martes, 26 de octubre de 2010

¿MIEDO?

El miedo es un sentimiento de inquietud, experimentado en presencia de un peligro real, o ante la idea de un peligro vital. Los sicoanalistas distinguen claramente el miedo de la angustia. El primero es la reacción normal ante un peligro cierto; la segunda se refiere a un miedo sin objeto, es la vaga impresión de correr un riesgo indefinido, ante sus propias pulsiones. Dicho de otro modo, la angustia es un miedo irracional, una inquietud extrema, incontrolable, ante la cual el individuo se siente impotente, inerme.
La primera reacción ante ese peligro supuesto es muy típica: palpitaciones cardiacas, sudor, temblores, erizamiento del vello de cabeza y brazos, visión confusa o generación de visiones o audiciones indefinibles o imprecisas. Otras reacciones más graves pueden ser la compulsión de huida, o lo contrario el desvanecimiento, y otras más el descontrol de los esfínteres o la detención del ritmo cardiaco. Todas estas reacciones son conocidas y, tanto que las usamos frecuentemente para definir las dimensiones de un terror: “temblar de miedo”, “parársele los pelos” “orinarse de miedo”, “cagarse de miedo”, “morirse de miedo”. En todas estas expresiones populares, se está dando indistintamente el nombre de miedo a lo que puede ser una angustia, de acuerdo a la distinción que arriba se ha hecho.
Y bien, el miedo a la muerte es normal; el miedo a los muertos además de ser una angustia, es una soberana tontería. Para que ese sentimiento angustioso se presente en una persona, tuvo que haberle sido sembrado en la educación formativa, esto es, debieron haber sido los padres o quienes informaron al educando los que le enseñaron como verdad mitos y terrores falsos. Esto regularmente se hace para controlar la conducta de los niños. El miedo a la oscuridad, la presencia de seres fantasmales durante la noche o en lugares determinados, ha sido durante milenios el recurso de los más listos para controlar a los más crédulos.
Una de las semillas de la angustia está en la creencia del alma, equivalente a la sobrevivencia de los muertos que van a un lugar de donde pueden volver a su antojo, o con el permiso de otro ser fantasmal que es El Dios Supremo; quien acepta esto sin pasarlo por el análisis inteligente, es un típico paciente de la angustia, y será el que no se aventurará a la obscuridad de la noche, ni a la soledad de un cementerio, y el simple aislamiento, aún diurno, le causará desazón que lo pueden llevar a sudar, temblar, erizarse, oír ruidos extraños e incluso a tener visiones fantasmales.
El primer fantasma que inventó la humanidad es Dios, siempre invisible pero siempre presente, omnipotente, omnisapiente, omnividente, y todos los omnis que se quieran agregar.
Dicen que ese no da miedo, pero ya quisiera yo ver los calzones de aquellos que han dicho que se les ha aparecido.
Mientras dios era irrepresentable, seguramente no hubo terrores ni angustias, pero los humanos crearon pequeños habitantes fantasmales de los bosques y de las aguas y de todos aquellos lugares a donde los mayores no querían que se aventuraran los menores ni las mujeres; así nacieron las ninfas, las sirenas, los gnomos y los faunos. Pan era el habitante de los bosques que violaba doncellas, mitad humano y mitad cabrón, dio nombre a un tipo de miedo profundo: el pánico. La angustia de las vírgenes.
Para nuestro consumo, tenemos que saber que, cuando la Iglesia instituyó el cielo y el infierno como terminales del carrito de la vida, cosa que empató muy bien con el Mictlan mexicano, instituyeron con ello la angustia por la presencia de los viajeros que van y vienen a este minúsculo planeta perdido entre galaxias, como una estación de paso entre la vida, la muerte y otras regiones que sólo siendo ectoplasma se pueden visitar.
Como buena administradora de los mitos la religión se apoderó durante cientos de años de los camposantos que son la sala de espera del aeropuerto que conduce al cielo y puntos intermedios, al infierno no, porque los que morían sin boleto o sea en pecado, no podían pasar a la sala de espera, no eran enterrados en sagrado, sino en cualquier baldío donde los podía trillar el ganado, como dice la canción. Esta institución milenaria, fue pues, la que en plan lucrativo, se encargó de difundir la angustia de la muerte.
La literatura se encargó de arrojar otros palos a la hoguera: los fantasmas forman parte de los personajes teatrales de Zorrilla en el Juan Tenorio, de Shakespeare en Macbeth; La Divina Comedia de Dante Alighieri es todo un periplo de su alma guiada por Virgilio por todos los recovecos del infierno. En la actualidad la cuasi literatura difundida masivamente por televisión, cine y mercadeo de temporada, sigue haciendo el lucrativo negocio de ganar dinero metiéndole miedo a los niños que por suerte cada vez son más listos y se espantan menos con lo que antes nos espantaban las abuelas. Las posesiones satánicas, los vampiros, los descabezados ambulantes y ecuestres (porque hay de otros de verdad), los muñecos asesinos, las momias deshilachadas dejando las vendas a su paso, los santos milagrosos e intercesores, la magia protectora de la cruz contra los vampiros y otras paparruchas, siguen alimentando el miedo irreflexivo de los crédulos. La angustia del prójimo siempre ha sido un negocio explotable que permite grandes utilidades.

