Magno Garcimarrero
PRÓLOGO
Magno Garcimarrero desde su
juventud ha escrito mucho y de todo; no aborrece género ni tema, los acomete
con un español hermoso, coloquial y culto a un tiempo; que no rehúye y
sobrepasa cualquier obstáculo para describir, interesar y conmover hasta la
carcajada o a unas lágrimas a quien lo lee.
Afortunadamente también ha
publicado mucho y de esta manera, sin mezquindades ha compartido su
inteligencia, sensibilidad e ilustración.
Hemos leído de su mano y cerebro,
crónica, poesía, cuento, noveleta, ciencia ficción, crítica social y de libros,
divagación filosófica… también sólida propuesta jurídica, que en buena hora ha
cuajado en la legislación vigente, sobre un tema de profunda trascendencia para
nuestra sociedad… para la humanidad.
Sale ahora su gratísimo
“Morir no es un crimen”, ágil relato en que corren una parejera con brincos de
un carril a otro; por un lado el reportaje puntual que retrata con claridad y
precisión el mundo turbio de la administración de justicia pervertida y en
subasta; y por el otro, la noveleta negra ligerita con estampas fidelísimas de
los dogmas y fanatismos principalmente religiosos que aherrojan, torturan a la
gente hasta ahora… con un claro empuje hacia la liberación de las generaciones
jóvenes.
Todo ello con una envolvente
de humor fino y de crítica profunda, razonada y racional que son como la marca
de la casa del autor.
En el desarrollo de su
librito hay un sustrato que es la materia de una viva inquietud de Magno desde
que era muchacho… la confrontación entre el poderoso instinto de conservación y
el igualmente poderoso mandato de la razón en relación a la vida propia y a la
libertad basal del ser humano de preservarla o interrumpirla en ciertas
circunstancias.
Debate milenario que se
aviva en períodos en que florece el pensamiento.
Cita Magno a Baudelaire, a
André Bretón… yo añadiría a Cervantes que pone en boca de don Quijote hace más
de 400 años “la libertad Sancho es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra; ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se
puede y debe aventurar la vida”.
Ahora bien, en los hechos,
en la realidad histórica y actual, iglesias, dignatarios y voceros de ellas,
curas, rabinos, creyentes fanáticos, principalmente de las tres grandes y
feroces “ religiones del desierto”, judaísmo, cristianismo, islam, algunos
jueces, el público del coliseo romano, algunos gobernantes de todo signo, los
caudillos de justicia sumaria, la turba enardecida, los capos y sicarios del
crimen organizado, los celosos agraviados… todos ellos se han arrogado el
derecho de quitar la vida a otros; no así los dueños de sus propias vidas, lo
que de entrada parece plantear una incongruencia monumental.
Igual considerar las
acciones de líderes “nacionalistas” como los que en el siglo XX mataron solo en
Europa a más de 70 millones de personas en dos guerras mundiales y sus
espantosas secuelas… así las luchas “patrióticas” y teocráticas se llevan las
medallas doradas matando gente… más aún que la peste, pandemias, calamidades y
plagas de proporciones bíblicas.
Hay dos grandes marcos de
referencia, dos circunstancias donde el derecho personal y social para
interrumpir la vida propia requiere un análisis profundo y una solución
consecuente, racional, humana:
Primero cuando un estado
alterado de la mente anula el instinto y el razonamiento.
Otro, cuando el agobio del
dolor físico o emocional, la mengua de la capacidad funcional, envilece y degrada
la existencia y no hay medio alguno para remediarlo y sin embargo la mente
lúcida lo comprende y padece.
El dilema no es nuevo, allá
por los sesentas del siglo pasado leí la novela “ El país de sombras largas” de
Hans Ruesch, que describía la forma natural, piadosa y “moral” en que los
esquimales dejaban con su conocimiento y aceptación a los viejos una noche en
el exterior al frío glacial que les acordaba, sedación, sueño… muerte
tranquila.
También
leí hace poco una referencia documentada que narra Yuval Noah Harari en su
extraordinario libro “Sapiens, de animales a dioses”, que debiera ser, dicho de
paso, texto de lectura obligatoria en todas las escuelas de enseñanza media en
el mundo… se refiere a los aché – cazadores, recolectores, que vivieron hasta
1960 en la jungla de Paraguay-, algunos hombres jóvenes eran escogidos para
matar “piadosamente”, de un solo hachazo en la cabeza por la nuca, a las
mujeres viejas (que ya no podían hacer nada y comían la escasa comida). Uno de
ellos relató a los asombrados antropólogos que investigaban, que también así
había matado a sus tías… “las mujeres le tenían miedo, era fuerte y valiente…
pero desde que habían llegado “los blancos”, lo habían “hecho débil”.
Magno ha sido entre nosotros
y en el seno de la comunidad mundial un precursor e impulsor del tratamiento
legal de este grandísimo y real problema, impulsando legislación que constituye
un inmenso avance de la sociedad humana contemporánea; lo que ha sido llamado
eutanasia, muerte digna, es ahora ley cuya observancia allana inmenso dolor,
quebrantos físicos, emocionales, económicos, ayuda y consuela… es la salida
humana hija de la razón y el amor.
Ha sido una batalla dura
contra dogmas, fanatismo, ignorancia, impiedad, que han castigado por milenios
a los seres humanos , tanto a los que sufren la enfermedad incurable, la
incapacidad, como a los que sufren la tortura de ver a sus seres queridos en el
tormento de la lucha inútil.
Los españoles llamaron
“encarnizamiento terapéutico”, no dejar morir tranquilos, sin dolor y en paz a
los que hasta ahora, ya no pueden ser retenidos.
Aquí en Veracruz, en la
Ciudad de México, en algunos otros estados y en diferentes países europeos,
sudamericanos y de otros continentes del mundo ya es ley la “muerte digna”.
Dicen en mi pueblo “nadie
sabe lo que hay dentro del morral más que el que lo trae (guindado)”,
refiriéndose al dolor físico o emocional de cada quién… que difícil contradecir
el dicho cuando lleva a la decisión extrema.
Nadie, creo, menos yo,
exaltará el suicidio en abstracto.
Igual nadie podrá decir si
es un acto de valentía o de cobardía.
Sin duda hay el caso en el
que es un acto de congruencia.
Zoncuantla, septiembre de
2020.
PREFACIO
Lector
amigo, te enfrentas ahora a la narración de un suceso real, tan real como que
Dios existe. Los personajes vivieron estos episodios y murieron en la forma que
aquí se cuenta, los lugares donde transcurrieron los hechos siguen latiendo
bajo el tráfago citadino que empolva el pasado, un poco menos polvoriento que
el presente. El narrador de esta historia fue testigo presencial por lo que
debe creérsele tal como creemos el padrenuestro cuando rogamos que sean
perdonadas nuestras deudas “así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.
Los nombres de los personajes son ficticios a fin de proteger su identidad.
Memorial de un ayer,
recordación remota,
cuando Xalapa se escribía con jota.
M. G.
La autodestrucción como acto de fe,
como bandera,
como norte total e inexcusable,
como justa rebelión,
como protesta,
como arma letal contra uno mismo,
como risa
final,
como método justo de vaciarse,
como máscara o pose –que es lo mismo-,
como efecto aceptado,
irreversible,
como par de la vida,
como guerra interior no declarada,
como peligro urgente y necesario…
Jacques Rigaut.
I
V |
olaron las palomas asustadas tras la detonación que hizo eco,
repetido por la bóveda del templo de San Fernando. El aleteo hueco de la
parvada en estampida, opacó el golpe del arma al caer sobre el mármol del
suelo. Un rosetón de sangre a la altura del pecho, manchó de rojo púrpura el
vestido de novia. Graciela Santés cayó de espaldas arrastrando consigo el
reclinatorio donde estaba hincada. Herida de gravedad, no de muerte, fue
auxiliada y llevada a la sala de urgencias del hospital más próximo, en donde
los médicos hicieron lo necesario para que siguiera viviendo. No obstante, la
Iglesia Católica, días después, llevó a cabo una ceremonia especial para lavar
la profanación cometida dentro de la casa de Dios.
Pero esa misma tarde, llamó telefónicamente desde Jalapa el
Arzobispo Manuel Pío López Estrada al párroco del templo, para enterarse detalladamente
del suceso. Corría el año 1962, Adolfo López Mateos era Presidente, y Dios
nuestro Señor omnipotente.
Hubiera parecido una parodia malograda del suicidio exitoso
de la famosa Antonieta Rivas Mercado quien, en febrero de 1931 se mató en
condiciones parecidas y por causas semejantes dentro de la catedral de Notre
Dame en Paris, a no ser porque en este intento de Graciela Santés, al caer la
pistola automática volvió a accionarse y hubo un segundo disparo que, con
azaroso tino, fue a partir en dos la espada que con la mano derecha, sostenía
la imagen de San Fernando III, exterminador de la morería, héroe de la batalla
de Jerez y patrono de ese santuario, cuya imagen preside el retablo barroco
sobre el altar mayor. ¡Tremendo sacrilegio!
