viernes, 7 de mayo de 2010

LOS PLACERES OCULTOS DE LA MATERNIDAD

Las madres de nuestra cultura tradicionalmente puritana, han ocultado, cuando no negado, el placer erótico que conlleva la maternidad. Nos ofende a todos, padres e hijos, pensar que la concepción se da a partir de un momento de lujuria, de arrebato sexual. No nos imaginamos a nuestra madre gimiendo de placer con nuestro padre jadeante entre sus piernas, amén de otras posibles posiciones que festinamos cuando son referidas a otros que no son nuestros progenitores. La moral monacal que nos han enseñado, nos ha hecho pudibundos e hipócritas. Hemos rodeado la maternidad de un halo blanco de bondades, sacrificios, resignaciones, lágrimas y sufrimientos, cuando seguramente sería más apegado a la realidad identificarla con el placer, la cachondez, la seducción, el erotismo, el goce genital. La palabra madre deriva del griego mater que se refiere a la materia de la que está uno hecho; de ahí mismo deviene la palabra madera que aún se usa para distinguir a quien vive saludable y largamente diciendo que está hecho de buena madera. En la época clásica se usó para referirse al tronco de los árboles y a la cepa de viña que producía muchos vástagos. Por alguna razón en algún momento de nuestra mala educación hispanoamericana, la palabra madre nos sonó fuerte, y la cambiamos por madrecita y luego por mamá; madrecita es posible que sea un tratamiento afectuoso tomado de la costumbre mexica de utilizar el diminutivo reverencial: Tonantzin significa literalmente madrecita. En la cultura náhuatl el no usar la reverencia implicaba una falta de respeto. La expresión mamá no es más que la acentuación aguda de la palabra mama que alude a la teta, al seno humano, a la ubre vacuna. El pecho femenino a dado pié al derramamiento de miles de millones de litros de tinta, sangre y celuloide amén de la leche de la que es productor, pero por la misma gazmoñería de la que hablamos al principio, se le ha negado o cuando menos ocultado el placer de amamantar. Miríadas de libros se han escrito sobre los pezones como puntos o zonas erógenas altamente excitables con el mínimo roce o tocamiento; todos lo hemos comprobado, pero cuando lo asociamos al amamantamiento de los hijos, lo desproveemos timoratamente del placer y de la cachondez que debe tener seguramente la succión de una pequeña boca infantil. Preferimos imaginar un rostro de resignación en una madre al momento de dar de mamar, que de franco placer erótico que de seguro es más realista entender. Aunque se oculte, el gusto por la opulencia de los senos femeninos, está íntimamente asociado al placer de haber sido amamantado. Del pecho femenino se puede bromear, mientras no sea el de nuestra madre: “Seno que no llena la mano, no es seno, es grano. Seno que la mano no cubre, no es seno, es ubre”. Creo que es oportuno dar su verdadera dimensión humana y placentera a la maternidad.