viernes, 27 de marzo de 2009

LA ÚLTIMA NANÁ

Ahora ya se puede hablar sin rubor y sin rumor, de un asunto que hasta hace muy poco tiempo era vergonzoso en nuestra cultura moralina occidental: el escalamiento social y económico de muchas mujeres mediante el tráfico de las labores propias de su sexo, y podemos abordar el tema sin tapujos porque ya no ofendemos a nadie, ya no existe esa práctica milenaria, gracias a la democratización y a la igualdad de género que después de la segunda mitad del siglo XX cobra observancia general. Hoy por hoy el trato entre mujeres y hombres no distingue; los rincones de las aceras, los asientos del autobús, la cocina de la casa son para todos. Ya no hay adjetivos ni pronombres comunes sino que oradores y oradoras deben referirse a ellos y ellas, ya no hay prioridades y están por acabarse las cuotas de género en los partidos y en los encargos públicos; así como en el hogar, el trabajo que antes estaba reservado a las mujeres ahora lo hacemos todos por igual, con deshonrosas excepciones, también en la oficina, en la fábrica, en el ámbito oficial y aún en la calle, las tareas no tienen reserva o destino por género. Betty la fea no es televisivamente discriminada por mujer, sino por fea. El hombre poco a poco se ha ido haciendo inmune a los encantos femeninos, y la mujer va siendo cada vez más libre y autosuficiente, de modo que ya no hace falta atenerse a otro u otra para obtener lo necesario como lo fue durante tanto tiempo.
La última víctima anacrónica de la vieja práctica está en la cárcel: Irma Serrano, alias La Tigresa. Pero doña Irma no entró al fresco bote por esa lucrativa práctica de ganarse el pan con el sudor del de enfrente, sino por las secuelas de influyentismo que le dejó la abundante saliva de don Gustavo. Creyó que podía cometer el delito de despojo impunemente, arrebatando a calzón quitado a una inquilina un bien alquilado, del que ella no podía disponer, aunque fuera dueña y la inquilina si. Creyó que el ángel de la guarda de sus mejores Díaz la resguardaba de sus malas acciones, se le olvidó que el México de ahora ya tampoco es como el México de ayer donde el fuero se obtenía por contagio venéreo.
Todo México conoce la vida de La Tigresa y la comenta en tono de burla, chistes de cantina, anécdotas curiosas y hasta mofas públicas de las que, para mi buena suerte me tocó ser testigo. Pocos recuerdan en abono a su escasa posibilidad de defensa, su ardiente juventud, la belleza de la que hizo gala en el cine nacional, su voz vibrante porque no cantaba nada mal las rancheras, la capacidad histriónica con que se lució en pelotas en el papel de la Naná, de Emilio Zolá en versión abusiva y corrugada, que nadie mejor que ella podía haberla interpretado como vivido. Se le recuerda frívolamente porque todos esos atributos los puso a remate del mejor postor y tuvo la suerte de que, como dice el dicho: “el cochino más trompudo se llevara la mejor mazorca”. Ella misma en multitud de entrevistas nos hizo saber su intimidad con el presidente de la república. Muchos se lo creyeron y sin lugar a dudas, como el PRD, le ofrecieron la candidatura a la gobernación de su natal Chiapas y el escaño en el senado de la república, sin reparar en su ausencia de sesos, dicho sea con la misma disculpa de la fealdad de Betty, o sea, no por mujer, sino por bruta. Ha orgullo ha tenido su condición de dama de compañía talámica que le permitió atesorar la riqueza suficiente para, emulando a García Lorca, llevarse al río a mozuelos que no tenían marida, aunque en este caso se sabe que los lleva a la alberca de su casa y los acuesta en la cama que alguna vez fue de la emperatriz Carlota, regalo del susodicho. Ahora en arraigo domiciliario… la justicia ha echado un pez (celacanto) al agua.
Pero bueno, todo esto para saludar la cultura que hoy nos permite encontrar hombres y mujeres que no necesitan que se les mantenga, nada más que se les entretenga.

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