lunes, 19 de septiembre de 2011

EL ZORRO

Esta vez hablaré de Miguel Hidalgo, con las palabras de todos los días, con las palabras que usamos cuando, siendo niños, nuestros maestros nos lo mostraron como ejemplo y nuestros compañeros de aula nos enseñaron a hacer chascarrillos con su nombre, demostración clara del impacto que su personalidad hizo en nosotros. Hablaré de Miguel Hidalgo como hombre que dentro de su dimensión humana, supo enfrentarse a su tiempo con sus propios recursos cumpliendo y justificando para sí mismo su origen y su vida, ya que su muerte, la justificó su propia existencia filantrópicamente agresiva y dinámica.
Su Origen: Provinciano, americano, mexicano criollo, sin mezclas, su piel es clara en medio de una sociedad de castas en donde la pigmentación es importante, su mundo está integrado por un curioso elenco de seres que se hacen llamar peninsulares y que miran hacia abajo a criollos, mestizos, castizos, mulatos, moriscos, cambujos, coyotes, jíbaros, saltapatrás , tente en el aire y en el último estrato a los maceguales, distinciones obligatorias por encima de la piel con las ropas de clase y por debajo de ella con el estigma del dominio intelectual que se hace cotidianamente manifiesto en las actividades laborales, en las retribuciones, en el trato y maltrato de unas a otras castas. La iglesia y el Estado son una misma cosa, una domina el pensamiento, otro domina la acción, ambos limitan toda iniciativa de cambio, toda inventiva, todo impulso para modificar las estructuras de poder. Una sociedad como ésta no puede otra cosa que engendrar hombres rebeldes, dentro de sí misma va la semilla de su destrucción, que ésta vez, protagoniza precisamente el primer revolucionario de la Historia de México, Miguel Hidalgo.
Su Vida: Veamos a Miguel Hidalgo el niño, jinete en alazán de crin al viento corriendo por el campo de labranza y sin saberlo, forjando la valiosa destreza que ha de salvarlo en el campo de batalla; pequeño compañero de mestizos, criollos y maceguales, de estos aprende las primeras palabras del otomí y del tarasco y en el fondo de ellas la queja de una casta. No solo aficionado a los juegos del campo, también llena su mundo interior del arte de su tiempo, niño de clavicordio y de guitarra, desahoga la pena de su orfandad temprana con la música triste.
Lo mejor de la cultura de la Nueva España, aprende Miguelito de doce años en un colegio de Jesuitas, incursiona en las letras, en la filosofía y recorre la geografía doméstica de su terruño: Valladolid, Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro, Cuitzeo, Zinapécuaro Indaparapeo y otras ciudades de trabalenguas que enseñan e ilustran al Joven Hidalgo.
Miguel ya es bachiller en letras a los 17 años, a los 20 recibe un doble premio: el grado de Presidente de las "Academias" y el apodo de "El Zorro", a los 25 es sacerdote presbítero, grado máximo al que puede aspirar siendo criollo.
Miguel el hombre es talentoso, habla seis idiomas y ello le da acceso a la cultura religiosa, a la filosofía de los latinos, a las lecturas modernas de igualdad, libertad y fraternidad que proclaman los franceses, a la queja secular de los tarascos que al lamentar su pena tal parece que cantan.
Miguel el hombre es innovador, critica incisivamente la cultura tradicionalista, crea nuevos métodos de enseñanza de la teología y se expresa de quienes alguna vez le enseñaron y pronto superó, como de ""un hato de ignorantes"".
Miguel el hombre es desprendido al grado de la filantropía y del despilfarro, adquiere bienes raíces en Colima y los regala, obtiene dinero de su curato y lo juega al azar, los bienes verdaderamente valioso nos son los terrenales, él tiene su propio juego de valores supremos.
Miguel el hombre es bohemio, diestro guitarrista, organizador de reuniones y fiestas que terminan en los amaneceres, su alegría y buen humor contagia a los vecinos y escandaliza a otros que aún viven dentro de la mazmorra del tradicionalismo ético- religioso.