Justo un año antes, el mismo día, a la misma hora, Graciela Santés
había estado en esa misma iglesia del barrio de Puente de Alvarado de la ciudad
de México, ataviada con el mismo vestido de novia, rodeada de familiares e
invitados a su boda, esperando al novio que nunca llegaría.
Javier Villa, el novio ausente; horas antes en esa mañana, se
había suicidado colgándose del travesaño de un clóset, dentro del cuarto del
hotel rentado cerca del domicilio de Graciela, dejando para ella una carta
póstuma donde le confesaba que era impotente, que había intentado curar su mal de
muchas maneras (ella era una de esas maneras), sin ningún éxito y que, había
tomado la decisión de terminar con su vida, para no echar a perder la de ella.
Todo esto se supo poco después, en las investigaciones ministeriales a que
dieron lugar los dos sucesos. El muerto al panteón y la plantada en el templo a
un inútil tratamiento siquiátrico de olvido, que de pronto le sirvió para
evitarle el engorro de comparecer dentro de la investigación que obligadamente
tenía que llevar la Procuraduría de Justicia; aunque desembocó justamente al
cabo del año, en el frustrado intento de suicidio frente al retablo barroco
dorado del templo de San Fernando III.
Suele decir la gente que “este mundo es un pañuelo”, cuando
por coincidencia se encuentran personas conocidas, o paisanas, o viejos amigos
que habían dejado de verse por muchos años y de pronto algo los lleva a un
reencuentro. Fue el caso del Lic. Arnaldo Quirarte, encargado de la mesa de
investigación, jalapeño de origen, a quien se le asignó el caso del suicidio de
Javier Villa y el frustrado de Graciela. Para más coincidencia el Lic. Arnaldo
había vivido en el mismo barrio de Los Berros, en el callejón de Moctezuma, a
dos cuadras de la casa de los Santés, los conocía de referencias y en persona a
todos los hermanos. A pesar de ser muy joven, Arnaldo era brillante como
abogado, simpático y dicharachero entre amigos, en su papel de ministerio
público era serio y ampuloso sin perder la sonrisa. Sabía guardar el secreto
profesional, pero solía contar como anécdotas anónimas los sucesos simpáticos o
crueles que conocía en el ejercicio de su ministerio.
Graciela, como su nombre lo predecía, era graciosa, de
sonrisa fácil, de rostro hermoso, piel tersa y cuerpo bien delineado. Nadie al
verla hubiera supuesto que dentro de su cabeza bullía una férrea decisión de
disponer de su vida a voluntad, sin tomar en cuenta las creencias católicas que
su madre doña Eduviges Hernández, le había imbuido a ella y a todos sus
hermanos y hermanas, respecto a que la vida es un don que Dios ha dado a los
seres vivos y que, sólo él puede disponer cómo y cuándo nos la quita, sin que
por ello nadie se atreva a calificarlo como el homicida universal con derecho
para matar. El que da y quita impunemente.
Doña Eduviges, poco después de haber enviudado, había
emigrado con la mayor parte de su familia, desde Jalapa a la ciudad de México,
en busca de sustento, dependiendo de las labores ocasionales de los hijos e
hijas que la acompañaron en una aventura de sobrevivencia e improvisación cotidiana;
tal como vive la mayoría de los habitantes de esa gran ciudad. Graciela había
cambiado de trabajo en varias ocasiones, acosada todas las veces por jefes
abusivos. Eran épocas en que el acoso laboral no era delito sino al contrario,
formaba parte del ofrecimiento de oportunidades de ascenso y obtención de
estatus social, como era el caso de la joven secretaria de las oficinas de
Petróleos Mexicanos: Helvia Martínez quien por su figura monumental, fue invitada a
posar para el escultor Juan Olaguíbel que esculpiría la estatua de la Diana
Cazadora, y para cuando llegó a la dirección de PEMEX el Ingeniero Jorge Díaz
Serrano, se prendó de ella hasta el
final feliz de cuento infantil: casamiento y viudez de la monumental modelo. Ya
se fraguaba entonces el criterio ahora de moda de que “Toda esposa tiene
derecho, por lo menos, a diez años de feliz viudez”.
Comentario al canto: quizá valga la pena recordar, en aras de
la amenidad de esta dramática historia, que el Ingeniero Jorge Díaz Serrano dio
pie a algunas agudezas afortunadas que deben formar parte de la historia del
humor mexicano ante las crueldades de la vida: se decía que por sus apellidos,
no podía negar ser hijo de Gustavo Díaz Ordaz y La Tigresa Irma Serrano.
También dentro de las oficinas de PEMEX, don Jorge gozaba de fama de acosador,
así que cuando llamaba a su privado a alguna de sus guapas oficinistas, la
convocada decía en voz alta: “En este preciso momento”. Las demás empleadas
estaban en el entendido previo que esa frase disfrazaba esta otra: “En este
precioso me monto”.
En el expediente de investigación ministerial por la muerte
de Javier Villa, quedó asentado que se trataba de un occiso de 29 años de edad,
originario de La Habana, Cuba, avecindado temporalmente en la ciudad de México.
En su ficha antropométrica se asentó que era de 1.74 de estatura, moreno claro,
pelo color negro y complexión robusta ligeramente adiposa. Por deducción
médica, con padecimiento posible de “infantilismo”. Causa de muerte: asfixia
por ahorcamiento. Otros datos aclaraban que su estancia en el país era
irregular, había llegado dos años antes de su deceso, con un grupo musical con
el que ya no volvió a Cuba. Posiblemente su intento de casamiento, obedecía a
la intención de facilitar la legalización de su estancia en México. Así que
puede entenderse que el amor de la pareja era solamente de ella a él. Amor al
50%.
Por el pequeño calibre 22 de la pistola automática, marca
Trejo, de fabricación nacional, “made in Zacatlán de las Manzanas”, usada por
la suicida frustrada, se entendió que la herida no hubiera sido mortal, a más
de que quedó en claro que antes de entonces nunca había manipulado un arma,
pues al comprarla en la armería Azteca de la calle de Donceles, había pedido a
quien la atendió, instrucciones sobre su manejo. Es muy posible que el
instructor se hubiera percatado de la falta de destreza de la compradora,
porque no le explicó que la pistola tenía un dispositivo “ráfaga”: un pequeño
seguro que accionándose con el dedo pulgar de la mano derecha, hacía que tras
el primer disparo el carro pasara sucesivamente todas las balas del cargador,
produciendo en menos de un segundo una ráfaga de balas necesariamente mortal…
siempre que dieran en el blanco.
La ceremonia para conjurar el sacrilegio cometido dentro de
la iglesia de San Fernando, no pudo hacerse de inmediato, como hubiera querido
el padre Gonzalo Martínez, oficiante de esa casa de oración, pues la autoridad
ministerial acordonó el lugar del suceso para proceder a la investigación sin interferencias. Fue hasta una semana después que
obtuvo la autorización para proceder al exorcismo que requirió la asistencia
del Vicario general en representación del obispo, y que consistió en lo
siguiente: primero retiraron las cintas que acordonaban el área, luego dos
fregonas devotas, previo rezo de padrenuestros y avemarías fregaron el piso con
agua, jabón y tequesquite; después todo el lugar fue rociado con agua gregoriana
bendita, o sea: revuelta con vino, sal y ceniza, incluyendo el reclinatorio salpicado
de gotas de sangre pero que, al estar forrado con terciopelo color púrpura
disimulaba muy bien las salpicaduras; se repitió tres veces la ceremonia entre
volutas de incienso, haciendo invocaciones a la santísima virgen, cantando las
letanías lauretanas, y el salmo 44 que contiene la invocación de la ayuda de
Dios para vencer al enemigo, ungiendo a la vez todo con el santo crisma; finalmente
el cura Gonzalo encendió cinco cirios, cuatro en los ángulos de un rectángulo
imaginario y uno en el centro y el Vicario general repitió en latín el largo
conjuro en voz tan estentórea, que con el aliento hacía temblar las llamas de
los cirios. Es posible que dentro de las paredes de tezontle y piedra chiluca
de ese templo fundado por franciscanos, fuera la primera vez que habría necesidad
de semejante ceremonia, después de la obligada consagración original del altar
que se hizo en el año de 1735.
