martes, 27 de septiembre de 2011

¿POR QUÉ SEPTIEMBRE?

En el mes de septiembre México celebra su independencia, la liberación del yugo que representó la cruenta conquista y el sometimiento colonial por trescientos años, tiempo en que la fanática e imperialista España, impuso en América un gobierno monárquico dictatorial, una economía esclavista de explotación y una religión fundamentalista y fanatizante; con lo que se castró tajantemente la autosuficiencia, la autarquía y la inteligencia.
La lucha armada iniciada por Hidalgo y Allende, que culminara con Los Tratados de Córdoba, y el acta de independencia firmada pocos días después en la capital de México, no lograron de manera inmediata sus propósitos, fue poco a poco, con tropiezos y dando palos de ciego, que se fue desembarazando la nación de las ideas y acciones esclavistas, de la indeseable monarquía, de las taxativas de producción, acaparamiento, estanco de las actividades productivas; tuvieron que pasar otros cien años para llegar a las conquistas sociales que permitieron reconocer los derechos de la clase laborante, y la distribución de las tierras productivas para ponerlas en manos de quienes realmente las trabajaban, rescatándolas de del dominio de los hacendados y terratenientes que, hasta ya avanzado el siglo XX aún se oponían a las conquistas revolucionarias mediante la ilegal organización de guardias “blancas” como la famosa “mano negra” que a partir de Almolonga, Veracruz, se apoyaba en gatilleros criminales, para mantener su condición de caciques, jefes políticos, productores y comerciantes de bienes que el Estado pretendía controlar y moderar.
La Iglesia católica mexicana no sufrió menoscabo con el movimiento independentista; fue hasta la primera reforma de Valentín Gómez Farías, en 1883 mediante la cual los bienes de los descendientes de Cortés pasaron a poder de la nación y se destinaron a las tareas educativas, fueron secularizadas las misiones de la California, se confiscaron las posesiones de los misioneros filipinos, se pusieron en subasta los bienes que detentaban los misioneros de San Camilo, los diezmos pasaron a ser voluntarios, desapareció la obligatoriedad civil de los votos eclesiásticos, se prohibió al clero vender los bienes que se encontraran en su poder, fue suprimida la censura de prensa en materia religiosa, la pena de muerte por delitos políticos quedó abolida, se creó la Dirección General de Instrucción Pública para el Distrito Federal y Territorios de la Federación, la cual quedaba encargada de regir la educación y administrar las rentas destinadas a este objeto, así como custodiar los monumentos históricos y antigüedades, abrir nuevas escuelas públicas, impulsar el sistema lancasteriano de enseñanza y vigilar el funcionamiento de los colegios a cargo de particulares; fueron cerrados el Colegio de Santa María de Todos los Santos y la Universidad de México, se decretó el establecimiento de la Biblioteca Nacional y la apertura de seis centros especializados de educación superior; se ordenó al representante de México ante el Papa que pidiera la disminución de los días festivos y el Congreso resolvió que el Patronato, institución que durante siglos había dado a la corona española la atribución de nombrar curas, obispos y arzobispos, era un derecho de la nación; en fin, que fue don Valentín, haciendo honor a su nombre, el primero que trató de poner en su lugar a la Iglesia, dentro de un país laico y democrático, ésta respondió negándole sepultura en sagrado; al morir lo tuvieron que enterrar en el patio de su casa.
Con la famosa “rebelión de los Polkos” la Iglesia presionó, recobró como presidente al nefasto Santa Anna, y recuperó sus ancestrales fueros. Tuvo que llegar al poder otro hombre de inteligencia superior, Benito Juárez, para poder continuar con la propuesta democrática de la nación mexicana. La iglesia no cejó, costeó a precio de oro el advenimiento del segundo imperio mexicano, para mantener su poder y fueros. Los curas de esa época ya no dieron la cara, como lo hizo Hidalgo, Morelos y Matamoros por otra causa verdaderamente noble, los de la guerra de reforma se valieron de testaferros imbéciles como Miramón, Mejía, Almonte y otros muchos que no merecen ser recordados por su nombre. Lo que logró la Iglesia con todo esto, fue algo que ellos nunca concedieron: tolerancia. Hasta que el movimiento pendular de la historia trajo al mandato constitucional a Obregón y Calles, conocedores de la problemática nacional y por ello enemigos de la Iglesia y sus atropellos. Obregón murió en manos de un fanático idiotizado por la “fe”. Calles la libró porque Cárdenas lo expulsó oportunamente del país; en ese tiempo 1926-1929 la Iglesia empujó a la guerra a sus descerebrados incondicionales al grito de “Viva Cristo Rey” con el visible propósito de recuperar los privilegios y la dependencia directa al Estado Vaticano y no al mexicano. El gobierno democrático cedió un poco. Con los gobiernos priistas, se mantuvo un trato de distancia y de respeto; la separación de la Iglesia y Estado funcionó más o menos, hasta que Salinas que desgobernaba el país, atendiendo las recomendaciones de su mujer, dispuso reformas constitucionales que volvieron a insuflarle poder a la Iglesia, a partir de ahí cobran fuerza personajes de moral pública muy discutible, como Posadas Ocampo, Onésimo Cepeda, Norberto Rivera y el culmen: Marcial Maciel Degollado, los cuales, una vez habiendo triunfado el partido que ellos auspician, pasaron a promover una intromisión de pronóstico reservado.
Quienes representan al pueblo en posiciones de poder, no a dios como los curas, sino al pueblo, como los presidentes, gobernadores y diputados, deben estar muy alertas de las maniobras de las mafias constituidas, llámenles “zetas” “crimen organizado” o “iglesias”; las tres buscan lo mismo, desequilibrar el poder constituido legalmente para hacerse de fuerza y riqueza. No es casual que en el mes en que México celebra su independencia nacional, la Iglesia organice el paseo de una reliquia religiosa que insiste en demostrar que el pueblo sigue mental y emocionalmente cautivo; nos están diciendo que la independencia no se ha consumado; el hecho de que, en contraste con las deslucidas convocatorias al grito de independencia organizadas por el gobierno, se organicen procesiones y aglomeraciones de fe, en la misma plaza pública, significan que el régimen de poder constituido democráticamente es menos taquillero que los de enfrente. Porque, para acabarla de joder, como todo mundo sabe y puede ver, el poder terrenal, desde tiempos de la conquista, se ha fincado enfrente del poder celestial, que no para de luchar por sus fueros. Nos urge un gobierno que marque muy claramente la histórica y necesaria separación entre Iglesia y Estado.

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