martes, 18 de octubre de 2011

CASO DE ALARMA

Alarmante la prevaricación que por voz de uno de sus miembros, ha hecho la Iglesia Católica, de la frase atribuida al personaje de su veneración: Jesús el Cristo, referente a separar y distinguir los ámbitos de pertenencia: “A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. Alarmante porque pretenden desacreditarla ahora, para justificar la intromisión de los ministros de la Iglesia en la vida social y política, que por razones bien conocidas, el Estado mexicano se vio obligado a limitar, para poner coto a los abusos que, a lo largo de cuatrocientos años, vino perpetrando esa organización religiosa, sobre el pueblo mexicano crédulo e indefenso.
El enfrentamiento entre “conservadores” y “liberales” en nuestro país, ha llenado los capítulos más sangrientos de la historia. Desde la Conquista que, muchas veces se ha dicho con razón, que se hizo, primero con la cruz y luego con la espada; hasta la guerra cristera en la primera mitad del siglo XX. La pugna entre los intereses de los que se apoderaron de todo, incluso de los seres humanos, sus testaferros, y de los que se quedaron sin nada, los muertos de hambre, obligados a creer mentiras y a pagar diezmo, es la causa de que México sea uno de los países más empobrecidos del mundo. Nótese que no digo pobre sino empobrecido, porque la riqueza existe, sólo que ha estado a través de quinientos años en manos de unos cuantos, entre los que se cuenta precisamente la iglesia católica mexicana y sus oficiantes que reverencian a Roma, antes que a la patria a la que le han quitado mañosamente todo lo que tienen y comparten con el Vaticano.
Los que trajeron la cruz como emblema, el “Santiago” como grito de guerra, y la Guadalupana como emperatriz de América, diciéndose mensajeros del cielo, se apoderaron de los mejores lugares de la tierra mexicana. No es de chiripa que en todas las ciudades de la nación las catedrales, parroquias y templos en general estén en los mejores espacios, en el corazón mismo de los centros urbanos, mientras que las moradas de los penitentes que sostienen esa opulencia se derraman en las goteras, en las cañadas, en los arrabales de las ciudades. Y así como eso, durante cientos de años le ha convenido a la iglesia fomentar la pobreza como mérito para heredar un más allá que se inventaron ad hoc, pero que nadie puede probar su realidad. Cuando Juárez secularizó los bienes de la Iglesia, ésta detentaba el noventa por ciento de las tierras de la nación, útiles y ociosas, no importaba mientras fueran de ella, los pobres se morían de hambre.
La lucha por las posiciones sociales es la lucha por las posesiones reales, es la lucha por la recuperación del dominio económico en la proporción que lo tuvieron en la época colonial, aunque bien a bien no lo han perdido del todo. La iglesia católica mexicana es la más rica de entre otras que pululan en el país con los mismos frustrados propósitos, apoderarse de la voluntad de los crédulos. Es una de las más ricas del mundo. Existe información de que las más gordas aportaciones de dinero que llegan al Vaticano, van desde México; no es casual que un Papa decida venir a saludarnos tantas veces.
Lo que ahora hace el Estado: vivir, y muy bien, de nuestros impuestos, otorgar servicios tales como registrar nacimientos, casar y enterrar, encarcelar a los malos, entre muchos otros, los hacia la Iglesia, sólo que en un momento de la historia el Estado se los arrebató y decretó su exclusividad; pero esta no se ha resignado a la pérdida, porque era lo que le reportaba las grandes utilidades. Pero el Estado, con todas sus equivocaciones es más democrático que la Iglesia, cuando menos pretende repartir o compartir con el pueblo, y no hace ostentación con retablos forrados de oro laminado en los altares siempre puestos frente a la miseria de los que se hincan con humildad exigida y premiada con promesas falsas.
La pugna es ni más ni menos por el poder y la riqueza. La Iglesia sigue añorando lo perdido, a pesar de no haberlo perdido completamente, pues conserva sus fueros y el perdón de los impuestos que al pueblo jodido si gravan. Conservan su influencia al grado de no castigar a monstruos como Maciel, fabricados, solapados y protegidos por la complicidad de los poderosos jerarcas de la sotana. Pero el Estado que se dice democrático, debiera marcar su distancia y no hacer concesiones. La Iglesia es de las que cuando se les da la mano se toman el pié. Es una organización, que tiene mil setecientos años de mangonear a una buena parte del mundo; el Estado en cambio no está muy bien organizado, por eso debe tener cuidado, mucho cuidado, y no hacer concesiones de las que pudiera arrepentirse en breve tiempo.
Valentín Gómez Farías, Benito Juárez, Plutarco Elías Calles, han sido los héroes civiles que en su momento pusieron coto a los abusos de la Iglesia. El mismo Miguel Hidalgo reconoció en su momento el abuso de trescientos años de dominio eclesial. A todos ellos les fue como en feria porque la Iglesia y la Inquisición en su momento, atacó con toda su fuerza, la tortura no es invento de ahora, esa también nos la trajeron los que nos impusieron la religión, y la aplicaron cuando no se les obedecía.
Mientras el PRI puso a los que gobernaron el país por más de setenta años, hubo tolerancia, no entrega; pero desde que los conservadores del PAN llegaron a pretender gobernar, la Iglesia ha sentido que es el momento de recuperar lo perdido. Eso no puede ser. No debe ser.
Estoy de acuerdo: no se debe transigir con las mafias, ni con las que reparten droga, ni con las que reparten estampitas, por mucho que ahora prevariquen de lo que dijo Jesús: “Al Cesar lo que es del Cesar”… ¿No estarán pensando que se refirió a Cesar Borgia?

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