lunes, 31 de octubre de 2011

POSADA

José Guadalupe Posada escribió: “La muerte, es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calaca”.
Al grabador más popular de México, le tocó nacer en un lugar y tiempo convulsos; el país apenas si tenía treinta años de haberse independizado formalmente de España; había ensayado una monarquía de imitación rotundamente fracasada y caminaba tambaleante hacia la democracia, habiendo probado 46 presidencias con repetición de hombres sentados en la máxima silla por períodos brevísimos. En febrero de 1852, cuando nació José Guadalupe Posada, mero el día de la Candelaria, el presidente era el potosino Mariano Arista que había tomado posesión trece meses antes, y no duraría más que otros once en el cargo. El centro de la república había sido el lugar sede, del golpe inicial de independencia y era por ello el teatro principal del juego de fuerzas para lograr la estabilidad necesaria que permitiera auto-gobernarse. La democracia era sólo una aspiración que, increíblemente, encontraba grandes obstáculos: la Iglesia, los terratenientes y los ricos encomenderos, entre otros, quienes suspiraban por la monarquía y por un mundo de privilegios; la gente de izquierda, los liberales, la canalla, eran vistos con recelo y, cuando había la oportunidad, se les daba su escarmiento en las tinajas de San Juan de Ulúa, o alguna otra mazmorra de la misma laya.
El arte y el humor en sus distintas manifestaciones, tenían que ser las únicas formas posibles de llegar a la crítica de la paupérrima situación nacional propiciada por la lucha de poder y riqueza, sin esperar mayores represalias que una buena sonrisa. José Guadalupe Posada logró conjuntar el humor y el arte, para señalar la triste realidad en que le tocó vivir. La osamenta monda y lironda de sus grabados, ya desnudos, ya vestidos con galas de catrina, evocaba la carencia de todo, descarnados, menesterosos como el pueblo mismo; el símbolo del hambre desde siglos atrás, el rostro de uno de los cuatro jinetes del apocalipsis con los cuencos vacíos y la mueca de burla dibujada en los dientes mondos.
Al pueblo de los años que conformaron la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX, le faltaba carne, le faltaba trabajo, le faltaba techo y ropa; mientras que a las clases explotadoras cobijadas bajo el palio de la Iglesia, pisando los pasillos alfombrados de palacio, le sobraba todo. A esos hombres enriquecidos les faltaban dedos donde ponerse anillos traídos del viejo mundo y panza para embutirse los embutidos ultramarinos e hígado para procesar los licores espirituosos con que agasajaban al camello que había logrado pasar por el ojo de una aguja.
Contra esa clase cínica y desalmada creo José Guadalupe Posada sus grabados y su profunda filosofía poco estudiada y comprendida. De su Aguas Calientes natal tuvo que huir para refugiarse primero en Guanajuato y después en la capital, por suerte para todos sus contemporáneos, y para nosotros los que heredamos su arte, su pensamiento plasmado en los grabados que salieron de sus manos, y su humor corrosivo tanto como incomprendido, porque de haberlo entendido, hubiera tenido que probar las goteras de San Juan de Ulúa.
Para Posada la igualdad entre los seres humanos es uno de los más grandes valores de la convivencia; todo lo que atropelle esa igualdad, lesiona la armonía social. Pero para él, la muerte, es la única que nos hace iguales, es la que ataca parejo sin considerar al rico o al miserable, al poderoso o al siervo, al genio o al idiota, a los hermosos o a los feos; “la muerte es democrática”. La muerte en manos de José Guadalupe Posada, no es un estado físico, es un personaje que se escribe con mayúscula: Muerte. Es la Muerte la igualadora, la que nos pone a reflexionar en la vacuidad de distinguirnos de los demás por lo que somos o tenemos. Todos llevamos como destino y condición humana, un esqueleto dentro de nuestro pellejo, una calaca dentro de nuestra cabeza y una última mueca de burla de nosotros mismos, imperecedera, porque no tiene labios que la cierren.