El agente Carmona, incitado por el anuncio de “antojitos
veracruzanos” a la puerta de la fonda, entró al lugar y se prendó
instantáneamente de las garnachas tipo “Rinconada”, de las jarochas gordas de
frijol y de las lindas pantorrillas de Graciela. Carlitos comenzó a concurrir
con harta frecuencia a “La Palma Borracha”, que así era el nombre de la fonda
de los Santés, y Graciela a darle atención preferente al joven con quien día a
día iba cobrando confianza. Y como dice el dicho culinario: “Lo que se ha de
pelar que se vaya remojando”, Carlitos le declaró su amor a Graciela y ésta le
correspondió previo visto bueno de los hermanos y de doña Eduviges quien
supervisaba todos los movimientos de sus hijos. Eran tiempos en que aún
persistía la antigua costumbre de que los hijos y sobre todo las hijas de
familia, para entablar relaciones tenían que recurrir a la vieja figura del
“noviazgo” para dar por entendido de que se trataba de una relación “formal” y
que conduciría necesariamente al matrimonio. Los padres de las parejas así formadas,
eran exigentes en el cumplimiento de esos viejos rituales sociales ahora en
desuso en razón del respeto que ha ganado la voluntad personal y autónoma de
los hijos.
Los hermanos cuidadores sintieron un desahogo de la
permanente atención encimosa prescrita por los médicos, y paulatinamente fueron
dejando a Graciela al cuidado y compañía de su novio quien, por su placa de
autoridad les concedía razonable confianza.
A partir del inicio del noviazgo, Graciela pareció recuperada
totalmente, recobró la alegría de vivir, en su hermoso rostro lucía una
permanente sonrisa y sus movimientos corporales dejaron de ser lerdos para ser
seguros, deportivamente precisos y joviales. Una tarde de cercanía sin chaperones
y, quizás para detener el asedio erótico del novio, le confió a Carlitos que
era virgen, que su madre le había enseñado que debía llegar al matrimonio tan
pura como la Virgen María, que ella había atendido y obedecido esa enseñanza,
que su ofrenda matrimonial más preciada era esa, pero cuidó de no contarle sus
antecedentes suicidas, ni el motivo, ni el tratamiento siquiátrico al que había
estado sometida hasta antes de conocerse. Carlitos asumió que el exceso de
cuidados familiares, que bien había notado, era por ese celo virginal y que,
recibir el obsequio de su pureza al casarse… o antes si era posible,
representaba una ofrenda moral digna de ser exaltada, aceptada y reverenciada.
La relación entre Graciela y Carlos no se formalizó de manera
natural, como dice la canción: “Sin firmar un documento, ni mediar un previo
aviso, sin cruzar un juramento, fue naciendo un compromiso”, sino que cumplió
con todas las formalidades entre la pareja y las madres viudas sobrevivientes
con autoridad de Páter Familia.
En todo tiempo libre él acudía a buscarla, fuera en la fonda
ya de atardecida, o por las noches a su casa donde doña Eduviges lo recibía
siempre con muy buen ánimo y lo invitaba a cenar, a lo que siempre accedía con
gusto a pesar de que la señora tenía impuesta la incómoda costumbre de hacer
oración antes de probar los alimentos, y les pedía a todos los comensales que
persignaran sus platos antes de meter la cuchara. “Es para que no les hagan
daño los alimentos” insistía cuantas veces miraba algún gesto de duda o de
desagrado por la repetición tan rutinaria de la ceremonia.
Cuando ya sus hijas dormían, doña Eduviges llevaba a cabo
otras oraciones secretas, entraba a la recámara de las muchachas, ponía su mano
a la altura del pecho de Graciela, sin tocarla, solamente hasta sentir en su
mano trémula la tibieza de la piel y el suave ritmo de la respiración, rogaba
entonces por el perdón y la salud física y mental de su hija; era la única
manera de que ella pudiera cobrar la tranquilidad de su propio sueño; de no
hacerlo la abrumaban las pesadillas. Una noche soñó que el rey Fernando III de
Castilla le reclamaba la rotura de la espada que en efigie, portaba enhiesta
frente al retablo del templo dedicado a él y le pedía que le fuera repuesto. Doña
Edu., le contó el sueño a su hijo mayor y le pidió que la llevara al mercado de
artesanías casualmente instalado en la histórica ciudadela y, en los puestos de
artesanos herreros de Oaxaca, encontró una estilo toledana, que le pareció
reunía las características deseadas, la compró y se la llevó al padre Gonzalo
Martínez, éste la recibió entre azorado y agradecido prometiéndole que después
de ser bendecida por el obispo, la pondría en la mano de la imagen de San
Fernando III.
II
La licenciada Inocencia Casados, madre de Carlos Carmona,
había logrado el cargo de juez por recomendación del gobernador Fernando López
Arias, con quien había compartido aulas en la facultad de derecho. Eran tiempos
en que la autonomía de poderes era letra muerta y sin resurrección en la
Constitución. Los gobernadores disponían la ocupación de cargos y encargos como
árbitros absolutos de los tres poderes de un modo tan avasallador, que ni
Miguel de Cervantes pudo imaginar para su Sancho Panza frente al gobierno de la
Ínsula Barataria. Por otra parte a la licenciada Inocencia, le ayudaba el
nombre para conceder confianza a quienes eran procesados. De aspecto
estudiadamente austero, la jueza vestía habitualmente de traje sastre color
café oscuro o gris y se enlazaba al cuello una pañoleta que podía dar la
impresión de ser corbata, aunque era la única prenda de tonos alegres que se
permitía. En efecto era experta en derecho con conocimientos especializados en
el área penal.
Doña Inocencia y doña Eduviges se conocían de tiempo atrás,
pero cuando sus hijos formalizaron el compromiso, estrecharon su trato y
simpatías mutuas, a pesar de que, la licenciada había tenido noticias de que los
hermanos Santés gozaban de fama de rijosos y montoneros, sin distinción de género,
y que la muchachada del barrio jalapeño de “Los Berros”, les guardaba
respetable distancia cuando salían en pandilla a buscar camorra.
Carlos le pidió permiso a doña Eduviges para llevar a Graciela
a Jalapa a presentarla con doña
Inocencia y, doña Edu., aceptó con muchas
condiciones: que viajaran en línea de autobuses ADO, de día, y en camiones
diferentes, no en la misma unidad; que Graciela fuera acompañada de su hermana
Luisa y, que cumplido el propósito de manera perentoria, retornaran el mismo día
del viaje. Ah, y que en caso de no encontrar corrida del ADO ese mismo día,
pernoctara ella en casa de uno de sus hermanos y él en casa de su madre; y que
a primera hora del día siguiente tornaran a la ciudad de México. Los novios dijeron a todo que sí, que estaba
muy bien, que era justo como habían pensado hacerlo, pero en la víspera del
viaje Carlos alegó que los jefes lo habían comisionado en un asunto imprevisto
pero impostergable, y que pospondrían la salida a Jalapa para la semana
siguiente; ocasión que brincó esa semana y otras más y jamás llegó a cumplirse.
Antes de eso se dio la ocasión de que doña Inocencia tuvo que viajar a la
ciudad capital a atender algún asunto de su incumbencia, y Carlos aprovechó
para llevar a su madre a saludar a su futura suegra… o, cabría muy bien decir
aquí: a su suegra en grado de tentativa.
Ya no estaba lejos el año del parteaguas: 1968, que traería
consigo la consciencia revisionista de los hábitos, prejuicios y modos de
pensar de la revolución violenta iniciada en 1910, pero a la sazón privaba aún
en toda la nación el criterio de que la forma más eficaz para resolver
problemas era a trompadas y balazos. Esa idiosincrasia se reflejaba en el cine
nacional que hacía películas de charros empistolados, que dominaban a las
mujeres a base de serenatas y tirones de greñas, que fumaban y se empinaban las
botellas de tequila por alegría o por tristeza; a esta enseñanza popular se le
sumaba la basura cinematográfica llegada de Estados Unidos, donde el héroe de la película era el
que desenfundaba más rápido la pistola y el que con prodigiosa puntería
derribaba parvadas de indios y mexicanos corriendo a caballo; en fin, matar se
entendía como un deporte que bajo ciertas condiciones, contaba con el beneplácito
público y la impunidad oficial.
Para la mentalidad popular, la justicia estaba sólo en manos
de individuos portentosos como Superman o el Zorro de Jalisco quienes ocultando
su identidad de paisanos comunes y corrientes, se embozaban para hacer justicia
por propia mano, porque las autoridades eran ineficaces o estaban coludidas con
la delincuencia organizada. Y esto era a pesar de que las leyes prohibían
expresamente esta manera de actuar. Al pueblo se le mostraba subliminalmente en
los medios de información electrónicos, que no había linderos entre la legítima
defensa y la legítima venganza.
III
Luisa abrió la puerta e invitó a pasar a Carlitos, mientras
le explicaba que Graciela estaba frente al tocador terminando de arreglarse y
que en unos minutos bajaría a la sala, así que éste le dio una botella de vino
blanco espumoso que llevaba y le pidió que la metiera al refrigerador un rato
para que se enfriara, y así lo hizo Luisita. No dilató mucho Graciela, bajó
exultante y alegre, vestida con una falda ligeramente ajustada como era la moda
y una blusa blanca con adornos bordados desde de los hombros. Luisa permaneció unos momentos más y se
retiró discretamente con cualquier pretexto. Graciela le mostró a su novio dos
discos, afirmando que eran las últimas novedades de ese año: “Speak to Me of
Love” de Ray Conniff, y “Emoción Porteña” 12 tangos eternos, tocados por la
orquesta de Rolando Navarro, afirmando que la música de ambos era bailable y
que podrían tener así un acercamiento romántico… sin pasarse de la raya…
advirtió.