Miguel el hombre es un buen padre, reconoce a sus hijos Mariano Lino, Agustina, Joaquín, Micaela y María Josefa y ese reconocimiento le vale la permanente crítica y la reprobación de las autoridades eclesiales.
Miguel el hombre es emprendedor, su iniciativa, lo lleva a promover y realizar pequeñas industrias, convencido de que la producción es uno de los caminos de alivio económico para los lugareños: cría ganado bravo, establece una alfarería, cultiva el gusano de seda, la apicultura, implanta talleres de hilados de lana, explota una mina, curte pieles, maneja una rústica fundición y forja de herramientas; no es mentira la afirmación de que las ahora poderosas industrias del curtido y del calzado de aquella zona, nacieron a instancias de Miguel Hidalgo, el cura innovador.
Ese es Miguel el hombre, el de las dimensiones humanas, el que no tiene dotes sobrenaturales, el que lucha desde su modesto lugar (como puede hacerlo ahora cualquiera de nosotros) contra las fuerzas opresoras. Aún son actuales las palabras de incitación que dice a Pedro... a Pedro José Sotelo, su operario y sirviente más cercano: ""Guarda el secreto y oye. No conviene que siendo mexicanos, dueños de un país tan hermoso y rico, continuemos por más tiempo bajo el gobierno de los gachupines. Estos nos extorsionan, nos tienen bajo un yugo que ya no es posible soportar más tiempo, nos tratan como si fuéramos sus esclavos; no somos dueños de hablar con libertad; no disfrutamos de los frutos de nuestro suelo porque ellos son los dueños de todo, pagamos tributos por vivir en lo que es de nosotros y porque ustedes, los casados, vivan con sus esposas. Estamos bajo la más tiránica opresión"".
Ese es Miguel el hombre, el de los pies sobre la tierra, el que opina que: ""Por mucho que hicieran los gobernantes sería nada si no toman como cimiento la buena educación del pueblo, que ésta es la verdadera moralidad, riqueza y poder de las naciones"".
Ese es Miguel el hombre, el que mientras afirma un ideario renovador, construye cañones en su fundición de Dolores. El que conociendo el poder del sincretismo religioso, se vale de él para revertir sus afectos contra sus propios implantadores.- El que no claudica, el que no se tienta el corazón para condenar a muerte a 350 gachupines. El que apuesta su vida por la suerte de una patria y se gana su paternidad. El que como buen mexicano, se la jugó y se quedó en la raya.
Su degradación: Ahí está Miguel Hidalgo frente a la sombras oscuras que no llegan a hacerse personajes, son sus censores, sus enjuiciadores vestidos con traje talar a quienes urge imponer sin más dilatación ""al criminoso reo, las penas canónicas que merecen sus atroces delitos"".
""El 29 de julio de 1811, estando el señor Juez comisionado en el Hospital Real de esta Villa con sus asociados y varias personas eclesiásticas y seculares que acudieron a presenciar el acto, compareció en hábitos clericales el reo don Miguel Hidalgo y Costilla en el paraje destinado para pronunciar y hacerle saber la procedente sentencia; y después de habérsele quitado las prisiones y quedado libre, los eclesiásticos destinados para el efecto le revistieron de todos los ornamentos de su orden presbiteral de color encarnado y el señor Juez pasó a ocupar la silla que en lugar conveniente le estaba preparada, revestido de amito, alba, círculo, estola y capa pluvial e inclinado al pueblo y acompañándole el juez secular (omito su nombre intencionalmente), puesto de rodillas el reo ante el referido comisionado, este manifestó al pueblo la causa de su degradación, y enseguida pronunció contra él la sentencia y concluida su lectura procedió a desnudarlo de todos los ornamentos de su orden, empezando por el último y descendiendo gradualmente hasta el primero en la forma que prescribe el Pontifical Romano . . . y después de haber intercedido por el reo con la mayor instancia y encarecimiento ante el Juez Real para que se le mitigase la pena, no imponiéndole la de la muerte ni mutilación de miembros, los ministros de la curia seglar recibieron bajo su custodia al citado reo ya degradado, llevándoselo consigo.
