viernes, 1 de abril de 2011
PUNTERÍA
Ayer por la mañana muy temprano, un pájaro me cagó en la cabeza, me dejó escurriendo y discurriendo en que lo hizo por puro juego, por probar la puntería, por el placer de hacer una maldad venial con la cual conmemorar el advenimiento de la primavera desde la fronda de un viejo tulipán de la India. Los pájaros se divierten cagando a la gente, pensé, es una manera de reírse, de gozar la vida, las alas, la posición elevada, no es por otra razón, alguna alegría debe darle a uno el culo. Vean si no: tengo la cabeza pelona, monda y lironda, brillante como una bola 7 de billar, de ese mismo color, toda una invitación a que me la caguen los que vuelan arriba de mi cocoliso. Me detuve bajo el árbol para hablar con una guapa joven que me hizo plática durante tres o cuatro minutos, los que terminaron con su risa reprimida cuando la cagada rebotó sobre mi coronilla con un golpe seco, que yo oí como un tronido y sentí como un garnucho, un suave coscorrón con los nudillos de los dedos como los que en mi infancia me daba mi padre para demostrarme su atención y cariño. Quizá ella no lo oyó tan fuerte como yo, que me retumbó en el paladar, pero si lo vio y reprimió una risa que convertida en sonrisa se volvió franca al escuchar mi frase de sorpresa: “Ya me cagó un pájaro”… los dos dejamos de vernos a los ojos y volvimos la vista hacia el cielo, confiados en que no habría por el momento una segunda andanada de cagarrutas, el pájaro acompañado de otros cantaba, o graznaba, o chachalaqueaba de un modo celebrante, como si festinara su buena puntería piando ¡Di en el blanco, di en el blanco! Ella todavía alcanzó a consolarme: “dicen que eso es de buena suerte”. Se acabó la plática, me llevé la mano al bolsillo trasero del pantalón donde acostumbro portar un jarochísimo paliacate rojo, una institución para todo, en especial para esos menesteres de limpiarse la caca de pájaro de la cabeza, el sudor del cuello o los mocos de la nariz; pero esta vez mi mano se encontró con el vacío, me tenté la nalga derecha solamente, había olvidado echarme el paliacate en la bolsa trasera del pantalón, así que sin despedirme de la dama corrí para mi casa a unos cuantos pasos, veinte metros más o menos, abrí la puerta intempestivamente, corrí hacia el baño donde sabía que encontraría un rollo de papel higiénico cuando, mi esposa viendo mis apuros y la dirección hacia donde corría me preguntó: ¿Qué, tienes chorrillo? -No mujer, dije sin abandonar el apuro, - “un pinche pájaro me cagó la cabeza”; a ella también le dio mucha risa y también evocó la buena suerte, pero la frase se quedó resonándome en los oídos como un trabalenguas, ya con el papel en la mano, reparé en su cadencia, en su armonía, en su vocación de poema o de canción: “un pinche pájaro me cagó la cabeza”… digna de un Rap, de título para un cuento, de epígrafe para una novela, una pieza literaria de alta factura, merecedora de estar en algún libro de Gabriel García Márquez o de Mario Vargas Llosa, o de Enrique Serna a quien tanto gustan las palabras gruesas. Entonces dije para mis adentros: esto es digno de quedar en letras de molde, no puede perderse en el aire, sobretodo en este aire primaveral cargado de alergias. Una vez que hube limpiado mi cuero cabelludo… ex cabelludo, tuve el cuidado, quizá morboso, de mirar y oler lo que me había quitado de encima, eran pequeñas semillas, alimento de pájaros, observé, diseminadas en un líquido rojizo, sin ningún aroma, sin nada que pudiera causar repugnancia como la de cualquiera de nosotros, nada de eso, el excremento de las aves es un prodigio de la naturaleza, un obsequio fertilizante hasta para las ideas. Por un momento me sorprendí agradeciendo al ave el que hubiera abonado y lubricado el lugar donde alguna vez tuve una mollera inmaculada, en blanco, como la página de un cuaderno donde apenas se ha de escribir una historia, una leyenda, una biografía pletórica de golpes de suerte y de desgracias, de conquistas y fracasos, de logros y frustraciones. Por la tarde, ya repuesto del ridículo matutino, me acerqué al vecindario donde vi entrar a la guapa dama que había sido testigo del incidente, con el propósito de terminar el diálogo, quizá tratando de propiciar un encuentro menos desafortunado. Me asomé por una ventana y me encontré con la cara de un señor que me preguntó amablemente a quién buscaba, le dije y, después de filiarme de abajo para arriba se fijó en mi cabeza y aclaró: ¡Ah! Usted es al que hoy en la mañana cagó un pájaro.
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