Como un regalo a la generación actual, quiero recordar una vieja conseja que forma parte de la historia no escrita de Veracruz y que, ahora en medio de las desgracias que nos acarreó el meteoro, vale la pena traer a colación porque hay también fortunas que llegan por el aire inopinadamente.
Fue en el período del presidente Miguel Alemán Valdez, que tomó posesión el 1º de diciembre de 1946 y lo terminó el día último de noviembre de 1952. Posiblemente en el penúltimo o último año de su mandato (si hay quien tenga la información más fresca me gustaría que no se la guardara), fue cuando una avioneta repleta de dinero cayó en algunos de los montes (o cañadas) que rodean a Alto Lucero o Actopan. La localización del aparato siniestrado, duró el tiempo suficiente para que los rescatistas encontraran al piloto entre los escombros del aeroplano, pero de los billetes ni su luz, la gente de la zona recogió el dinero caído del cielo y se lo guardó para su beneficio. Era tanto que alcanzó para los que se aprestaron a recogerlo y para quienes amenazaron con denunciar el rescate si no se compartía. Se dijo que la avioneta era oficial, exactamente de la presidencia de la república, que iba para Sayula, ahora Sayula de Alemán, que el dinero era del presidente que lo mandaba a guardar a su casa; que había sido extraído de las arcas nacionales indebidamente y que, si el presidente se lo estaba carranceando, pues mejor destino había encontrado entre los altolucereños, actopeños e incluso jalapeños que darían mejor fin a lo avanzado. El asunto es que, durante mucho tiempo, se dijo que las dilatadas fortunas de conocidos ciudadanos de estos rumbos se debieron a aquel rescate del dinero que don Miguel hacía volar con rumbo incierto.
De voz de mi tío Celso Ochoa, que si viviera tendría más de ciento diez años, tuve conocimiento del suceso en aquel entonces, el presumía de haber rescatado una buena cantidad de dinero que le alcanzó para poner un taller de fundición. Así mismo Víctor Caramón me cuenta que su padre le platicó siendo niño, que “la gente llenó costales de dinero, algunas familias hoy reconocidas de Xalapa fueron partícipes del hecho, por consiguiente del enriquecimiento”.
No conozco ninguna versión escrita de lo que ahora narro, aunque confieso que me cuesta trabajo ir a hacer bucitos en las hemerotecas del Diario de Xalapa o del Dictamen con la gruesa referencia de los seis años de gobierno de don Miguel. La Wikipedia aquí si se quedó pen…sando y no me arrojó ningún resultado en dos días de búsqueda; o sea que, como ha quedado dicho al principio, estamos ante una conseja oral de la más pura esencia jarocha. Tengo algunos nombres de personas cuyos descendientes hoy en día son en efecto damas y caballeros muy connotados y ricos, pero no me atrevo a mencionarlos sin un apoyo histórico más preciso, por temor a cometer una indiscreción que, finalmente a estas alturas no tendría más importancia que la de formar parte de un mundo anecdótico. Pero el asunto tiene miga hasta para una novela de corte sergiogalindano como “La Comparsa” o “El Bordo” o la mismísima “Otilia Rauda” que ha merecido llegar al celuloide, que así se dice aunque ya las películas vengan en DVD metálico.
Creo que todavía es tiempo de recoger las verdades de la conseja; los que la oímos de segunda mano cuando ocurrió debemos tener ahora alrededor de sesenta y cinco años; quizá haya viejos de ochenta que hayan sido testigos del suceso y porqué no, que se hayan acarreado para su casa un costal de billetes en busca de los cien años de perdón. ¿Quién sabe algo más de lo que aquí he contado?
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