martes, 18 de octubre de 2011

CASO DE ALARMA

Alarmante la prevaricación que por voz de uno de sus miembros, ha hecho la Iglesia Católica, de la frase atribuida al personaje de su veneración: Jesús el Cristo, referente a separar y distinguir los ámbitos de pertenencia: “A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. Alarmante porque pretenden desacreditarla ahora, para justificar la intromisión de los ministros de la Iglesia en la vida social y política, que por razones bien conocidas, el Estado mexicano se vio obligado a limitar, para poner coto a los abusos que, a lo largo de cuatrocientos años, vino perpetrando esa organización religiosa, sobre el pueblo mexicano crédulo e indefenso.
El enfrentamiento entre “conservadores” y “liberales” en nuestro país, ha llenado los capítulos más sangrientos de la historia. Desde la Conquista que, muchas veces se ha dicho con razón, que se hizo, primero con la cruz y luego con la espada; hasta la guerra cristera en la primera mitad del siglo XX. La pugna entre los intereses de los que se apoderaron de todo, incluso de los seres humanos, sus testaferros, y de los que se quedaron sin nada, los muertos de hambre, obligados a creer mentiras y a pagar diezmo, es la causa de que México sea uno de los países más empobrecidos del mundo. Nótese que no digo pobre sino empobrecido, porque la riqueza existe, sólo que ha estado a través de quinientos años en manos de unos cuantos, entre los que se cuenta precisamente la iglesia católica mexicana y sus oficiantes que reverencian a Roma, antes que a la patria a la que le han quitado mañosamente todo lo que tienen y comparten con el Vaticano.
Los que trajeron la cruz como emblema, el “Santiago” como grito de guerra, y la Guadalupana como emperatriz de América, diciéndose mensajeros del cielo, se apoderaron de los mejores lugares de la tierra mexicana. No es de chiripa que en todas las ciudades de la nación las catedrales, parroquias y templos en general estén en los mejores espacios, en el corazón mismo de los centros urbanos, mientras que las moradas de los penitentes que sostienen esa opulencia se derraman en las goteras, en las cañadas, en los arrabales de las ciudades. Y así como eso, durante cientos de años le ha convenido a la iglesia fomentar la pobreza como mérito para heredar un más allá que se inventaron ad hoc, pero que nadie puede probar su realidad. Cuando Juárez secularizó los bienes de la Iglesia, ésta detentaba el noventa por ciento de las tierras de la nación, útiles y ociosas, no importaba mientras fueran de ella, los pobres se morían de hambre.
La lucha por las posiciones sociales es la lucha por las posesiones reales, es la lucha por la recuperación del dominio económico en la proporción que lo tuvieron en la época colonial, aunque bien a bien no lo han perdido del todo. La iglesia católica mexicana es la más rica de entre otras que pululan en el país con los mismos frustrados propósitos, apoderarse de la voluntad de los crédulos. Es una de las más ricas del mundo. Existe información de que las más gordas aportaciones de dinero que llegan al Vaticano, van desde México; no es casual que un Papa decida venir a saludarnos tantas veces.
Lo que ahora hace el Estado: vivir, y muy bien, de nuestros impuestos, otorgar servicios tales como registrar nacimientos, casar y enterrar, encarcelar a los malos, entre muchos otros, los hacia la Iglesia, sólo que en un momento de la historia el Estado se los arrebató y decretó su exclusividad; pero esta no se ha resignado a la pérdida, porque era lo que le reportaba las grandes utilidades. Pero el Estado, con todas sus equivocaciones es más democrático que la Iglesia, cuando menos pretende repartir o compartir con el pueblo, y no hace ostentación con retablos forrados de oro laminado en los altares siempre puestos frente a la miseria de los que se hincan con humildad exigida y premiada con promesas falsas.
La pugna es ni más ni menos por el poder y la riqueza. La Iglesia sigue añorando lo perdido, a pesar de no haberlo perdido completamente, pues conserva sus fueros y el perdón de los impuestos que al pueblo jodido si gravan. Conservan su influencia al grado de no castigar a monstruos como Maciel, fabricados, solapados y protegidos por la complicidad de los poderosos jerarcas de la sotana. Pero el Estado que se dice democrático, debiera marcar su distancia y no hacer concesiones. La Iglesia es de las que cuando se les da la mano se toman el pié. Es una organización, que tiene mil setecientos años de mangonear a una buena parte del mundo; el Estado en cambio no está muy bien organizado, por eso debe tener cuidado, mucho cuidado, y no hacer concesiones de las que pudiera arrepentirse en breve tiempo.
Valentín Gómez Farías, Benito Juárez, Plutarco Elías Calles, han sido los héroes civiles que en su momento pusieron coto a los abusos de la Iglesia. El mismo Miguel Hidalgo reconoció en su momento el abuso de trescientos años de dominio eclesial. A todos ellos les fue como en feria porque la Iglesia y la Inquisición en su momento, atacó con toda su fuerza, la tortura no es invento de ahora, esa también nos la trajeron los que nos impusieron la religión, y la aplicaron cuando no se les obedecía.
Mientras el PRI puso a los que gobernaron el país por más de setenta años, hubo tolerancia, no entrega; pero desde que los conservadores del PAN llegaron a pretender gobernar, la Iglesia ha sentido que es el momento de recuperar lo perdido. Eso no puede ser. No debe ser.
Estoy de acuerdo: no se debe transigir con las mafias, ni con las que reparten droga, ni con las que reparten estampitas, por mucho que ahora prevariquen de lo que dijo Jesús: “Al Cesar lo que es del Cesar”… ¿No estarán pensando que se refirió a Cesar Borgia?

