domingo, 18 de enero de 2009

LA MANCHA DE LOS SANTOS

Dice la canción: “Me vinieron a vender un santo/ sin marco sin cristal y sin vidriera/ admirado pregunté ¿qué santo era?/ Es el santo más chingón de la pradera”.
Como mandada a hacer, le queda la estrofa a Carlos José María Abascal Carranza que, pesara tanto en tiempos de Vicente presidente y Martita Sahagún omniimprudente.
Abascal Carranza fue en efecto hijo de un… santón, por eso pesaba tanto dentro de un gabinete devenido de la ultraderecha mexicana. Su padre Salvador Abascal Infante cuenta entre sus ocurrencias el reclamo del reconocimiento oficial de la Iglesia Católica, en combate frontal con el cardenismo; apoyado por grupos fascistoides recalcitrantes. Fundador de la Unión Sinarquista, en León, Guanajuato en 1937 la vida de esa agrupación con él a la cabeza (¿?) corrió paralela en tiempos y ejemplos a la guerra española cuyos lemas trascendentales eran “viva la muerte” y “muera la inteligencia”.
El futuro santo Carlos Abascal nació en 1949, así que ya no le tocaron los retobos de la iglesia mexicana que había cobrado beligerancia entre 1926 y 29 con “la cristiada”, pero debemos suponer que en su ADN deben haber viajado los genes de la santidad, porque milagros, así lo que se llaman milagros, no hizo.
El respetable ciudadano mexicano Jorge Serrano Limón, que representa el culmen del pensamiento mogoloide, es el promotor oficioso de la santificación de Abascal Carranza; movido, acicateado, cuchileado por la reciente canonización de docena y media de mexicanos traidores a la patria pero subordinados incondicionales al Vaticano, jorgito serrano se ha lanzado a promover la santificación de quien fuera secretario del trabajo y de gobernación en el sexenio más chistoso que ha tenido México.
Si esto no pasara de ser un nuevo ataque esquizofrénico de Serrano, me opondría el primero a la canonización de Carlos José María Abascal porque este señor no se merece un tratamiento tan desprestigiado; creo que la categoría de funcionario distinguido, le concede mayores méritos al personaje que la pretendida santificación que sólo consigue posarlo en el altar del ridículo. ¿Quién le va a tener fe a un santo ex secretario de gobernación? ¿Patrón de que causas lo va a declarar la Iglesia?
Para mayor incongruencia, históricamente la santificación se ha aplicado a seres humanos imbéciles o sinvergüenzas o traidores o locos o ilusos o necios o autistas o depravados; nunca a seres humanos normales, y como quiera que sea don Carlos era una persona bastante normal, chapado a la antigua pero normal. No merece tan infausta memoria.

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