viernes, 15 de abril de 2011
SOFÁ CELESTIAL
Mi pequeño sobrino se acercó a mí con cara de duda y me preguntó: “¿Verdad tío que Dios está sentado en un sofá? Tuve que hacer un esfuerzo para contener la risa que podía haberlo sorprendido y, le contesté con otra pregunta, mientras trataba de encontrar una respuesta adecuada a su preocupación: ¿Quién te ha dicho eso? Nadie- me contestó y agregó- “yo creo eso porque los sofás son muy cómodos”… “y dios necesita estar cómodo si la ha de pasar sentado por toda la eternidad” agregué intentando completar el pensamiento del chamaco. ¡Ajá! dijo el pequeño, y concluí: pues sí, Dios está sentado en un sofá. El niño de cinco años se fue muy contento con la respuesta y yo me quedé tratando de escrutar todas las consecuencias que entraña la enseñanza de falacias ofrecidas como verdades. Recordé que la idea de que Dios está sentado, nos la dieron las catequistas a los niños que antaño, fuimos obligados a asistir a la doctrina, y tal vez no fue tan mala la enseñanza, porque nos dio la pauta de que, la mentira es el pan nuestro de cada día y, las verdades son por lo regular ofensivas y groseras. Un mundo socialmente refinado y armónico requiere del engaño como el mejor lubricante, no se puede ir por el mundo diciendo verdades, a no ser que se acepte el riesgo de echarse encima enemigos gratuitos. El emporio de control y riqueza estructurado sobre cimientos de mentiras, que partió de Roma desde el siglo IV, que se dio en llamar Iglesia Cristiana y que después de mil setecientos años conserva su hegemonía en toda Europa y América, impuso desde entonces a base de sangre y tortura un control tan grande, porque condenó y combatió la duda, el análisis, la inteligencia, y dio como “verdad” indiscutible y dogmática, una sarta de mentiras como esa de que dios tuvo un hijo que murió por nosotros tres días, después de los cuales resucitó y está sentado a su diestra y, en el orden de ideas de mi sobrino nieto, ocupando tal vez el mismo sofá. Nuestra vida está normada por esas falacias, mire usted si no: la semana “mayor” es exactamente del mismo tamaño que todas las semanas del año; en ella se celebran hechos que, las generaciones vivientes los dan por ciertos, pero de los que nadie tiene información precisa de cuándo ocurrieron; ni siquiera si ocurrieron en verdad o es un bonito cuento flotando en el espacio y el tiempo, el cual se ubica a veces en abril como ahora, a veces en marzo y a veces en febrero; cronológicamente no tiene asiento, es decir, no tiene sofá. Que si ocurrió en el año 33 o seis años después o antes, tampoco se tiene la certidumbre, la gente lo admite por dogmatismo o por fatiga mental; ante discusiones bizantinas, lo cómodo es aceptar la celebración y tratar de divertirse a su costa, a pesar de las críticas y prohibiciones de la propia Iglesia que siempre ha estado en contra del buen humor. Los días de asueto por una celebración religiosa, son una aberración en países democráticos como el nuestro, que pretenden ser laicos. Históricamente pudiera justificarse la conmemoración en donde la Iglesia y el Estado siguen sometiendo al pueblo en común acuerdo, para exprimirle el bolsillo y los sesos; pero en un país con pretensiones liberales, que tuvo una luminosa guerra de Reforma y una oprobiosa guerra cristera, en las que la religión hegemónica hizo todo lo que tuvo a su alcance para oponerse a los intereses de la República, celebraciones como la holganza en la semana “santa” son un despropósito y un acto de lesa inteligencia. Desgraciadamente tenemos que asumirlo hasta los que estamos avisados del engaño, porque nadie da golpe, las escuelas cierran sus puertas, las oficinas entran en el tobogán de la indolencia con mayor velocidad de la acostumbrada, los trabajadores reclaman el asueto, la propaganda induce a las compras de objetos vacacionales, los hoteles invitan a hacer turismo, Protección Civil se apresta a cuidar a los incautos visitantes y, en general la mentira tantas veces repetida se convierte en una verdad absurda económicamente explotable. Hay quien evita la polémica afirmando que toda creencia merece respeto, pero cada día me convenzo más de que hay creencias que no merecen ningún respeto.
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