sábado, 5 de junio de 2010

ÉTICA CORRIENTE

He tenido que vivir setenta años para descubrir que hay una ética corriente para consumo popular, dirigida al pueblo, al populacho; esa moral nos enseña a creer, a tener fe, a obedecer, a ser fieles a otros, a ser cooperativos, dadivosos, altruistas, compartidos, ahorrativos, sacrificados y pobres; hay otra moral para consumo de unos cuantos elegidos y privilegiados en la que se exalta la audacia, la seguridad, el don de mando, el liderazgo, el poder, la ausencia de escrúpulos, la especulación, el dispendio y la riqueza. Para distinguir quién profesa una y otra moral, basta con saber si la persona gana el salario mínimo o gana mil veces el salario mínimo o más. Considerando que en este año la ganancia diaria de una modesta empleada doméstica es de $60.00 y la de un ministro es de $20,500.00 podemos con estos datos saber con certeza quién acata la moral populachera y quién la ética elitista. En medio de esos dos polos hay quienes ganan de dos a tres salarios mínimos al día, esos son clase media baja, tienen todo lo que deben y deben todo lo que tienen, se divierten viendo el fútbol por televisión; observan la moral común y corriente y critican al gobierno. Otro sector intermedio: la clase media alta, observa una moral revuelta, gana por arriba de diez salarios mínimos diarios, tiene a sus hijos en escuelas confesionales, viaja al extranjero y vive en colonias como guetos de élite; en este sector se pueden encontrar funcionarios públicos, empleados bancarios, diputados locales, curas de parroquia y otros especimenes que ya no critican al gobierno, van a misa los domingos, usan desodorante y huelen a perfume de marca.
La distribución de la riqueza o más bien de la pobreza se descubrirá en este censo que se ha iniciado en el presente mes de junio, pero que no nos dará ninguna sorpresa; en términos generales el 90% de la población vive con el 10% de la riqueza, y el 10% de la población que son los ricotes, detentan el 90% del dinero. Estos porcentajes son indicadores respecto a lo que la guerra de independencia que ahora cumple doscientos años, y la revolución que cumple cien, han logrado de bienestar, economía y ética de vida y debida para la nación mexicana.
Quien esté leyendo esta columna será alguien que pertenece a alguna de las dos clases medias ya mencionadas. Los fregados no tienen para comprar este diario, o tal vez lean algún párrafo dentro de un mes en el envoltorio de un cucurucho de cacahuates. Los de la clase rica tampoco lo leerán porque no les importa y porque tienen quién lo lea, les digiera lo importante y se los regurgite en las primeras horas nalga-poltrona de cada día.
Un nefasto concepto moral que nos han enseñado las clases privilegiadas a las desheredadas, es el empleo: Nos afirman dogmáticamente que el empleo es algo digno, que el que no tiene empleo no vale nada, no puede aspirar ni a casarse porque no podría mantener una familia; que ser empleado es tener resuelta la vida y que si el patrón es el gobierno, ya chingamos, porque vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Pero la verdad es otra: el empleo es una condición vergonzante, para conseguirlo, si se es hombre lo obligan a uno a firmar una renuncia en blanco, si se es mujer, el patrón reclama el acostón, y si el jefe es líder sindical peor, y si es funcionario público lo mismo. Y como los reclamos de fidelidad y obediencia siempre viajan de arriba para abajo, pues un empleado, un empleadito o un feligrés, no pueden reclamar fidelidad y obediencia, ella baja del patrón, del director y del cura. Ahora que si el mandamás es un banco y sus banqueros, estos ya no se conforman con la obediencia y la fidelidad, además reclaman confianza. Frente a este mundo de inconsistencias, a veces duda uno de que tan malo es lo que están haciendo los malos.

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