jueves, 21 de octubre de 2010

GAMBORIMBOLOGÍA

Gamborimbo es un neologismo, la palabra no existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, apenas hoy, al iniciar este escrito, la he agregado a mi diccionario particular del ordenador que manejo, a fin de que no se me manche la foja de subrayados rojos. Sin embargo no es desconocida la palabra ni su significado: la han usado mucho los dibujantes o moneros Jis y Trino, quienes han creado un personaje conocido como “Gamborimbo Ponx” entre otros surgidos de su mentalidad escatológica que ineludiblemente mueve a risa.
Referido a lo mismo he oído usar la palabra semejante: Gamborino, pero investigando el término he encontrado que es un apellido muy bien y orgullosamente llevado por un abogado español especialista en transporte, y en el siglo XIX existió un grabador madrileño llamado Miguel Gamborino, que dejó a la posteridad un trabajo digno de considerarse patrimonio universal, y al que seguramente hemos tenido acceso, sin reparar siquiera en la autoría de ese extraordinario artista. Por estas razones nos quedaremos con la palabra Gamborimbo para nuestro ensayo.
El Gamborimbo o los gamborimbos en plural, son esos pequeños grumos de vellos enrollados en el papel higiénico que se quedan imperceptiblemente adheridos a la comba de los glúteos, después de la acostumbrada limpieza anal. No quiero explicarlo de otra manera para no resbalar en la escatología o en la vulgaridad.
Y bien, ahora que he hablado de la comba de los glúteos es oportuno aclarar que las palabras comba, gamba, y corva, derivan de la misma raíz semántica que alude a la curva o curvatura de un objeto. Gamba es España se usa para referirse al camarón por su forma curvada, también en el arte de la carpintería la gamba de una pieza de madera es la curvatura que se le hace artificialmente, así que es posible que el término Gamborimbo haga alusión a la gamba del glúteo donde suele quedarse aglutinado.
No está por demás hacer notar que para que se produzcan los gamborimbos, es necesario tener velluda esa zona corporal, cosa frecuente en las personas de sexo masculino de cierta edad y raza; en cambio es infrecuente en niños, niñas, mujeres y ciertos grupos humanos lampiños, por lo que debemos entender que ellas y ellos no padecen esta inconveniencia, salvo las excepciones que cada uno puede proponer después de repasar su lista de amistades.
La limpieza anal con papel higiénico que es el que genera el problema por su textura, resistencia y consistencia, no es muy antigua, en México cuando mucho data de la década de los treinta, un poco antes del inicio de la segunda guerra mundial, tiempo en que se comenzó a usar entre familias que podían adquirirlo en el extranjero, su uso se generalizó hasta después de terminada la segunda gran guerra. Antes se usaba papel de periódico, hojas de algunas plantas. Se sabe que desde el siglo VI antes de la era, se usaron hojas de lechuga para el aseo anal. Se sabe que a Moctezuma lo limpiaban con esponjas humedecidas en agua perfumada. El agua ha sido siempre el solvente universal de la mugre y de las excresencias humanas; no es difícil imaginar que durante miles de años los arroyuelos cubrían la función del actual bidet y, es posible que la arena seca y menuda de las playas pudiera haber cumplido esa función higiénica meticulosamente.
Los chinos desde muy antiguo usaron el “papel de china” obviamente, y hasta podríamos aventurar la hipótesis de que ese tipo de papel se inventó ex profeso para la limpieza anal de los mandarines de las más antiguas dinastías, amén de que las razas orientales no son velludas en sus zonas glúteas, por lo tanto podemos afirmar con bastante certeza que el síndrome gamborímbico es meramente occidental. Queda claro entonces que la historia de los gamborimbos viene aparejada con el uso generalizado del “papel de baño”, su origen por tanto se remonta a la primera mitad del siglo XX.
A pesar de la repugnancia que pudiera causar a ciertas personas, la afección no ha sido combatida por las instituciones de salud pública, así que ha quedado reducida a un asunto doméstico, de higiene íntima y personal, el Estado no tiene entre sus programas el combate a esa epidemia tan sufrida por ciertos sectores de la población, por lo tanto no hay soluciones universales. Las recomendaciones para evitarlo podrían ser muchas: abandonar el uso del papel higiénico, volver al periodismo, volver a la lechuga o cambiarse a vivir a la orilla de algún arroyuelo, instalar un bidet con sacrificio de algún otro mueble del baño; pero la sugerencia más prudente y barata ante esta andancia, es no salir del baño sin antes restregarse la comba aglutinada con estropajo y jabón todos los días.