lunes, 10 de octubre de 2011

MONOGRAFÍA DEL LAMBE CAZUELA

El dedo índice es el dedo divino por excelencia: en todas las imágenes de Dios, lo tiene siempre señalando hacia las alturas cuando su genio es apacible; horizontal y amenazante cuando se propone castigar a los mortales; flamígero en casos extremos de los que la historia consigna pocas ocasiones, como la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal y el exterminio de Sodoma y Gomorra. Comunicativo como en la pintura de la Capilla Sixtina conocida por todo el mundo. Se sabe también que cuando menos en una ocasión Dios usó el dedo índice como bolígrafo y el cielo como cuaderno de caligrafía, según lo dejó consignado don Francisco González Bocanegra en una de las estrofas del himno nacional mexicano en que le atribuye al supremo la inscripción del eterno destino de la patria mediante el uso del dedo. Debe entenderse que el autor utilizó el dedo…Mejor dicho, la palabra dedo, refiriéndose al índice que es por antonomasia el dedo. Ningún otro de la mano o de los pies recibe este tratamiento antonomástico. No se ha sabido de persona, paisano, diputado, partido o funcionario alguno que utilice un dedo distinto al índice para indicar, votar, elegir o asentir. No se vería bien a un elegido por el pueblo levantando el dedo gordo; aunque recordemos, éste tiene también su historia desde tiempos del imperio romano, cuando el pulgar servía, apuntando para arriba para perdonar la vida del cristiano, y hacia abajo para dar paso a la muerte en la arena.
En México el dedo índice se llama Lambe Cazuela y sus hermanos son: el Niño Chiquito y Bonito, el Señor de los Anillos, el Tonto y Loco, y el Mata Piojo. Cada uno tiene una función distintiva a saber: El niño Chiquito que también se apellida meñique sirve para cosas tan disímbolas como levantarlo elegantemente en el momento de tomar el té en una tasa de porcelana, tanto como para sacarse los mocos distraídamente mientras espera uno que el semáforo se ponga en verde.
El Señor de los Anillos o anular sirve como su nombre lo indica, para portar el anillo de bodas y carece de otra función visible; en cambio el Tonto y Loco tiene un apellido contradictorio, pues cordial no solo hace referencia al corazón sino a la cordura de la que, según opiniones, carece este dedo que se mueve al vaivén que le marcan los de junto. Así también sirve para demostrar carencia de cordialidad cuando en posición eréctil y flanqueado por sus hermanos flexionados, consigue una muy tradicional señal obscena que, según se sabe data desde el florecimiento de las ciudades griegas.
El Mata piojo sin embargo tiene un apellido congruente: Pulgar; ni más ni menos porque su trabajo más antiguo era el de matar pulgas, actividad que, según famosos antropólogos, aunque ahora caída en desuso, le viene desde los tiempos del pitecantropus pekinensis, abuelito de los susodichos antropólogos.
El dedo Índice finalmente, tiene el remoquete de Lambe Cazuela como ha quedado dicho, en virtud de que, antes del destino camaral y la proverbial y nunca bien comprendida función dedocrática, este dedo se usó para repasar los calzones de los frijoles, que así se llaman las solidificaciones que se quedan pegadas en el borde de la cazuela después de haberse enfriado. Así mismo en cualquier otra obra de arte culinario donde la cazuela juega un papel insustituible, como es el caso del mole, sea rojo, negro o verde. Así también postres como la calabaza en piloncillo y el ate de guayaba, requieren indispensablemente de ser preparados en cazuela o probados con el índice.
No es posible soslayar, si se quiere hacer un estudio completo el carácter sensual del dedo índice, y nótese que digo sensual y no sexual que es un asunto muy distante a este moral trabajo. El dedo está subconscientemente considerado como la terminal de la sensibilidad más refinada. Verdad es que el sentido del tacto reside en toda la piel, pero por alguna asociación, por cierto bastante bien estudiada por Freud, suponemos que el dedo constituye la piedra de toque de esa función; de ahí que el dedo se comprometa antes que ningún otro órgano, en todo tacto y contacto, ya cercano ya de larga distancia al usar el teléfono; aunque suele haber secretarias no muy normales, que utilizan el lápiz por el lado de la goma para marcar los números, con las consecuentes equivocaciones dada la falta de insensibilidad del adminículo.
Para Freud soñar con el dedo índice tiene la inequívoca interpretación de referirse a lo masculino; así pues, depende de que el soñante sea dama o caballero para inferir sus deseos rectos o desviados.
Últimamente, el índice es un dedo de trabajo, es nada menos el operario del gatillo de las armas de fuego, el más activo de todos y, como es sabido: que órgano que no se usa se atrofia, pero el que mucho se usa se hipertrofia, podemos estar seguros de que ha poco veremos ciudadanos o vecinos con un dedo índice muy ágil y hasta con callo en la pancita.
Pero la mente humana tiene circunvoluciones impredecibles: le pregunté a un conocido reportero de nota roja, que si dios le concediera un tercer ojo, ¿Dónde quisiera que se lo implantara? Me contestó que en el dedo índice. “No hay otro lugar más adecuado” -agregó- “eso puede permitirnos a los chaparros ver los cuerpos desde atrás de las aglomeraciones de gente con solo levantar la mano”.