martes, 23 de junio de 2009

FE, CONFIANZA, DESCONFIANZA Y BAJO FIANZA

Desde la antigua Grecia, los filósofos pensaron que los seres vivos y aún las cosas, tenían un modo bueno de manifestarse ante el mundo y llamaron virtud a ese impulso inmanente. El agua tiene la virtud de quitar la sed, también el vino; la menta refresca el aliento y la cicuta tiene la virtud de matar a los disidentes. Así encontraron cuatro virtudes orientadoras, dignas de señalar el derrotero de los seres humanos y por eso las llamaron virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza que son a su vez principio de otras contenidas dentro de estas. Durante muchos años la certeza de este pensamiento guió las acciones de quienes aspiraron a la perfección.
Pero nunca falta un prietito en el arroz; llegó la decadencia con la invasión romana y ya deambulando por la noche del oscurantismo, alguien mal intencionado se inventó tres virtudes que llamó teologales porque estaban atribuidas a dios y no al ser humano solamente; esas tres virtudes fueron la fe, la esperanza y la caridad; virtudes que como dios, no existen a pesar de que todos hablen de ellas y afirmen categóricamente sentirlas o presentirlas.
Como es obvio, el tema da para escribir varios aburridos volúmenes, pero el espacio concedido a esta colaboración, sólo permite que me ocupe de la fe, abusando de la buena fe de mis lectores y porque es el tópico del momento en este domingo electoral.
La fe es la primera y la peor intencionada de las tres virtudes teologales, los textos la definen como “Una luz y conocimiento sobrenatural con que sin ver se cree lo que Dios dice y la Iglesia propone”. Mueve a risa la pretensión de explicar con esta antinomia la existencia de algo que contiene cosas inexistentes como “conocimiento sobrenatural” y “dios”; la definición es extralógica, absurda, tonta… pero útil para quienes la usan como vehículo de control, dominio y explotación de los irreflexivos, para no llamarlos de peor manera.
En el afán de definir lo indefinible, han equiparado la fe a la creencia, a la confianza, y a la certidumbre. Creer es aceptar algo sin analizar, sin estudiarlo, o cuestionarlo; tiene que ver con el dogma, se acepta sin discusión y ya. Esta actitud conviene a quienes engañan y perjudica a quien supone que con ello obtendrá algún beneficio. La fe asociada a la creencia es el viejo truco de la Iglesia, de todas las iglesias y es el modus vivendi de los vivillos; gracias a ella los templos más ricos del mundo los han hecho las iglesias con dinero de los imbéciles que suponen que aquí en la tierra se puede comprar un lugar en el cielo. La fe asociada con la confianza o fiducia como la llama la banca, es la trampa en la que nos hacen caer los banqueros que de ese modo pretenden convencernos de que no podemos vivir sin ellos, al grado de que invertimos, para rescatarlos de su propia trampa, grandes cantidades de dinero que pudiera tener mejor destino. También la confianza nos la juegan como dedo en la boca quienes reclaman nuestro sufragio en las urnas electorales, a cambio de alguna promesa que sabemos que no llegará nunca. La fe asimilada a la certidumbre es uno de los juegos más crueles: tenemos que hacer una maroma mental para empatar fe y certidumbre porque son conceptos contradictorios, ante la certeza la fe es completamente innecesaria y viceversa, quien pone en juego la fe, se enceguece ante la verdad, incluso la niega.
Hoy poner la esperanza, que es la segunda virtud teologal, en la fe pública que da un notario, respecto a las promesas de campaña de los candidatos a diputados, y con eso ganar la seguridad de que cumplirán lo prometido, me parece una broma tan inútil y falsa, como el hecho de usar el verbo dar, para vender a muy buen precio algo de lo que no están seguros ni los mismos fedatarios.Moraleja: eso de que “la fe mueve montañas” es sólo un promocional para agarrarnos de pendejos.