martes, 5 de octubre de 2010

METEORO Y METE ORO

Como un regalo a la generación actual, quiero recordar una vieja conseja que forma parte de la historia no escrita de Veracruz y que, ahora en medio de las desgracias que nos acarreó el meteoro, vale la pena traer a colación porque hay también fortunas que llegan por el aire inopinadamente.
Fue en el período del presidente Miguel Alemán Valdez, que tomó posesión el 1º de diciembre de 1946 y lo terminó el día último de noviembre de 1952. Posiblemente en el penúltimo o último año de su mandato (si hay quien tenga la información más fresca me gustaría que no se la guardara), fue cuando una avioneta repleta de dinero cayó en algunos de los montes (o cañadas) que rodean a Alto Lucero o Actopan. La localización del aparato siniestrado, duró el tiempo suficiente para que los rescatistas encontraran al piloto entre los escombros del aeroplano, pero de los billetes ni su luz, la gente de la zona recogió el dinero caído del cielo y se lo guardó para su beneficio. Era tanto que alcanzó para los que se aprestaron a recogerlo y para quienes amenazaron con denunciar el rescate si no se compartía. Se dijo que la avioneta era oficial, exactamente de la presidencia de la república, que iba para Sayula, ahora Sayula de Alemán, que el dinero era del presidente que lo mandaba a guardar a su casa; que había sido extraído de las arcas nacionales indebidamente y que, si el presidente se lo estaba carranceando, pues mejor destino había encontrado entre los altolucereños, actopeños e incluso jalapeños que darían mejor fin a lo avanzado. El asunto es que, durante mucho tiempo, se dijo que las dilatadas fortunas de conocidos ciudadanos de estos rumbos se debieron a aquel rescate del dinero que don Miguel hacía volar con rumbo incierto.
De voz de mi tío Celso Ochoa, que si viviera tendría más de ciento diez años, tuve conocimiento del suceso en aquel entonces, el presumía de haber rescatado una buena cantidad de dinero que le alcanzó para poner un taller de fundición. Así mismo Víctor Caramón me cuenta que su padre le platicó siendo niño, que “la gente llenó costales de dinero, algunas familias hoy reconocidas de Xalapa fueron partícipes del hecho, por consiguiente del enriquecimiento”.
No conozco ninguna versión escrita de lo que ahora narro, aunque confieso que me cuesta trabajo ir a hacer bucitos en las hemerotecas del Diario de Xalapa o del Dictamen con la gruesa referencia de los seis años de gobierno de don Miguel. La Wikipedia aquí si se quedó pen…sando y no me arrojó ningún resultado en dos días de búsqueda; o sea que, como ha quedado dicho al principio, estamos ante una conseja oral de la más pura esencia jarocha. Tengo algunos nombres de personas cuyos descendientes hoy en día son en efecto damas y caballeros muy connotados y ricos, pero no me atrevo a mencionarlos sin un apoyo histórico más preciso, por temor a cometer una indiscreción que, finalmente a estas alturas no tendría más importancia que la de formar parte de un mundo anecdótico. Pero el asunto tiene miga hasta para una novela de corte sergiogalindano como “La Comparsa” o “El Bordo” o la mismísima “Otilia Rauda” que ha merecido llegar al celuloide, que así se dice aunque ya las películas vengan en DVD metálico.
Creo que todavía es tiempo de recoger las verdades de la conseja; los que la oímos de segunda mano cuando ocurrió debemos tener ahora alrededor de sesenta y cinco años; quizá haya viejos de ochenta que hayan sido testigos del suceso y porqué no, que se hayan acarreado para su casa un costal de billetes en busca de los cien años de perdón. ¿Quién sabe algo más de lo que aquí he contado?