jueves, 12 de marzo de 2009

LAS VIVAS DE JUÁREZ

Este textículo, tiene el propósito de aclarar que “las muertas de Juárez” no tienen nada que ver con el Benemérito, lo que ha pasado es que esos casi ochocientos homicidios que a lo largo de doce años se han venido sucediendo en la tierra de Tintán y de Teófilo Borunda (con quienes tampoco tienen nada que ver), han hecho todavía más famoso el apellido de don Benito. Ciudad Juárez se llama así desde 1888 por decreto de don Porfirio Díaz, a honras de que en agosto de 1865 el presidente más correteado de la historia mexicana estableció ahí la sede de la república que tanto defendió para nosotros; hasta entonces el lugar se llamaba Villa Paso del Norte.
Amnistía Internacional es la institución que ha usado el penoso nombre de “Las muertas de Juárez” para referirse a la indignante ola de muertes sin responsables directos visibles, aunque las sospechas más creíbles conduzcan hacia misóginos fanáticos, fundamentalistas que creen estar haciendo un bien con el exterminio del género que induce a la tentación y al pecado pero que se ocultan quizás tras de la poderosa influencia de la Iglesia.
Benito Juárez García el hombre, invariablemente trató a las mujeres con el mayor comedimiento y respeto. Hay que considerar que eran tiempos en que la mujer debía estar en su casa, pero a los esposos de sus hijas, los incluyó en la nómina oficial o en la lista de proveedores del gobierno, como a Delfín Sánchez, esposo de Felícitas Juárez, quien se convirtió en el principal contratista del ministerio de guerra. Así también a José, hermano de Delfín y marido de María de Jesús, una de las gemelas hija de Benito, y a Pedro Contreras Elizalde, esposo de Margarita quien a pesar de ser cubano lo hizo diputado y luego alto funcionario de la comisión de educación pública.
Cuando se habla de Juárez, dos damas se destacan por su nobleza, carácter inquebrantable e inteligencia, dentro del torbellino que fue la guerra de reforma y el segundo imperio mexicano: la emperatriz Carlota Amalia (mamá Carlota para el pueblo) y la princesa Salm Salm.
La primera, porque antes que su iluso marido, vio venir el doloroso desenlace que tendría su aventura y emprendió un viaje sin retorno para defender a su esposo, a pesar de las desavenencias matrimoniales y a su imperio tambaleante, ante un Napoleón (III) apócrifo, y ante un Papa misógino y misérrimo (Pío IX) que, como siempre y como todos, sólo sabía obtener pero nunca otorgar. Su angustia devino en locura y ésta en una cruel longevidad de la que han dado cuenta infinidad de escritores.
La segunda a quien me referí fue la princesa Salm Salm, cuyo nombre de soltera fue Agnes Elízabet Winona Leclerc quien por defender la vida de su marido que era jefe de guardias de Maximiliano y de paso la del archiduque, no tuvo empacho en postrarse ante el indio de Guelatao y suplicar arrodillada por la vida de ambos. Ella misma cuenta en su libro titulado “Diez años de mi vida” que al presidente se le llenaron los ojos de lágrimas, pero la respuesta fue un justificado y doloroso no.
Traigo estos datos a colación tratando de conjurar el feo rubro de “las muertas de Juárez”. Yo creo que es reivindicativo hablar de “las vivas de Juárez”

No hay comentarios:

Publicar un comentario