No alcanzaron a bailar todas las piezas del disco “háblame de
amor”, al terminar la primera carátula Graciela sintió la necesidad de tomar
algo fresco, y Carlos recordó que en la nevera estaba enfriándose el vino, así
que fue por él y dos copas y se sirvieron los primeros tragos. Para la segunda
cara del disco la cercanía de los cuerpos estaba ya “pasándose de la raya” tal
como ella lo había intentado impedir, y él disimuladamente había ido
quebrantando. El disco de Ray Conniff concluyó, y Graciela se acercó al
tornamesa a poner el de tangos; en los pocos segundos que tardó en esa
maniobra, Carlos pretextó sentir mucho calor y se sacó las faldas de la camisa,
seguramente en ello había doble intención. Graciela se volvió al momento en que
Carlos se alzaba la camisa y dejaba ver que llevaba en la cintura, una pequeña
fornitura con un revolver corto.
Mientras sonaba el primer tango, Graciela se acercó a él con aplomo, lo abrazó…
al momento se escuchó un fuerte disparo, uno sólo, uno. El impacto de la bala
calibre 38 especial hizo caer a Graciela a más de un metro de distancia de
donde estaba de pie. Por pulcritud de esta narración, no cabe aquí explicar los
estragos que hizo la bala en la cabeza de ella. Carlos cayó de rodillas y Luisa
apareció aturdida preguntando a gritos ¿qué pasaba? para caer presa de nausea.
Por algunos minutos la confusión les impidió moverse mientras a Graciela se le
iba el alma en la última convulsión. En el tornamesa el tango “Uno” grabado en
la primera pista se quedaba en un silencio rasposo para dar paso a “La
Cumparsita” con una cadencia alegre de violines, piano y bandoneón arrabalero que
nadie escuchó.
Cuando doña Eduviges llegó a su casa apenas si pudo entrar.
Había ido por ella a la terminal de autobuses su hijo, el mismo que la había
ido a dejar por la mañana de ese día, pero éste se cuidó durante el trayecto de
decirle algo sobre lo sucedido, fue ya
estando frente a la puerta de la casa cuando le dijo torpemente lo que iba a
encontrar por todo lo que había pasado. Doña Eduviges se desmayó en el umbral
de la casa.
IV
Carlos Carmona conocía muy bien, por fuera, las rejas de los
separos subterráneos de la Procuraduría, pero por dentro apenas si los había
visto de reojo. Cuando sintió el cerrojazo a sus espaldas tuvo que hacer un
esfuerzo para contener las lágrimas enfrente de otros detenidos que ya estaban
ahí y lo miraban con curiosidad y sonrisa sardónica. Uno de ellos se atrevió a decirle sarcásticamente: “No es tan malo,
aquí te vas a poner güerito”.
Estaba dentro de un espacio de no más de cinco metros
cuadrados en donde se hacinaban, once individuos sentados en un poyo largo
pegado a la pared del fondo, a un costado observó cuatro enrejados más: crujías
oscuras de puertas de lámina pegadas a las rejas de piso a techo, impidiendo el
paso de la luz. Casi en la esquina opuesta un retrete percudido, rebosante de
excrementos, rodeado de pedazos de papel periódico sucios. El olor nauseabundo
que emanaba de ahí invadía todo. Sobre una repisa colocada precisamente arriba
del retrete, la fotografía enmarcada de la Virgen de Guadalupe, rodeada de
veladoras escurridas y flores de plástico.
Apenas buscaba espacio donde acomodarse en medio de tantos
rostros hostiles y burlones, cuando fue llamado desde la reja por su apellido:
“Carmona”, se sobresaltó pero se acercó a la reja; el policía que lo había
llamado se retiró al instante y en su lugar se paró frente a él, reja de por
medio, un individuo que le tomó una fotografía con flash deslumbrándolo, luego
le dijo ser reportero de la revista “Alarma” y que, esa foto aparecería en la
edición del día siguiente… salvo que… salvo que pagara o, si no tenía ahí
dinero, le dijera a quien recurrir por el pago. Carlos no le dio respuesta
alguna, dio dos o tres pasos hacia atrás, asustado al entender la corrupta
confabulación y complicidad de policías y reporteros de la peor ralea de la
que, de algún modo él formaba parte sin darse cuenta. En ese momento se
prometió a sí mismo, al salir, dejar el trabajo de policía ministerial y buscar
otra manera más honorable de ganarse la vida.
V
INVEST. MINIST. NUM. 837/IV/D.F.64
CONSIGNACIÓN NUM. 9
PRESUNTO HOMICIDIO
En la ciudad de México D.F., siendo las once horas del día
veinticuatro de agosto del año de 1964. Ante el suscrito licenciado ARNALDO
QUIRARTE, Agente del Ministerio Público Investigador, asistido de su oficial
secretario con quien actúa y da fe, comparece la persona que, bajo protesta de
decir verdad y, advertido de las penas a que se hace acreedor quien incurre en
declaraciones falsas, dice llamarse CARLOS CARMONA CASADOS, sin apodo,
católico, de 29 años de edad, originario de Jalapa, Ver., avecindado
temporalmente en esta ciudad capital, sin domicilio fijo; empleado de esta
Procuraduría con carácter de investigador
policiaco.---------------------------------
En este acto se hace de su conocimiento:
----------------------------------------------
a).- Que está acusado del delito de HOMICIDIO en agravio de quien
en vida llevara el nombre de GRACIELA SANTÉS HERNÁNDEZ.--------------------------------
b).- Que la persona que lo imputa es la C. EDUVIGES HERNÁNDEZ
VIUDA DE SANTÉS.------------------------------------------------------------------------------------------
c).- El derecho que tiene de comunicarse con quien desee
hacerlo, para lo cual en este acto se pone a su disposición la línea telefónica
oficial de esta Representación Social.
d).- Que por tratarse del delito de homicidio intencional no
tiene derecho a libertad provisional bajo caución, por lo que permanecerá
recluido en prisión durante esta investigación ministerial y el proceso
judicial.-------------------------
En uso de la voz el indiciado dijo que: Respecto al delito
que se le imputa se dice inocente desde luego, que considera injusta su
detención y que accede a hacer todas las declaraciones que sean necesarias como
testigo de los hechos, confiando en la justicia y en la eficaz defensa de su
abogada. Que tiene la seguridad de poder probar que se trata de un suicidio y
de ninguna manera homicidio, que está seguro que en el transcurso del juicio la
verdad saldrá a la luz y cobrará su plena libertad, manifestando además el
indiciado que desea llamar y nombrar como su abogada para esta investigación así
como para todas las instancias subsecuentes que tuvieren lugar, a la Licenciada
Inocencia Casados, pidiendo se le notifique la designación, de momento en los
estrados de este juzgado, para efecto de
protesta y cumplimiento del cargo. Eso dijo.----------------------------------------------------------
VI
La licenciada Inocencia Casados en audiencia con el
Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado, le contó lo sucedido y
le pidió licencia sin goce de sueldo por un año; el Presidente entendió
perfectamente la prioridad de los valores en juego y le concedió la licencia
con goce de sueldo confiando en que en
ese lapso se llegaría a la sentencia esperada.
Quirarte sabía muy
bien la relación familiar que había entre el acusado y su defensora, así que en
la audiencia en que ella rindió protesta, Arnaldo se comportó amable y cordial
con ella, de modo que no pareció nunca que representaran intereses encontrados.
En otro momento cuando doña Eduviges pidió al Ministerio
Público que velara por sus intereses, comedidamente Quirarte le hizo saber que los
deudos no formaban parte del juicio, que técnicamente la representación era
social para preservar el interés público y no los intereses de las víctimas,
pero que ya dentro del proceso judicial podría solicitar la coadyuvancia con el
M. P., para efectos de la reparación moral en el caso de que el juez dictara
sentencia condenatoria. Doña Edu., puso cara de: ¡¿Mandeee?! pero no pidió más
explicación, no quiso dar a notar que no había entendido, pero después preguntó
a su hijo que ¿qué quería decir eso que había dicho Quirarte?
El término legal de tres días para consignar o negar el
ejercicio de la acción penal fue insuficiente, apenas para acreditar el cuerpo
del delito y la presunta responsabilidad, se desahogaron cuatro pruebas: los
resultados de la autopsia, el estudio balístico, la prueba de la parafina y la
confesional del acusado.
