lunes, 23 de febrero de 2009

SOCIEDAD DE COVIVENCIA

El impulso humano de atenerse a fórmulas preconcebidas y prefabricadas es muy fuerte, pero se sostiene gracias a la falta de imaginación o mejor dicho, a la pereza mental para encontrar nuevas formas o ver en las viejas modos distintos de ser utilizadas. A eso se debe el rechazo a la sociedad de convivencia que no es otra cosa que una novedosa aplicación del viejísimo contrato de sociedad civil, o sea, un simple acuerdo de voluntades para asociarse con un propósito lícito y no lucrativo.
Pocos son los conocedores de la ley, que saben que la sociedad de convivencia se puede hacer bajo el amparo de las normas ya existentes desde hace muchos años ante un notario público que de fe de lo acordado e inscriba el documento en el registro de sociedades civiles.
Lejos de eso, los urgidos están apurando a los diputados para que se apresuren a aprobar una disposición que le de existencia a las sociedades de convivencia, cosa que no es necesaria por lo que ya ha quedado dicho. Por otro lado, los que sólo ven una sola faceta de la sociedad de convivencia, que es la de las uniones homosexuales, se escandalizan también a lo tonto, porque no alcanzan a comprender que la sociedad de convivencia, aplicada a las relaciones heterosexuales, puede suplir perfectamente al engorroso matrimonio civil, como éste suplió al religioso en su momento.
La ilusión femenina de llegar al altar vestida de blanco o masculina de llegar al altar con una escopeta apuntada por el suegro en la espalda, hoy por hoy es una ridiculez y un anacronismo. Hace muchos años que se agotó el matrimonio como único y mejor destino de las mujeres y dignificación de los hombres. Los tiempos en que ellas se atenían a un marido para sobrevivir y ellos para ser servidos por ellas han quedado muy atrás. La libertad e igualdad entre géneros ha conducido a una sociedad equilibrada en donde las viejas formas matrimoniales son un estorbo en vez de una solución. La separación de la Iglesia y el Estado, en vigor desde las leyes de Reforma, echó abajo en México la institución del matrimonio religioso; el matrimonio civil ocupó el lugar del otro pero no se desembarazó totalmente de los formulismos y solemnidades acostumbradas en el suplantado. En la actualidad subsiste todo un ceremonial inútil y reiterativo que, de no llevarse a cabo, deja la sensación de que no ha habido unión formal.
Por otra parte, el concepto de familia que es el último anclaje del matrimonio, también requiere de ser revisado a la luz de las nuevas formas de vida social: La familia ya no es el prototipo cristiano de papá, mamá e hijo, para equipararse a la “sagrada familia”; hoy la familia la puede formar: 1: una madre y su o sus hijos, 2: un padre y sus hijos, 3: una pareja sin hijos, 4: una pareja homosexual, 5: un padre o madre adoptivo con uno o mas hijos adoptivos, 6: un trío, 7: dos parejas, 8: un quinteto, sexteto etc. He aquí ocho diferentes formas de familia que admiten más combinaciones y todas son legítimas y nacidas de la libertad y voluntad humanas. Insistir en la mongoloide idea de Melchor Ocampo de que la sagrada familia es la única forma legítima que surge del matrimonio de pareja, es desperdiciar todas las posibilidades que tiene el ciudadano moderno. Las leyes surgidas de pensadores claros e inteligentes nos han dado herramientas que no hemos sabido utilizar, ateniéndonos a las viejas fórmulas ficticiamente obligatorias. Yo creo que es la hora de asomarnos más allá de nuestro agujero y ver que el mundo es algo más grande de lo que alcanzamos a ver desde adentro.

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