jueves, 18 de diciembre de 2008

AUSTERIDAD VIGILADA

Tres de los guardias saltaron del vehículo antiguerrilla portando pequeñas armas de alto poder; uno se quedó en el volante con el motor encendido, como sabiendo que la acción sería tan rápida que era inútil apagarlo. Todos portaban el clásico uniforme azul pálido muy entallado al cuerpo, una gorra confeccionada con el mismo material sintético del resto de la indumentaria, un escudo del imperio se veía en la gorra y en el pecho de los guardianes; más abajo un número correspondiente a su matrícula respectiva y sus iniciales: V. A., diseñadas de tal modo que una sola línea conformaba las dos letras en cuyo centro la terminación de una era el inicio de la otra; todos sabían que se trataba del logotipo de los vigilantes de la austeridad que por mandato real habían aparecido recién iniciado el siglo XXI.
La acción del comando fue en efecto sumamente rápida, después de descender del jeep se aproximaron a un domicilio, uno de ellos accionó la perilla de la puerta y ésta se abrió como era de esperarse, pues desde hacía poco más de un año el Viceministro de la Morada había mandado a publicar un acuerdo de su Alteza Inquietísima, en el sentido de que todo habitante de ese dilatado imperio debía mantener las puertas de su casa accesibles para facilitar el “allanamiento legítimo” por los vigilantes de la austeridad a fin de constatar el cumplimiento de las medidas dictadas. Es necesario recordar que dos años atrás también, el allanamiento de morada se había legalizado, siempre y cuando fuera realizado por la Guardia de Austeridad, conforme a los lineamientos dictados por su Alteza y divulgados por el Viceministro del ramo ya citado.
Más tardaron en entrar al domicilio que en salir, estaban tan adiestrados que una rápida ojeada les permitía darse cuenta si se estaba perpetrando algún abuso en el consumo de los productos generados, beneficiados y distribuidos por su alteza por conducto, obviamente, de sus ministros de energéticos, salúbricos, informáticos, etc.
Las penas por los delitos de violación a la austeridad iban desde multa en casos veniales, hasta la muerte por lesa majestad, pasando por la tradicional pérdida de libertad cuando el derroche únicamente lesionaba al propio consumidor, aportando sin embargo un beneficio al productor, como en el caso del desperdicio de envases reciclables que aunque eran pagados por el consumidor en el momento de la compra, seguían siendo propiedad de la Fábrica Nacional; propiedad a su vez de su Gaseosa Majestad la princesa Juniora y la que, según se leía en cada envase, se reservaba el derecho de recolectar y reciclar toda clase de empaques o embalajes; de ahí que estaba prohibido tirarlos a la basura, tenían que ser llevados a un depósito especial donde iniciaban nuevamente su proceso de remozamiento para ser usados nuevamente y así hasta el infinito.
Los vigilantes de la austeridad después de que revisaron la primera casa sin ningún contratiempo ni resultado, pasaron a una segunda, y tercera y así hasta cubrir la manzana completa. El hombre del auto lo fue moviendo en seguimiento de las rápidas maniobras de sus compañeros hasta rodear la manzana y volver al punto de partida. Era una revisión de pesquisa, el nerviosismo de los hombres denotaba que no se trataba de la habitual rutina; algo buscaban de manera precisa, pues la rapidez de las acciones así lo delataba. Sin embargo ni un rostro asustado se asomaba por las ventanas o puertas, las calles permanecían desiertas como en un amanecer de día domingo; sólo ocasionalmente se veía pasar raudo, algún vehículo con un aviso en el parabrisas; ese aviso según era también orden del Supremo, informaba a la policía de la austeridad que el conductor estaba haciendo uso del vehículo y en consecuencia consumo de combustible en día y hora inhábil, en virtud de ser trabajador sustituto. Sólo a ese tipo de laborantes, que cubrían a los de planta en día feriado o de descanso, se les permitía transitar directamente de su casa al centro de trabajo y viceversa. Por supuesto que en caso de ser indagados por la autoridad debían comprobar que su horario era de operatorio sustituto.
Finalmente los hombres encontraron lo que buscaban: de uno de los domicilios sacaron casi a rastras a una pareja; el hombre sumiso, esposado por las muñecas a la espalda; la mujer vociferando agresiva, conducida casi a rastras; no iba esposada, quizá porque los hombres lo consideraron innecesario por ser fácilmente dominable. La vivienda se quedó vacía mientras la guardia de autoridad se alejaba con sus presas. Ya sobre el jeep uno de los hombres accionó un teléfono inalámbrico y dio la información necesaria para que la brigada de Correcciones y Apoyo a la Austeridad diera con el domicilio. Habían pasado no más de cinco minutos cuando la brigada de correcciones se hizo presente en el lugar ululando con la sirena abierta a todo volumen, el carro se detuvo y descendió un solo hombre vestido de uniforme color verde hoja, aunque la confección de su indumentaria y los emblemas eran idénticos a las de los guardias que se habían retirado. Con un maletín de herramientas en la mano penetró al domicilio abandonado, y al cruzar el umbral de la puerta se acomodó un aparato en las orejas perecido a un estetoscopio, aunque con un receptor terminado en corneta. Lo movió como rastreando y captó un golpe pertinaz apenas audible hacia el rumbo de la cocina, se aproximó a ella y el martilleo se hizo más audible: tic, tic…, se detuvo un momento y accionó una pequeña computadora de pulso, conectada por un delgado cable a los audífonos; en la pantalla de cuarzo el aparato midió a partir de la frecuencia del golpe y de su intensidad sonora, los volúmenes de agua desperdiciados en una hora. En efecto, en el lavaplatos la llave se desangraba negligentemente. Cada gota brillante lanzaba un destello de luz antes de desprenderse de la nariz del grifo. El hombre hizo el arreglo necesario, una vez concluido dio el reporte a su base y expresó una señal cifrada que de acuerdo al manual de claves, significaba que la casa estaba lista para ser ocupada por nuevos huéspedes.
Mientras tanto los detenidos habían sido ya procesados ante el Procurador de la Defensa de la Austeridad en un juicio sumarísimo y habían sido condenados a muerte. Sólo una prueba se había ofrecido en contra de ellos, pero era de tal peso que ninguna contraprueba había surtido efecto. La probanza susodicha la había aportado el propio Viceministro de Recursos Acuíferos y consistía en un dictamen del Intendente Real donde certificaba que por culpa y negligencia de los acusados, la mañana del domingo 9 de octiembre de 2022, la alberca de su Alteza Inquietísima no había alcanzado su llenado total, faltándole dos centímetros para cubrir la línea exigida por el Supremo. Por la tarde la noticia se difundió por todos los monitores de la televisión domiciliaria, por el único canal, haciendo notar que la sentencia debía servir de escarmiento y enmienda.

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