay que comprar la cajita completa, que nadie vende un fósforo solitario sin caja donde rasparle la cabeza.
Lo mejor es quitarle importancia y valor a la vida, y no porque comience siempre llorando y así llorando se acabe, sino porque sicológicamente y filosóficamente y socialmente, alivia pensar como si estuviéramos en un eterno velorio: “no somos nada” “hoy estamos aquí y mañana quién sabe” “que pena lo de tu pariente, pero todos vamos para allá tarde o temprano” “nada más se nos adelantó”. En fin, que tenemos que adecuarnos a las circunstancias, poner nuestras barbas a remojar ora que rasuran de gorra y como decía mi tío Roberto: “Comer bien, dormir mucho, coger fuerte y enseñarle los huevos a la muerte”.

sábado, 5 de junio de 2010

ÉTICA CORRIENTE

He tenido que vivir setenta años para descubrir que hay una ética corriente para consumo popular, dirigida al pueblo, al populacho; esa moral nos enseña a creer, a tener fe, a obedecer, a ser fieles a otros, a ser cooperativos, dadivosos, altruistas, compartidos, ahorrativos, sacrificados y pobres; hay otra moral para consumo de unos cuantos elegidos y privilegiados en la que se exalta la audacia, la seguridad, el don de mando, el liderazgo, el poder, la ausencia de escrúpulos, la especulación, el dispendio y la riqueza. Para distinguir quién profesa una y otra moral, basta con saber si la persona gana el salario mínimo o gana mil veces el salario mínimo o más. Considerando que en este año la ganancia diaria de una modesta empleada doméstica es de $60.00 y la de un ministro es de $20,500.00 podemos con estos datos saber con certeza quién acata la moral populachera y quién la ética elitista. En medio de esos dos polos hay quienes ganan de dos a tres salarios mínimos al día, esos son clase media baja, tienen todo lo que deben y deben todo lo que tienen, se divierten viendo el fútbol por televisión; observan la moral común y corriente y critican al gobierno. Otro sector intermedio: la clase media alta, observa una moral revuelta, gana por arriba de diez salarios mínimos diarios, tiene a sus hijos en escuelas confesionales, viaja al extranjero y vive en colonias como guetos de élite; en este sector se pueden encontrar funcionarios públicos, empleados bancarios, diputados locales, curas de parroquia y otros especimenes que ya no critican al gobierno, van a misa los domingos, usan desodorante y huelen a perfume de marca.
La distribución de la riqueza o más bien de la pobreza se descubrirá en este censo que se ha iniciado en el presente mes de junio, pero que no nos dará ninguna sorpresa; en términos generales el 90% de la población vive con el 10% de la riqueza, y el 10% de la población que son los ricotes, detentan el 90% del dinero. Estos porcentajes son indicadores respecto a lo que la guerra de independencia que ahora cumple doscientos años, y la revolución que cumple cien, han logrado de bienestar, economía y ética de vida y debida para la nación mexicana.
Quien esté leyendo esta columna será alguien que pertenece a alguna de las dos clases medias ya mencionadas. Los fregados no tienen para comprar este diario, o tal vez lean algún párrafo dentro de un mes en el envoltorio de un cucurucho de cacahuates. Los de la clase rica tampoco lo leerán porque no les importa y porque tienen quién lo lea, les digiera lo importante y se los regurgite en las primeras horas nalga-poltrona de cada día.
Un nefasto concepto moral que nos han enseñado las clases privilegiadas a las desheredadas, es el empleo: Nos afirman dogmáticamente que el empleo es algo digno, que el que no tiene empleo no vale nada, no puede aspirar ni a casarse porque no podría mantener una familia; que ser empleado es tener resuelta la vida y que si el patrón es el gobierno, ya chingamos, porque vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Pero la verdad es otra: el empleo es una condición vergonzante, para conseguirlo, si se es hombre lo obligan a uno a firmar una renuncia en blanco, si se es mujer, el patrón reclama el acostón, y si el jefe es líder sindical peor, y si es funcionario público lo mismo. Y como los reclamos de fidelidad y obediencia siempre viajan de arriba para abajo, pues un empleado, un empleadito o un feligrés, no pueden reclamar fidelidad y obediencia, ella baja del patrón, del director y del cura. Ahora que si el mandamás es un banco y sus banqueros, estos ya no se conforman con la obediencia y la fidelidad, además reclaman confianza. Frente a este mundo de inconsistencias, a veces duda uno de que tan malo es lo que están haciendo los malos.