domingo, 29 de julio de 2012

asuntos de huevos

No recuerdo hace cuantos años, leí por primera vez en el menú de un restaurante, que para el desayuno servían “huevos divorciados” y los pedí sólo para satisfacer mi curiosidad, sin haberle preguntado a la mesera en qué consistían. Cuando la simpática chica que atendía la mesa trajo el pedido, me sorprendió ver lo mismo que en mi casa se ha servido siempre como “huevos estrellados”, dos huevos fritos a la sartén, servidos en el plato sin ningún aderezo. -¿Cómo, estos son los huevos divorciados? -Le pregunté con cara de sorpresa a la muchacha. -¡Esos son! ¿Qué, esperaba usted otra cosa? -Me devolvió la pregunta. –Pues en verdad sí- insistí- me imaginé que cuando menos vendría uno en un plato y otro en otro. La mesera se sonrió, en cambio mi mujer se enojó conmigo y me echó una filípica respecto a los hábitos conyugales, las camas matrimoniales, los King-sizes, la tolerancia de los ronquidos y otras exhalaciones, las proyecciones de Segismundo Freud y algunos otros temas relacionados con el asunto de los huevos, que lograron que se me indigestaran y que casi llegáramos al divorcio mi esposa. No faltó en el tema el viejo lugar común de que el que está adentro quiere salir y el que está afuera quiere entrar. La discusión derivó, ya menos acaloradamente, hacia los matrimonios de parejas del mismo sexo, de los matrimonios de más de dos, y rematamos con la institución del matrimonio normal en sus dos aspectos, el legal y el religioso. Ella defendiendo la unión y yo despotricando y burlándome de su anacronismo. Volvimos a casa enfadados. Ya en la soledad de mi escritorio recorrí mentalmente la historia de la institución matrimonial, desde el Egipto de las pirámides en que esa forma de unión era privilegio faraónico para el único efecto de asegurar la permanencia en el poder hereditario. El arrejunte esporádico de los espartanos, para no interferir la vocación militar de sus ciudadanos, con lastres domésticos. El ayuntamiento árabe de un hombre con un serrallo de innumerables mujeres. El matrimonio romano de conveniencia económica y social; siguiendo ya en nuestra era con el matrimonio como sacramento religioso, después como institución civil, para rematar con las sociedades de convivencia. El repaso me hizo caer en cuenta de la necedad de los seres humanos. ¡Tan bien que se duerme solo, tan tranquilas que son las noches en que uno puede cruzarse en la cama, taparse o destaparse a gusto, roncar sin que nadie te codee, arrojar aires sin que te llamen marrano, puerco u otro comparativo degradante! ¡Cuánta necedad albergamos los seres humanos para insistir en sobrellevar una costumbre tan incómoda para todos los que la sufren! ¿Es tan fuerte la necesidad de compañía? Para terminar mis elucubraciones, pensé en el número de mujeres que conozco que viven solas y a gusto y conté cuando menos una docena y sin embargo ni un solo varón. Concluí: la necedad y la necesidad es de ellos, no de ellas. Y como los recuerdos son como los racimos de uvas, que tras de una se vienen otras, recordé que en un congreso de gemelos en Querétaro, hace cuatro años, en el restaurante del hotel donde nos alojamos, me sirvieron para desayunar un par de huevos tibios dentro de un recipiente de cristal que a su vez estaba dentro de otro de metal que contenía agua tibia; alrededor del recipiente de los huevos había otros conteniendo limones partidos, sal y salsas. Era tan elegante el servicio que se lo comenté a mi cuate, en la mesa donde estábamos en compañía de otras parejas de gemelos y gemelas, le dije: -“Nunca me habían servido tan bien los huevos como en este hotel”. Mi hermano levantó la vista de su plato, me vio por unos segundos y replicó: -Pues si te quieres quedar a vivir aquí, yo le aviso a tu vieja que ya no vas a regresar”.

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