jueves, 18 de diciembre de 2008

LA CACAMANCIA

La cacamancia es el arte de leer el presente, pasado, futuro y en particular el estado de salud en las heces fecales propias, no de otros. Remarco: sólo en las de uno mismo, que ver la caca ajena es repugnante, fuchi guácala, dan ganas de escupir o vomitar, cosa que no sucede ante la observación escudriñante y científica de las propias excrecencias que siempre tienen algo que decirnos. Sanísima costumbre es volver el rostro y echarle la última mirada de despedida a eso que depositamos en el excusado y que por unas horas formó parte de nuestro ser, que viajó y durmió dentro de nosotros, a eso que uno, de manera casi vegetativa, extrae las mejores substancias y deja en calidad de deshecho. Esa que miramos con tanto desprecio, si la sabemos mirar, es un mensaje de salud, esto es, contiene un saludo, un correo de bienestar, una mano amiga que puede charlar con nosotros y decirnos si estamos enfermos o sanos, si lo que nos comimos ayer estuvo bien o mal, si por hoy debemos moderarnos y si estamos en condiciones de abusar mañana de nuestro cuerpo.
En el arte de la cacamancia no sólo se pone en juego el sentido de la vista, también es indispensable el uso del olfato por donde nos llega un mensaje muy claro de que tan saludables estamos. Así como con los ojos debemos apreciar color, consistencia, volumen tanto en longitud como en grosor y partículas extrañas que no alcanzamos a digerir totalmente, con la nariz lo apreciable es la intensidad del aroma, acidez, alcance en distancia; esto puede saberse cuando tu compañera de cuarto te grita: “cierra la puerta del baño marrano”, o esta otra elocuente frase: “cuando comas zopilote quítale las plumas” o peor aún, haciendo alusión a las actuales noticias alarmantes: “cuando comas policía quítale el garrote”. Todo esto le indica a uno el estado de salud del cuerpo. No del cuerpo policiaco, sino del que uno tiene como soma natural.
Tenemos la suerte de que desde los tiempos de la reina Victoria, el uso del excusado inglés se difundió por el mundo. En nuestro país se generalizó en los centros urbanos tardíamente, poco después de terminada la segunda guerra mundial, o sea que tiene escasamente sesenta años, el adminículo permite que los usuarios estemos más cerca de nuestro subproducto cacario y podamos verlo con la acuciosidad necesaria; salvo que cometa uno el error garrafal de instalar un excusado negro o de color caqui, muy en boga en casas que pretenden pasar por elegantes. El color caqui mimetiza la “cacuncia” y consecuentemente impide observarla con el cuidado necesario. Otra mala costumbre es poner en la caja de agua pastillas desinfectantes, desodorizantes y espumeantes, que con la espuma que hacen estorban la percepción visual y con el aroma que despiden atajan una buena olfacción, tan necesaria e informativa.
Alguien me podría tratar de enmendar la plana diciéndome que para ese caso lo mejor sería volver al uso de la bacinica, pero a esa persona le diría yo que no se orine fuera de ella, pues ese trebejo nocturno es antihigiénico y poco seguro: antihigiénico porque su lugar es debajo de la cama, lo que obliga a respirar nuestros humores más tiempo de lo necesario y sin ningún propósito cacamántico, e inseguro porque nunca falta un adormilado que la riega.
Quien suponga que estoy tratando un asunto escatológico que debe ser tabú en aras de la decencia y buenas costumbres, le digo dos cosas, primero que lea “El Libro de las Cochinadas” de Julieta Fierro, famosa científica mexicana premiada en muchas partes del mundo por su divulgación científica en mas de cuarenta libros; ella no es cacamántica sino astrónoma y es un orgullo para nuestro país. En segundo lugar: a como están las cosas es ahora menos excrementicio hablar de caca que de sangre, de la que el país cada vez se pinta más de rojo indeleble.

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