La autopsia dejó en claro que: el motivo de la muerte había
sido en efecto la mortal lesión en el cerebro, producida por impacto de bala calibre 38 especial,
disparada por revolver Smith & Wesson. El análisis de las marcas dejadas en
la ojiva constató que correspondían exactamente con el rayado del cañón corto
del arma examinada. El análisis de otras partes del cuerpo de la víctima acusó
que era virgen, que no mostraba indicio alguno de contacto venéreo previo al
trágico suceso y que no había indicios de que hubiera bebido alcohol. Que tenía
una cicatriz a la altura del pecho izquierdo, de una vieja herida causada por
penetración de bala de bajo calibre, de una antigüedad posible de más de dos
años. La prueba parafinoscópica mostró que había tatuaje de pólvora en la piel
de la mano derecha de Graciela, en su mejilla derecha, pero también en las manos
derecha e izquierda del acusado. La confesión del indiciado fue de principio a
fin en su descargo, no obstante el fiscal consideró suficientes los datos obtenidos
para probar la presunta responsabilidad y consignar los autos al juez de turno.
VII
En la diligencia de reconstrucción de hechos, intentaron
estar presentes doña Eduviges y su hijo, pero la autoridad en funciones les
negó esa posibilidad. La discusión fue álgida al grado de que ambos habitantes
de la casa pretendieron sacar a empellones a los oficiales en funciones y a la
defensora. El ministerio público tuvo que pedir el auxilio de la fuerza pública,
cuatro policías uniformados, para tranquilizar los ánimos y poder llevar a cabo
la diligencia. De tanto en tanto Eduviges le gritaba a Carlos: “ASESINO,
MALDITO, TE HAS DE CONDENAR, CUANDO TE MUERAS TE IRÁS A LOS APRETADOS
INFIERNOS”.
El Lic. Casto así como impidió la intromisión de la familia
de la víctima, también limitó la injerencia de la defensora Lic. Casados, la
razón era que no se contaminara con ninguna intrusión ajena y distinta a lo
sucedido el día de la muerte de Graciela. Carlos explicó detalladamente lo que ya
constaba en autos desde el levantamiento inicial, pero en más de dos ocasiones
le ganó el llanto, palideció, se le agitó la respiración, y doña Inocencia tuvo
que abandonar su papel de defensora y asumir el de madre redentora para paliar
el sufrimiento de su hijo y enjugar sus lágrimas. -“MALDITOS, MALDITOS TODOS”-
susurraba doña Eduviges bañada en llanto, a otro lado de la barrera policiaca. La prueba poca e inútil cosa añadió a lo que
ya constaba en actas del expediente ministerial, salvo que el disco de tangos
no apareció por ninguna parte.
Muy en su papel, el ministerio público viendo los escasos
resultados de esa prueba, pidió al juez que se desestimara, mientras que la
defensa argumentó que esa prueba era suficiente para probar que había habido
suicidio y no homicidio.
Por su parte la defensa, en otra promoción escrita alegó que
la prueba parafinoscópica debía desecharse porque era engañosa en este caso,
pues siendo policía ministerial su defendido, frecuentemente hacía prácticas de
tiro en el lugar que la procuraduría tenía para ese efecto y en apoyo a lo
dicho, ofreció el testimonio de un tal Hugo Quinart, miembro de la guardia
personal del procurador de justicia. Por demás está decir que al ser examinado
el teniente Quinart, testificó que era cierto que hacían prácticas de tiro
frecuentes y que, le constaba que Carlos Carmona había estado en el campo de
tiro practicando dos días antes del suceso. A mayor abundamiento dijo que, las
prácticas de tiro se hacían cogiendo la pistola con las dos manos para mayor
apoyo y certeza en el blanco, lo que daba por resultado que ambas manos se
impregnaran de salpicaduras de plomo y otras sustancias químicas. El testimonio
de Quinart puso en duda la eficacia de la prueba de la parafina, tocante a los
tatuajes de pólvora en las manos del indiciado.
Luisa Santés compareció al juzgado vestida de luto riguroso y
advertida de las sanciones a que se hacen acreedores quienes declaran con
falsedad, contestó con una sola frase a las 32 preguntas que contenía el pliego
interrogatorio: “No me consta nada porque no estuve presente en el momento del
suceso”.
VIII
Un domingo de visitas a los presidiarios del palacio de
Lecumberri, el celador gritó: “Carlos Carmona, a la reja, tiene visita”. El
guardia le hizo saber que en el área de visitas lo esperaba Luisa Santés.
Carlos se sorprendió, no creyó lo que escuchó, -¿Quién?- preguntó dubitativo-
Luisa Santés- repitió escuetamente el uniformado y le flanqueó el acceso al
pasillo que conducía al refectorio de visitas. Sin salir de su asombro se sentó
frente a ella, mesa de por medio y la oyó decir con voz casi inaudible:
“Escúchame, sólo escúchame, no hables; tengo muchas cosas que decirte en el
poco tiempo que dure este encuentro, así que óyeme. Primero júrame que todo lo
que yo te diga ahora se quedará dentro de ti y no se lo dirás a nadie; que no
lo utilizarás para tu defensa, porque si no es así me levanto y me voy ahora
mismo”. Luisa calló por unos segundos esperando una respuesta de Carlos y éste
a sotto voce juró callar como ella lo pedía. “Antes que todo, tienes que saber
que yo te amo, que me enamoré de ti desde el día que entraste por primera vez a
“La Palma Borracha”, pero también tú desde el primer día sólo tuviste ojos para
Graciela; yo por eso guardé el secreto para mí, hasta ahora que vengo a
decírtelo porque me duele en carne propia tu encierro injusto”. Carlos abrió la
boca pasmado. “Quiero que sepas que vi y me consta todo lo que sucedió ese día
pero igual que mi amor por ti, he tenido que callarlo. Cuando me alejé de la
sala donde estaban ustedes no me retiré, me oculté pero estuve pendiente porque
mi madre y mi hermano me tenían advertido que no debía descuidar a mi hermana,
porque has de saber que ella ya había tenido un intento frustrado de suicidio
hace dos años y estaba en tratamiento siquiátrico; el caso de ese suicidio
fallido lo conoció, por cierto, un agente investigador paisano nuestro llamado
Arnaldo Quirarte a quien seguro conoces”. -Carlos abría cada vez más la boca y
los ojos. –“Después de que pasó todo, mi hermano vino a la casa y me molió a
golpes, desquitó su enojo conmigo y me exigió que le informara detalladamente
cómo habían pasado las cosas, yo sólo acaté a defenderme diciendo que no había
visto nada, que había ido a la cocina a traer agua del refrigerador cuando
sucedieron los hechos; peor me fue cuando entendió que le había quitado la
vista de encima por unos minutos a Graciela, me dio otra tunda de golpes. Por
la noche de ese día también mi madre se desquitó conmigo y me tundió hasta que
se cansó”. “Mi madre y mi hermano han querido obligarme a que declare ante el
juzgado que vi cómo le disparaste a mi hermana, y eso es porque mi mamá cree
que si tú la mataste entrará al cielo, pero que si ella se suicidó se irá al
infierno”.
“Por todo lo que ya te he dicho, estoy sufriendo en libertad,
tanto como tú estás sufriendo preso, y eso me duele mucho más. Pero al
decírtelo siento que si este pesar lo cargamos entre los dos, lo sentiremos
menos agobiante que si cada uno por su lado lleva esta carga. Júrame otra vez
que esto queda entre tú y yo… júralo”. – “Lo juro” –dijo Carlos en el momento
en que el vigilante gritaba: “Se acabó el tiempo, señores”.
IX
Las preguntas sin respuesta se le agolpaban en la mente: ¿En
qué depravada cabeza cupo alguna vez la idea de que morir por voluntad propia
es un crimen que merece castigo de fuego eterno? ¿Y si los equivocados son
quienes pretenden “curar” algo que no es enfermedad, sino un valiente acto
volitivo de íntima decisión?
Volvía a repasar palabra por palabra el monólogo de Luisa y, de
pronto reflexionó en que, la referencia a Arnaldo Quirarte, el investigador que
había tenido a su cargo la averiguación del suicidio frustrado, llevaba una
segunda intención, distinta a la promesa de guardar el secreto herméticamente;
entendió que Luisa le había dejado un portillo abierto en medio del valladar de
silencio jurado y, viendo un rayo de luz se sacudió el insomnio y se durmió
respirando reposadamente. Soñó con su abogada que era a la vez su madre, y por
asociación onírica trajo a su ensueño el monumento a la madre más buena de
todas las madres, elevando un crío con gesto triunfal: la estatua que había
plantado pocos años antes el arquitecto Sergio Besnier, sobre una fuente y un
prado siempre verde, en una céntrica calle Jalapeña.
