martes, 30 de noviembre de 2010

CUETLAXOCHITL

En las regiones húmedas de México, desde que los chichimecas andaban buscando doncellas que sacrificar, brotaba silvestre una planta de varas lechosas cuyas hojas aterciopeladas se tornaban rojas sangre al extremo del tallo; esto ocurría y sigue ocurriendo mas o menos dos lunaciones antes del solsticio de invierno. Era la flor del desollado, la del Texcatlipoca rojo hermano gemelo de Quetzalcoatl, la flor que tiene el color del sol naciente, de ahí su nombre “cuetlaxochitl” que evoca la piel sangrante del dios dadivoso que según la leyenda se la arranca todos los días para alimentar a su pueblo. Esa flor encarnada permanece pulcra y rozagante durante la estación invernal y se marchita en el equinoccio de primavera. Ahora que por azares del destino la flor fue y vino de tierras extrañas, se le conoce con nombres y apodos que no le quedan: poinsettia, flor de pascua, estrella de navidad, nochebuena, euphorbia pulquérrima.
De las tres flores ceremoniales de los aztecas, la zepoalxochitl o flor de muerto, la mecatlxochitl o mano de león, y la cuetlaxochitl o nochebuena, ésta ha sido la que emigró y ha enviado a su tierra natal las remesas más sustanciosas; las otras dos, menos ostentosas aunque no menos bellas, no han salido del rancho, no han cobrado renombre universal, pero mueren dignamente en la ofrenda a nuestros antepasados.
Cuenta la historia que el presidente norteamericano James Madison envió a México a un ministro plenipotenciario llamado Joel Roberts Poinsett, originario de Chárleston, Carolina del Sur. Este político, era además aficionado a la física y a la botánica y según Horacio Sobarzo, citado por Francisco Martín Moreno en su libro “México ante Dios”, también era gay, según lo deduce de unas amorosas cartas cruzadas nada menos que con don Vicente Guerrero, de quien la historia patria ocultaba sus aficiones íntimas, hasta que llegaron estos autores a ponerlas al descubierto. Pues bien, este tal Poinsett anduvo por aquí desde 1825 hasta 1830, así que le tocaron los acomodos post-independentistas.
Estando en Taxco de Alarcón, ciudad platera ahora perteneciente al estado de Guerrero precisamente, conoció la cuetlaxochitl. Los chismes dicen que el propio guerrillero mulato y segundo presidente de México le mandó de regalo la flor. Ni tardo ni perezoso Poinsett se atribuyó su descubrimiento, la clasificó y la dio a conocer al mundo con su nombre: poinsetta.
Nos pasó lo mismo con otro presidente: Antonio López de Santana estando exiliado en Statem Island, ahí conoció a un fotógrafo llamado Thomás Adams y le platicó de la goma del chicozapote que se extraía en el sur de México, los mayas la llamaban “sicte”, en nahuatl “tzictle”, (pegajosa); la palabra acabó castellanizándose como “chicle” y Mr. Adams después de muchos ensayos buscando ver para que servía industrialmente, de chiripa le encontró la freudiana propiedad de calmar los nervios masticándola. Si el personaje hubiera sabido algo de historia de México, no hubiera tenido que ensayar tanto, pues habría tenido la información de que las sexo servidoras mexicas, masticaban chicle desde cientos de años atrás, para anunciar por las calles de Tenochtitlan su lucrativa profesión.
Cosas parecidas siguen pasando: el antiquísimo juego de pelota maya y mexica, se jugaba con pelotas hechas de hule, caucho, ahora ese material tenemos que importarlo. El chapopote también se masticaba para limpiar los dientes y ejercitar las mandíbulas, se calentaba para que goteara sobre hojas de amatl rogativas y se dejaba en forma de ofrenda ante los dioses ancestrales. Algunos otros presidentes mexicanos han sostenido la mal atajada práctica de entregar el petróleo mexicano, a quienes si saben aprovechar lo que nosotros dejamos que nos quiten. ¿Hasta cuando?

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