miércoles, 4 de abril de 2012

LA TORTURA

La privación de la libertad no es otra cosa
que un modo “civilizado” de torturar.


Los legisladores no se ponen de acuerdo, y no se pondrán; porque se les olvida que el suplicio forma parte de la esencia humana, estamos inmersos en él; ni Adán ni Eva se salvaron de la tortura, el mismo Dios los condenó, a una a parir con dolor, y al otro a ganar el pan con el sudor de la frente; desde entonces vivir es un agobio. Solo los que no naces no sufren. Solo los que no trabajan no se angustian.
Hágase la tortura…y la tortura fue hecha. Nace el hombre en medio de la sangre y grita su primera protesta al llegar a este mundo torturado, y aunque la civilización y la cultura han menguando el suplicio de vivir, no lo han erradicado. Los padres somos los primeros torturadores; luego los maestros; más adelante la prójima o el prójimo.
Nos tortura la adolescencia con su irremediable carga libidinal; la madurez con su lastre de responsabilidades y la decrepitud con su fatal declive hacia la muerte; que paradójicamente es la única que no tortura.
La tortura santifica, concede heroicidad, exalta. ¿Cuántos santos y héroes lo son precisamente porque fueron martirizados? ¿Cuántos, en cambio, hombres dichosos han pasado a la gloria y a la excelsitud? -Ninguno: la risa no redime, redime el martirio.
Antes que el “Joven abuelo” Cuauhtémoc, el primer héroe de la Resistencia mexicana: Cuauhpopoca, señor de Nautla, fue martirizado para escarmiento de rebeldes. Quemado vivo por orden de Cortés en presencia del propio Moctezuma. Cuenta la historia que en medio de la plaza mayor, se erigió una pira a la usanza medieval, en una estaca en el centro fue atado Cuauhpopoca. El valiente soportó el suplicio sin proferir palabra. Solo cuando el fuego intenso lo cubrió, un terrible alarido rasgó el silencio vibrátil y el tronido explosivo de su cabeza hizo eco en las escalinatas del templo.
Cuauhtémoc, “único héroe a la altura del arte”, y segundo héroe de la Resistencia. ¿Qué otra acción más destacada le conocemos que la de haber soportado los impulsos callicidas he Hernán Cortés? ¿Cuánto desprecio nos enseñaron nuestros profesores, hacia Tetlepanquetzal señor de Tacuba?, su compañero callitostado que “cobardemente” se desmayó de dolor mientras el Águila Descendente acuñaba su célebre frase: “Acaso estoy en un lecho rosas” (que dicho al canto, es una falsa y zafia atribución).
Nuestros héroes son mártires: Chucho el Roto es un personaje histórico nacional porque soportó una gota de agua cayendo sobre su cabeza en las mazmorras de San Juan de Ulúa. El segurito es un olvidado héroe de la ciudad, porque lo mató la policía a golpes y “buceadas” en el pocito.
Creo en la tortura y en el potro de los suplicios. Los miopes niegan que haya torturas en nuestro país; gustan de verla a la distancia; la aceptan en Irak, en Livia, en las antípodas, pero no en México. Yo creo en la tortura nacional como una institución. Creo en los toques eléctricos en los testículos, en el inmaculado golpe con toalla mojada y en el jaibólico tehuacanazo por la nariz que hace decir que sí aunque sea no; por más que las almas caritativas de los detractores de tormento, recomienden, que el Tehuacán sea de sabores para, cuando menos, darle a elegir al reo de qué se la quiere echar. Creo incluso en el suplicio gratuito de la autoinmolación: en el escapulario de nopales en la manda de rodillas hasta la Basílica o hasta el Cristo del Cubilete; en la peregrinación con frijoles dentro de los zapatos y en el golpe de disciplina espinosa. Creo en los héroes como en los mártires nacionales de la “cristiada”. Creo e los instrumentos de tormento. Creo en Jesús y en Cuauhtémoc y por eso de mi cuello en gruesa cadena de oro, pende una cruz y un anafre.

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