Arnaldo recibió la visita de la Lic. Inocencia Casados y
escuchó con detenimiento su presentación como colega, como paisana y como
abogada de Carlos Carmona, así también le dio a saber que ofrecería como prueba
documental el expediente de averiguación que se había hecho con motivo del
suicidio frustrado de Graciela Santés, por lo que necesitaba los datos
necesarios para su identificación en el archivo ministerial. Quirarte le dio
pormenores del asunto porque lo recordaba muy claramente, y le proporcionó el
número de averiguación y de mesa donde se había integrado. La Lic. Casados
agradeció la buena disposición del Lic. Quirarte y no sólo pidió al juez Aarón
Sánchez que requiriera el expediente a la procuraduría del D. F., sino que
ofreció además otras dos pruebas: el
testimonio de doña Eduviges Hernández Vda., de Santés para acreditar hechos
previos al deceso, y el testimonio de Gonzalo Martínez, párroco del templo de
San Fernando III, pidiendo que fuera citado con apercibimiento de que, de no
concurrir voluntariamente, sería presentado obligadamente mediante el uso de la
fuerza pública. Estas probanzas iban encaminadas a demostrar la compulsión
suicida de Graciela Santés.
El cura Gonzalo Martínez se puso muy nervioso cuando recibió
la cita del juzgado y a lo único que acató fue ir en busca de su Vicario general
para informarle y pedirle autorización para cumplir con el llamado judicial. El
Eclesiástico consultó con el abogado Antonio María de Ibarrola y Santos, asesor
del clero a la sazón, y éste le recomendó que no concurriera a la primera cita,
que lo usual era esperar a la segunda, pero que primero se entrevistara con él
para prepararlo, eso hizo el sacerdote pero al narrarle al abogado lo que le
constaba, el experto en derecho se percató de que la comparecencia era inocua
para los intereses religiosos y no le cambió nada, sólo lo escuchó, le describió
como sería la diligencia judicial, le recomendó que no tuviera ningún temor, y
por ese consejo infló un poquito más el recibo de ese mes de la iguala que el
vicariato le tenía asignada.
No hubo que cumplir con el apercibimiento, el Padre Martínez
acudió a la segunda cita acompañado de un pasante del despacho de Ibarrola,
para darle tranquilidad, y con más aplomo de lo que él mismo hubiera supuesto, a
pesar de lo imponte de la monstruosa fachada del palacio negro de Lecumberri. En
la audiencia dio razón de lo que le constaba, y dejó en claro algo que a la
defensa le servía: identificó perfectamente la fotografía de Graciela y dijo
que era la misma persona que dos años atrás había perpetrado un intento de
suicidio en el templo donde él estaba asignado.
Creyó el cura Martínez que su comparecencia había sido un
suceso sin mayor importancia, hasta que, avanzada la tarde, recibió por segunda
ocasión la llamada telefónica desde Jalapa, del Arzobispo Manuel Pío López
Estrada pidiéndole que le contara al detalle todos los pormenores del caso, y
que volviera a entrevistarse con el Lic. Ibarrola y Santos para pedirle que
estuviera pendiente del asunto a efecto de que le avisara cuando el trámite
estuviera listo para sentencia.
Por su parte el Lic. Felipe Casto, agente del ministerio
público adscrito al juzgado tercero penal recibió la visita de uno de los
hermanos de la difunta Graciela quien le rogó que pusiera todo su empeño en
conseguir la sentencia condenatoria, para tranquilidad de su madre… de su madre
de Graciela, no de su madre del agente. Casto
con expresiones multívocas, le dio a entender que eso podría costar una buena
cantidad de dinero… no para él, por supuesto, sino para embarrar algunas manos
ajenas. Santés ni siquiera preguntó
cuánto ni a quién, le dijo que trataría de reunir diez mil pesos, a lo que el
M. P. lo tranquilizó diciéndole que si lograba la sentencia condenatoria, el
juez forzosamente tendría que decretar un monto económico por reparación moral,
así que de ahí se vería cuánto podría recibir él… y reponer lo que se
repartiera.
Al M.P., se le soltó un pensamiento en voz alta, que flotó
como voluta de humo sobre su cabeza: “La justicia en México es gratuita… pero
la injusticia tiene costo”. Nada nuevo, ya a Séneca le atribuyeron la frase,
que le refirieron y refrieron a don Benito Juárez: “Para el enemigo justicia,
para el amigo justicia y gracia”.
El expediente del juicio se engrosó con el de la averiguación
del suicidio frustrado. La defensa pidió al juez que tomara muy en cuenta esa
prueba al momento de resolver, y que en particular analizara con detenimiento
el estudio psiquiátrico de la paciente Graciela Santés, realizado por el psicoterapeuta
Luis Gabarrón, en donde se destacaba la recomendación de cuidado y atención
cercana a la paciente, en virtud de padecer una compulsión neurótica hacia el
suicidio que, bajo ciertas condiciones podía aflorar. Subrayó en especial un
comentario muy claro del siquiatra: “Estoy convencido que la compulsión al suicidio no es curable, apenas
controlable temporalmente, y queda latente para volver a intentarlo al
conjuntarse determinadas condicionantes; multidimensionales; las cuales vuelven
incontrolable la pulsión suicida autodestructiva, siempre latente; siempre a la
espera; al acecho. Y bien lo dijo el Profesor Freud como psicoanalista: el
instinto autodestructivo (tánatos), es propio de la especie humana,
cuando en conflicto con el instinto de vida (Eros) se resuelve a favor
de un acto impulsivo (acting out): matar al otro pero en sí
mismo.”
Llamó la atención también, un breve análisis hecho por el
siquiatra, sobre los criterios respecto al suicidio a través de los siglos,
naciones y creencias, en ese estudio Gabarrón trajo a colación el suicidio
heroico de Sansón, como también del suicidio por arrepentimiento y
desesperación de Judas Iscariote, tocó el suicidio por cansancio de Aníbal, el
suicidio por amor de Marco Antonio, el de dimisión de Cleopatra, sin dejar de
mencionar los suicidios heroicos de los Kamikazes japoneses y la de los Niños Héroes
de Chapultepec. Respecto al tratamiento social de la autoinmolación, recordó
que en la Roma antigua se consideraba deserción cuando era perpetrado por
soldados, que era un delito contra la economía
doméstica el suicidio de un esclavo, y en consecuencia se le imponía un
pago al anterior dueño o a quien había vendido al esclavo; el suicidio de un
deudor insolvente se consideraba fraude de acreedores y, en el siglo XVII Luis
XIV de Francia decretó el castigo de todo suicida con arrastramiento del cuerpo
por las calles de la ciudad, siendo colgado como se cree que fue Judas, y la
confiscación de todos sus bienes, sin importar si la familia del difunto
quedaba sin cosa alguna. Finalmente el médico hizo la observación de que
históricamente se ha tenido el suicidio como un evento patológico, pero que
recientemente ha nacido una corriente de pensamiento que reivindica la voluntad
personal de darse muerte, como un acto respetable. Todo este análisis hizo el siquiatra para
clasificar y justificar el intento de suicidio de Graciela, y sugerir el
posible tratamiento médico que merecía el caso.
Gabarrón fue llamado a reconocer su firma, y a ratificar lo
expresado en el dictamen que se le puso a la vista, cosa que hizo sin ninguna
duda. Pero el Ministerio Público Felipe Casto solicitó repreguntar al
siquiatra, con claras intenciones de hacerlo caer en contradicción, para
desvirtuar la prueba ofrecida por la defensa:
P.- ¿Sabe usted doctor Gabarrón, si la compulsión neurótica
al suicidio es curable?
R.- Con un tratamiento siquiátrico bien llevado, todos los
padecimientos neuróticos pueden controlarse.
P.- ¿Considera usted entonces que, en este caso, el
tratamiento a que fue sometida la occisa
fue inútil?
R.- Creo que fue útil, surtió los efectos deseados, pero si
me permiten abundar en esta respuesta, haré notar que no tiene porqué asociarse
el suicidio con la neurosis de manera indefectible. Se sabe ahora que las ideas
suicidas son normales y se dan en la mayoría de las personas en algún momento
de su vida, sobre todo en la adolescencia y en las etapas seniles; la frase “ME
QUIERO MORIR” que utilizamos y oímos en muchos momentos, tiene un trasfondo
suicida y no por eso podemos asegurar que estamos ante un neurótico o
neurótica, o que nosotros lo somos. Hay en la historia razonamientos en favor
del suicidio como el de Plinio el Viejo que dijo que: “De los
bienes que la naturaleza concedió al hombre ninguno hay mejor que una muerte a
tiempo, y lo óptimo es que cada cual pueda dársela a sí mismo”.
P.-Entonces usted señor doctor, ¿nos está diciendo
que no debemos esperar la voluntad de Dios, sino que lo mejor es suicidarnos?
R.- No señor, estoy diciendo que el suicidio puede ser un
respetable acto de voluntad personalísima, íntima, y que no tiene por qué
tenerse como una enfermedad o un crimen evitable a toda costa y tan
trascendental que merezca castigo eterno en el más allá, ni en el más acá.
