sábado, 10 de marzo de 2012

TEOCUITLATL

La traducción literal al castellano de la palabra náhuatl TEOCUITLATL, es exactamente ‘mierda de dios’. Era el nombre con que nuestros antepasados prehispánicos llamaban al oro. La asociación semántica entre el metal amarillo y las excretas humanas, es ancestral, pero aún nosotros lo seguimos aplicando sin darnos cuenta, llamamos orín, diminutivo de oro, a nuestros meados. Menos prosaicos fueron los latinos que lo llamaron “aurum”, ‘amanecer brillante’, asociándolo al color de las auroras mediterráneas. Habrá que tener en cuenta, para redondear la idea, de que el concepto de dios ha estado asociado al sol en todas las religiones del mundo, así que, en las dos referencias vemos que el metal precioso contiene una advocación divina. Sus cualidades: que sea amarillo y brillante como el sol, puro y caprichosamente maleable, lo hicieron útil como un rezo; el oro, por muchos conceptos, ha hecho las veces de plegaria, de ruego al ser que nos da la vida de acuerdo a las creencias más antiguas, que persisten hasta nuestros días.
Las primeras noticias del uso del oro trabajado por orfebres, (del francés orfèvre= artesano del oro) nos vienen de un encuentro arqueológico realizado a partir de 1972 en Varna, Bulgaria; el depósito data de hace casi siete mil años, en la que se encontraron entierros funerarios donde los restos áridos estaban adornados con collares, petos, brazaletes, pulseras y en un solo caso un condón de oro. Los estudiosos coinciden en que las ofrendas de oro en las tumbas, confirman la invocación a dios, son la rogativa del buen fin, el viático para el camino al encuentro del sol; la creencia de otra vida en compañía de la deslumbrante divinidad.
También se ha inferido, a partir de los descubrimientos arqueológicos, que la presencia del oro en los depósitos funerarios señala la importancia de los personajes yacentes: a mayor rango social, mayor cantidad de objetos dorados, la ausencia de oro en las tumbas, relacionada con la posición de los esqueletos y el número de ellos en un solo depósito, hace suponer que los enterrados eran gente del pueblo, sin categoría social. Ergo, el oro ha estado siempre asociado, después de a la divinidad, a quienes se han atribuido la cercanía con dios, como los sacerdotes, las sacerdotisas, los reyes, las reinas y los Papas. No es pues, una casualidad que las coronas y los cetros sean de oro y, que los altares y retablos de los templos, que representan la puerta de entrada al cielo, hayan sido recubiertos con oro laminado, así como las custodias fueran confeccionadas de ese metal. No hay duda de la invocación divina y solar, en el ritual religioso ningún objeto es más parecido al dios sol, que una custodia donde se simulan la redondez y los rayos dorados del astro rey, o para mayor apego a la idea, del astro dios.
Muchos siglos pasaron para que al oro se le hubiere dado carácter utilitario convirtiéndolo en moneda, de la primera que se tiene noticia proviene de Lidia, hoy Turquía, en Asia Menor, y data de 680 años a.C., tiene grabada la cabeza de un león de fauces abiertas y el infaltable sol. Siempre el sol, águila o sol, como las que se acuñaron en el México de toda nuestra vida. Hay nuevos descubrimientos, que aseguran que hace casi cinco mil años ya se acuñaban monedas en Mohenjo-Daro, hoy Paquistán, pero el dato es irrelevante para este trabajo.
El oro en la actualidad, tiene más importantes aplicaciones en la industria que en la economía y orfebrería, las reservas metálicas del mundo salieron de la entraña de la tierra para volver a ella en los subterráneos de Fort Knox o en las cajas de caudales de los bancos del mundo. Su valor es, como la invocación de dios, estimativo, ficticio e inconsecuente. El ser humano, como entidad biológica, puede pasar la vida perfectamente bien, sin necesitar nunca del oro.
La obtención del metal ha generado siempre, más víctimas que beneficiarios. Se dice que la mayor parte del oro que se atesora en el mundo, salió de las minas de Potosí en Bolivia, uno de los países más pobres del mundo. La codicia del metal precioso, ha estado siempre por encima de lo razonable, pero en la actualidad cae en la estupidez más profunda porque, como invocación a dios es un anacronismo que sólo despierta el ansia de los cleptómanos “sacrílegos”, como moneda ya no se usa, vale más un plástico, con monedero promocional en las tiendas de autoservicio; en los dientes es una divisa de que se es payo rematado y, ante todos estos fracasos vale preguntarle a los industriales de “Caballo Blanco” ¿Para qué tanto rascar por oro? ¿Qué van a ganar, que valga más de lo que están gastando? Que no será para atesorarlo y guardarlo, que para eso, más vale donde lo puso Dios sin tanta maquinaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario