jueves, 10 de febrero de 2011

SENSIBILIDAD O CRUDA

La libertad de expresión es algo que caracteriza a las democracias, igual que a las dictaduras las identifica la represión a lo que se dice, se lee y se hace. Los actos represivos que pueden evitar que alguien se exprese libremente, pueden ir desde el corrupto cochupo o chayo, hasta el homicidio, pasando por la suspensión de los derechos laborales del asalariado que dijo lo que no se quería oír, la amenaza de daño a él o a su familia, el encarcelamiento, en fin la vieja rima “encierro, destierro o entierro”.
Los dictadores o aspirantes a serlo pueden ser también caracterizados; por lo regular son: chaparros como Franco, cínicos como Pinochet, autocomplacientes como Fidel, narcisistas como Julio Cesar y Hugo Chávez, fascistas como Hitler, Mussolini y Porfirio Díaz, o todo junto como Napoleón.
El proceso sicológico que se desarrolla en personajes como los mentados arriba, es muy característico y está estudiado por los alienistas, algunos lo llaman megalomanía y saben que progresa a partir de sentirse por encima de todos los demás. El viaje interior sería así: Distinguido> ejemplar> indispensable> elegido (por los hombres)> elegido por dios> enviado de dios> hijo de dios> dios mismo> salvador del pueblo> salvador de la humanidad. Por eso esta enfermedad mental prende con gran facilidad en personas señaladas y apapachadas socialmente como diputados, líderes, presidentes, gobernadores, ejecutivos, millonarios, y ya ni qué decir de obispos, arzobispos y papas que a través de los siglos han acabado por creerse la mentira de que son “vicarios” o sea representantes y enviados de dios.
Llegan estos personajes a suponer que su voluntad es la que rige el mundo, que sus acciones son infalibles y que quien se atreva a contradecirlos o a calificarlos como menos que semidioses o dioses, según lo avanzado de la enfermedad de que adolecen, merecen castigo
ejemplar. Para estos enfermos el poder y la adulación son caldo de cultivo que retroalimenta la enfermedad, así que caen dentro de un grave círculo vicioso del que es casi imposible salir y en el cual sólo permiten la cercanía de aduladores serviles, tomando como ofensa o agresión toda idea que ponga en duda su divinidad, superioridad o infalibilidad. Son esos que afirman que: “el que no está conmigo está contra mí”.
Lo prudente es no acercarse mucho a ellos, si no se es loquero que tenga que tratarlos o administrarles alguna medicina calmante, porque la megalomanía es contagiosa aunque parezca mentira; existen multitud de casos fuera de manicomio, de personajes que sintiéndose supremos, se rodean de individuos que al poco tiempo asumen actitudes apostólicas, convencidos de que son la salvación de la humanidad o del país donde viven. Se erigen en “pastores” y ven como rebaño a los demás. De ese modo se explica que Fidel haya pasado de revolucionario a dictador sin darse cuenta y cuando se le acabaron las fuerzas puso a su hermano Raúl de pastor del hato que durante tantos años se dedicó a domesticar para que sólo abran la boca para comer… cuando hay; ahora Raúl Castro inicia el recorrido sintomático de la megalomanía; si vive lo suficiente veremos avanzar su mal siguiendo las mismas etapas ya descritas.
México ha tenido un camino muy empedrado en lo que se refiere a democracia, las dictaduras han prevalecido a lo largo de la historia porque quienes llegan al poder no quieren soltarlo, lo hacen muy mal, y encima exigen un respeto y consideración que no se ganan. Desde Moctezuma el tlatoani al que no se podía tocar ni verle de frente ni darla la espalda, seguido por los reyes y virreyes de la época colonial, para proseguir con Iturbide que pretendió formar una corte ridícula; Antonio López de Santa Ana (el quince uñas), Benito Juárez que murió siendo presidente, que si no a lo mejor hubiera sido un Díaz prematuro, el pobre Maximiliano iluso, inocente y penitente manipulado por la Iglesia de su tiempo, don Porfirio el culmen de la satrapía, la “dictadura de partido” que nos soplamos y resoplamos más de setenta años, y ahora que pensábamos que habíamos dado un paso hacia la democracia, aparece este señor Calderón, megalómano, al que le ofende que alguien sugiera que es borracho. Pues miren que casualidad, yo que si soy borracho me sentiría ofendido si me compararan con él.

Nuestro gobierno de zaga
con movimiento impreciso,
no puede con quien la hizo
y busca quién se la paga,
apunta muy mal la daga
y atacando sin empacho
dice: “a ésta la despacho”,
y a la Aristegui corrió,
con lo que al fin confirmó
su puntería de borracho.

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