-No más preguntas. Dijo el Lic. Felipe Casto.
La ambivalencia de las respuestas del Dr. Gabarrón hizo
pensar a la fiscalía tanto como a la defensoría, que a ambas les favorecía la
prueba desahogada y, las dos partes salieron del juzgado de buen humor.
La defensa llamó a Eduviges Santés viuda de Hernández, madre
de la difunta, para absolver un interrogatorio preparado con intención de
aportar datos sobre el pasado, e
inclinaciones de Graciela, a fin de darle razones al juez para que entendiera
que se trataba de un suicidio y no de un homicidio.
El día de la comparecencia doña Edu., se presentó al juzgado
rodeada de toda su familia. El secretario de la mesa de audiencias tuvo que
aclarar que podían estar ahí en virtud de que las audiencias son públicas, pero
que no se les permitiría ninguna interferencia o que, dado el caso, quien lo
hiciera sería retirado con la fuerza pública.
Después de la parafernalia de rigor, comenzó el interrogatorio de la
defensa a la testigo quien, antes de todo se persignó, rezó algo entre dientes
y se sentó resignada.
P.- Sra. Eduviges Hernández, ¿conoce usted los hechos sobre
los que versará este interrogatorio?
R.- No sé, algunos tal vez, no todos.
P.- ¿Sabe usted que su hija Graciela Santés falleció y que a
eso se debe este proceso?
R.- Claro que lo sé: la mató ese degenerado hombre
(señalándolo) que nos mira desde atrás de la reja.
P.- ¿Usted vio cómo la mató?
R.- No, no lo vi, pero lo sé, pero no pudo ser de otro modo.
P.- ¿Pudo ser suicidio?
R.- De ninguna manera, porque ella recibió mi educación,
sobre todo en la fe cristiana que yo le enseñé con todo rigor y la religión
dice que el suicidio es un pecado mortal que merece castigo eterno. Ella lo
sabía muy bien.
P.- ¿Y entonces cómo explica usted que antes ya había
intentado suicidarse?
Doña Eduviges calló, y cayó en un sollozo profundo, no pudo responder nada más. El licenciado
Felipe Casto pidió al juez que se diera por terminada la audiencia, y así se
hizo.
XI
La defensora Inocencia Casados solicitó al juez que diera por
concluido el período de instrucción dando paso a la formulación de
conclusiones, a lo que el juez accedió con un brevísimo acuerdo. La defensa
inteligentemente, esperó a conocer el pliego de conclusiones del ministerio
público, para poder combatir los argumentos ahí expresados.
El agente del ministerio público adscrito a este juzgado
tercero de lo penal, en esencia expreso lo siguiente:
1.- El cuerpo del delito: “privación de la vida de otra
persona”, ha quedado probado fehacientemente.
2.- La presunta responsabilidad también ha sido probada,
tanto directa como circunstancialmente y presuntivamente, pues no es lógico que,
quien va a hacer una visita amorosa vaya armado, a no ser que hubiera
pretendido forzar a la pareja a una acción indeseada por ella, la prueba de
reconstrucción de hechos, conduce a entender que hubo violencia antes del
homicidio, dado el desorden en el mobiliario del lugar donde ocurrió el delito.
Las copas con residuos de vino, induce a pensar que cuando menos él había
bebido, ya que en la autopsia no se encontraron vestigios de que la occisa
hubiera ingerido alcohol, y si bien al reo no se le hizo prueba alguna al
respecto, los mismos residuos de vino inducen a pensar que él estaba ebrio, lo
que lo llevó a perder el control de los acontecimientos, pasando del devaneo
erótico a la violencia incontrolable, con los lamentables resultados que
conocemos.
Por todas estas razones, esta fiscalía considera que ha sido
probada la culpabilidad del reo, por lo que pido sea sentenciado a prisión y
reparación moral a los deudos. México.
D.F. a tantos de tantos. El M. P. Lic. Felipe Casto.
La defensa por su parte en lo esencial expresó:
a).- Es obvio que estamos en presencia del suicidio de
Graciela Santés. La prueba parafinoscópica así lo esclarece, dado que se
encontraron tatuajes de pólvora en la mano derecha, en el área de la sien y
mejilla derecha de la occisa; lo que demuestra indudablemente que ella disparó
el arma.
b).- La reconstrucción de hechos demostró que el desorden en
el lugar, fue causado por el mismo cuerpo de la occisa al ser lanzada por el
impacto de la bala a más de un metro de distancia de donde se encontraba. Es de
explorado conocimiento forense de balística, que un impacto de calibre 38
descarga una fuerza de 380 kilos por centímetro cuadrado sobre el lugar donde
impacta, por eso se les conoce como calibres de “retención” a esa medida, y a
las de más grueso calibre. El impacto lanzó a la suicida sobre los muebles que
estaban a su lado izquierdo. A eso se debió el desorden en el lugar de los
hechos, y no a que hubiera habido lucha o forcejeos de los protagonistas.
c).- La prueba documental consistente en el expediente de
averiguación levantado con motivo del intento fallido de suicidio de la ahora
occisa, en la iglesia de San Fernando, y su posterior tratamiento siquiátrico,
deja en claro que había en ella un ánimo, una compulsión al suicidio que si
bien, en el primer intento falló por su falta de destreza en el manejo del
arma, en el segundo intento logró, dado que la manipulación de un revolver es
mucho más elemental y sencillo que el de una pistola automática que exige mayor
destreza en su manejo.
A mayor abundamiento, la prueba sobrevenida como
interrogatorio del M. P. al sicólogo Luis Gabarrón y sus respuestas, no son
creíbles en tanto es de entender que no podía negar la eficacia del tratamiento
por él aplicado, por eso sostuvo que, en general, era “controlable” la
patológica compulsión al suicidio, pero respecto al de la hoy occisa, es obvio
que tal control se perdió en un momento dado en este caso.
d).- Respecto a la testimonial de la señora Eduviges
Hernández, quedó muy en claro que su fanatismo religioso la ha obligado a negar
el suicidio por suponer que es una ofensa a Dios que implica un castigo cruel y
eterno. Para ella el homicidio salvaría a su hija de la condenación eterna; por
eso porfía en que se trata de homicidio y no suicidio, sin importarle la suerte
de Carlos Carmona quien, en todo caso recibiría una soportable, pero muy
injusta, condena de prisión temporal, comparablemente benigna frente al sufrimiento
terrible del infierno; pero es claro que mi defendido está libre de culpa y
merece una justa sentencia absolutoria.
Por todas estas razones, esta defensa pide se determine la
libertad inmediata del procesado. México D. F. a tantos y tantos. Lic. Inocencia Casados.
El Juez Aarón Sánchez S. dijo en acuerdo que era el momento
de valorar las pruebas y dictar sentencia.
XII
Antes de las veinticuatro horas, el pasante del despacho de
Antonio de Ibarrola y Santos le avisó al padre Martínez y este a su vez a Pío
López de que el asunto estaba para sentencia y el purpurado le pidió al párroco
que con papel y lápiz a la mano, tomara el dictado de una carta al juez.
“Muy apreciado Lic. Aarón Sánchez S.
Oro por tu salud y bienestar. Yo recordando con gusto tu paso
por el Seminario que, porque Dios así lo dispuso, dejaste para emprender tu tan
brillante destino, pero que sé muy bien que no te ha apartado de la fe
verdadera.
Sin más preámbulos paso a tratarte un asunto de nuestro
interés, el caso del homicidio de Graciela Santés, hija de nuestra entrañable
feligrés doña Eduviges Hernández viuda de Santés, quien ha prestado valiosos servicios a
nuestra comunidad religiosa.
Desde luego que esta carta no lleva de ninguna manera la
intención de desviar la vara de la justicia… de la justicia humana, que la
justicia divina ya está dictada y es inapelable. Mi deseo es únicamente pedirte
que, precisamente la justicia que está en tus manos imponer, no sea contraria a
la que Dios ya ha decidido respecto a los protagonistas de este tan doloroso
caso. Sé que nuestro Padre te iluminará,
que la sentencia terrena, que te toca dictar, será congruente con la justicia
perfecta que nos viene de arriba.
Dios te guarde”.
Ciudad y fecha, antefirma del Arzobispo, firma del párroco Gonzalo Martínez a ruego y
encargo de Manuel Pío López y sellos y logos de la iglesia de San Fernando III.
El párroco Martínez releyó la carta una vez mecanografiada, y
no pudo evitar un comentario: “Esta es como el parto de los montes, muchos
pujos para parir un ratón”.
Ciertamente, la carta no comprometía a nada, bien a bien no
obligaba nada, a no ser la lubricada alusión de que se trataba de homicidio.
