viernes, 24 de diciembre de 2010

INOCENTES

Cada día me convenzo con más firmeza que a los seres humanos nos gusta vivir a base de mentiras, diciéndolas y escuchándolas. Cuando las decimos por primera vez, tenemos plena conciencia de que estamos faltando a la verdad, pero si tenemos la oportunidad de repetirlas, nosotros mismos dudamos si son verdad o mentira, y si la suerte nos pone en la posibilidad de decir la misma falsedad por tercera vez, ya no dudamos, lo hacemos convencidos de que es una verdad auténtica; de ahí en adelante la afirmamos con tal contundencia, que incluso nos ofende quien duda de la veracidad de lo que decimos y la defendemos a capa y espada. No sé si algún estudioso de la sicología humana haya investigado ya este fenómeno, no lo recuerdo en Freud, mi sicólogo de cabecera, no lo he leído en otros, pero es un asunto de suma importancia por su práctica cotidiana; ya debiera tener un nombre, por ejemplo “el complejo de Constantino”, porque fue este emperador romano el que hizo del mito de Jesús, uno de los cárteles mejor organizados, universalmente aceptado y más lucrativos que recuerde la historia. Y si bien los sicólogos no se han ocupado mucho del asunto, los políticos sí. La política universalmente y, en particular nuestra muy mexicana política se funda en una observación acertadísima que se enuncia así: “Una mentira repetida muchas veces se vuelve verdad”.
Por otra parte nos gusta creer muchas mentiras, algunas tan grandes que se les compara a ruedas de molino. Nuestra afición aprendida desde la infancia, etapa de la vida en que no tenemos más remedio que creernos todo lo que se nos dice, parece que se prolonga hasta muy avanzada edad, de modo que aceptamos sin discusión afirmaciones dogmáticas que con un brevísimo análisis, si nos lo propusiéramos, caerían por su propio peso. Nos gusta sin embargo oír mentiras, cuentos, narraciones increíbles; en ese rango están las leyendas de Harry Potter, los cuentos de Green, las películas Disney, el Quijote de la Mancha y la Biblia, por mencionar algunas; pero estamos dispuestos a aceptarlas como verdades con tanto gusto y a veces con tanta seriedad, que cometemos la paradójica burla de jurar decir la verdad poniendo la mano sobre la Biblia, uno de los libros que contiene más cuentos y falsedades que cualquier novela de ficción.
Creer mentiras es lo que explica la temporada de pre posadas, posadas, nacimientos, santacloses, santos inocentes, prepuciadas, santos reyes y otras zarandajas y paparruchas que recibimos con beneplácito, poniendo cara de inocentes y jugando a ser buenas personas, rascándonos el bolsillo para regalar cosas inútiles a quienes nada les hace falta ¡Falso, todo falso!
Cuando la Ilustración empujó al Oscurantismo al rincón de los desechos y la ciencia buscadora de la verdad se enseñoreó sobre la tierra, no faltaron los pseudocientíficos que por una paga trataron de darle credibilidad a las grandes mentiras en que la religión había sostenido por siglos su hegemonía; así nacieron explicaciones “científicas” de la separación de las aguas del mar rojo; de la detención del sol en el cielo para darle la victoria a los elegidos de dios; de la “autenticidad” de la sábana santa, de la durabilidad del ayate de Juan Diego; en fin, hubo científico (Leo Alletius) que comprometió su honorabilidad redactando un iluminado ensayo (De Preaputio Domini Nostri Jesu Cristi Diatriba) sosteniendo que el anillo de Saturno era ni más ni menos que el prepucio de Cristo elevado a las alturas al mismo tiempo que la asunción general.
Para mi sigue siendo una crueldad mental engañar a los niños con Papá Noel o Santa Claus o como se quiera llamar a ese viejo que le gusta el hollín; me parece repugnante mentir con la mayor desvergüenza respecto a la supuesta venida de los santos reyes a traerle regalos a los niños que se portan bien. Los padres no tienen idea del daño que causan a los niños enseñándolos a creer mentiras tan grandes; de hecho los preparan para ser dóciles receptores de los gobiernos mentirosos y las religiones dogmáticas y absurdas.En los niños crédulos es entre los que Marcial Maciel y otros como él, encontraron las víctimas propicias para sus fechorías. Amén.

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