Miguel Hidalgo ya no es cura, ahora es un hombre, un reo que va hacia donde lo espera una sentencia más la de su muerte:
". . .Soy del sentir que vuestra señoría puede declarar que el citado Hidalgo es reo de alta traición, mandante de alevosos homicidios; que debe morir por ello; confiscándosele sus bienes y es conforme a las resoluciones expresadas, y que sus proclamas y papeles seductivos deben ser dados al fuego público e ignominiosamente”.
“En cuanto al género de su muerte a que se le haya de destinar encuentro y estoy convencido de que la más afrentosa que pudiera escogitársele, aún no satisfaría competentemente la venganza pública: que él es delincuente atrocísimo, que asombran sus enormes maldades, y que es difícil que nazca monstruo igual a él; que es indigno de toda consideración por su personal individuo; pero es ministro del altísimo, marcado con el indeleble carácter de sacerdote de la ley de gracia, en que por nuestra fortuna hemos nacido; y que la lenidad inseparable a todo cristiano, ha resultado siempre en nuestras leyes, y en nuestros soberanos, reverenciando a la Iglesia y a sus sacerdotes, aunque hayan incurrido en delitos atroces.
Por tanto, si estas consideraciones tuvieran lugar en la cristianía de vuestra señoría, ya que no puede darse garrote por falta de instrumentos y verdugos que lo hagan, podrá mandar si fuera de su agrado, que sea pasado por las armas en la misma prisión en que está, o en otro semejante lugar a propósito, y que después se manifieste al público para satisfacción de los escándalos que ha recibido por su causa"".
Documentos como este dictamen denigran a quienes los producen y enaltecen a quien pretenden degradar.
Su muerte: 30 de Julio de 1811, siete de la mañana de un luminoso pero triste día; Miguel el hombre, con sus cincuenta y ocho años camina hacía el paredón, ha pasado la noche en oración, su rostro luce sumamente pálido, privada y públicamente se ha arrepentido de sus "yerros"; reparte generosamente sus últimos pequeños bienes: algunos dulces, algunas ropas, sigue siendo generoso, filántropo aún consigo mismo, pues ha pedido ser mejor servido en los últimos momentos de su existencia; camina Miguel el hombre rumbo a su muerte:
""Mis proyectos, igualmente útiles y favorables a americanos y europeos, se reducen a proclamar la independencia y libertad de la nación"".
Se forma el cuadro, Miguel el hombre marcha hacia el banquillo donde será atado, lleva un pequeño libro de oraciones en la diestra y un crucifijo en la mano izquierda:
""Los prisioneros que traemos a nuestra compañía así permanecerán hasta que se consiga la insinuada libertad e independencia"".
Miguel Hidalgo está frente al pelotón con los ojos vendados, se escucha la voz de mando, tres palabras que harán llegar la muerte, algunos soldados tiemblan:
""Tiene protección divina/ la piedad que has ejercido/ con un pobre desvalido/ que no ha de retribuir/ ningún favor recibido/ pues mañana va a morir"".
A la primera descarga "el dolor lo hizo torcerse un poco", - dijo un testigo -, la venda cayó al suelo, sus ojos claros reflejaron un tremendo dolor, dolor físico, dolor humano.
""Das consuelo al desvalido/ en cuanto te es permitido/ partes el postre con él/ y agradecido Miguel/ te da las gracias rendido"".
Hubo necesidad de dos descargas más.
Como gotas de cristal pulido, dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas silenciosamente. A lo lejos los hijos de la nueva patria nos quedamos invocando a Miguel Hidalgo, a Miguel el Padre, a Miguel el Hombre.

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