El juez Sánchez leyó la carta, y por un momento pensó en
agregarla al expediente, pero se arrepintió, la dobló y se la echó al bolsillo
interior del saco… Que no en saco roto; pero en ningún momento tuvo la
ocurrencia de darle respuesta al Purpurado. Pensó en destruirla más adelante,
digamos: una vez que la sentencia hubiera causado estado… la sentencia
terrenal, que la divina ya estaba echada.
La defensora madre, no hizo más cosa judicial, se desproveyó
de la toga y se fue a visitar a su hijo el domingo como visita familiar. Sus
conocimientos jurídicos le decían que el asunto estaría resuelto a su favor. No
intentó recomendaciones ni tráfico de influencias.
XIII
Las pruebas que le dieron certidumbre al juez Aarón Sánchez, para
dictar sentencia, fueron principalmente la constancia de que, antes de los
hechos a juzgar, había habido un intento frustrado de suicidio, que quedó
plenamente confirmado con el análisis forense donde la autopsia señaló que la
occisa tenía cicatrices viejas, causadas en ese intento fallido; a más de que
el psiquiatra que la trató había indicado la compulsión de Graciela hacia su
decisión de quitarse la vida.
El criterio de homicidio que podía desprenderse de la prueba
parafinoscópica, perdió valor con las declaraciones del teniente Kinart al
atestiguar que la presencia de marcas de pólvora en las manos de Carlos
Carmona, eran producto de la práctica de tiro frecuente en su actividad
laboral. Por otra parte, las quemaduras en la piel de la sien de la occisa,
ofrecieron la certidumbre de que el disparo fue hecho con la boca del cañón
pegada a la cabeza, como habitualmente lo hacen los suicidas.
La reconstrucción de hechos, finalmente muy contaminada por
la intervención de los familiares, no aportó mayores certidumbres, lo mismo
pasó con la testimonial de Luisa.
Las declaraciones de la madre de la occisa, incluyendo su
llanto al recordar el primer intento suicida, produjeron la certidumbre en el
Juez, respecto a que se trataba ciertamente de un suicidio y no de un homicidio.
Con todo esto, mayor peso cobró la confesional del propio
inculpado al declararse lisa y llanamente inocente.
La prueba presuncional
favoreció el criterio del suicidio.
XIV
Ahora el juez comenzó a preocuparse por elaborar una
sentencia que, haciendo honor a la justicia a pesar de ser absolutoria, sembrara
en el ánimo de los deudos y su padrino clerical la paz interior que les
permitiera aceptarla razonablemente.
Después
de la aburridísima y resobada jerigonza jurídica habitual, el juez, discurrió,
citando a Beaudelaire: “El estoicismo es la religión que sólo tiene un
sacramento: ¡el suicidio!”. Quien toma la decisión de suicidarse, llega a la
cita con la muerte de una manera infinitamente más digna y estoica, que quien
perece en manos de otro y por voluntad ajena. La voluntad de morir nos conduce
a la inteligencia de que vivir es un derecho íntimo y no una obligación
impuesta por los demás, como se ha venido entendiendo a través de siglos, en
virtud de que, quienes han ejercido dominio sobre los demás, les importa
decidir sobre la vida y la muerte ajenas; así fue desde tiempos inmemoriales, desde
las satrapías sumerias, los imperios faraónicos, las leyes griegas y romanas
que han trascendido hasta nosotros. Por esas creencias absurdas nos hemos negado a
nosotros mismos un acto supremo de voluntad: decidir nuestro propio fin, cuando
debiera ser el culmen del honor, de la autodeterminación de la intimidad y de
la dignidad de los seres humanos. Servirá
aquí parafrasear a André Breton quien dice: “El más bello presente de la vida
es la libertad que le permite a uno salir de ella oportunamente, libertad al
menos teórica, pero que vale la pena conquistar a través de una lucha
encarnizada contra la cobardía y todas las trampas de las necesidades humanas,
en relación demasiado incongruente con la naturaleza”.
En este orden de ideas, proponer que la muerte de
Graciela Santés ha sido por homicidio, es negarle su derecho a morir
dignamente, a cambio de un dudoso
destino sobrenatural. Proponer que se ha tratado de un suicidio enaltece la
figura de Graciela, a la vez que reivindica la inocencia y la vida útil y digna
de Carlos Carmona.
Por todo lo anterior, se absuelve al procesado
Carlos Carmona Casados del delito que se le imputa, y se ordena su absoluta e
inmediata libertad. Yo el Juez Aarón Sánchez S.
10/08/2020
PERSONAJES
Carlos Carmona Casados…………………………. Novio
Graciela Santés Hernández…………………….. Suicida
Eduviges Hernández………………….. Madre de la Graciela
Inocencia Casados……………………… Madre de Carlos Carmona
Javier Villa………………………………… Novio suicida
Luisa………………………………………….Hermana de la suicida
Gonzalo Martínez……………………..Presbítero del templo.
Arnaldo Quirarte ……………………. Ministerio Público.
Lic. Aarón Sánchez S. …………………… Juez 3° Penal
Lic. Felipe Casto…………………………. M.P. adscrito al Juzgado 3°
penal.
Dr. Luis Gabarrón……………………… Psicoanalista.
Teniente Quinart………………………. Guardia personal del procurador.
Lic. Antonio de Ibarrola y Santos…. Abogado de la Iglesia.
PRIMERA SOLAPA
El título de esta novela corta… o cuento largo, qué se yo que
soy un escritor aficionado: “MORIR NO ES UN CRIMEN” es la frase emblemática de Jack
Kevorkian (1928-2011). Médico norteamericano precursor, en el siglo XX, de la
muerte asistida, también llamada “muerte digna”, “muerte piadosa”, “muerte
misericordiosa” “suicidio asistido”. También justificó su actividad con esta
otra frase: “Si podemos ayudar a las personas a venir al mundo, ¿Por qué no
podemos ayudarlas a dejarlo?
Kevorkian inventó un aparato para auto administrarse
substancias letales que llamó “Thanatrón”, con ese y otro más le facilitó el
viático a 110 personas, antes de ser enjuiciado y condenado a prisión por 25
años, de los que sólo cumplió 8, quedando libre “por buena conducta”.
Ahora, cuando la decisión personal de decidir la propia
muerte, forma parte de los derechos humanos, y se practica en los países más
civilizados del planeta, empieza apenas a entenderse la aportación libertaria
de Kevorkian.
SEGUNDA SOLAPA
LIBROS DEL MISMO AUTOR
“La Identificación criminal en
México”. (Ensayo) Ed. UNAM. 1966.
“Jalacingo Paisaje”. (Poemario). Ed.
Particular. 1993.
“Anecdotario de Jalacingo”. Ed. 1°
edición: Suma Veracruzana. 1976. 2° adición: U.V. 1994.
“Cuando la cochambre nos alcance”
(Cuentos) Ed. Cultura de Veracruz. 1996.
“Las hechuras de una vieja”.
(Novela). Ed. Cultura de Veracruz. 1998.
“Amar, temer y partir”. (Poemario).
Ed. Particular. 1999.
“La Risa del Barro”. (Ensayo). Ed.
Ayuntamiento de Xalapa. 2002.
“Veinte poemas de humor y una
circular administrativa”. (Poemario) Ed. Ayuntamiento de Xalapa. 2004
“Revelaciones de Judas Tomás” (Novela
ficción). Ed. Códice de Xalapa. 2007.
“Miccionario Ilustrado”. (Rimas). Ed.
Newsver. 2010
“Historia de un billete”. (Novela)
Ed. Punto y Aparte. 2011.
“Racimos de café”. (Novela) Ed. Punto
y Aparte. 2012.
“Inmoralejas y Parabolitas”.
(Décimas). Ed. Newsver-Veranews. 2013.
“Anécdotas recogidas de los Cuates…”
Ed. Newsver-Veranews. 2018.
“El libro de los alburemas”. (Rimas)
Ed. Códice. 2019.
“Paisajes Íntimos” (Poemario).
CÓDICE. Taller editorial. 2019.
CONTRAPORTADA
OPINIONES:
Para la contraportada.
Dr.
Luis Rodríguez Gabarrón:
“TU
HISTORIA ES UNA CHINGONERÍA.
Creo
que es de lo mejor que has escrito y con ese tu sentido novelado y satírico, además de muy documentado, como acostumbras, pero ahora demuestras
erudición en el terreno judicial, en el religioso, y en el literario y en el
psicológico por no decir xalapeño”.
Lic. en Filosofía Sandra Martínez Villa:
“Está muy
"atrapadora" de principio a fin, a leguas se echa de ver que la
escribió un abogado, pero esa sentencia absolutoria está de primera, ¡es
huérfana! ¡Es una carta de libertad para todos los que viven encadenados a una
idea impuesta por vil conveniencia económica!”
Texto para la hoja legar:
Este libro terminó de escribirse paradójicamente, el 10 de
septiembre de 2020, en el que se celebra el día mundial de la prevención del
suicidio.
Lo escribí exactamente en un mes, pero lo pensé 56 años.